lunes, 5 de agosto de 2019

PRVNÍ


   Dos viejos amigos, sentados a la mesa de una cafetería al aire libre ven pasar a un anciano siendo llevado de la mano por una bonita joven de rostro pícaro que parece una nieta. Ambos le miran y palidecen un tanto cuando este alza la vista, cansada, los nota y con una sonrisita se vuelve hacia la chica, señalándoles, contándole algo. Ella también sonriente.
    Lo recuerda bien, el señor Trent, el vecino de al lado. Había ido a su casa buscando a Susana, la hija del hombre (la mamá de esa chica), su compañera de clases. Sintiéndose abrumado como siempre en presencia de este, quien mirándole con una sonrisa socarrona le invitó a acompañarle a su cuarto de ejercicios para mostrarle unas rutinas. Y allí, viéndole sudar, terminó arrollado con su viril encanto; ese intenso olor a macho le mareó inexplicablemente. Este, sin preguntar ni pedir permiso le bajó la pantaloneta y el Wilson, enculándolo con fuerza, con ganas, haciéndole gritar de placer, corriéndose tres veces mientras este le daba sin parar, llenándolo todo de leche. Escapó sintiéndose confuso. No era gay, pero... Debió volver. Siento follado cada vez... Preocupándose finalmente. ¿Acaso ya nunca dejaría de ser una vagina para él? A lo que este, todo sonreído, le preguntó si podía cambiar el color de sus ojos, de su piel, crecer unos centímetros más. Aclarándole que no, así como no podía evitar eso, mojarse viéndole; que había nacido para ello, para ser su traviesa, coqueta y ardiente nena en aquel verano del setenta y cuatro. Todo lo recuerda con la cara enrojecida bajo las arrugas, evitando mirar al viejo amigo a su lado y que este adivine algo…
   Ignorando que este tampoco los mira, ni a él ni al sujeto ese, concentrado en su humeante taza de café… Recordando todas las veces que fue buscando a Peter, su mejor amigo (fuera de ese al otro lado de la mesa), pero esperando encontrar a su padre, el señor Trent, quien le follaba con ganas, burlándose de sus dudas sexuales, cuestionándole mientras le hundía hondo la verga en el húmedo culo. “¿No sabes si eres un deplorable marica todavía?, ¿acaso no bombeas tu vagina con ganas sobre mi tranca mientras tu padre habla en el patio de ustedes, justo allí, al lado? Vamos, muchacho, admítelo mientras lo meneas; si, si, muévelo así, sabes que quieres empalarte, sentirte lleno con mi vara. Sabes que deseas servirme sumisamente”. Más rojo de cara, ahora mayor, recuerda lo que el anciano presente le preguntara en aquellas lejanas horas de locuras juveniles, cuando deseaba probarlo todo antes de continuar con su vida, casándose finalmente y teniendo su propia familia. La pregunta que no tuvo respuesta: “Se sincero, putito, cuando te enculas con tantas ganas, con toda tu alma, ¿estás soñando con la verga de tu papá, verdad?”.
   Eran cuestiones que los hombres nunca le confiarían a nadie, esas locuras de sus pasados veranos; aunque las recordaran con algo de vergüenza y mucho de inquietud bajo una mesa cualquiera muchos años después.

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