domingo, 17 de noviembre de 2019

EL MACHO TAMBIEN TIENE QUE PARECERLO

DE FINES Y MEDIOS

   Estos retos siempre “divierten” mucho.

   Hay gente que lleva las cosas a los extremos según el género. Una amiga vive peleando con el marido porque este suele decirle al hijito de cinco años que siempre ande serio, que no sonría mucho, que no se ría tanto en la calle que eso no es cosa de varoncitos. Y el asunto como que medio funciona, porque rara vez se ha visto un niño más ceñudo a tal edad. Tema que es causa de disputa en esta pareja... y que si uno investiga a lo mejor encuentra que resulta ilegal.
 
   El punto es que parece extraño que alguien todavía asuma que el que un niño sea de naturaleza extrovertida, que ría o salte puede influir sobre su condición sexual posterior. Por no hablar de los estereotipos más claros y angustiantes. Si el niño peina a una niña es porque debe ser gay. O si una niña se sube a una mata y se balancea de las rodillas es porque es medio marimacha. Viejos clichés con los cuales se vio el mundo durante décadas, y algunos continúan. Porque era uno donde muchos podrían pensar que era más fácil y se tenían más claro los parámetros que se deseaban alcanzar. Como decirlo... Si se hacía esto o aquello, si se corregía lo uno o lo otro en el comportamiento, muchos padres aspiraban a que los hijos no se les volverían maricos y las hijas cachaperas. Crudeza aparte, era, y es, la idea. O la creencia.

   Aparentemente no se les ocurre que puede ser algo interno, de la propia naturaleza que hace buscar y anhelar algo más fuerte que cualquier idea o deseo de no ser distinto, por ejemplo. Debe ser terriblemente solitaria y aplastante la presión sobre el chico que se siente distinto a sus hermanos en la casa, por ejemplo, escuchando a su padre (y muchas veces a la madre) decir que prefiere mil veces a una hija puta a un hijo marico. Mirándolo directamente mientras lo expresa, además. Pero, fuera de provocar frustración, depresión, resentimientos y eventualmente alejamientos, eso no cambia un carajo. Una persona puede ocultarse tras mil máscaras, incluida las seriedad, una vida discreta, sobria, apartada, casi espartana, y por dentro sufrir el infierno de querer salir, sentir y vivir. Absteniéndose de cualquier encuentro afectivo, o escapando en las sombras o a un lugar apartado de su grupo. Que unos lo logren, otros no, que cada quien elija ya la clase de vida que va a llevar es cuestión aparte, pero será una vida que no comenzará fácil. Por lo menos en Latinoamérica, aún hoy, donde no es legalmente un delito pero sí cierto estigma; y en muchos otros lugares donde la cuestión si puede ser asunto de vida o muerte, como en partes de África, Asia o el mundo islámico, por ejemplo. Nadie la tiene fácil, diga lo que se diga. O, fácil, sería no sentir diferente, para comenzar.

   Pero llevando el asunto más allá, sobre esas personas que temen aún la menor muestra de lo que consideran es una conducta “sospechosa”, están esas damas que cuando escuchan que a fulanita le gustan las mujeres, chillan que ya no se vuelven a quedar solas con ella, o dejar que las salude de beso. O que un tipo claramente gay de un abrazo a otro, parece producirles alergia. Hasta donde se sabe, lo homosexual no se contagia como la gripe, como no lo hace el machismo mal entendido, ese de querer meterse en la ropa interior de toda mujer como una meta de vida (o un exceso de compensación, dirían los viejos clichés gay, que también los hay; tal vez tan sólo les gusta tanto el sexo que se vuelven desagradables y peligrosos, nada más).

   Por ello aún causa extrañeza cuando se ve a muchachos que no son homosexuales, que cuando se encuentran se abrazan y hasta se besan en un cachete, sin el menor complejo; lo que se espera es que se den un abrazo de tres segundos, porque quieren hacerlo, palmeándose fuerte las espaldas como si se luchara y con las caderas bien lejos una de la otra, no vaya y sea que se medio toquen y el Diablo encienda alguna candela. Esas son tonterías, y es trabajoso tener que llevar una vida donde cada detalle tiene que cuidarse por temor a ser señalado o que (la gente gusta de creer en sus temores), en verdad los cambie. Esto es especialmente factible entre amigos. Joder, a los primeros que elegimos de los cuales tenemos conciencia, son esos que estudian con nosotros en la escuela. Gente que nos atrae porque, o son como nosotros según temperamento, animosidad o tremendura, o son totalmente contrarios y el contraste resulta extrañamente llamativo. Pero, en el fondo, elegimos a personas, chicos en esos primeros años, que nos gustan a nivel subconsciente, algo que se hace más claro con el paso de los años.

   ¿Algo sexual en ello?, puede haberlo como un interés secundario. El instinto sexual es poderoso en la especie, y en la adolescencia y la juventud es intenso (también en la madurez, no se engañen), a todos nos gusta el sexo, repito, y eso que nos hace interesarnos en otros, que provoca la dicha de la amistad, también puede resultar seductor. Pero de ahí a que todo tiene que ver con la condición sexual es una tontería. Uno de esos miedos que tanto le gustan a muchos padecer.

   Y ni hablemos de la gente que “comete el delito” de venir a contar su vida cuando algo les va mal, están triste o han sido lastimados... Lo sé, yo mismo he señalado cosas al respecto, de cómo aburren, pero me refiero a los que invariablemente repiten un ciclo. Eso sí que se hacen cansones. Pero nunca he pensado que haya nada malo en contar algo, un temor, un miedo muy personal, un anhelo, a los amigos. O escuchar los de ellos. Sentir los ojos aguados compartiendo de manera leve un dolor ajeno ante una situación abrumadora. Mostrar sentimientos porque se necesita no es un rasgo de debilidad, ni lo es escuchar. Eso no hace gay a nadie.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario