No
había sorpresas con el muchachito este. Su madre, también su padre,
tenía claro que cuando salía a media tarde a “jugar a la pelota”
con los chicos del barrio, y usaba su diminuta tanga que él creía
ellos no conocían, era que terminaría apretándoles el bate con el
trasero a los muchachos esos, hasta dejarlos jadeando, secos y
contentos. Así como estos sabían dos cosas: que no los soltaría
hasta que se le corrieran dentro, y que vaya que lo disfrutaría
mientras lo hacía...
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