Ningún
sacrificio era poco...
Nada
como un padre que se interesaba en la educación de sus hijos, se
decía mientras se escuchaban los jadeos y gruñidos de feroces
sorbidas al tiempo que el tieso tolete soltaba sus jugos en aquella
boca ávida al haber probado la gloria. Una boca de labios que se
abrían y cerraban apretando sabroso, exprimiéndole el jugo,
mientras algunas risas se escuchaban, la de quienes esperaban, en ese
salón, llenar también al tragón. Eso lo pensaba el padre del chico
casi reprobado, tratando de ayudarle a recuperarse, como los otros
presentes, dándole un caramelote al profesor... Aunque este no
hubiera pedido aquel acuerdo, siendo como bien les dijo varias veces,
un tío hetero que amaba a las mujeres. Había padres así, que se
imponían; gente a la que nadie frenaba, y si querían que se las
chupara, ¿cómo les paraba? Y, bien, una vez probada la vaina ya no
sabía tan mal, ¿verdad? Y si no recordaba mal lo que le decía una
antigua novia, se dijo el educador, con la cual aún se encontraba
por ahí, a veces de repente: no había sabor comparable al de la
esperma caliente. Excepto, tal vez, muchos más semen.
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