¡¿A
qué no lo conocen?!
Cómo
decía la canción: “aquí es, aquí es, tírenme los caramelos”.
Ah, qué tiempos tan simples. ¿Disfrutan las fiestas del Rey Momo?,
¿tienen a mano los disfraces tontos unos, atrevidos otros, el
aguardiente, el agua para mojar incautos, igual la harina y los
huevos para esas bromas pesadas donde te persiguen aunque grites
advertencias de muerte? ¿Harina y huevos para arrojar en juegos, en
Venezuela? Por Dios, ¡si ni agua tenemos! Se irá a la playa y eso
de vaina. Manoteando a los muchachos en la arena, amenazando con
regresar si piden demasiado. Ya uno imagina las improvisadas
parrillas, entre las ganas de ser notados (deben ser ricos, dirán
algunos), o robados (lo que dará más cachet), y no por un perro
errabundo como suele suceder. Será carne hecha con lentejas, y
magia, porque en realidad sabe a carne de hamburguesas. A menos que
la prepare alguien como yo, a quien todo termina sabiéndole a cartón
piedra. Desabrido, además. Acompañada con agua loca en lugar de
licor. Pero, a pesar de eso, felices los que viajaron a La Guaira o a
Higuerote, aunque se arruinen; por un rato escaparon de la rutina, es
decir pensar en la crisis. Si, se supondría que después de dos
décadas de esta tortura cubano-ruso-china ya estaríamos como
acostumbrados a la precariedad, ¿verdad?, pues no, porque, como
ahora temo pueda ser el Infierno, cuando uno se medio habitúa a algo
pasa otra peor. Nunca se toca fondo.
Cuando
trabajaba, me refiero a qué hacía algo en verdad, esperaba estos
días con ansiedad. Tiempo de no ir a trabajar, de pereza. El ocio
era recompensa suficiente. Si a eso se sumaba una salida a la playa,
todo mejoraba. Estar sin zapatos ni camisa, echado de culo sobre la
tibia arena, cerca de las olas, bajo un cielo azul y un sol
brillante, rodeado de gente toda alegre y reilona (siempre he
asociado la playa con eso, gente feliz, lo que a su vez uno a la idea
de tener para gastar, especialmente en comida y bebidas), eso era la
dicha. Tanto que compensaba las colas para llegar al litoral. De esos
días escuchaba a compañeros que se quejaban amargamente, ese
viernes antes de carnaval, del terminal del Nuevo Circo lleno de
gente hasta el techo, media Caracas allí cargando con maletas,
parejas, hijos, y a veces hasta con gatos y perros. El primer gran
alegre éxodo del año, seguido muy pronto por el de Semana Santa.
Eran, nos dicen, los tiempos decadentes, no ahora que se vive la
maravillosa ruina de la izquierda.
Pero
no se dejen abatir por mi mal humor, mi negatividad y depresión,
estos días son para descansar, no hacer nada de lo que tanto molesta
en la rutina, incluso no salir de la cama si eso es lo que provoca;
para llegarse a playas, piscinas, ríos y montañas, especialmente
las primeras, y ver gente bonita medio desnuda, riendo y coqueteando,
lanzándote tal vez una miradita de “nadie nos ve, vamos para allá
y te enseño algo bueno” (es carnaval, joder); para disfrazarse
como tonto y bailar, para reir y celebrar, como cantara la gran Celia
Cruz. ¿Armaron sus fiestas?, ¿se disfrazaron de algo atrevido o
bonito, como de Tarzán con un pequeño taparrabo? ¿Se montaron en
la carroza de alguna reina de barrio o rodeados de garotas a las que
les enseñaron uno o dos pasos? ¿Viajaron a la playa o algún
paraíso turístico? ¿Alguno se llegó al mismísimo Río? Espero
que hayan disfrutado de estos días y del que queda. Y aún nos
espera la octavita...
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