AUTO DESCUBRIMIENTO...
Comienza
la jornada, la semana de trabajo, nada como un encuentro furtivo y
secreto entre tíos un lunes por la noche para afrontarla. Así el
día no parece tan terrible, no se le espera con rabia, al contrario,
se le aguarda con ansias. Estar juntos, tocarse y besarse ya era
estar duros bajos los calzoncillos. Bajo las manos hábiles del
sujeto más alto, más viril y agresivo, algo primitivo despertaba en
su interior, que deseaba ser tocado, llenado y embestido, tomado en
peso por su cavernícola sexual. Algo en la dinámica entre ellos
había cambiado desde que se conocieran en esa fiesta de la empresa,
leyendo cada uno en los ojos del otro que buscaban algo más,
atreviéndose a dar el paso. Se notaba cuando teniéndole boca abajo
contra un mueble, una cama o una alfombra, arropado con su cuerpo,
clavado profundamente con su verga, le susurraba al oído que amaba
llenarle la vagina de güevo, que amaba dejársela llena con su
semilla mientras lloriqueaba como niña. Qué macho, pensaba
estremecido; uno que lo satisfacía y todavía decía, después del
maratón de sexo: “Déjame ir por un par de tragos y te ensarto de
nuevo”. ¿No era la dicha? Si tan sólo pudieran verse más a
menudo, pasar la noche uno en brazos del otro, pero a sus mujeres
seguro que no les gustaría tanto el asunto.
La
diferencia de tamaños, que no de complexiones, y el detalle de los
calzoncillos estirados, son fetichistamente agradables visualmente.
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