jueves, 30 de mayo de 2019

RELATOS DE VIAJEROS...

EL JUEGO DE TRONOS VENEZOLANO

   Así llamó Carl Sagan a la era de las sondas espaciales..
   Como ando sin oficio en la oficina, pero debo ir y no dejarme pillar, mucho, viendo películas o series, tengo tiempo y disposición para leer todo lo que cae en mis manos. Y pasó con un folletín de los Testigos de Jehová, la revista “¡Despertad!”, de los cuales llegan muchos. Y en verdad la gente los lee. Cuentan con temas interesantes si no se va con la predisposición de que cada palabra es un sermón (hay gente que se ahoga efectivamente en un vaso de agua). Al menos me lo pareció este artículo que trataba de un viajante en el siglo XIV que llegó a lugares fascinantes. Aunque también perdió algunos momentos valiosos por esa sed de aventuras.
   Me gustó porque hablaba de viajes para conocer lugares donde no se había estado antes, encontrar y conocer nuevas culturas, aprender de todo lo visto. De hecho, en la imagen de un sujeto que una mañana parte, mochila al hombro, a conocer mundo, hay una nota de nostálgico llamado a partir que vive en cada uno de nosotros. O me lo parece a mí que de chico veía por VTV (en ese entonces no era la infecta cloaca que es ahora), la serie “Ocho son Suficientes”, donde el hijo mayor de un sujeto, a punto de casarse, dueño de su propio negocio, parte sin motivo alguno más allá de no sentirse cómodo con su vida, a recorrer los caminos. Y la idea se me quedó grabada a fuego. Por otro lado, ¿qué muchacho no soñó con ser explorador, un aventurero, un joven Indiana Jones? Hay una hermosa canción del español José Luis Perales que habla de esto, Un velero llamado libertad.
   Pues bien, “cito”, el artículo en cuestión...
......
Ibn Battuta da a conocer su mundo

   EN EL año 1325, un joven partió de Tánger (Marruecos) en la primera de una serie de expediciones que lo llevarían a las regiones más distantes del mundo conocido en su época, entre ellas China, la India e Indonesia, así como Malí, Persia, Rusia, Siria, Tanzania, Turquía y los países árabes. Nos referimos a Abu Abdallah ibn Battuta, quien recorrió unos 120.000 kilómetros (75.000 millas). Su hazaña no fue superada sino hasta el advenimiento de la máquina de vapor.

   Ibn Battuta ha sido llamado el viajero del islam y el más grande viajero del mundo antiguo. Sus memorias, puestas por escrito tras su regreso definitivo a casa después de casi treinta años de travesías, arrojan luz sobre la vida y cultura del siglo XIV, principalmente en el mundo medieval islámico.
   Peregrinación a la Meca
   Ibn Battuta salió de Tánger para visitar los sitios sagrados del islam y efectuar el hach, la peregrinación a la Meca que debe realizar todo musulmán adulto que tenga las condiciones de salud y los medios económicos. Este centro religioso se ubica a 4.800 kilómetros (3.000 millas) al este de Tánger. Como solía hacer la mayoría de los peregrinos de su época, Ibn Battuta buscó la protección que ofrecían las caravanas.
   El joven recibió la misma formación que su padre, quien era cadí, o juez local; no había mejor educación en Tánger. Cuando sus compañeros de viaje se enteraban de su profesión, lo nombraban juez para que resolviera las disputas que surgían en los recorridos.
   Alejandría, el Cairo y el Alto Nilo
   Ibn Battuta bordeó la costa norte de África hasta llegar a Egipto. Allí vio el famoso faro de Alejandría —una de las maravillas del mundo antiguo—, que ya para entonces estaba parcialmente destruido. De El Cairo comentó: “Alcanza el máximo en habitantes y puede enorgullecerse por su belleza y esplendor. Punto de reunión de caminantes y viajeros, lugar de débiles y fuertes [...]. Sus habitantes se agitan como las olas del mar”. Quedó maravillado con los navíos, los jardines, los bazares, los edificios religiosos y las tradiciones de esta ilustre ciudad. Y cómo llegó a ser su costumbre, buscó y consiguió el patrocinio de imanes (jefes religiosos), ulemas (sabios musulmanes) y otros hombres distinguidos de Egipto.
   A continuación remontó el Nilo hacia el Alto Egipto. Durante el viaje disfrutó de la hospitalidad de hombres piadosos y monasterios, así como de fondas y madrazas (escuelas coránicas), que se mantenían de limosnas y eran muy comunes en las ciudades musulmanas. Su intención era ir al mar Rojo a través del desierto, navegar hacia el oeste de Arabia y de allí partir a Medina (sede de la mezquita del profeta Mahoma) y luego a la Meca. Sin embargo, una guerra le cerró el paso y no tuvo más remedio que regresar a El Cairo.
   Un largo desvío
   Aún decidido a visitar Medina y la Meca, Ibn Battuta se dirigió al norte, a Gaza. De allí fue a Hebrón y después al lugar en el que se creía que estaban las tumbas de Abrahán, Isaac y Jacob. De camino a Jerusalén —donde visitaría la Cúpula de la Roca—, hizo escala en Belén y fue testigo de la veneración que sentían por el lugar de nacimiento de Jesús quienes afirmaban ser cristianos.
   El joven expedicionario prosiguió más hacia el norte, y llegó a Damasco, donde estudió con eminentes ulemas y obtuvo su licencia para enseñar. En esta ciudad estaba la mezquita de los Omeyas, “la más grandiosa [...] del mundo en magnificencia”, en palabras del viajero. También había mercados donde se vendían joyas, telas, libros y cristalería, así como establecimientos notariales con “cinco o seis notarios, además del representante del cadí para formalizar matrimonios”. De hecho, mientras estaba en Damasco, Ibn Battuta contrajo matrimonio, aunque en realidad la mujer con la que se casó fue una más de las muchas esposas y concubinas que pasaron fugazmente por su vida.
   Ibn Battuta se unió a una caravana que iba rumbo a la Meca. En el camino, los peregrinos acamparon junto a un manantial donde había grandes estanques hechos con cueros de búfalo por los aguadores. De allí tomaban agua los viajeros para sus camellos y sus odres antes de cruzar el desierto. Finalmente, llegó a la Meca. Esta fue la primera de siete peregrinaciones que Ibn Battuta realizó a dicha ciudad. Y aunque la mayoría de los visitantes regresaba a casa después de efectuar los ritos de rigor, él decidió partir hacia Bagdad. ¿Por qué? “Simplemente, por amor a la aventura”, contesta uno de sus biógrafos.
   Ahora, ¡a recorrer el mundo!
   Los baños públicos de Bagdad —la capital del islam en aquel entonces— dejaron atónito al joven viajero, quien escribió: “En cada uno de estos baños hay muchas celdas [...]. Dentro de cada una [...] hay un pilón de mármol con dos canalillos, por uno de los cuales corre agua caliente y por el otro, agua fría”. Gracias a los buenos oficios de un emir benévolo, Ibn Battuta obtuvo audiencia ante el sultán Abu Said, de quien recibió valiosos regalos: un caballo, un vestido ceremonial y una carta para el emir de Bagdad con instrucciones de darle camellos y provisiones.
   Posteriormente, Ibn Battuta se hizo a la mar en dirección a la costa este de África, donde visitó los puertos de Mogadiscio, Mombasa y Zanzíbar antes de dirigirse a la península arábiga y el golfo Pérsico. Más tarde describiría los pueblos, las costumbres y los productos que vio durante este recorrido; habló de la hospitalidad que extendían los somalíes a los mercaderes, la costumbre de masticar nuez de betel, los cocotales de Yemen y la pesca de perlas en el golfo Pérsico. Luego siguió una larga y complicada ruta hacia la India: pasó por Egipto, Siria y Anatolia (hoy Turquía); cruzó el mar Negro; rodeó la costa norte del mar Caspio, y bajó a las actuales Kazajistán, Uzbekistán, Afganistán y Pakistán.
   De la India a la China

   En la India, Ibn Battuta sirvió ocho años como cadí del sultán de Delhi. Conociendo su afición por los viajes, el sultán lo envió como embajador suyo al emperador mongol de la China, Toghan Temur, con un regalo diplomático compuesto por 100 caballos de raza, 100 esclavos blancos, 100 cantoras y danzarinas hindúes, 1200 piezas de tela, candelabros y jarrones de oro y plata, trajes de brocado, bonetes, aljabas, espadas, guantes con bordados de perlas y 15 eunucos.
   En el puerto de Calicut, al sur de la India, Ibn Battuta vio grandes barcos mercantes llamados juncos, que navegaban por la ruta que él planeaba seguir hacia la China. Dichos navíos tenían hasta doce velas de cañas de bambú entretejidas y tripulaciones de hasta 1.000 hombres: 600 marineros y 400 guerreros. Las familias de los marineros vivían a bordo y sembraban “verduras, legumbres y jengibre en piletas de madera”.
   Un naufragio le impidió cumplir su misión diplomática en la China, por lo que decidió marcharse a las islas Maldivas, donde se puso al servicio de un visir (funcionario musulmán). Ibn Battuta fue el primero en dar a conocer al mundo las costumbres del lugar. Con el tiempo pudo llegar a la China, y aunque encontró cosas que le agradaron, hubo otras que hirieron su sensibilidad religiosa. Es tan poca la información que ofrece sobre este país que algunos dudan que lo haya recorrido tanto como afirmaba. Cabe la posibilidad de que haya tocado solo algunos puertos del sur.
   Dolorosas noticias de camino a casa
   De vuelta en Damasco, Ibn Battuta se enteró de que un hijo que había dejado allí veinte años atrás llevaba doce de fallecido y de que su padre —quien vivía en Tánger— había muerto hacía quince años. Corría el año 1348 y la peste negra estaba arrasando con el Oriente Medio. De hecho, el viajero informó que tan solo en El Cairo morían ¡21.000 personas diariamente!
   Un año más tarde, cuando Ibn Battuta arribó a Marruecos, se encontró con que su madre había sucumbido a la peste hacía pocos meses. Veintiún años de edad tenía el expedicionario cuando se marchó de su país y 45 cuando volvió. ¿Le bastaron veinticuatro años de travesías para saciar su sed de aventura? Parece que no, pues al poco tiempo se embarcó rumbo a España. Tres años después emprendió su último recorrido, el cual lo llevó al río Níger y a Tombuctú, ciudad del país africano conocido hoy como Malí.
   Se le encomienda escribir sus memorias
   Al enterarse de los viajes de Ibn Battuta, el sultán de Fez (Marruecos) le ordenó que escribiera un relato para entretener a la corte y le asignó un secretario: Ibn Ŷuzayy. Sin embargo, su obra cayó casi en el olvido en el mundo árabe y no se tradujo a idiomas occidentales sino hasta que fue redescubierta por investigadores europeos en el siglo XIX.
   El escrito de Ibn Ŷuzayy es un compendio de las historias del expedicionario. Aunque el escriba se tomó sus libertades en la narración, la obra ofrece detalles únicos de la vida, el comercio, las tradiciones, la religión y la política en los países que visitó Ibn Battuta, en especial los del mundo medieval islámico.
   Ya así, escrito por encimita el artículo, resulta interesante para alguien que de muchacho miraba mucha televisión, se bebía suplementos como Kalimán y leía religiosamente La Cábala, cuando esta revista trataba de monstruos en lagunas, OVNIs y vampiros. La Maldición de Tutankamón, el encuentro de su tumba, era para mí la historia más apasionante del mundo, como los secretos de las pirámides. Soñaba con ser arqueólogo, ir a Egipto y desenterrar un templo o encontrar mi propia pirámide (que bien podía ser maya o azteca, también soñaba con ir a una selva centroamericana y hacer fabulosos descubrimientos). Por eso claro que estos relatos me gustan, las de alguien que fue y vio con sus propios ojos todo eso.
   Dado que los relatos eran para divertir en una corte, seguramente cuentan con detalles y descripciones más intensas todavía. Me atrajo escuchar esos nombres, esas rutas, los personajes; todo resulta de lo más llamativo, casi mágico. Viajar a lomo de camello por un desierto en medio de una animada caravana, las tiendas, las noches en las arenas. Ir sobre un elefante, conocer el esplendor de esas cortes orientales. Del artículo de los Testigos me gustaría resaltar dos puntos; primero, vaya regalito que le enviaban al rey mongol, ¿eh? Eso se explica porque esos eran los duros del momento, los “bárbaros”, ellos pararían el reloj de Asia.
   Lo que me lleva al segundo punto, la descripción del boato, lo rico de esos reinos, el esplendor de naciones que hoy suena a ruina como Yemen y Afganistán; todo eso era cierto porque aunque históricamente se vivía el “medioevo islámico” (los términos casi suenan contradictorios), la cultura islámica no pasó por el estancamiento del medioevo. Eso le ocurrió fue a los europeos. Mientras ellos languidecían en “su medioevo”, efectivamente estas culturas florecían, ricas y esplendorosas, sin guerras ni sufrimientos más allá tal vez de servir a señores algo despóticos, y tal vez ni eso; eran naciones que no tenían la necesidad de iniciar grandes migraciones de población escapando del hambre o la violencia (hasta la llegada de los mongoles). Igual ocurría con las grandes civilizaciones Maya, Azteca e Inca en el continente americano, las cuales vivían sus momentos de máxima expansión. El estancamiento era de los europeos, a ellos les tocaron los siglos oscuros (con sus detalles curiosos, eso si; le iba mejor a las mujeres en esta época, por ejemplo, que con el renacimiento y la ilustración más tarde).
   Todos estos maravillosos lugares caen cuando los mongoles arrasan a su paso y el tiempo se les va en defenderse, dándole chance a Europa a entrar en el renacimiento y desarrollar el concepto de cultura y progreso que les llevaría a imponer su punto de vista a los pueblos más “atrasados”, es decir, quienes no compartían su valorización de cultura. El eurocentrismo, que con sus variantes aún vivimos. Occidente y oriente son lo que ellos dijeron que era, la historia se cuenta como lo dispusieron ellos.
   Me gustó mucho la síntesis, el libro debe ser bueno... 

UN REVOLUCIONARIO EN MANHATTAN

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