EL JUEGO DE TRONOS VENEZOLANO
Así
llamó Carl Sagan a la era de las sondas espaciales..
Como
ando sin oficio en la oficina, pero debo ir y no dejarme pillar,
mucho, viendo películas o series, tengo tiempo y disposición para
leer todo lo que cae en mis manos. Y pasó con un folletín de los
Testigos de Jehová, la revista “¡Despertad!”, de los cuales
llegan muchos. Y en verdad la gente los lee. Cuentan con temas
interesantes si no se va con la predisposición de que cada palabra
es un sermón (hay gente que se ahoga efectivamente en un vaso de
agua). Al menos me lo pareció este artículo que trataba de un
viajante en el siglo XIV que llegó a lugares fascinantes. Aunque
también perdió algunos momentos valiosos por esa sed de aventuras.
Me
gustó porque hablaba de viajes para conocer lugares donde no se
había estado antes, encontrar y conocer nuevas culturas, aprender de
todo lo visto. De hecho, en la imagen de un sujeto que una mañana
parte, mochila al hombro, a conocer mundo, hay una nota de nostálgico
llamado a partir que vive en cada uno de nosotros. O me lo parece a
mí que de chico veía por VTV (en ese entonces no era la infecta
cloaca que es ahora), la serie “Ocho son Suficientes”, donde el
hijo mayor de un sujeto, a punto de casarse, dueño de su propio
negocio, parte sin motivo alguno más allá de no sentirse cómodo
con su vida, a recorrer los caminos. Y la idea se me quedó grabada a
fuego. Por otro lado, ¿qué muchacho no soñó con ser explorador,
un aventurero, un joven Indiana Jones? Hay una hermosa canción del
español José Luis Perales que habla de esto, Un velero llamado
libertad.
Pues
bien, “cito”, el artículo en cuestión...
......
Ibn
Battuta da a conocer su mundo
EN
EL año 1325, un joven partió de Tánger (Marruecos) en la primera
de una serie de expediciones que lo llevarían a las regiones más
distantes del mundo conocido en su época, entre ellas China, la
India e Indonesia, así como Malí, Persia, Rusia, Siria, Tanzania,
Turquía y los países árabes. Nos referimos a Abu Abdallah ibn
Battuta, quien recorrió unos 120.000 kilómetros (75.000 millas). Su
hazaña no fue superada sino hasta el advenimiento de la máquina de
vapor.
Ibn
Battuta ha sido llamado el viajero del islam y el más grande viajero
del mundo antiguo. Sus memorias, puestas por escrito tras su regreso
definitivo a casa después de casi treinta años de travesías,
arrojan luz sobre la vida y cultura del siglo XIV, principalmente en
el mundo medieval islámico.
Peregrinación
a la Meca
Ibn
Battuta salió de Tánger para visitar los sitios sagrados del islam
y efectuar el hach, la peregrinación a la Meca que debe realizar
todo musulmán adulto que tenga las condiciones de salud y los medios
económicos. Este centro religioso se ubica a 4.800 kilómetros
(3.000 millas) al este de Tánger. Como solía hacer la mayoría de
los peregrinos de su época, Ibn Battuta buscó la protección que
ofrecían las caravanas.
El
joven recibió la misma formación que su padre, quien era cadí, o
juez local; no había mejor educación en Tánger. Cuando sus
compañeros de viaje se enteraban de su profesión, lo nombraban juez
para que resolviera las disputas que surgían en los recorridos.
Alejandría,
el Cairo y el Alto Nilo
Ibn
Battuta bordeó la costa norte de África hasta llegar a Egipto. Allí
vio el famoso faro de Alejandría —una de las maravillas del mundo
antiguo—, que ya para entonces estaba parcialmente destruido. De El
Cairo comentó: “Alcanza el máximo en habitantes y puede
enorgullecerse por su belleza y esplendor. Punto de reunión de
caminantes y viajeros, lugar de débiles y fuertes [...]. Sus
habitantes se agitan como las olas del mar”. Quedó maravillado con
los navíos, los jardines, los bazares, los edificios religiosos y
las tradiciones de esta ilustre ciudad. Y cómo llegó a ser su
costumbre, buscó y consiguió el patrocinio de imanes (jefes
religiosos), ulemas (sabios musulmanes) y otros hombres distinguidos
de Egipto.
A
continuación remontó el Nilo hacia el Alto Egipto. Durante el viaje
disfrutó de la hospitalidad de hombres piadosos y monasterios, así
como de fondas y madrazas (escuelas coránicas), que se mantenían de
limosnas y eran muy comunes en las ciudades musulmanas. Su intención
era ir al mar Rojo a través del desierto, navegar hacia el oeste de
Arabia y de allí partir a Medina (sede de la mezquita del profeta
Mahoma) y luego a la Meca. Sin embargo, una guerra le cerró el paso
y no tuvo más remedio que regresar a El Cairo.
Un
largo desvío
Aún
decidido a visitar Medina y la Meca, Ibn Battuta se dirigió al
norte, a Gaza. De allí fue a Hebrón y después al lugar en el que
se creía que estaban las tumbas de Abrahán, Isaac y Jacob. De
camino a Jerusalén —donde visitaría la Cúpula de la Roca—,
hizo escala en Belén y fue testigo de la veneración que sentían
por el lugar de nacimiento de Jesús quienes afirmaban ser
cristianos.
El
joven expedicionario prosiguió más hacia el norte, y llegó a
Damasco, donde estudió con eminentes ulemas y obtuvo su licencia
para enseñar. En esta ciudad estaba la mezquita de los Omeyas, “la
más grandiosa [...] del mundo en magnificencia”, en palabras del
viajero. También había mercados donde se vendían joyas, telas,
libros y cristalería, así como establecimientos notariales con
“cinco o seis notarios, además del representante del cadí para
formalizar matrimonios”. De hecho, mientras estaba en Damasco, Ibn
Battuta contrajo matrimonio, aunque en realidad la mujer con la que
se casó fue una más de las muchas esposas y concubinas que pasaron
fugazmente por su vida.
Ibn
Battuta se unió a una caravana que iba rumbo a la Meca. En el
camino, los peregrinos acamparon junto a un manantial donde había
grandes estanques hechos con cueros de búfalo por los aguadores. De
allí tomaban agua los viajeros para sus camellos y sus odres antes
de cruzar el desierto. Finalmente, llegó a la Meca. Esta fue la
primera de siete peregrinaciones que Ibn Battuta realizó a dicha
ciudad. Y aunque la mayoría de los visitantes regresaba a casa
después de efectuar los ritos de rigor, él decidió partir hacia
Bagdad. ¿Por qué? “Simplemente, por amor a la aventura”,
contesta uno de sus biógrafos.
Ahora,
¡a recorrer el mundo!
Los
baños públicos de Bagdad —la capital del islam en aquel entonces—
dejaron atónito al joven viajero, quien escribió: “En cada uno de
estos baños hay muchas celdas [...]. Dentro de cada una [...] hay un
pilón de mármol con dos canalillos, por uno de los cuales corre
agua caliente y por el otro, agua fría”. Gracias a los buenos
oficios de un emir benévolo, Ibn Battuta obtuvo audiencia ante el
sultán Abu Said, de quien recibió valiosos regalos: un caballo, un
vestido ceremonial y una carta para el emir de Bagdad con
instrucciones de darle camellos y provisiones.
Posteriormente,
Ibn Battuta se hizo a la mar en dirección a la costa este de África,
donde visitó los puertos de Mogadiscio, Mombasa y Zanzíbar antes de
dirigirse a la península arábiga y el golfo Pérsico. Más tarde
describiría los pueblos, las costumbres y los productos que vio
durante este recorrido; habló de la hospitalidad que extendían los
somalíes a los mercaderes, la costumbre de masticar nuez de betel,
los cocotales de Yemen y la pesca de perlas en el golfo Pérsico.
Luego siguió una larga y complicada ruta hacia la India: pasó por
Egipto, Siria y Anatolia (hoy Turquía); cruzó el mar Negro; rodeó
la costa norte del mar Caspio, y bajó a las actuales Kazajistán,
Uzbekistán, Afganistán y Pakistán.
De
la India a la China
En
la India, Ibn Battuta sirvió ocho años como cadí del sultán de
Delhi. Conociendo su afición por los viajes, el sultán lo envió
como embajador suyo al emperador mongol de la China, Toghan Temur,
con un regalo diplomático compuesto por 100 caballos de raza, 100
esclavos blancos, 100 cantoras y danzarinas hindúes, 1200 piezas de
tela, candelabros y jarrones de oro y plata, trajes de brocado,
bonetes, aljabas, espadas, guantes con bordados de perlas y 15
eunucos.
En
el puerto de Calicut, al sur de la India, Ibn Battuta vio grandes
barcos mercantes llamados juncos, que navegaban por la ruta que él
planeaba seguir hacia la China. Dichos navíos tenían hasta doce
velas de cañas de bambú entretejidas y tripulaciones de hasta 1.000
hombres: 600 marineros y 400 guerreros. Las familias de los marineros
vivían a bordo y sembraban “verduras, legumbres y jengibre en
piletas de madera”.
Un
naufragio le impidió cumplir su misión diplomática en la China,
por lo que decidió marcharse a las islas Maldivas, donde se puso al
servicio de un visir (funcionario musulmán). Ibn Battuta fue el
primero en dar a conocer al mundo las costumbres del lugar. Con el
tiempo pudo llegar a la China, y aunque encontró cosas que le
agradaron, hubo otras que hirieron su sensibilidad religiosa. Es tan
poca la información que ofrece sobre este país que algunos dudan
que lo haya recorrido tanto como afirmaba. Cabe la posibilidad de que
haya tocado solo algunos puertos del sur.
Dolorosas
noticias de camino a casa
De
vuelta en Damasco, Ibn Battuta se enteró de que un hijo que había
dejado allí veinte años atrás llevaba doce de fallecido y de que
su padre —quien vivía en Tánger— había muerto hacía quince
años. Corría el año 1348 y la peste negra estaba arrasando con el
Oriente Medio. De hecho, el viajero informó que tan solo en El Cairo
morían ¡21.000 personas diariamente!
Un
año más tarde, cuando Ibn Battuta arribó a Marruecos, se encontró
con que su madre había sucumbido a la peste hacía pocos meses.
Veintiún años de edad tenía el expedicionario cuando se marchó de
su país y 45 cuando volvió. ¿Le bastaron veinticuatro años de
travesías para saciar su sed de aventura? Parece que no, pues al
poco tiempo se embarcó rumbo a España. Tres años después
emprendió su último recorrido, el cual lo llevó al río Níger y a
Tombuctú, ciudad del país africano conocido hoy como Malí.
Se
le encomienda escribir sus memorias
Al
enterarse de los viajes de Ibn Battuta, el sultán de Fez (Marruecos)
le ordenó que escribiera un relato para entretener a la corte y le
asignó un secretario: Ibn Ŷuzayy. Sin embargo, su obra cayó casi
en el olvido en el mundo árabe y no se tradujo a idiomas
occidentales sino hasta que fue redescubierta por investigadores
europeos en el siglo XIX.
El
escrito de Ibn Ŷuzayy es un compendio de las historias del
expedicionario. Aunque el escriba se tomó sus libertades en la
narración, la obra ofrece detalles únicos de la vida, el comercio,
las tradiciones, la religión y la política en los países que
visitó Ibn Battuta, en especial los del mundo medieval islámico.
…
Ya
así, escrito por encimita el artículo, resulta interesante para
alguien que de muchacho miraba mucha televisión, se bebía
suplementos como Kalimán y leía religiosamente La Cábala, cuando
esta revista trataba de monstruos en lagunas, OVNIs y vampiros. La
Maldición de Tutankamón, el encuentro de su tumba, era para mí la
historia más apasionante del mundo, como los secretos de las
pirámides. Soñaba con ser arqueólogo, ir a Egipto y desenterrar un
templo o encontrar mi propia pirámide (que bien podía ser maya o
azteca, también soñaba con ir a una selva centroamericana y hacer
fabulosos descubrimientos). Por eso claro que estos relatos me
gustan, las de alguien que fue y vio con sus propios ojos todo eso.
Dado
que los relatos eran para divertir en una corte, seguramente cuentan
con detalles y descripciones más intensas todavía. Me atrajo
escuchar esos nombres, esas rutas, los personajes; todo resulta de lo
más llamativo, casi mágico. Viajar a lomo de camello por un
desierto en medio de una animada caravana, las tiendas, las noches en
las arenas. Ir sobre un elefante, conocer el esplendor de esas cortes
orientales. Del artículo de los Testigos me gustaría resaltar dos
puntos; primero, vaya regalito que le enviaban al rey mongol, ¿eh?
Eso se explica porque esos eran los duros del momento, los
“bárbaros”, ellos pararían el reloj de Asia.
Lo
que me lleva al segundo punto, la descripción del boato, lo rico de
esos reinos, el esplendor de naciones que hoy suena a ruina como
Yemen y Afganistán; todo eso era cierto porque aunque históricamente
se vivía el “medioevo islámico” (los términos casi suenan
contradictorios), la cultura islámica no pasó por el estancamiento
del medioevo. Eso le ocurrió fue a los europeos. Mientras ellos
languidecían en “su medioevo”, efectivamente estas culturas
florecían, ricas y esplendorosas, sin guerras ni sufrimientos más
allá tal vez de servir a señores algo despóticos, y tal vez ni
eso; eran naciones que no tenían la necesidad de iniciar grandes
migraciones de población escapando del hambre o la violencia (hasta
la llegada de los mongoles). Igual ocurría con las grandes
civilizaciones Maya, Azteca e Inca en el continente americano, las
cuales vivían sus momentos de máxima expansión. El estancamiento
era de los europeos, a ellos les tocaron los siglos oscuros (con sus
detalles curiosos, eso si; le iba mejor a las mujeres en esta época,
por ejemplo, que con el renacimiento y la ilustración más tarde).
Todos
estos maravillosos lugares caen cuando los mongoles arrasan a su paso
y el tiempo se les va en defenderse, dándole chance a Europa a
entrar en el renacimiento y desarrollar el concepto de cultura y
progreso que les llevaría a imponer su punto de vista a los pueblos
más “atrasados”, es decir, quienes no compartían su
valorización de cultura. El eurocentrismo, que con sus variantes aún
vivimos. Occidente y oriente son lo que ellos dijeron que era, la
historia se cuenta como lo dispusieron ellos.
Me
gustó mucho la síntesis, el libro debe ser bueno...
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