¿Lo
peor?, lo reiterado...
-Te
busca el entrenador. -escucha en los vestuarios, frente a su locker y
palidece, aunque un segundo antes había estado sonrojado después de
la práctica con el uniforme de futbol americano, todo sudado.
El
chico traga en seco, sabía lo que eso significaba, pronto el
hombretón estaría metido en su culo. Otra vez. Con pasos lentos
sale del vestuario, ¿eran ideas suyas o los chicos le miraban
extraño, con muecas siniestras, sonrisas de pícaro desprecio y
burla, como si supieran? No lo sabe pero eso tan sólo es otro motivo
de angustia. Desde hacía una semana el hombre le llamaba a su
oficina después de cada práctica y le cogía, y todo porque había
sido tan descuidado de dejar su locker abierto con dos porros de
marihuana allí. La universidad no lo toleraba, tampoco los caza
talentos. Y desde ese entonces era prácticamente la puta del hombre,
con tal asegurar su silencio.
Así
le decía, por cierto. Que era su hermosa puta rubia de ojos azules y
carita pecosa, de culo, no, vagina caliente, apretada y sedosa. En
esa oficina le decía y hacía cosas alucinantes, y ahora, en medio
de las charlas en los vestuarios, o cuando iba de aquí para allá y,
si estaba cerca, alargaba una mano y le sobaba el trasero, de forma
lenta, evaluadora, contento de su propiedad.
Pensó
que se cansaría pronto, pero en eso se engañaba dados sus pocos
años de experiencia en la vida. El otro le obligaba a desnudarse, a
tenderse de panza sobre él, que estaba sentado, sobre su regazo,
cabeza hacia abajo, piernas abiertas en el aire, recibiendo su lengua
viciosa y hambrienta en el agujero (“me gusta chupar vaginas”, le
decía), lamiendo, los labios besando, chupando, esta metiéndosele y
cogiendole. ¡Y los dedos!, le encantaba metérselos, y azotarle
cuando consideraba que se portaba mal. Eso era lo peor, por
humillante, por todo lo que le reducía estando en suspensorios,
sobre sus piernas, el cabello atrapado en un puño mientras le
nalgueaba con fuerza los tersos glúteos. Paff, paff, paff, fuerte,
con energía. Haciéndole picar la piel, conteniéndose un rato hasta
que terminaba gritando, exigiéndole que parara, luego suplicando y
llorando, con lágrimas reales, contento cuando al final terminaba y
acunándole en sus brazos le decía que tenía que ser un niño
bueno. En esos momento su verga media como cinco centímetros,
encogida de vergüenza y humillación mientras la del otro parecía
un enorme plátano verde.
Y,
teniéndole de panza sobre el mesón, abierto de piernas, pies dentro
de los zapatos de goma, el suspensorio sudado puesto y el trasero
rojo candela con huellas de dedos, lo enculaba con fuerza, con furia,
metiéndosela de golpe, llegándole a lo hondo, dándole con las
bolas, pero también con la peluda pelvis sobre el adolorido trasero.
-Joder,
te tomaste tu tiempo. -es lo primero que el hombretón de barba y
bigote negros le ruge en cuanto entra, sonriendo torvo. Y se
estremece, habrán azotes.- Vamos, muchacho, ven por tu reprimenda
mientras hablamos.
-Señor...
-¡Vamos!
-el rugido le silencia, trémulo se baja el pantalón, va a quitarse
el esqueleto del torso pero el otro alza una mano.- Déjatelo, y los
pantalones en la rodillas. Vamos, ven... Ahhh... -el hombre sonríe
cuando cae en su regazo, de panza, con el suspensorio más mojado que
nunca de sudor, su trasero sonrojado. Paff, la nalgada llega
enseguida.
-Ahhh...
-se le escapa con dolor.
-Chico…
-le dice al tiempo que llega otra nalgada, ya siente la verga del
hombre dura contra su vientre.- Tengo una reunión esta noche con un
gerente deportivo que está pensando en invertir en nuestro
departamento... -paff, paff, paff, agrega y nalguea mientras él se
estremece y lloriquea.- Es algo importante, y creo que puedes
ayudarme... Quiero que vayas esta noche a mi casa, con una camiseta
apretada que te deje el ombligo afuera, un shorts blanco de los bien
cortos y un suspensorio no sé, rojo o negro, dos tallas más chicas
que la tuya. Quiero que me ayudes a convencerlo de invertir en
nosotros... -paff, paff, paff.
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