miércoles, 5 de junio de 2019

BUENA CRIANZA

ODIO A LO RUTINARIO

   Con tiempo y paciencia, aprenden...
   Supuso que sería fácil. Contestar aquel anuncio sobre una doña cuarentona que requería la presencia de un brioso universitario para que le acompañara durante una semana de fiestas en un poblado cercano a la metrópoli; y él que ya ha repartido y cobrado por sus atenciones a ese tipo de señoras, no lo dudó. Los amigos le despidieron rientes, especulando sobre las hazañas sexuales que contaría al regresar. La casa era extraña, grande, de buena ejecutoria pero desvaída por el tiempo. Por el correo sabía que tenía que entrar, no gustándole el aire de abandono, lo solitario de la sala. Ninguna mujer viviría en un lugar así, menos una que se pagara la compañía de un apuesto joven de casi dos metros y constitución de toro. Claro, tampoco esperó la mano con un trapo que le cubriera el rostro, aferrándose a su nariz a pesar de sus forcejeos. Ni el ir mareándose perdiendo el sentido.
   Ni despertar en aquel lugar oscuro, ancho, encerrado en una jaula que le impedía ponerse de pie, incluso arrodillarse, quedando prácticamente en cuatro patas; esta sostenida de un gancho y de una cadena al techo, bamboleándose cuando se movía. Intentó forzarla pero nada. Gritó y gritó hasta que apareció un hombre alto, relleno pero no blando, cuarentón, calvo, con un anillo de plata grueso atravesando su nariz, con tatuajes nazis en la calva, hombros y brazos. A a sus gritos de que le dejara salir le replicó que los cachorros no gritan, ladran. Furioso quiso imponerse, pero cuando tres doberman se acercaron, gruñendo y alzándose como para atacarle, gritó aterrorizado mientras el sujeto reía.
   -Huelen de lejos a las perras en celo...
   Le dejó allí durante horas, en las cuales se cansó de gritar entendiendo que nadie le escuchaba, tan sólo alterando a los perros que se arrojaban contra la jaula. Aterrado, sediento y hambriento le suplicó por su libertad a ese hombre, quien le dijo que lo pensaría si se quitaba las ropas. Desconfiado, pero necesitado de creerle, lo hizo, avergonzado. Gritó al no ser liberado, pero como los doberman se alteraban más, el temor le hizo callar. Horas después, por algo de agua y después de mucho suplicar, accedió a colocarse una jaula de castidad, bebiendo copiosamente de una palangana que parecía bebedero para perros.
   -Sin manos, metiendo el hocico o no habrás más. -se le advirtió. Y lo hizo, cediendo, deseando ganarse su buena voluntad.
   Pero no le soltó y seguía en la jaula, a cuatro patas cuando el otro aparecía, con la jaula cerrada sobre su virilidad. Suplicó y lloró, otra vez. El hombre rió un poco.
   -Está bien, está bien. Hagamos esto, muéstrame tus manos...
   Y el muy tonto, necesitado de creerle, lo hizo, sacándolas por el enrejado por donde entrara el agua. Estas fueron rápidamente cubiertas con guantes en forma de patas de perro, cerradas, que le impedían separar los dedos o tomar algo, siendo asegurados con un candado. Gritó y lloró, pero horas después, por hambre, sintiéndose miserable, aceptó que su culo fuera llenado por una cola de perro de látex, que se agitaba al menor movimiento provocándole sensaciones horribles en las entrañas. Comió en cuatro patas, la boca dentro de un perol con un nombre: Fido. Lloró echado de lado, la cola agitándose, mirando con miedo e impotencia sobre un cercano mesón una máscara con forma de cabeza de perro, así como unas botas con forma de garras. Y un letrero: “Atentos, cachorro cachondo necesita perro bravo”. Ahora entendía por qué el sujeto le había llamado así desde que despertara.
   El hambre, el miedo, saberse atrapado, indefenso, le mantenía en un extraño letargo. Pero contaba que en cuando se cumpliera el tiempo del contrato con la señora, sus amigos... Pero cierra los ojos, sollozando, sabe que ya no están en esa casa donde le capturaron. No sabe dónde está. Ni otros podrían localizarle.
   -¿Listo, cachorro? -la voz le despabila, quedando automáticamente en cuatro patas, la cola agitándose, la parte que tiene clavada en el interior de su culo le roza. Se agita y traga en seco, el hombre viene desnudo, usando unas botas lustrosas de cuero, mostrando una enorme erección y un anillo grueso, plateado, atravesando su ojete.- La verdad chico, es que no necesito otro perrito... sino una dulce, traviesa y juguetona perrita. Una que ame la leche fresca y de vulva caliente. Eso me encanta. -le sonríe y con un gesto indica a los perros.- Eso nos gusta a todos nosotros. Un buen chocho del cual enchufarnos. Por cierto, tu nombre ahora es Sissy...
   Rato después, horas, tal vez días, ya no lo sabe, muerde la bola de goma roja en su boca, bajo la máscara de cachorro, en cuatro patas sobre una sucia colchoneta donde dormiría un perro, mientras ese sujeto le roba su virginidad anal. Abriéndole el culo con su gruesa mole, el anillo sintiéndose frío, contrastando con la piel ardiente y pulsante de esa barra, que le da y le da con fuerza. Casi ahoga los sonidos de las bofetadas de la pelvis contra sus nalgas con sus ahogados gruñidos y jadeos. Notando a los perros ansiosos ir de aquí para allá, gimiendo llorosos.
   -¡Quietos! -les ordena el tipo montándole una manota en la espalda, dirigiéndose a los perros que dejan de aullar.- En cuanto esta vagina esté lista, tendrán su turno, no sean impacientes.- ríe ahora hablándole a todos, incluso a él.- Sissy no va a ir para ninguna parte. Nunca. Este es su lugar. 

DEUDAS

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