ODIO A LO RUTINARIO
Con
tiempo y paciencia, aprenden...
Supuso
que sería fácil. Contestar aquel anuncio sobre una doña cuarentona
que requería la presencia de un brioso universitario para que le
acompañara durante una semana de fiestas en un poblado cercano a la
metrópoli; y él que ya ha repartido y cobrado por sus atenciones a
ese tipo de señoras, no lo dudó. Los amigos le despidieron rientes,
especulando sobre las hazañas sexuales que contaría al regresar. La
casa era extraña, grande, de buena ejecutoria pero desvaída por el
tiempo. Por el correo sabía que tenía que entrar, no gustándole el
aire de abandono, lo solitario de la sala. Ninguna mujer viviría en
un lugar así, menos una que se pagara la compañía de un apuesto
joven de casi dos metros y constitución de toro. Claro, tampoco
esperó la mano con un trapo que le cubriera el rostro, aferrándose
a su nariz a pesar de sus forcejeos. Ni el ir mareándose perdiendo
el sentido.
Ni
despertar en aquel lugar oscuro, ancho, encerrado en una jaula que le
impedía ponerse de pie, incluso arrodillarse, quedando prácticamente
en cuatro patas; esta sostenida de un gancho y de una cadena al
techo, bamboleándose cuando se movía. Intentó forzarla pero nada.
Gritó y gritó hasta que apareció un hombre alto, relleno pero no
blando, cuarentón, calvo, con un anillo de plata grueso atravesando
su nariz, con tatuajes nazis en la calva, hombros y brazos. A a sus
gritos de que le dejara salir le replicó que los cachorros no
gritan, ladran. Furioso quiso imponerse, pero cuando tres doberman se
acercaron, gruñendo y alzándose como para atacarle, gritó
aterrorizado mientras el sujeto reía.
-Huelen
de lejos a las perras en celo...
Le
dejó allí durante horas, en las cuales se cansó de gritar
entendiendo que nadie le escuchaba, tan sólo alterando a los perros
que se arrojaban contra la jaula. Aterrado, sediento y hambriento le
suplicó por su libertad a ese hombre, quien le dijo que lo pensaría
si se quitaba las ropas. Desconfiado, pero necesitado de creerle, lo
hizo, avergonzado. Gritó al no ser liberado, pero como los doberman
se alteraban más, el temor le hizo callar. Horas después, por algo
de agua y después de mucho suplicar, accedió a colocarse una jaula
de castidad, bebiendo copiosamente de una palangana que parecía
bebedero para perros.
-Sin
manos, metiendo el hocico o no habrás más. -se le advirtió. Y lo
hizo, cediendo, deseando ganarse su buena voluntad.
Pero
no le soltó y seguía en la jaula, a cuatro patas cuando el otro
aparecía, con la jaula cerrada sobre su virilidad. Suplicó y lloró,
otra vez. El hombre rió un poco.
-Está
bien, está bien. Hagamos esto, muéstrame tus manos...
Y
el muy tonto, necesitado de creerle, lo hizo, sacándolas por el
enrejado por donde entrara el agua. Estas fueron rápidamente
cubiertas con guantes en forma de patas de perro, cerradas, que le
impedían separar los dedos o tomar algo, siendo asegurados con un
candado. Gritó y lloró, pero horas después, por hambre,
sintiéndose miserable, aceptó que su culo fuera llenado por una
cola de perro de látex, que se agitaba al menor movimiento
provocándole sensaciones horribles en las entrañas. Comió en
cuatro patas, la boca dentro de un perol con un nombre: Fido. Lloró
echado de lado, la cola agitándose, mirando con miedo e impotencia
sobre un cercano mesón una máscara con forma de cabeza de perro,
así como unas botas con forma de garras. Y un letrero: “Atentos,
cachorro cachondo necesita perro bravo”. Ahora entendía por qué
el sujeto le había llamado así desde que despertara.
El
hambre, el miedo, saberse atrapado, indefenso, le mantenía en un
extraño letargo. Pero contaba que en cuando se cumpliera el tiempo
del contrato con la señora, sus amigos... Pero cierra los ojos,
sollozando, sabe que ya no están en esa casa donde le capturaron. No
sabe dónde está. Ni otros podrían localizarle.
-¿Listo,
cachorro? -la voz le despabila, quedando automáticamente en cuatro
patas, la cola agitándose, la parte que tiene clavada en el interior
de su culo le roza. Se agita y traga en seco, el hombre viene
desnudo, usando unas botas lustrosas de cuero, mostrando una enorme
erección y un anillo grueso, plateado, atravesando su ojete.- La
verdad chico, es que no necesito otro perrito... sino una dulce,
traviesa y juguetona perrita. Una que ame la leche fresca y de vulva
caliente. Eso me encanta. -le sonríe y con un gesto indica a los
perros.- Eso nos gusta a todos nosotros. Un buen chocho del cual
enchufarnos. Por cierto, tu nombre ahora es Sissy...
Rato
después, horas, tal vez días, ya no lo sabe, muerde la bola de goma
roja en su boca, bajo la máscara de cachorro, en cuatro patas sobre
una sucia colchoneta donde dormiría un perro, mientras ese sujeto le
roba su virginidad anal. Abriéndole el culo con su gruesa mole, el
anillo sintiéndose frío, contrastando con la piel ardiente y
pulsante de esa barra, que le da y le da con fuerza. Casi ahoga los
sonidos de las bofetadas de la pelvis contra sus nalgas con sus
ahogados gruñidos y jadeos. Notando a los perros ansiosos ir de aquí
para allá, gimiendo llorosos.
-¡Quietos!
-les ordena el tipo montándole una manota en la espalda,
dirigiéndose a los perros que dejan de aullar.- En cuanto esta
vagina esté lista, tendrán su turno, no sean impacientes.- ríe
ahora hablándole a todos, incluso a él.- Sissy no va a ir para
ninguna parte. Nunca. Este es su lugar.
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