Con
algunos chicos nunca falla...
Gimotea
incapaz de controlarse mientras el hombre sonríe. La combinación de
dulce y salado terminaba siempre enloqueciendo a los muchachos.
Mientras le deja lamer la chupeta de dulce, luego la de carne (en la
cual nota que se tarde más, entre ronroneos, especialmente cuando se
la embadurna con el caramelo), sabe que el goloso chico ya está
montado en la olla. Algo había, una relación que no se podía
explicar ni le importaba mientras funcionara, entre chupar, el lamer
esas golosinas (de azúcar y de sexo), que les daba calor y debían
desnudarse, que les agitaba el chiquito entre sus glúteos, por muy
inocentes y virginales que fueran. A esos culitos como que les daba
hambre... y un hombre tenía que alimentarlos también.
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