Definitivamente
hay versiones del infierno...
Aunque no creo en semejante lugar de castigo, siempre he dicho que si debiera imaginarme uno para mí, mi eterno tormento, sería un día en el trabajo. Uno que no acabara nunca, con los jefes más exigentes y necios que de costumbre, y pacientes gritando molestos sin entender lo que se dijera; sin que funcionara ni siquiera un teléfono, un bombillo o un inodoro. Un día que dura y dura y del cual se sabe que no hay manera de escapar. Esa era mi idea. Ya no, después del apagón de ayer, que comenzara antes de las cinco de la tarde y que terminara pasada la una de la madrugada. Ahora tengo una nueva perspectiva.
Dios, que rabia, que frustración y depresión. Al calor, al no funcionar nada, se sumaban los sonidos que uno nunca escucha por la televisión, como los bocinazos, pero lo peor fue un perro ladrando cerca del edificio. No sé qué le pasaba, para mí que veía espantos, o le temía a la oscuridad, ¡qué escándalo tenía! Al pasar las horas parecía que se cansaba y dejaba de ladrar media hora para, en cuanto cerraba yo los ojos, comenzar de nuevo con renovados bríos. Seguro que después de un buen trago de agua. Alguien gritó por encima de mi apartamento un “callen a ese maldito perro”, otro un “cállate, perro marico”. Así de horrible fue la noche. Horas y horas. Como veníamos de apagones escalonados de dos o tres horas, fuera de la arrechera del momento, la mentada mental de madre, todavía se guardaba la esperanza de que regresara temprano. Pero llegaron las ocho de la noche (¡desde las cinco de la tarde!), las nueve, las once, las doce... ¡Y nada! Eso era acostarme con la ventana abierta, igual la puerta, y que no soplara nada de brisa como no fueran los pitidos de los zancudos. Era sudar y sentir ahogo, tener que pararme, tomar agua, acostarme y desesperarme, salir al balcón a escuchar al perro, desear que se muriera, preferiblemente de algo doloroso, volver al cuarto y repetir el ciclo. Si, ahora me parece que ese sería un infierno peor.
Igualmente irritantes e indignantes fueron los cuentos del régimen sobre las causas del apagón. Nuevamente nos atacaron con un arma desconocida que sólo ellos ven, después de usada, claro, jamás antes para impedirlo, detenerlos y mostrarla para convencernos de que simplemente no son pobres excusas ni mentiras de una pila de incompetentes ladrones y mentirosos. Es hasta inconveniente el cuento del sabotaje. Siempre dicen que militarizaron esto y aquello, pero los saboteos, como le dicen, continúan ocurriendo. Horas y horas de hablar paja, eso sí, nada de “a tal hora se acaba el problema”, nada de “ya fueron destituidos tal general y tales ministros por incompetentes, ya que en sus guardias los saboteadores hacen y deshacen y juran que no ven a nadie; ni siquiera la Estrella de la Muerte desde donde dirigen el rayo misterioso”. Escucharles es como revivir por relatos el fin de la era soviética y el estancamiento al que llegaron por culpa de un centralismo en manos incompetentes, que puso en peligro varias centrales nucleares. La historia se escribió como tragedia aquella vez, nunca había pasado lo de Chernobyl; cuando se repite como ocurre en Venezuela (el centralismo en manos incompetentes pero también los apagones una y otra vez, como los tres que hubo el día de hoy), sale como farsa.
Definitivamente la izquierda no sirve para nada. Y no hablo de mi otra mano, la que no uso para casi nada. Ni siquiera para rascarme el cu...
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