¿El
hombre es su momento...?
¿...O el oportunismo se cuela? Benito Mussolini, quien encarnara sobre sí el fascismo del poeta Gabriele D'Annunzio en la Italia de principios del siglo XX, un movimiento de derecha brutal que se inicia como un reclamo a las injusticia contra una nación que fue grande, comenzaría su vida, como muchos muchachos (por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa), como socialista. Su familia lo era. De hecho su padre le pone Benito por Benito Juárez. Eso si, no eran comunistas. Por lo tanto, Benito no podía sino sentir furia por la situación de su nación como hombre culto de una Italia pobre a la que le costaba rehacerse, y que se metió en una Guerra Mundial buscando la gloria de un pasado que no alcanza y que se siente estafada, robada en el territorio que esperaba recibir del lado de los aliados una vez alcanzado el triunfo. Territorio donde se crea otra nación, Yugoslavia. Si a esa sensación de estafa se suma la desesperanza, miseria monda y lironda en la cual la gran depresión hundió al mundo tenemos el caldo perfecto.
Lesionado
físicamente en esa Primera Guerra Mundial, fue madurando una rabia
en la cual veía que los políticos habían traicionado a Italia,
pero especialmente los socialistas que bregaban en contra de la
guerra, a la cual denunciaban como un conflicto entre imperios y de
tintes capitalistas, minando el esfuerzo que debió restaurar el
esplendor de la bota itálica. En sus imaginarios, Gabriele
D'Annunzio
y
Mussolini, habían sido grande y ahora el mundo se burlaba de ellos.
Así
viró hacia la derecha en su auge demagógico. Era un orador
excelente, que sabía controlar a las masas, a las cuales se refería
como féminas que necesitaban de la mano del macho. El hombre decía
precisamente aquello que todos lamentaban y sentían que necesitaban,
lo que deseaban alcanzar. Les hizo ver que traería orden, progreso y
prestigio, asegurándose, de paso, de tomar las banderas
reivindicativas de la izquierda, dando concesiones laborales,
electorales y sociales, haciendo innecesario la doctrina socialista
en la mente del pueblo italiano. Él lo era todo.
De la guerra, su pérdida, también culpaba a la iglesia católica por minar el espíritu belicoso con llamados a la paz. En su camino al poder absoluto, en su mira estaban los socialistas (comunistas se les decía) y la iglesia catolica. Pero en cuanto se da cuenta del poder de esta dentro de un país tan católico, y que la gente les escuchaba, y que la iglesia era anti socialista, el hombre viró hacia el Vaticano como otro pilar del movimiento fascista, llegando a un acuerdo con el Papa, dándoles literalmente la independencia, reconociéndoles como otro estado, ganándose la gratitud eterna del clero. Una mano lava la otra y juntas las caras.
Pasó de socialista a fascista de derecha, de anticlerical a protector del Vaticano... ¿vio una luz camino a Damasco para que cambiara su vida o eran únicamente los pataleos de un oportunista que en cada esquina fue viendo qué hacer hasta tener todos los caminos enfilados en la misma dirección? Conociendo al sujeto histórico, parece más bien esto último; pero no puede culpársele. La voluntad de poder era la doctrina del momento, el uso de la fuerza para hacer valer las ideas también, lo importante era llegar y ejercer. El resultado fue monstruoso, pero de ninguna manera debería sorprender, menos si miramos todo en retrospectiva.
Dicen
que su horrible final, él y su amor colgando cabeza abajo para que
todos los vieran, maldijeran y escupieran, impresionó y asustó
tanto a su carnal del alma, Hitler (a él y a cualquiera), que este
tomó medidas para que ello no ocurriera ni con él ni con Eva.
¿Sería?
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