Hay
papis que...
...
Es un zumbido suave dentro de su trasero, contra las paredes de su recto, un movimiento que le hace casi caer cuando brazos y rodillas se le aflojan un tanto. Abre mucho la boca y sigue gimiendo, contenido pero sostenido, sus nalgas enrojeciendo, separadas, su verga colgando dura mientras en su sagrado orificio masculino vibra aquella vaina metida.
Una suave nalgada, con una mano de dedos separados, sobre su glúteo derecho casi la hace hipar, arquear la espalda, sintiéndose no sólo ardiente de todo su cuerpo, sino... vivo. Quiere pedirle que pare, que se detenga, que no puede hacerle eso, pero nada escapa de sus labios como no sean gemidos cuando... Cuando comienza a mecer el culo otra vez, apretando y aflojando su anillo, sintiéndolo más, bajando un tanto el torso.
-¡Ahhh...! -se le escapa otra vez cuando el forzudo joven mete una mano bajo su cuerpo, acariciándole la panza como se haría con un cachorro. Es una mano fuerte, caliente. Varonil. Y todo él se agita, la mente se le nubla, más cuando aquella mano sube por su vientre a su torso, desapareciendo dentro de la camiseta blanca, acariciándole las tetillas, de una a la otra, rascando con sus uñas manicuradas, atrapándolas y dándole suaves halones.- Oh, Dios, doctor... -lloriquea porque está seguro de que se va a caer, el cuerpo no le sostiene y la verga le pulsa tanto como el culo.
-Dime, ¿se lo hiciste más de una vez? ¿Deseabas verlo llegar sudado de sus prácticas y caerle encima mientras todavía estaba mojado y oliendo a bolas? -interroga de nuevo, pellizcándole los pezones con una mano, con la otra atrapa la base del vibrador y comienza un suave saca y mete.
-Hummm... -se le escapa, totalmente mareado y trastornado.- Si, si, se las hice muchas veces. Siempre me decía a mí mismo que no debía, pero cuando llegaba todo sonreído de las duchas, envuelto en una toalla , la verga creándole una tienda dentro de esta... -confiesa rojo de cara, jadeando.- ¡Oh, Dios! -grita cuando siente que el otro hace algo en la punta del juguete.
Este vibra con más fuerza dentro de su culo, cuyos labios lo amasan con violencia y fuerza, mientras instintivamente contrae su recto para atrapar el juguete y disfrutar de sus vibraciones, la punta dándole... dándole...
-¿Y acercabas la cara para oler?
-Si, si, tenía que hacerlo, esa pieza...
-Si, esa cabezota blanco rojiza, húmeda, caliente te llamaba, ¿verdad?
-¡No se la chupé! -grita.- ¡Ahhh! -alza el rostro casi desesperado, la verga goteándole copiosamente cuando el otro aumenta más la intensidad del juguete. El sonido le parece sucio, erótico y todo él parece una temblorosa gelatina.
-Por miedo, ¿verdad, viejo cabrón? Lo tenías allí, al alcance de tus labios, de darle un besito, recorrerlo con la lengua y chuparlo pero te daba miedo, ¿no es así?
-Si, si; no quería ser marica.
-Pero anhelabas hacerlo, ¿cierto? Probarla. Seguro preguntándote qué sentirías montándote sobre ella, clavándotela toda por el culo, hasta los pelos, y domándola. -le asegura al rostro, inclinado, casi gritado.
-Si, si, pero no iba a hacerlo... -rojo de cara, sudado, atormentado, Gregg gime y grita, incapaz de contenerse.
-Cuéntame algo sucio que hiciste. -le ordena, atrapándole la barbilla, sonriéndole.
Viéndose hermoso, masculino, dominante como Erick, su compañero de cuarto, a ese que amaba hacerle las pajas, siempre, sintiéndose culpable y caliente, hasta que este trajo a dos amigos del equipo y se las hizo, a los tres, de rodillas, ellos riendo. Cada uno de ellos gruñendo en el momento de correrse, poniéndose de pie, apuntando a su cara con sus... Salió de ese cuarto esa misma noche y abandonó ese semestre.
-Se la hice de rodillas, él de pie, y... y... -jadea al contarlo, conteniéndose. Thompson le mira, sonriendo, elevando una mano y acariciándole las nalgas, abriendo la mano, separando los dedos y recorriéndole casi entre los glúteos, alrededor del consolador, aumentando las sensaciones del otro. Que grita.- ¡Se la hice y me bañó la cara con su leche caliente, espesa y olorosa! -confiesa con un grito, su verga temblando en la nada, manando chorros de líquidos, a punto del orgasmo. Uno que se siente culpable, equívoco pero intenso. Uno que necesita.
-Eres un niño tonto. -le oye decir, sacándole el consolador del culo.
-No, no, espera... -le avergüenza, pero grita. ¡Necesita aquello!
-No lo mereces por cabrón. Eres un cobarde y un egoísta de mierda. -el joven doctor parece molesto, encarándole de frente, la verga abultándole escandalosamente dentro del verde mono, mojándolo un poco, atrapando la mirada del otro.
-Doctor...
-¿Sabes cuánta carga sexual debemos aguantar los estudiantes en la universidad, pudiendo los maricones estar ahí para tragarse todas nuestra tensiones, hasta la última gota, u ordeñarla con sus culos? Nosotros pasando trabajo con toda esa carga sexual y los tipos como tú negando la ayuda. -le acusa.- Ahí estabas, sirviendo para algo, para darle placer a ese chico, deseando servirle, tocarle, beberte su semen fresco, sentirlo llenando tus entrañas, y vas y escapas cobardemente y conoces a una tía que te hace medio sentir algo, y la haces tu mujer sólo para defraudarla tiempo después. Le fallaste a esa mujer y, peor, ¡le fallaste a un hombre que te dejaba jugar con su verga!
-¡Doctor! -se escandaliza.
-¡Silencio, puta! -le corta alzando un dedo y Gregg casi hipa en la prisa por obedecer.- Joder, eres... ¿Sabes cuánto desea uno una mano amiga que le ayude en ciertos momentos cuando se tiene dieciocho, veinte o veinticinco años? Una que... -casi le derriba de la mesa atrapándole una muñeca y alzándole la mano, quedando sostenido en “tres patas”, llevándola a su entrepierna, frotándosela de su verga tiesa tras la tela verde.
-¡Doctor! -gime.
-Oh, vamos, sabes que ando mal y sabes que te gusta, déjate de tonterías. -le gruñe, soltándole y manipulando la tira de su mono, desatándolo, bajándolo un tanto, igual el blanco bóxer, a la altura de las bolas peludas de pelusas amarillas, mostrando una verga blanco rojiza gruesa y nervuda, cabezona y algo babeante. Y Gregg ya no mira nada más, no piensa. En tres patas se alza su mano como con vida propia y la toca, cierra la palma alrededor de ella y jadea, sonriendo levemente, como transfigurado. Joder, ¡tan dura y caliente!- Eso es, tócala... -le sonríe torcido el médico. Disfrutando como disfruta siempre un carajo cuando otra mano le toca y soba el güevo, especialmente si se trata de otro tío.- Si, así, cierra esos dedos así, agita el puño de arriba abajo. Bien, bien, estás encontrando tu ritmo. -se burla.
-Doctor Thompson... -gimotea casi indefenso, queriendo eso más que nada en el mundo, pero...
-Silencio, maricón, usa esa boca para cosas utiles. -le corta, dando un paso adelante, esa verga más cerca.
Y Gregg se encuentra atrapado entre el pasado y el presente, entre su deseo y sus miedos. Pero la verga exhala calor, olores que le trastornan. Y con un gemido alarga el rostro, los anteojos casi cayéndosele, y gime, tiene que hacerlo, cuando los labios rozan la roja cabeza de ese tolete tieso. Quema, es liso y está húmedo, y cuando una gota de esta cae sobre su lengua siente que una fiesta de sucia lujuria estalla en su boca. Una que abre más y rodea con los labios el glande. Besándolo y chupándolo suavemente, con amor... o adoración, sintiendo algo extraño, como si algo encajara finalmente en su vida. Algo que llevaba mucho tiempo torcido.
-Oh, sí, marica, así; eso nos gusta a los hombres. -le dice el otro, sabiendo lo que sus palabras provocan.
Gimiendo entregado, el académico, casado y con familia, se tiende hacia adelante y atrapa más de esa barra caliente, gruesa y nervuda que impacta sus labios y mejillas; siente esas venas hinchadas latiendo, quemando. Y sobre su lengua es la locura. Pero son esas gotas... Chupa y chupa como chivito hambriento, y mientras traga, tras los lentes, los ojos parecen quedarle en blanco de tanto placer. Va y viene, en cuatro patas en la mesa, comiéndole el tolete, atrapando más y más, como un reto. Quiere darle placer al hombre, y no sabe si lo logra... pero mamar güevo era la gloria, admite. Atrapar ese tolete y sentirlo, chuparlo, era algo indescriptible.
El otro le dice que ladee la cara, que chupe tragando de lado, que intente atraparlo todo, que oler entre los pelos de un hombre mientras la tiene toda en la garganta era la dicha del marica. Dice tantas cosas que el otro casi no entiende aunque intenta obedecerle... Pero secretamente inquieto, porque mientras le da de comer, el médico vuelve a lubricarle el culo, como preparándole para algo más...
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