lunes, 7 de octubre de 2019

ANTES DE QUE SEA TARDE

   ¡Cuándo aprenderé a tener mi boca cerrada!

   Hace tres días coincidimos en el bautizo del nieto de un amigo, pequeña y modesta reunión donde si no faltaba afecto y alegría, con amigos, conocido y hasta una ex. Mientras tomábamos una sangría algo fuerte, cargando al niño, lo pasamos de brazos en brazos (y él contento, sonriendo con esa carita de luna), comenzamos a hablar de la gente que se había ido del país. Algunos lo entendían, otros lo criticaban, cada cual con sus argumentos comprensibles. Tocándome el turno dije que no me veía marchándome, y menos por la forma en la cual, aparentemente, están tratando afuera a los venezolanos. De irme sería a un lugar que sonara a concordia, como Lisboa, o Roma (modestamente), nada de España. No con la gente de PODEMOS allí. Pero que lo haría más como una aventura, tomar mis cosas, llegar, ver, disfrutar y regresar eventualmente a mi cueva de oso. Cumplir un anhelo, como el que he tenido toda la vida de conocer Israel, de recorrer, guía en manos, todos esos viejos lugares que evocan creencia y sentimientos, Belén, el Calvario, el Muro de los Lamentos, la Iglesia de la Ascensión, el Monte Sinaí, el Mar Muerto.

   Con eso entramos en lo que hubiéramos deseado hacer antes de los cuarenta (fue mi estúpida idea), esas cosas que se nos van quedando en el tintero (como publicar un libro o comprar una casa cerca de la playa, en Tacarigua de la Laguna; pero cómo si a veces me cuesta completar para medio llenar la nevera). Estaba presente esta ex y ahora amiga, Alicia (si, esa de la que hablo en otro blog, en Regreso a Brokeback Mountain, con quien conviví algunos años y que todos pensaban que terminaría en matrimonio). Mientras reíamos y hablábamos más, le preguntaron a ella qué habría deseado antes de los cuarenta. Respondí, mirando a Alvarito, el niño: Haber tenido hijos. Niños a quienes amar, mimar, cuidar, ver crecer, saber que son míos.

   Fue algo incómodo para todos, unos bromearon diciendo que eran un tormento, otros que bueno, que había aprender a vivir con lo que se tiene y lo que no. Para mí sí fue más duro. Una vez, hace bastante rato, también tomando caña, ella me dijo que siempre se arrepentía de todo el tiempo que perdió conmigo (así lo dijo, y yo me reí), que en todo ese lapsus pudo haber hecho una nueva carrera, o casarse, o rejuntarse y tener un hijo.

   Lo recordé en ese momento. Y no creo que la moviera ninguna idea secundaria al hacerlo, como buscar atacarme. Tan sólo se le preguntó y contestó, como un deseo no cumplido alojado en el subconsciente. Joder, la culpa pesa. Es curioso, antes no me afectaba tanto. Debo estar envejeciendo, o madurando... 

BAJO LAS ESTRELLAS

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