Mirando
a la eternidad...
¿Pueden imaginar un momento más grande de comunión, estar sentados o echados sobre la tierra, la grama o una hamaca y mirar el cielo sabiendo que cientos de millones lo hicieron antes que ustedes? Millones y millones de personas que se detuvieron a hacer lo mismo, contemplar el firmamento en la noche perdiéndose en sus pensamientos.
De
noche, a solas, el universo parece realmente infinito y eterno, las
estrellas que estos vieron cien años atrás, más tarde las
encuentran aquellos. Es fácil entender por qué se pensaba que
siempre existió y que, por lo tanto, estaba poblado de fuerzas
superiores, los dioses. Pero ahora sabemos que no, que tuvo su
inicio... Bueno, legalmente, ya la Biblia decía que al principio no
había nada, pero nos llevó tiempo comprobarlo.
En su obra televisiva, COSMOS, programa que no pierde amenidad y que ha sobrevivido a la prueba del tiempo, Carl Sagan nos habla de los pueblos cazadores que al pie de las hogueras miraban ese mismo cielo poblándolo de dioses y figuras que les eran cotidianas, cazadores, guerreros; las constelaciones (que nunca he distinguido, seguro esta parte del firmamento no es bueno para verlas), haciéndoles pensar en la inmortalidad. Si el cielo estaba para siempre, ¿por qué una parte de nosotros no? Claro, también están las tenebrosas visiones de los cuentos que sostienen que desde allá nos miran ojos codiciosos.
En
el fondo la sensación es esa, sentirse pequeño, algo abrumado ante
lo infinitamente grande, pero también maravillado ante toda esa
soberbia presencia. Quién puede extraerse de pensar cómo ocurrió
todo, de dónde salió, para qué toda esa grandeza (es agradable
pensar que sólo para nosotros, que está ahí por nosotros, pero…
¿no se siente deprimente?), una que ahora sabemos en mucho más
vasta en el tiempo, el espacio y hasta en la realidad (sin son
ciertas las especulaciones de puente de gusanos, los multiuniversos,
las otras dimensiones actuando sobre esta misma).
Pero volvamos a la tierra. ¿Quién no estuvo con un grupo de amigos del colegio tomando algo sobre una capota, con alguien sentado entre sus piernas, mirando un momento hacia el firmamento y ofreciéndole la luna y las estrellas? Y mirar una sonrisa tonta, que te dice que eres un tonto pero que le gustó la idea. ¿Algo mejor que besar unos labios que sonríen felices? Fue una noche, a la orilla de una playa, con arena por todos lados, cuando por primera vez...
Me tocó verlo muchas veces, el firmamento estrellado. A papá le gustaba pescar de noche en ríos y lagunas, con amigos, una excusa para beber y comer pescado asado, llevándonos a mi hermano y a mí. Muchas veces, con un morral bajo la nuca, me quedé dormido mirando ese cielo a través de las ramas, viendo luces parpadeantes cruzándolo, sintiéndome relajado, en paz. Libre. Claro, temprano en la noche caían los benditos jejenes decididos a desangrarte, al ir amaneciendo te bañaba cierto rocío, pero la noche, noche, era grata. ¿Imaginan que haga frío y uno deba cubrirse bien con suéteres o chaquetas, con el fuego de la hoguera para asar pescado todavía emitiendo algo de luz y calor? O, como por estos lados, disfrutar de una noche templada.
Recuerdo que mientras iban cerrándoseme los ojos escuchaba a papá y sus amigos hablar animadamente de Pérez Jiménez, en política, de viejas peleas de boxeo de búlgaros aporreando gente, de carreras de caballos, del Magallanes... Pero nunca fui con una persona que me importara, y yacer a su lado, hablando bajito, entre sonrisas, compartiendo ese cielo. Creo que todo el mundo debería hacer eso alguna vez, empacar algunas cosas y subir a un parque nacional, como El Ávila en Caracas, y dormir bajo las estrellas acompañado de amigos, de los hermanos o de la persona amada. Contando algo increíblemente tonto como que esperas que Jason no ataque esa noche...
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