martes, 22 de octubre de 2019

APENAS DOS MESES...

BAJO LAS ESTRELLAS

   ¡Y estamos cerquita de otra navidad!
 
   No les negaré que deprime un tanto lo poco que falta para la llegada de unas celebraciones más tradicionales de lo que imaginamos. Días de felicidad, de fiestas y reuniones, de recordar mañanas de alegre despertar para correr en busca de los regalos; tiempo de gastos, parrandas, estrenos de ropas y corotos, de aguardiente, comidas y visitas... porque sin darnos cuenta la tradición sigue festejando una fecha que ahora ya no diga tanto para muchos, la natividad de Jesús. Siguiendo otra tradición, esta más nueva, más desagradable e irritante, más de nosotros (¿lo que explica lo chimbo?), Venezuela se prepara para otras navidades nefastas. Sin plata, sin alegría ni esperanzas, con el temor cierto y muy fundamentado de que ese día no halla ni agua ni servicio eléctrico a la mera hora de la movida. La vida en socialismo, pues.
 
   Y no es una maña nueva. Bueno, si lo es, si lo comparamos con tradiciones como el pesebre, el arbolito y todas esas cosas, pero no si se mira bien la historia de esta ruina de veinte años. Acababa de sentarse Hugo Rafael Chávez Frías en el trono, no lo había calentado todavía, aunque ya se había autoproclamado dios, con sus propios mandamientos, con su exigencia a rendirle culto en imágenes, colores y nombre, cuando ocurrió el desastre de La Guaira, como le decimos comúnmente, aunque está recogido con el nombre más serio de El Deslave del Estado Vargas, en el Litoral Central, en el año 1999, cuando el agua y el barro arrasaron con poblados y gente por igual. Siempre recuerdo aquellos chaparrones de agua que asolaban al país y él estaba empeñado en una elección para elegir a los “constituyentistas” que habrían de darle una nueva Constitución hecha a su antojo, la que sería la “más mejor del mundo”, la que duraría mil años (y que su gente ha violado y remozado un millón de veces, hasta en eso le traicionaron), y dijo ese día, porque la gente reclamaba lo de las lluvias, el alerta que no se declaraba, que si la naturaleza se oponía a las votaciones ellos harían que esta les obedeciera, parafraseando un dicho de Simón Bolívar. El pago fue alto... pero no lo canceló él, fueron otros. Por eso no pesó tanto. A él y a su banda de atracadores.
 
   De allí para acá cada vez ha sido peor, no en número de muertos (en ese altar ese fue el máximo sacrificio en vidas), al menos no oficialmente, pero casi... Recuerdo cuando este que está ahora decretó que como no había plata que se saquearan las tiendas y después uno no encontraba nada; o cuando la inflación llegó a niveles terribles (una de sus muchas veces), y para comprar un paquete de harina había que llevar una pesada mochila llena de billetes devaluados, y ordenó recoger la moneda a días de las navidades, provocando angustias, colas interminables, incluso violencia... para luego dar la orden de marcha atrás porque necesitaba de esos billetes que recogieron con la medida para volver a pagar bonos engaña bobos.
 
   Visto lo visto, estoy encontrándole el encanto a la manía de los viejos norteamericanos en las series de televisión, que están despiertos hasta las doce, dan la feliz navidad al que tengan cerca y luego de un brindis se van a sus camitas hasta el otro día. Es una idea extraña a estas tierras tropicales de latinos alegres que amanecen bebiendo, comiendo, riendo, bailando y hasta a veces sorpresivamente encamados; pero, repito, aquí hay socialismo.

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