BAJO LAS ESTRELLAS
¡Y
estamos cerquita de otra navidad!
No
les negaré que deprime un tanto lo poco que falta para la llegada de
unas celebraciones más tradicionales de lo que imaginamos. Días de
felicidad, de fiestas y reuniones, de recordar mañanas de alegre
despertar para correr en busca de los regalos; tiempo de gastos,
parrandas, estrenos de ropas y corotos, de aguardiente, comidas y
visitas... porque sin darnos cuenta la tradición sigue festejando
una fecha que ahora ya no diga tanto para muchos, la natividad de
Jesús. Siguiendo otra tradición, esta más nueva, más desagradable
e irritante, más de nosotros (¿lo que explica lo chimbo?),
Venezuela se prepara para otras navidades nefastas. Sin plata, sin
alegría ni esperanzas, con el temor cierto y muy fundamentado de que
ese día no halla ni agua ni servicio eléctrico a la mera hora de la
movida. La vida en socialismo, pues.
Y
no es una maña nueva. Bueno, si lo es, si lo comparamos con
tradiciones como el pesebre, el arbolito y todas esas cosas, pero no
si se mira bien la historia de esta ruina de veinte años. Acababa de
sentarse Hugo Rafael Chávez Frías en el trono, no lo había
calentado todavía, aunque ya se había autoproclamado dios, con sus
propios mandamientos, con su exigencia a rendirle culto en imágenes,
colores y nombre, cuando ocurrió el desastre de La Guaira, como le
decimos comúnmente, aunque está recogido con el nombre más serio
de El Deslave del Estado Vargas, en el Litoral Central, en el año
1999, cuando el agua y el barro arrasaron con poblados y gente por
igual. Siempre recuerdo aquellos chaparrones de agua que asolaban al
país y él estaba empeñado en una elección para elegir a los
“constituyentistas” que habrían de darle una nueva Constitución
hecha a su antojo, la que sería la “más mejor del mundo”, la
que duraría mil años (y que su gente ha violado y remozado un
millón de veces, hasta en eso le traicionaron), y dijo ese día,
porque la gente reclamaba lo de las lluvias, el alerta que no se
declaraba, que si la naturaleza se oponía a las votaciones ellos
harían que esta les obedeciera, parafraseando un dicho de Simón
Bolívar. El pago fue alto... pero no lo canceló él, fueron otros.
Por eso no pesó tanto. A él y a su banda de atracadores.
De
allí para acá cada vez ha sido peor, no en número de muertos (en
ese altar ese fue el máximo sacrificio en vidas), al menos no
oficialmente, pero casi... Recuerdo cuando este que está ahora
decretó que como no había plata que se saquearan las tiendas y
después uno no encontraba nada; o cuando la inflación llegó a
niveles terribles (una de sus muchas veces), y para comprar un
paquete de harina había que llevar una pesada mochila llena de
billetes devaluados, y ordenó recoger la moneda a días de las
navidades, provocando angustias, colas interminables, incluso
violencia... para luego dar la orden de marcha atrás porque
necesitaba de esos billetes que recogieron con la medida para volver
a pagar bonos engaña bobos.
Visto
lo visto, estoy encontrándole el encanto a la manía de los viejos
norteamericanos en las series de televisión, que están despiertos
hasta las doce, dan la feliz navidad al que tengan cerca y luego de
un brindis se van a sus camitas hasta el otro día. Es una idea
extraña a estas tierras tropicales de latinos alegres que amanecen
bebiendo, comiendo, riendo, bailando y hasta a veces sorpresivamente
encamados; pero, repito, aquí hay socialismo.
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