Cuando
pega, pega...
Cerrando los ojos aspira profundamente, llenándose las fosas nasales y los pulmones con el aroma varonil de uno de sus jóvenes jugadores. Dios, es tan intenso y poderoso que tiembla mareado, sintiéndose débil de piernas al tiempo que el tolete se le agita, duro como una tabla. Los oye, alegres, rientes, garañones llenos de juventud, energías y testosteronas, hablando del triunfo en el juego y de lo que le harán a sus novias, las porristas rubias y tetonas. Terminaron las duchas y ya vienen pero él no puede apartarse de esa cesta donde ha tomado uno a uno y los ha adorado como corresponde; el marica de armario dándole el secreto reconocimientos a los briosos machitos. Hablan fuerte, gritan alegres insultos sobre este o aquel chico al que tachan de marico. Sabe que si le descubren estará perdido, pero no puede contenerse, aún quedan cinco piezas húmedas y tibias... ¿Acaso espera, en el fondo de su mente, como un llamado de la naturaleza, que los chicos le descubran, le griten rientes, y como orda lo pongan en cuatro patas a servirles? ¿Puede ser que...?
-Hey, entrenador, ¿qué coño hace? -oye el primer grito, el de Paul, capitán del equipo, todo alarmado, sorprendido y divertido.- Miren, miren lo que tenemos aquí...
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