Todo
macho se fabrica su harén...
“Tómala,
tómala toda, pequeña puta”, le ruge sonriendo, gozando sabroso de
enterrársela al dulce chico en su ardiente agujero, uno que apretaba
y halaba rico mientras el blanco tolete de ese daba saltos y goteaba
de moción. “Si, dale, la pequeña perra parece que no puede tener
suficiente”, ríe su socio de trabajo y cómplice en aquella tarea
arriesgada que, como machos, habían decidido llevar a cabo. Este
recuperándose a unos segundos de haberse corrido en el ardiente
“coño” del chico, como ahora le llamaba. No, no eran homosexales
ni nada de eso, pero a veces en el taller de la encuadernadora de
libros las tardes se hacían eternas, pesadas, aburridas y molestas.
Algo en esa actividad alteraba agresivamente a sementales como ellos,
que no encontraban alivios ni gritándose deseando darse de
puñetazos. Por suerte el jefe había enviado a su joven hijo a
supervisarlos. Y pronto notaron cómo afectaba al joven estar, por
ejemplo, encerrado en un lugar chico con ellos, como si sus aromas y
colores le alteraban de cierta manera. Fue el negro quien entendiera
que tal vez era un inocente, dulce y tierno marica que aún no salía
del closet porque ni él mismo lo sabía. Pero ellos, cayéndole
encima, mostrándoles sus güevos erectos y calientes, metiéndolos
por su boquita y culito, pronto se lo hicieron entender, liberándole.
Sobre sus barras él chico se desató, dejando salir la fiera
hambrienta de sexo que era, y en casi cuarenta minutos tan sólo ha
pedido, y obtenido, vergas por todos sus ávidos agujeros que
chorrean esperma. Por suerte, riendo, ellos parecían dispuesto a
darle tanto como pidiera. Y habían tantos otros carajos en esa
fábrica con problemas de estrés, que éste tendría toda la acción
con la que, supiera o no, todo joven sumiso sueña.
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