Sabe
a lo que va...
......
Clase,
tiene mucha clase, eso lo piensa el hombre con una sonrisa de
aprobación. No era un tipo fácil de sorprender o superar, pero ella
lo conseguía. No le extrañaba que supiera comportarse, ocultar para
sí lo que pensaba. Había sido educada para ser de esa manera. Sofía
Nazario procedía, por tortuosos caminos, de una antigua familia
aragüeña, de billete, los Garibaldi; expulsada su rama de esos
esplendores, especialmente de la próspera y codiciada propiedad que
la mujer parecía desear, por una falta de su abuela, en la cama, que
provocó que ella, y sus descendientes, fueran apartados de la plata.
La joven, como su madre antes que ella, había heredado el veto del
bisabuelo, y aunque se mantenía en contacto con ellos, especialmente
con los más jóvenes (que nada hacían para que regresara al seno
familiar, y por lo tanto a optar por parte del patrimonio), la verdad
es que la Sofía había resuelto su vida. Era una profesional tenaz,
capaz, cuyo campo de acción, curiosamente (o no tanto si a ver se
iba), la enfrentaba a la familia, trabajando como hasta ahora, de
manera independiente, con un rival, Oswaldo Simanca, un sujeto al que
los Garibaldi más viejos detestaba a muerte. Y él, como imagina
hace la mujer, casi sospecha el por qué. Rivalidad cazada hace años
y que parecía destinada a terminar con uno de los dos polos de poder
en el suelo, el viejo y rancio o el nuevo y vigoroso del recién
llegado a las fortunas del valle central del país.
El
hombre, ex policía, hermano de policías, hijo de policías, con el
olfato que se gastaba, no dudaba ni por un segundo que tras todo ese
marco, la lucha entre entre Simanca y los Garibaldi, y la posición
de la mujer en el reparto de poderes y dinero de su familia, hubiera
motivado toda aquella investigación. O, tal vez, siendo humana, la
cosa era más personal. Si era el caso, la información que había
reunido la decepcionaría. Sin embargo todo fue de lo más...
interesante. La visita a la Hacienda, con sus cañaverales y su
destilería de ron, empresa próspera a pesar de todo en estos
tiempos de crisis, sede en buena medida de la fortuna de los
italianos esos, y que era la envidia de la región, codiciada por
empresas rusas, cubanas y por el mismo gobierno, que soñaba con
meterle la mano y controlar toda esa riqueza y prestigio, le hizo
reparar en un filoncito de oro que él muy bien podía explotar.
Todos tenían la vista puesta en la hermosa propiedad, incluso
Oswaldo Simanca, según había escuchado. Sería un golpe noble y
brutal que el recién llegado al valle les quitara la joya de la
corona. ¿Lo sabría ella? ¿Era lo que tenía en mente cuando
comenzó la investigación? ¿Ayudarle a quitarle la Hacienda a su
familia como algún tipo de venganza? Era difícil leer algo en el
rostro sonriente, sereno. Y que allí estaba, expectante, esperando
por la información por la cual pagó.
-El
hombre al que busca, Rufino García, ya no está en la Hacienda. Ni
siquiera vive ya en el estado Aragua. -informa con rostro pétreo,
sonriendo un tanto, internamente, viéndola tensarse.
-Dios...
-jadea abrumada por un segundo, clavandole los ojos, alarmada.
¿Murió? Debía ser algo mayor, pero no creí...
-No,
no, nada de eso; dejó el trabajo y el estado, practicamente, cuando
el tío abuelo de usted, Mario Garibaldi, tomó el control de los
negocios, al retirarse el patriarca. Ahora está aquí, en Mamera
arriba, viviendo en un cerro alto y horrible. -parece cavilar,
indiferente a continuar envuelto en una sábana en un pasillo de
motel por el cual pasan personas que parecen escapar de la hora que
los agarró allí y de la luz del día.- Debe ser un cambio feo para
un viejo acostumbrado a vivir en la tierra llana. -la observa
fijamente.- Debió ser muy serio lo que sea que haya sido lo que le
obligó a marcharse del lugar donde trabajó toda su vida. -y se
sostienen las miradas.
-¿Qué
piensa, dinero o miedo? -la pregunta, y la sonrisa, le
desconciertan.- ¿Chantajeaba a alguien por algo que sabía,
alejándose con su botín, o fue amenazado y tuvo que huir temiendo
represalias?
-Vaya
idea que tiene de su familia. -se ve obligado a sonreír
sardónicamente para ganar unos segundos y recuperarse.- Y no creo
poder responder a eso. La gente que le conoció me contó que un día
se despidió y abandonó la zona. De hecho pocos le recordaban ya, me
costó encontrar a quien me dijera que estaba aquí, en Caracas.
-comienza el informe.- Fui a Maracay y a Río Negro, no me llegué
directamente a la Hacienda, claro, pero pregunté; Rufino García,
encargado de lo que llamaban la vaquera tan sólo un día partió,
con la mujer y los hijos.
-Les
recuerdo. -comenta ella con aire vago, rostro sereno, ojos brillando
de una manera abstraída, luego se enfocan cuando le mira.- ¿Qué
averiguó? ¿Qué escuchó?
-Como
le dije, mucha gente parece haber olvidado...
-O
preferido olvidar. O ser inducidos a hacerlo. -completa ella, conocía
a su formidable tío abuelo, Mario, hermano de su abuela. Hermanos
que no podían ser más diferentes.
-En
tal caso es igual, nadie hablaba. Pero encontré a una vieja que
creía recordar algo, un rumor sobre un crimen en la Hacienda. -eso
la activa imperceptiblemente. Si, era lo que quería escuchar,
entiende él.
-¿De
parte del tío abuelo Mario o del bisabuelo Antonio?
-Nadie
parece saberlo. Es un rumor.
-Claro.
-se muerde el labio inferior, pensativa.
El
hombre la estudia con una leve sonrisa de superioridad. La mujer era
hábil, lista, sabía cubrirse bien, pero la conocía, ahora sabía
qué la impulsaba. Su padre había muerto en circunstancias... raras,
y el odio de la familia a su rama en particular, hacía tentador
pensar que uno de los viejos tuviera las manos metidas en ello. ¿Qué
buscaba Sofía Nazario? ¿Saber la verdad? ¿Venganza? ¿Apretar el
cuello de los viejos millonarios? Aunque hábil, profesional y
triunfadora, la damita contaba con lo que ganaba quince y último,
trabajando de manera especial para un sujeto que odiaba al resto de
su gente; pensar en la fortuna fuera de su alcance debía amargarle,
especialmente por la manera en la cual sus primos la gastaban. Sí,
eso debía molestarla. Parecerle injusto. Seguro quería su parte y
con la certeza de un crimen cometido por uno de sus mayores, bien
podría negociar. Lástima que estuviera equivocada... El asunto,
aparentemente, no tenía nada que ver con su padre. La verdad era
mucho más suculenta para clavarle garras y colmillos como pretendía
hacer él. Había gente que pagaría literalmente una fortuna para
que todo el asunto quedara en las sombras, y aún mucho más, que
darían todo para que el caso saliera a la luz y se les cobrara a los
viejos italianos aquella muerte. Él conocía a dos o tres personas
que saltarían en una pata, emocionados, con esa información.
También a otro que daría lo que fuera por saberlo y cobrar
revancha. Si, el precio de una noticia como esa bien podría ser,
¿por qué no?, la formidable Hacienda Santa Clara. Y pensar en todo
eso le hace salivar... y endurecer un tanto el tolete bajo la sábana.
-Cuénteme
lo que sepa. -la voz de la mujer le trae nuevamente al presente.
-Bien,
como ya le dije, Rufino García trabajó allí lo que fue más de
media vida, y nada más que por eso merecía una estatua, dicen que
su bisabuelo era un viejo mañoso y roñoso en su trato para con lo
demás; uno de esos a los que nadie extrañaría que un familiar
arrojara a un pozo por “accidente”. La cuestión fue que
sorprendió a todos cuando anunció que se iba, decisión que,
coincidencialmente ocurrió cuando su tío abuelo Mario se hizo cargo
de los negocios, después de desplazar viejo Antonio, en
negociaciones que todos llamaron hostiles.
-Decían
que el bisabuelo ya chocheaba, que se la pasaba escuchando a adivinas
y era peligroso porque tomaba decisiones comerciales con ese aval.
-Si,
eso dijeron, aunque quienes le conocen... -se encoge de hombros dando
a entender que fue una toma hostil generacional, una típica tragedia
griega, o italiana en este caso.- Como sea, ahora Rufino está aquí.
Como le dije, en una zona fea. -le tiende un papel que tomara de su
pantalón momentos antes. Ella estudia la dirección y le mira.
-¿Habló
con él?
-No,
apenas me facilitaron la información anoche. Pero le veré. Mañana.
-No
es necesario, desde este punto yo puedo...
-Es
mejor que me encargue yo. La zona es realmente fea, señorita; nada
aconsejable para una delicada dama. -la corta, sonriente pero firme.
-Pero
qué atento. Bien, lo dejo en sus manos. -la mujer parece tensar los
hombros, aunque sonríe.- Véalo y cuénteme lo que le diga. Quiero
saber del rumor...
-Será
lo primero que haga. Preguntarle y contarle. -le sonríe igual,
sintiendo una leve desconfianza.
-Buen
trabajo, señor Cabrera. Ahora le dejo para que... repose un poco.
-le sonríe nuevamente y se aleja por el feo y barato pasillo,
hombros erguidos, paso felino y elegante, parecía desplazarse.
-Adiós,
señorita Nazario. -se despide sonriendo leve. Si, era una mujer
fascinante. Llamativa. Tal vez si no le gustaran los chicos culones
en pantaletas...
Sonríe
aún más, porque a pesar de haber sido encontrado por la mujer en
aquel lugar y en aquellas circunstancias (indicándole que cualquiera
que se lo propusiera y tuviera medio cerebro podría localizarle y
hasta tenderle una trampa si quisiera), todo había salido bien.
Regresa al interior de la pequeña habitación apestosa a polvo seco
y sudor agrio en los rincones. Soñando con dinero, con mucho más
dinero del que le pagaría la mujer. Cuando hablara con ese viejo y
le apretara las clavijas este le diría todo lo que necesitaba
confirmar e iría a pescar. A uno de los Garibaldi... o a Oswaldo
Simanca. Idea que le encantaba. Jofer, de mala manera, a esos viejos
millonarios. Aunque... estos eran los que más pagaban a la hora de
guardar los esqueletos en los armarios. Y nunca como ahora la figura
era tan literal.
Se
recuesta de la puerta cerrada, mirando hacia la cama, una apenas
suficientemente ancha como para que quepan dos cuerpos (bien no se
esperaba realmente que se amaneciera, era llegar, joder y salir), con
las sábanas y fundas de almohadas de un color verde chillón, como
la puerta (algún combo?), tipo hospital, sorpresivamente limpias,
pero aún así apestado levemente a sudor y polvo. La capa del todo
que subsistían por lo bajo en un lugar como ese. Sonríe reparando
el el rostro entre dormido y despierto del chico, de su cara
relajada, de la (lo sabe) inconsciente sonrisa en sus labios
gordezuelos. La estampa del chico sensual saciado por un hombre. No
cree pecar de inmodesto (aunque lo hace y mucho) al reconocerse como
un buen amante, alguien capaz de calentar, mojar y hacer chillar a
cualquiera, que sentiría que se muere entre estertores de orgasmos
pocas veces alcanzados de aquella manera. La sonrisa y el gesto
quedan bien en ese rostro delgado, alargado, de cabello negro
lustroso, algo largo, brillante, la piel suavemente canela oscura,
los hombros que suben a una espalda que luego baja hacia una cadera
estrecha, elevándose nuevamente por un magnífico par de nalgas
jóvenes, redondas y turgentes, que él sabía duritas al tacto. El
borde de aquella pantaletica que usa, porque es una pantaletica azul
que se le hunde entre los glúteos, la poca tela que cubriría ese
triángulo posterior, ocultaba la raja interglútea, que sabe
manchada de esperma. Sonríe más, mientras se estremece de ganas,
subiendo con la mirada desde los pies del chico a sus piernas y
muslos rellenitos y regresando a esa pantaletica que le obsesionaba
(un jovencito en tangas y lencería le encendía la sangre, siempre
había sido así), qué confundido debía estar... Este... ¿cómo
dijo que se llamaba?
En
el bar hablaron un rato después del acercamiento y coqueteo inicial;
si, era un profesional (apenas) trabajando, y cuadraron el trato. Le
sintió tenso, nervioso mientras salían del bar y cruzaban media
calle hasta el motel-ucho, donde su nerviosismo aumentó. No le costó
nada al hombre más adulto, mundano y con experiencia comprender la
naturaleza de esa inquietud, era el chico que no se acostumbraba
todavía a venderse en sórdidos encuentros sexuales, pero también
la confusión de sentirse, de repente, atraído por ese sujeto
masculino y atractivo. Seguramente esperaba que todo fueran negocios,
tal vez desagradables, lo que no esperaba era sentirse atraído por
el cliente, perder el control ante él (y sobre él, sobre su
pulsante guevo llenándole las sensibles y muy estimuladas paredes
del recto). Sobre esa cama vio la confusión y su propia sorpresa al
responder así, a los besos, a las caricias sensuales y sexuales que
buscaban estimularle para que participara y no sólo fuera un objeto,
un agujero para servir de alivio. Y sentirlo, la lujuria, debió
sorprenderle y alarmarle. Pero fue aún más que eso, ser atento y
sensual, saber dónde apretar, lamer, clavar sus dedos despertaron
respuestas interesantes, que él supo interpretar; el chico padecía
necesidades má viejas y profundas, unas que confirmó, sobre él,
tomándole el rostro entre las manos y prácticamente bañandole de
saliva la carita color caramelo mientras besaba, mordía y lamía
cada centímetro cuadrado de la tersa piel. En un momento dado llevó
los labios hacia una de sus orejitas y...
-Eres
una nena tan hermosa... -y le sintió y vio esponjarse, hincharse de
sorpresa y felicidad. El chico quería escuchar eso, sentirse una
dulce nena que experimentaba el placer en brazos de un hombre que la
aceptaba tal cual.
Y
vaya que respondió, reconoce con un estremecimiento y el tolete
endureciéndole dentro del flojo boxer, escapando por la abertura,
acercándose a la cama y dejando caer sobre está la sábana que le
cubría en el pasillo. Tanta lujuria que supo despertar y que le
gustó. Lo sabía un putillo pero... no parecía degradado, barato.
Seguro estaba comenzando, ¡y era tan inexperto! La mamada que le
diera fue buena, pero del resto... La manera en la cual se aferró a
él mientras le penetraba y le susurraba palabritas, la forma en la
cual sus entrañas chupaban y se convulsionaban alrededor de su verga
le indicaron que era apasionado, si, que le gustaba el sexo, aunque
pareciera nunca haberlo experimentado completamente. Que nadie había
sabido despertar su fiera interna. O preocupado por hacerlo. Esa era
su especialidad, sonríe creído de sí, no había quien se le
resistía en cuanto decidía que quería sexo.
-Despierta,
belleza... -sonriendo le susurra con voz grave, profunda, amistosa,
mientras mira una de las piernas, extendiendo los dedos y jugando con
la palma del pie, que se agita y contrae mientras un gruñido quejido
escapa de la boca del chico. Sonríe aún más, mirándole; si,
estaba agotado de manera dulce, por el sexo. Una noche de verdadera
pasión le había dejado agotado y quería dormir en la cama
compartida con el amante, donde todavía podía encontrar su calor y
olor.- Despierta dormilona bella... -sigue el juego, tratarle como el
chico quiere, subiendo con sus dedos, en fila, por la lisa pierna
rumbo al muslo, los ojos, algo brillantes ya, clavados en esas nalgas
tugente que tragaban la suave tela azul de la pantaleta.-
Despierta... -repite con voz más profunda, los dedos subiendo y
bajando en círculo sobre el muslo, sonriendo al notar la piel de
gallina del chico.
-Hummm...
-escapa la queja gemido del chico, que se aferra aún al sueño,
aunque siente corrientazos por toda su piel que parten de los puntos
que frotan esos dedos.
Dedos
que suben más, demarcando la circunferencia de la nalga derecha, y
Eliseo Cabrera se relame el labio inferior, tragando en seco. Mierda,
era tan erótico tocar a un chico de esa manera, sabiendo lo que se
le provocaba. Los dedos van hacia el centro, tocando la suave telita,
metiéndolos finalmente en la raja interglútea.
-Despierta,
bebé. -vuelve a llamar, mirando de aquellas nalgas donde ahora
entierra sus dedos, lentamente, adentro y afuera, a la cara del
chico, que enrojece y se agita, la joven frente algo fruncida.-
Despierta. -insiste cantandito, disfrutando el juego preliminar.
Meter la mano de canto entre las nalgas duritas era excitante,
costaba separarlas, el maravilloso lugar estaba caliente y algo
húmedo todavía (sus cargas de la noche anterior), la telita suave
se sentía bien al tacto, sabiendo que el agujero estaba allí,
siendo recorrido, tocado... estimulado.
El
chico sonríe aún más, perdido en sus sueños pero ahora excitado.
Es joven y tiene la sangre caliente, la caricia en su culo (saber
inconscientemente que es la mano de un machote rudo que estaba
despertándole así) le hace responder, así que sube y baja su
trasero mientras deja escapar gemidos, unos que indicaban que podrían
hacerle de todo en ese momento de sensualidad inducida. Ojos cerrados
sonríe y medio ladea la cara, mordiendo la almohada, cuando esos
dedos dejan de ir y venir sobre su raja interglútea y la punta de
dos se presionan, aún sobre la pantaletica, sobre su culo, empujando
y retirándose, pero dándole cada vez más firme, hasta que su
agujero, lo siente, se abre y algo de dedos y tela parece penetrar.
Si a eso sumaba que su tolete estaba duro contra el colchón, bajo su
propio peso cálido...
Es
cuando algo de cordura entra en su mente. ¡Estaba con un cliente!
Había amanecido en un cuarto de hotel, algo que nunca antes había
hecho. Después de una mamada, o que le dieran por el culo, sujetos
que únicamente se preocupaban de su propio placer (vaciar sus bolas
en aquel acto, con aquel chico), parecían presurosos en retirarse,
cosa que agradecía. Pero este... Abre los ojos color café,
alarmado, encontrándose con la mirada del otro, con su sonrisa en
medio de unos labios rodeados de pelos negros. Medio inclinado. Esos
ojos intensos le robaban la cordura, piensa de manera inquieta, aún
sintiendo esos dedos medio entrar y retirarse de su culo, sobre la
pantaletica. Reacciona para decirle que tiene que irse, que le pague
(nunca olvida hacerlo antes, era arriesgado de otra manera, después
de una mamada cualquiera podría golpearle y correr, especialmente en
un callejón, pero este no le dejó ni pensar) y salir de allí lo
más pronto posible, vistiendo aún la sugestiva ropa que reinaba en
las noches, donde no destacaba o desentonaba tanto. Pero ahora le
tocaría recorrer el paseo de la vergüenza hasta su pieza. Dios, ¿y
si se encontraba con su papá o uno de sus hermanos?
-Tengo
que irme... -jadea alzando el rostro, no apartando en verdad aquellos
dedos de su culo.
-Se
lo que necesitas. -le contradice el otro, sonriendo. Medio inclinado
como estaba, sobándole el culo, y se endereza, su gruesa barra
erecta saludando al chico, cuya cabeza toma con la mano libre,
atrayéndole.
Mira
y sonríe porque, tomado por sorpresa, el joven responde
automáticamente, dejándose llevar, separando los brillantes labios,
posándolos en el glande descubierto, sobre el ojete, cosa que
siempre se siente bien. Halándole otro poco logra que separe todavía
más las mandíbulas, introduciendole la verga, la cual es en seguida
rodeada y presionada por los sedosos labios, toqueteada por la joven
lengua, el ojete siendo recorrido una y otra vez. Y hunde un dedo en
ese culito que titila bajo él y la pantaletica, lo siente, y al
hacerlo, penetrarle con todo y tela, las succiones parecen congelarse
en una eterna chupada mientras un gimoteo escapa de la boquita
ocupada. Sonríe, y empuja y saca el dedo, una y otra vez,
estimulándole, y el joven responde como sabía que haría.
Pensara
lo que pensara minutos antes, el chico parece haberlo olvidado
mientras se siente erizado, caliente de toda su piel y recorrido por
oleada tras oleadas de lujuria. El sabor de esa tranca, sus jugos, el
olor de ese entrepiernas, que percibe ahora que casi mete la nariz
por la abertura del boxer, sumado a ese dedo largo y grueso que entra
y sale de su culo le tienen delirando, desvalido ante el macho que
sabía dónde y cómo hacerlo. Pero la hora...
Algo
debía tener en mente, piensa el hombre al verle con la boca llena de
güevo, mejillas rojas, ojos nublados y algo extraviados cuando los
abre y le mira desde allí, al tiempo que se aleja de la verga,
todavía chupándola mientras va retirando sus labios, dejándola
brillante de saliva y jugos, toda erecta y pulsante. Quería aquello,
pero se retiraba. Se estremece al verle jadear y relamerse el labio
inferior, seguramente de manera inconsciente... viéndose tan putito
y caliente, más cuando se contrae, quisiera o no, al meterle otra
vez el dedo dentro del culo y empujárselo.
-Tengo
que irme, me esperan en... -duda, no gustándole a él mismo su tono
casi de súplica. Tampoco iba a ponerse a contar sus cuitas. Eso no
era asunto de nadie... porque nadie quería escuchar. O ayudar.- Debo
irme.-termina con más firmeza.
-¿Seguro?
-le sonríe, tomándose el güevo con una mano y agitándolo, no era
pomposo, no creía que el suyo fuera la octava maravilla del mundo
(aunque seguro, seguro, estaba entre los primeros veinte; eso sí lo
creía), pero sabe que se mueve bien, sabe excitar, y en ese preciso
instante dicha barra debía parecerle al muchacho la cosa más
hermosa y deseable del mundo, la pieza del hombre que en verdad
encendía todo su cuerpo; eso al tiempo que, el dedo que le tiene
enterrado en el culo se retira y hábilmente aparta la tela de la
pantaleta y en vivo y en directo abre la pequeña boca redonda que
ese ese agujero depilado y lo llena nuevamente con él, los labios
cerrándose alrededor con fuerza. La clara evidencia de cuánto le
gustaba aquello.
-Hummm...
-al chico se le escapa, boca muy abierta, mirada casi suplicante.- En
serio, debo irme...
-Lo
que necesitas es esto. -todavía se burla, tentandole, rozándole la
cara con su barra, notando que aunque se siente indeciso, molesto por
no ser escuchado, mortificado porque incumple alguna obligación
(¿será un cliente madrugador?, se pregunta, sorprendido de sentir
algo de... malestar, como de, sí, como ¿celos?, bien era un hombre
posesivo, no le gustaba que tocaran sus cosas, siempre fue así),
pero dejándose tocar con la punta del brillante y babeante glande.
-Yo...
-comienza de nuevo, mirándole resentido pero como indeciso cuando la
cabecita le roza el labio inferior. Si, en su interior sabe que lo
que más quiere en el mundo es acercar la cara y volver a tragarla;
pero bueno, no es que fuera especial, ¿no?, siempre le había
gustado mamar güevos, se dice para convencerse... Aunque sabe que la
historia no era del todo exacta ni cierta.
-Doble,
te llevarás el doble de lo que ganaste anoche. -le ofrece, sonriendo
tranquilo, reduciéndolo todo a negocios, la excusa que el chico
necesita para quedarse, la codicia.
Todavía
duda, lo sabe, por lo que retira el dedo del culito y lo regresa
acompañado de otro, en rígida fila horizontal, uno al lado del
otro, con la palma de la mano hacia abajo. Lo abre, lo penetra
profundo y los agita en la punta, separándolos y uniendolos,
tijereteándole en las entrañas.
-¡Ahhh...!
-se le escapa al chico, esos dedos en su ir y venir, en sus abridas y
cerradas estaban dándole justo donde era y el tipo parecía saberlo.
Todo su cuerpo se llena de una voluptuosidad aún mayor, ¡y le
ofrecía el doble de la tarifa y...!- Aggg... -se medio ahoga cuando
acerca el rostro y traga nuevamente de aquella barra que babea sobre
su lengua esos licores que siempre le han parecido deliciosos desde
los trece años cuando dio su primera mamada de güevo, todo
nervioso, ansioso, asustado incluso, pero terriblemente excitado. En
cuatro patas en una cama estrecha, chupando güevo, supo que eso era
lo que le gustaba, era lo que deseaba.
Eliseo
sonríe. Sabía que triunfaría. Y ya tejía planes para el muchacho.
El culoncito ese le gustaba bastante.
......
Tan
molesto como va, ni siquiera la contemplación de su rica propiedad
que ha llegado a poseer, contra todo pronóstico (aún su madre, que
en años pasados le pedía mesura ya que la codicia era un pecado y
sonar tanto, “mear fuera del perol”, como ella decía, no era
sano) le distrae o brinda satisfacción esa mañana, como
generalmente ocurre. Esos cinco o diez minutos cuando no piensa en
los problemas que le esperan el resto del día y es feliz en un
estado mental y espiritual nirvánico donde no necesita nada más
(que no le dura un carajo, siempre ocidicia más y más). Al
contrario, en esos momentos odia sentir que todo pierde sentido,
valor, que nada ha valido la pena. Ni siquiera todo eso que lo rodea.
Toma aire, resuelto, y se jura que ese día... un culo echará
sangre.
CONTINÚA ... 3
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