Tan
sólo un chico ocupándose de lo suyo...
...
-Es
perfecto, mamá. -gime el chico, Anthony Johnson, mejor conocido por
todos, por razones que ya nadie recuerda, como Tinito,
escandalosamente alegre, batiendo las manos en medio de la pequeña
estancia que se abría a un gran ventanal por el cual tenía una
vista magnífica de la ciudad. Su delgado rostro todo iluminado.- Es
el apartamento tipo estudio que todo amante del arte necesita para
convertirse en artista.
-La
llave del baño gotea. Y bastante. -señala Ellen, hermana mayor del
joven que apenas llegó a los dieciocho años y ahora quería vivir
por su cuenta; son muy parecidos físicamente, ambos menudos, rubios,
ojos azules claros y alegres, aunque los de ella parecen más
enfocados. El grifo realmente era escandalosos en momentos de
silencio.
-No
eres un artista, cariño; no sabe qué quieres estudiar. -por su
lado, le recuerda Marjorie, la madre, a su retoño. Inquieta. No sólo
le veía muy joven y algo inocente para andar solo por el mundo,
especialmente en esa ciudad grande llena de gente malvada, sino que
no sabía qué quería ser, estudiar o trabajar. Lo veía muy
soñador, como que si pensara que todo el mundo era bueno y amable, o
que todo debía salir bien porque se deseara.- ¡Y estás tan lejos
de casa!
-A
cuarenta minutos, mami.. -rueda él los ojos, un gesto entrañable
que todos le conocen. Delgado, más bien esbelto, parece un poco más
alto de lo que es gracias a la franela ajustada que lleva y el
pantalón bota ancha, ajustado en la cintura, atado con un cinturón
fucsia... como un mechón de pelo, color que cambia cada semana.
-Déjalo,
mamá, que pise tierra. -sonríe Ellen, pero mirándole también con
afecto.
-Lo
sé, ya es un hombre. -jadea esta, temerosa de dejar a su bebé en
semejante lugar... es decir fuera del alcance de su vista, mimos y
cuidados. La frase hace sonreír al cuarto ocupante del inmueble, un
chico alto y sólido, de cabello castaño cortado al estilo militar,
novio de Ellen, quien se pregunta si es que la familia de la joven
estaba ciega.- Bien, cariño, ya sabes lo que dijo tu padre, nada de
relajos, te mudaste para estudiar. Nada de fiestas hasta la
madrugada, drogas, aguardiente o tener esto lleno de mujeres. O tu
papá te quitará el apartamento y te retirará las tarjetas de
crédito. Y eso incluye todos estos muebles que ya has conseguidos.
Dios, ¡me encantan todos esos cojines y esas cortinas!
-¿Verdad
que son bellas? -el chico estalla en una sonrisa feliz a su lado,
madre e hijo casi chocan manos. Les encantaba ir de compras juntos. Y
el novio de Ellen, Damien, vuelve a rodar los ojos, amablemente, pero
esta vez bajo una sonrisa de la joven.
-Me
portaré bien, mamá. ¡Ya me conoces! -asegura el joven con total
seguridad y sinceridad.
-Bien,
bueno... -la mujer duda.- ¿Es la puerta segura? Me pareció algo
frágil y...
-Mamá,
debemos irnos para que Tinito termine de instalarse.
-Sí,
señora, ¿recuerda que iba a mostrarnos el teatro donde usted y el
doctor Johnson se conocieran? -le recuerda Damien, guiñandole un ojo
a Tinito, quien se lo agradece con una sonrisa... inocente
mariconería, le parece. Aunque no era asunto suyo. Ni de nadie, a
decir verdad.
La
mujer quiere hacer eso, hablar del pasado, de cuando ella y su marido
no se perdían una velada de teatros, sinfonías, conciertos y
óperas, no como ahora que este prefería sentarse a leer en su
biblioteca. Se van despidiendo, pero justo a la hora de los abrazos,
Tinito ríe pues ella le rodea el cuello con los brazos y no quiere
soltarle. Es una escena enternecedora y divertida.
El
chico promete llamar, visitar, que su puerta estará siempre abierta
para cuando quieran ir. Besa mucho a su madre, le da un largo abrazo
a su hermana y un cálido apretón de mano a Damien, quien siempre ha
sido amable con él, aunque no íntimo o cercano.
Una
vez a solas, el chico casi hace un puchero. Aunque toma aire
recuperándose. Estaba solo por primera vez en su vida. Pero contaba
con un apartamento situado en un lugar inmejorable, aunque fuera de
una sola habitación, decorado como lo quería, donde podría andar
desnudo si le daba la gana (así lo piensa, sobre la independencia,
él que nunca ha sido realmente presionado por nada ni nadie, como no
fuera una que otra broma malintencionada sobre la ambigua sexualidad
que mostraba). Todo era perfecto en ese lugar... menos la llave que
gotea en el lavamanos del baño. Ahora, a solas, es totalmente
consciente de ella.
Enciende
el costoso equipo de sonido, baila locamente un rato, se prepara algo
de comer y toma una larga ducha con agua caliente, enjabonándose a
conciencia, rasurandose bajo la regadera... todo lo que quiere
rasurarse. El jabón, champú y los geles huelen a flores. Termina,
se peina con los dedos... Y el sonido de la maldita llave que gotea
la distrae. La abre y cierra varias veces, pero sigue goteando.
Joder...
Se
viste con un bermudas a media pierna y una ajustada camiseta color
rosa, le encantaba ese tono, e iba a mirar algo de televisión
arrojándose a su cama, pero el goteo... Suspirando cansino, dudando,
la verdad es que odia molestar, marca el número de la conserje del
inmueble, Greta algo, una mujer de rostro anodino, cara cuadrada,
cabellos negros gruesos, pálida más que blanca, que parecía algo
agotada. O fastidiada. Y ahora él iba a molestarla. Llama y el
teléfono repica y repica.
-¿Alo?
-es la seca contesta de la mujer.
-Eh,
si, yo... soy Tinito, Anthony Johnson, me mudé hoy, hablamos hace
rato. Lamento molestarla pero tengo un problema con una llave que
gotea y... -explica, todo modosito.
-¿Quién
es? -oye una voz masculina detrás.
-Es
el nuevo, le gotea la llave esa del baño. Ya sabes cuál. La que
llevas meses diciendo que vas a reparar y no reparas un carajo. -le
susurra esta.
-Joder,
¿tan nuevo y ya molesta? -gruñe el otro, y Tinito traga saliva.
Deja de escucharles y regresa la voz de la mujer.
-Me
encargaré en seguida.
-No
quiero...
-No
hay problema. -¡y cuelga!
Sintiéndose
culpable, prometiéndose darle una buena propina, la espera. Y
espera. Al fin llaman a la puerta, golpeándola. Todo sonreído casi
salta hacia la puerta, bailandito y abre. Su sonrisa se congela de
confusión.
-¿Si?
-un hombre alto, robusto, treintón, de barba descuidada y cabello
igual, vistiendo una braga de trabajo, le mira con sorpresa también,
de pies a cabeza.
-Vengo
a ver lo de la llave. Soy Greg, el marido de la conserje. -replica el
sujeto con una voz profunda, mirándole fijamente a los ojos, bajando
un tanto el mentón al ser más alto. Sus ojos son verdes y brillan
maliciosos, casi crueles. Y en ese momento vuelve a recorrerle de
pies a cabeza, lentamente, como sacando conclusiones sobre algo.
Agregando con voz más baja.- Tengo entendido que... algo te gotea. Y
necesitas ayuda con eso... pequeño.
CONTINÚA...
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