Qué
momentos…
Armándome
de paciencia para la cola, y que cola, de generosidad para gastar en
esas entradas (nada de chucherías), y lleno de mil deliciosas
expectativas me formé con los sobrinos para entrar al cine. Al fin. Parecía que
nunca llegaría, pero Los Vengadores estaban de vuelta. Tenía tiempo
que no iba a una sala de cine, lo confieso, siempre veo las cintas
por el monitor, pero esta deseaba disfrutarla en la gran pantalla.
Dios, y qué buena fue, una gran película llena de detalles
maravillosos sobre su propio universo. Todos estuvieron geniales, las
actuaciones fueron hermosas si se puede usar la palabra. En la sala
era corriente escuchar risas, exclamaciones de sorpresa, los “mira,
mira”; los “no, no”. ¡Cuando cierto martillo es alzado por
otra mano esos se quería venir abajo! Si, un gran cierre… y sin
embargo no salí satisfecho. Aunque suene a anatema, no me gustó
porque dolió un detalle que en mi opinión es insalvable. A partir
de ese punto, aunque más miraba, y disfrutaba (qué cosa tan
extraña), tan sólo una parte de mí la apreciaba en su totalidad.
De
ser esta otra Venezuela, la vería tan sólo dos o tres veces más en
la gran pantalla (no son los tiempos cuando La Guerra de las
Galaxias, El Imperio Contraataca y El Retorno del Jedi las
transmitían en matiné en el cine de Guarenas, que cada sábado y
domingo estaba yo allí religiosamente); es una buena película, una
gran película (en serio no quiero empañarla, después de todo es
una opinión puramente personal), pero ese detallito me la arruinó.
Todos
tienen que verla. Por cierto, ¿costaba mucho que apareciera el
agente Coulson para el gran final?
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