Indudablemente
tiene su encanto.
En
Caracas, trabajando sobriamente de traje y corbata cada día en la
oficina, pocos podrían imaginar lo apasionado de su naturaleza, lo
caliente de su ser. Desnudo en aquel rincón apartado de la playa era
la viva y hermosa imagen de la lujuria saludable de un macho cabrío.
Uno que era digno de, y debía, ser admirado y adorado. Capaz de
competir con el entorno en encanto natural. Indolente, relajado,
olvidado de todo problema o preocupación se recrea en saberse vivo
bajo los suaves rayos de sol, tocado por la suave caricia del agua
tibia... sabiendo que pronto pasaría algún carajo que se
sorprendería de tal espectáculo, que dudaría hasta que le lanzara
una sonriente mirada, separando las piernas. Y pronto unas manos y
una lengua llegarían, dedos que se meterían y todo lo demás. Lo
tenía sensible y a veces era bueno recibir una buena refregada antes
de volver a su vida ordenancista y ordinaria.
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