Pasan
los años y sigue cautivando...
Hace
tiempo atrás, cuando en Venezuela existía la llamada guerra de los
ratings entre las dos grandes cadenas de televisión nacional, el
sello disquero de una de ellas, Sonorodven, de VENEVISIÓN (cuando
esta no era una vergüenza), produjo un disco de acetato, se
entiende, que fue una maravilla, al menos para mí; JUNTOS. Una
recopilación muy buena de cantantes y temas, y hasta un tanto de
estilos, de voces hispanas. Me encantaba “Tú, sólo tú”, de
Bertín Osbornes, “Juntos”, de Paloma San Basilio, y
especialmente una italiana de la que, confieso, nada sabía hasta ese
momento, Rafaella Carrá y su “Caliente, Caliente”. Esa mujer me
dejó impresionado y enamorado. Fue tal el impacto del tema, y la
cantante, que luego se volvió súper conocida por aquí, siendo
traída muchas veces por VENEVISIÓN a su Sábado Sensacional, cuando
era en verdad una revista musical.
En
ese disco también estaba “Castillos en el aire”, que me parecía
una canción un tanto triste para tal producción. Pero que era un
tema hermoso, que hacía pensar en algún anhelo insatisfecho, alguna
esperanza por cumplir… o un fracaso, un sueño roto. Lo cantaba
Alberto Cortez, y debo confesar que no era mi preferido aunque
escuchara cada vez su canción. No era cosa de saltársele tampoco,
porque contaba con una buena letra.
Es
cuando escucho más tarde “Un cigarrillo, la lluvia y tú” (no
esta versión tan llamativa visualmente), que entendí que el hombre
le cantaba a lo pequeño y cotidiano, pero también a lo grande como
a la vida, su vida. La de cualquiera. Era un artista que te hacía
mirar lo que tenías al frente, lo que ocurría todos los días,
mostrándonos su magia y su belleza, igualmente tu lugar en la
transcendencia. Era un poeta. Y seguirá siéndolo, porque su partida
física no cambiará eso.
Si,
Alberto Cortez, cantautor argentino que se volvió ciudadano del
mundo, falleció la semana pasada, miércoles 27 de marzo, en España,
víctima de una complicación con una hemorragia gástrica, a los
setenta y nueve años de edad. Una verdadera pena. Suya fue la voz de
una rica época en la cual abundaron los poetas de la canción,
también de disconformidad por la vida que por momentos parecía que
se les quería hacer llevar. Siendo argentino que vivió lo que
ocurriera en su nación, no es extraño que cierto tinte de protesta
toque sus temas.
“No
soy de aqui, no soy de allá” fue y es una de sus grandes
producciones, una de las preferidas para mí; esa versión del tema
de Facundo Cabral, a quien le unió una profunda amistad, le quedó
maravillosa. ¿Quién puede escuchar su interpretación y no sentirse
atrapado, subyugado, y quedar pensativo, meditando sobre su propia
vida y su ser?
Que
descanse el paz el hombre, el poeta seguirá alzando vuelo viviendo
en la memoria de los pueblos.
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