Todavía
duda, algo afligido por los cambios en su vida, especialmente con sus
amigos que ahora le trataban con mano firme, exigentes, casi... casi
crueles. A veces. Diciéndole en todo momento que tenía que recordar
que no era un hombre, no como todos al menos; que era un puto, una
perra, y que mientras más pronto lo asimilara y admitiera, dejando
de sentir tontos temores o verguenzas, sería más feliz como zorra
realizada. Lo duda. A veces, pero... Todo cambió tres días antes,
cuando se tomaba unas cervezas con esos dos carajos en una tasca y se
acercó un sujeto desconocido, que le miraba de manera intensa,
mostrando una erección bajo su pantalón. Atrapándole por el cuello
de la camisa le alzó, violento, sorprendiendo a todos. Diciéndole
con un tono que le erizo: “La tengo dura desde que te vi, marica,
tu olor a hembra me afectó. Ahora tienes que chupármela”. Lo dijo
alto, frente a los otros dos, arrastrándole al baño, a pesar de
resistirse, arrojándole en un privado, puerta abierta, sobre sus
rodillas.
Quiso
discutir, pelear, pero cuando se la sacó, a centímetros de su
rostro... No, no sabe qué pasó, tan sólo que tragó y chupó
vehemente hasta terminar bebiendo esperma por primera vez en su vida
y con la cara chorreada. Los amigos mirando. Todo en su vida
cambiando. Ahora esos amigos querían acelerar lo que ese tipo en ese
baño dijo que debía ser su camino para transformarse en el terror
de las braguetas, el marica más grande de la cuadra. Y miren que se
aplicaban a ello el par de amigos desgraciados. Pero, claro, en el
fondo no les engañaba. Era tan feliz sobre sus pollas que hasta un
ciego lo vería, en plena noche, a la distancia y a la luz de una
pequeña vela… que si la tuvieran tal vez también se la metieran.
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