miércoles, 22 de mayo de 2019

VICENTE FERNANDEZ EN EL FOGON

CANTA Y NO LLORES
   Culpo al que le preguntó por su salud...

   Dicen que cuando uno no tiene nada bueno que decir, o inteligente, lo mejor es quedarse callado... pero no podemos llegar a tanto. Porque el punto es qué consideran los demás que “es demasiado”. Hace no mucho, esa gloria de la música romántica latinoamericana en general, mexicana en particular, don Vicente Fernández, se metió en un vaporón por abrir la boca (dijo tan poco y alteró tanto, qué talento). Cuando en Facebook vi una foto suya, con un comentario malencarado, me pregunté ¿qué barbaridad habrá cometido? La gente de cierta edad, famosa, después de un tiempo como que sólo sale reseñada por algo malo, o por graves problemas de salud. Se podría decir que fue mitad y mitad. ¿Confirmando la regla? Eso deprime.

   En un programa de televisión sobre el espectáculo, preguntado sobre su salud, el cantante dijo que atravesaba problemas, que necesitaba un trasplante de hígado pero no quería hacérselo, no quería un órgano de nadie más. Y si tan sólo hubiera sido eso, no habría levantado tanto polvo, pero lo que sostuvo fue: “Me querían poner un hígado de otro cabrón y les dije: 'Yo no me voy a dormir con mi mujer con el hígado de otro güey’. No sé si era homosexual o drogadicto”. Y uno ya imagina el silencio que se hizo, las miradas puyudas de los presentadores, entre ellos, y las redes sociales ardiendo en justiciera condena.

   Dicen que ha recibido críticas de medio mundo por sus “polémicas declaraciones”. En Facebook había quienes opinaban “de la que se salvó ese hígado”, otros agregaban que si eso quería, que se muriera pues. Pero, en este caso, me parece que se exagera mucho y me pongo de lado del cantante. No en su miedo irracional y algo pueblerino hacia un transplante (que es lo que en verdad se nota en sus declaraciones, así como el miedo a que algo de la personalidad del donante se le pase); repito, pura ramplonería de un mundo donde la gente cree en mitos, pero también habla de una persona que no se limita a la hora de expresar sus convicciones de toda una vida. No es un muchacho, es un hombre hecho y derecho en un país machista que ha vivido toda su vida siendo quien es, consolidando y madurando su personalidad. Escuchando toda su vida, seguramente, que los hombres son hombres y se comportan de cierta manera. Fue el mundo donde creció y es lo que cree. No de buena ni mala fe, es lo que es, la suma de sus años y sus experiencias, notándose que sí, que dice lo que siente. Alguien con más malicia o con ganas de dar siempre la cara que toca a las galerías, habría dicho algo diferente o se queda callado. Él no, porque seguramente no pensaba estar haciendo nada malo. La gente de cierta edad tiene sus valores y creencias, y aunque guarde silencio a veces para no ofender, siguen pensando lo que creen. O, como en este caso, lo dice.
   Hay que señalar, porque toca, que a esa otra gloria mexicana, uno de los artistas más universales de un país que ha dado tantos, Juan Gabriel, también le tocó encarar el México y su tiempo cuando lo vivía. ¿U olvidamos cómo los mariachis lograron que, legalmente, se le prohibiera a Juanga que se vistiera como tal, sintiéndose picados cada vez que le veían con el traje?
   Siempre recuerdo cuando Brokeback Mountain, la película protagonizada por Heath Ledger y Jake Gyllenhaal era un éxito de crítica y asistencia a los cines, llegando a ser nominada a Mejor Película para los Oscar, Tony Curtis, uno de los jueces, dijo que su voto no lo tendría; admitiendo que no había visto la película de los vaqueros maricones pero que ya la había juzgado y condenado según sus valores. La falta de criterio es de quien pone a gente así a elegir independientemente de todo prejuicio, pero ese es otro asunto. La gente es lo que la gente es, especialmente llegada a cierta edad, momento cuando hasta las ideas se endurecen como arterias, y eso que Tony Curtis protagonizó varias décadas atrás una de las escenas más gay del cine norteamericano de todos los tiempos, en Spartacus, en una época cuando no era tan frecuente, por lo tanto siendo tan llamativa. Seguramente la edad no le dejaba recordarlo en esos momentos.


   ¿Prejuicio?, claro; se es quien se es, aunque con este tema también hay otro ingrediente, miedo a no parecer lo suficientemente machos. Cuando se habla sobre homosexualidad, muchos parecieran temer no sólo mostrar su parecer porque al hacerlo no vaya y confunda a los demás y le crean “raro”; que se les considere, aunque sea por un segundo, gay. O que algo se les pegue por imitación. Hay quienes de verdad lo temen, y les irrita por ejemplo que un hijo les diga “papi” porque no es algo que diría un varoncito (si, todavía ocurre). Así de simple.
   Hace años, cuando en Venezuela comenzaba la pesadilla del socialismo, el difunto Hugo Chávez Frías se la pasaba hablando y aburriendo a todos contando maravillas de un libro que le encantaba, cuyo título citaba a cada hora, El Oráculo del Guerrero; hasta que alguien le dijo que el autor era homosexual (Lucas Estrella) y todo parece que le comenzó a sonarle extraño, como aquello de “...Báñame la cara con su aliento perfumado, enreda tu crin en mi cabello, déjame cabalgarte, bestia adorada, y ensártame de un solo golpe…”, descartándolo de sus citas y viéndose en el apuro de cambiar de tema cada vez que le preguntaban de ahí en adelante. Para muchos este es un miedo visceral, del cual, defenderse, puede enredarle en pantanos que una persona pública, que habla y habla por los medios de comunicación, evita. No vaya y sea que se hunda en alquitrán como otro dinosaurio cualquiera. Pero tampoco deseando que se le asocie con la idea.
   Vicente Fernández no es una mala persona, es una gloria de la música, condenarle porque tiene su edad y piensa lo que piensa, peor, que lo dice como si uno tuviera derecho a expresar lo que siente suena a intransigencia. Y de las absurdas, así le guste a unos, le moleste a otros. ¿Pide este señor que apaleen homosexuales, que los expulsen de la sociedad, que se les encierre? No, y eso si es activismo en contra. Seguramente sus hijos y sus nietos miran el mundo de manera distinta, no temen a un trasplante, saben que no hay riesgos de adquirir personalidad a través de ellos, viéndolo como un procedimiento médico normal, y no reprueban a los gay (algo que ignoro, claro), porque a ellos les tocó vivir otro momento.

   No hay que ser tan intolerantes.  

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