Tenerlo
todo... ¿se puede? ¿Hace feliz?
......
Mismo
con el cual, una vez, ebrio... se había besado. Gustándole mucho en
el momento. Toma aire de manera profunda, incómodo, dividido en sus
sentimientos. Si, le gustó no puede negárselo a sí mismo. Pero el
mismo recuerdo le quema la cara con el conocido disgusto y
culpabilidad… Bien, decían que todo hombre experimentaba algo
parecido en la adolescencia, cierta atracción hacia los amigos, el
tocarse, el masturbarse juntos; a él no le pasó. Tal vez ese era el
momento que le tocaba... Aunque, en verdad nunca esperó vivirlo y
más bien está convencido que habría sido mejor así. Sin momentos
gay en su vida.
Fue
un diciembre (claro, esas cosas pasan cuando hay demasiada caña de
por medio), Elena tenía poco de haber muerto, y la lloraba.
Alejándose por un momento de su asistente personal, Gabriela...
Estar a su lado, dejarse consolar por ella le llenaba de culpa,
porque había recurrido en el sentido bíblico y afectivo a la
hermosa mujer mientras su mujer menguaba de manera lenta, dolorosa y
frustrante por culpa de esa maldita enfermedad. Para cubrir ese
momento, estaba él, su amigo Ricardo...
Y
en su inmundamente pequeño apartamento había bebido bastante,
rabioso contra el mundo y contra Dios (¿cómo una mujer joven,
hermosa y tan buena como Elena tuvo que pasar por todo eso cuando a
gente desgraciada y mil veces canalla no le pasaba nada?), mientras
afuera se escuchaban los gritos, las felicitaciones, la música del
año viejo que moría, la algarabía por el que llegaba, en medio de
una situación que ya iba haciéndose difícil. Años antes Caracas
se llenaba de música por los cuatro costados, el cielo se iluminaba
como el día con fuegos artificiales, las personas iban de casa en
cada, de apartamento en apartamento, visitando, dando el feliz años,
comiendo, brindando y bailando.
En
medio de ese sentimiento apagado, deprimido, sintiéndose culpable
por las maneras en las cuales le había fallado a Elena (y no por
Gabriela, la joven todavía no significaba tanto en ese momento, ni
fue la carne lo que la empujó a ella), sino por todo. Estaba
convencido de que nunca la hizo feliz, a la buena de Elena, la mujer
silente, hermosa e inteligente. La amiga cabal. La socia. La amante.
La casi madre en sus sentimientos. Y mientras lo pensaba se sentía
peor aunque no quería caer en ello. Deseaba evadirse, distraerse. Y
para eso estaba el otro, el ocurrente Ricardo, sentado a su lado en
el sofá, casi hombro con hombro, sus piernas chocando, pegadas,
unidos, él, siendo más alto, prácticamente apoyado en el muslo del
otro. Tan ebrio como él. Algo que no era extraño entre ellos, las
borracheras (el otro era bajito pero tragaba como barril sin fondo),
o que prácticamente viviera uno en el bolsillo de atrás del otro.
La amistad, la intimidad afectiva que le unía al otro era algo que
nunca había sabido explicarse. El por qué le agradaba tanto ese
sujeto bajito, mal hablado y mal pensado, de mal genio, incapaz de
cerrar la boca a la hora de exponer sus pensamientos, y sin embargo
terriblemente decente, honrado, leal y afectuoso. Cariñoso de una
manera ruda a veces, pero real.
Este
se veía casi adormilado de tanto whisky mientras hablaba, con mala
cara, sobre su fracaso como jugador de béisbol, en la secundaria,
por su tamaño, esgrimiendo aquello de que era una injusticia que se
le negreara por eso, ¿acaso Omar Vizquel no era bajito y flaco, y no
fue no recordaba cuántas veces Guante de Oro en las Grandes Ligas?
Escuchándole, por primera vez esa noche vieja que moría, se sintió
un poco mejor. Era fácil molestarle bromeando sobre su tamaño,
mientras bebían y bebían.
-Al
menos podías de mascota, ¿no? Debiste intentarlo en lugar de irte
por el periodismo. Mucha gente lo habría agradecido. -bromeó,
mirándole al lateralizar el rostro.
-¿Me
llamas payaso? ¿O enano? -ya estaba cabreado, pero entendió que era
sólo medio real, que había mucho de fingido, aún en ese momento,
casi dormido de borracho, Ricardo quería alegrarle, distraerle.
-Claro
que no, para ser payaso tendrías que ser gracioso, ¿no?
-Oh,
eres tan ingenioso, Simanca. -fingió una risa elocuentemente falsa.-
Tener tanto dinero y gente contratada para reirte las tonterías no
debe llevarte a creer que en verdad tienes un gramo de...
Este,
mirándole, contraatacaba. Animándole. Fue cuando, sin saber de
dónde salió eso, ladeó aún más el rostro, bajándolo y cubriendo
con la boca los gorditos labios del amigo, que estaban húmedos,
tibios, que sabían a whisky, y cerró un poco los suyos sobre el
inferior de este. Con el corazón latiéndole fuerte, ¿qué coño
había hecho?, ¿que tal si Ricardo...? Estaba listo para el rechazo,
pero no se apartó. Cuando los labios de un tenso Ricardo fueron
relajándose poco a poco, como si hubiera sido tomado por sorpresa
pero no espantado, y los separa un tanto no necesita más. Funde su
boca con la del amigo, su lengua proyectándose y entrando, con toda
y su saliva caliente y el aguardiente, encontrando la de este,
tocándola y lamiéndola, sintiendo las caricias de respuesta.
Sus
narices estaban tan cercas que sus alientos se mezclaron. Y sintió
algo en sus pelotas, en su tolete. Cuando la mano de Ricardo se posó
a un lado de su rostro, caliente como no recordaba en esos momentos
otra mano, tembló todo, y se le fue encima en ese mueble,
derribándole hacia atrás, besándole y besándole, lamiéndole la
lengua, mordisqueándosela por ratos. Casi sin tomar aire. Todo
girando alrededor... Y no recuerda más. Se dice ahora, cara roja,
alzando el sánguche y mordiendo con fuerza.
Al
otro día, cuando amanecieron sentados allí, uno contra el otro,
Ricardo no recordó nada, tan sólo se quejó de dolor de cabeza y de
náuseas. De hecho corrió al cuarto de baño a vomitar de una manera
escandalosa, parecía que quería deshacerse no sólo del estómago
sino también de un pulmón, o de los dos, para luego gemir y
lamentarse, llamando a la muerte para que le liberara de ese
tormento. Demostrando poca consideración, ya que todo había
comenzado por la muerte de Elena, a quien recordó con renovada
verguenza. La verda fue que, en ese momento, él tampoco recordó
mucho, tan sólo una sensación vaga, fugaz. A los días lo hizo y
sintió miedo, aprensión.
Pero
Ricardo nunca lo recordó... Lo que, sí debía ser sincero, siempre
le molestó un poco. ¿Acaso alguien podía olvidar sus besos? Sonríe
con una mueca. Aparentemente el enano siniestro si podía. O... tal
vez le gustaba otro tipo de hombre. Pensamiento que le irritaba
aunque luchaba contra ello. Después de todo, ¿qué coño podía
importarle no ser el tipo del enano ese?
......
-Por
Dios, es muy temprano para eso, ¡dejen dormir! -grita alguien
golpeando la pared del cuarto de motel, haciendo sonreír a Eliseo
Cabrera.
O
todo lo que puede mientras tiene el rostro enterrado entre las
turgentes nalgas del muchacho (Eddie, le había recordado este poco
antes, cuando se lo preguntara al sacarle el güevo de la boca),
chupándole de manera impresionante el culo. Y una lengua entrándote
por el agujero, unos labios cerrándose sobre los pliegues anales,
era algo que pocos carajos podían resistir si se hacía bien, y
menos cuando lo hacía alguien como él, se dice con una total falta
de modestia. Así que era normal que el chico se estremeciera sobre
la cama, tensando los músculos de la espalda, nalgas y piernas,
estando de panza, mirándole sobre un hombro con ojos de torturado,
mientras le tiene las caderas montadas sobre dos almohadas, alzándole
el trasero, la pantaleta por debajo de las bolas, las nalgas
separadas con los pulgares y enterrándole la lengua.
-Ahhh...
-el chico gime, estremeciéndose más, meciendo el cuerpo de adelante
atrás, necesitado de frotar su propio miembro duro, pero también
buscando algo de alivio a la tensa excitación que tiene. Ese hombre
le quema con su aliento, esa barba le raspa, esa lengua...
Era
caliente, reptante y estaba cogiéndole prácticamente con ella como
si fuera un dedo. Ese culito temblaba y se abría bajo su acción,
demostrando que lo hacía bien y que el otro lo estaba disfrutando.
Si, había aflojado muchos culos de aquella manera... Mira el reflejo
en el espejo del viejo mueble en un rincón (imagina que puesto allí
como agregado sexual, aunque se veía sucio y polvoriento), y se
complace del cuadro que encuentra reflejado.
Arrodillado
e inclinado hacia adelante, entre la piernas del chico, comiéndole
el culo abierto y expuesto, que tiembla, se abre y se cierra, del
cual mana saliva espesa, él totalmente desnudo, su largo y grueso
tolete colgando tieso como una lanza, goteando sus jugos también,
contrastando con el guapo joven que se agita y gime sobre esa cama.
Un hombre comiéndole el culo a un chico, un hombre hecho y derecho
enloqueciendo sexualmente a uno más joven, uno que creía saber lo
que era el sexo pero que no había experimentado la penetrada de una
lengua osada, el agarre firme de un hombre que goza del sexo, sí,
pero también de controlar sexualmente a cierto nivel.
Eliseo
sonríe al retirar su lengua, notando ese culito sufriendo espasmos
como de necesidad, ese enrojecer tembloroso mientras lentamente
mordisquea de una nalga a la otra, raspando la sensible piel con su
barba, deteniéndose a dos centímetros de ese horno que era el
agujero titilante y soplar suavemente, para verlo abrirse y cerrarse,
y al chico tensarse todavía más en la cama, sobrepasado por la
lujuria. Todo eso le encanta.
No
era un tipo malo, cruel o dominante, aunque sabía que le gustaba ser
algo controlador; no era un demente abusador. Le gustaba participar,
hacer disfrutar a la otra persona del momento que compartían; o
personas, porque es lo suficientemente corrido para haber
experimentado el haber estado con dos jóvenes a quienes pusiera a
chillar una vez sobre una cama con un consolador de dos puntas. Si,
todo eso lo ha hecho, preocuparse por el goce de otros, pero el suyo
era más importante, ¿qué se le iba a hacer? Y enloquecerlos,
obligarlos a responder de manera perdida, tenerles frenético era
algo que le encantaba. Como ahora, cuando vuelve a enterrar la cara
ensalivada entre esas nalgas y azota el ojete anal que se abre y le
da la bienvenida. Metiéndosela otra vez, con chasquidos de chupadas.
-Tienes
el coñito mojado, nena. -le dice ronco, riente, tratándole como
sabe que el otro quiere, medio mordiéndole otra vez una nalga.
Oyéndole gemir, viéndole estremecerse, sabiéndole bien caliente.
Listo para...- Tu coño de hembra caliente está enloqueciéndome...
-agrega listo para pasar a otro plano.
La
gruesa punta de un dedo se apoya sobre el rojo e hinchado ojete,
presionando suave, sin penetrar, pero lo suficiente para que el chico
sepa lo que viene y se tense, expectante, ganado por la lujuria, algo
que un “profesional” pocas veces, por no decir nunca, se permitía
(¿una puta chillando de ganas por un cliente?, ¿dónde se ha
visto?), y lo va clavando. La punta empuja los pliegues anales,
lampiños, penetrando atormentadoramente lento, desapareciendo la
uña, el esfínter cerrándose salvaje sobre él, no para pararlo,
sino necesitado de sentirlo. Y lo medio saca, luego empuja, con una
falange metida comienza el saca y mete, rotándolo, únicamente
frotándole la entrada y el chico chilla, alzando el culo, como
buscando metérselo. Algo que el hombre sabe es instintivo,
automático. Y se lo entierra, centímetro a centímetro, doblando la
punta hacia abajo, apuntándole a la...
-¡Ahhh...
ahhh...! -Eddie chilla, babeando, dominado por las ganas.
-¿Te
gusta que juegue con tu coño apretado, dulce y mojado, preciosa?
-pregunta, para atacarle por todos lados en todos sus sentidos, al
tiempo que comienza un saca y mete del dedo. Dios, había algo tan
increíblemente erótico en aquello, en meterle, saber que se le
mete, ver que se le mete el dedo a otro carajo por el culo y que este
se tensa, jadea y lo desea. Tener su culo penetrado así...
Lo
saca y lo mete con más rapidez, en un momento dado lo retira
empujando hacia abajo, dejándoselo como una boquita temporalmente
abierta, para luego clavarle dos dedos gruesos, largos y peludos, que
se hunden como cuchillos calientes penetrando mantequilla suave.
Sonríe torvamente mirando de aquel culito de tersas nalgas que se
agitan y contraen, a esa carita que cae sobre la cama, todavía
mirándole, jadeando largamente mientras las entrañas se le ponen
más y más calientes.
-Voy
a preñarte ahora mismo, preciosa... Quiero preñarte.
CONTINÚA ... 6
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