sábado, 25 de mayo de 2019

LOS HEREDEROS... 5

LOS HEREDEROS                         ... 4
   Tenerlo todo... ¿se puede? ¿Hace feliz?
......

   Mismo con el cual, una vez, ebrio... se había besado. Gustándole mucho en el momento. Toma aire de manera profunda, incómodo, dividido en sus sentimientos. Si, le gustó no puede negárselo a sí mismo. Pero el mismo recuerdo le quema la cara con el conocido disgusto y culpabilidad… Bien, decían que todo hombre experimentaba algo parecido en la adolescencia, cierta atracción hacia los amigos, el tocarse, el masturbarse juntos; a él no le pasó. Tal vez ese era el momento que le tocaba... Aunque, en verdad nunca esperó vivirlo y más bien está convencido que habría sido mejor así. Sin momentos gay en su vida.

   Fue un diciembre (claro, esas cosas pasan cuando hay demasiada caña de por medio), Elena tenía poco de haber muerto, y la lloraba. Alejándose por un momento de su asistente personal, Gabriela... Estar a su lado, dejarse consolar por ella le llenaba de culpa, porque había recurrido en el sentido bíblico y afectivo a la hermosa mujer mientras su mujer menguaba de manera lenta, dolorosa y frustrante por culpa de esa maldita enfermedad. Para cubrir ese momento, estaba él, su amigo Ricardo...

   Y en su inmundamente pequeño apartamento había bebido bastante, rabioso contra el mundo y contra Dios (¿cómo una mujer joven, hermosa y tan buena como Elena tuvo que pasar por todo eso cuando a gente desgraciada y mil veces canalla no le pasaba nada?), mientras afuera se escuchaban los gritos, las felicitaciones, la música del año viejo que moría, la algarabía por el que llegaba, en medio de una situación que ya iba haciéndose difícil. Años antes Caracas se llenaba de música por los cuatro costados, el cielo se iluminaba como el día con fuegos artificiales, las personas iban de casa en cada, de apartamento en apartamento, visitando, dando el feliz años, comiendo, brindando y bailando.

   En medio de ese sentimiento apagado, deprimido, sintiéndose culpable por las maneras en las cuales le había fallado a Elena (y no por Gabriela, la joven todavía no significaba tanto en ese momento, ni fue la carne lo que la empujó a ella), sino por todo. Estaba convencido de que nunca la hizo feliz, a la buena de Elena, la mujer silente, hermosa e inteligente. La amiga cabal. La socia. La amante. La casi madre en sus sentimientos. Y mientras lo pensaba se sentía peor aunque no quería caer en ello. Deseaba evadirse, distraerse. Y para eso estaba el otro, el ocurrente Ricardo, sentado a su lado en el sofá, casi hombro con hombro, sus piernas chocando, pegadas, unidos, él, siendo más alto, prácticamente apoyado en el muslo del otro. Tan ebrio como él. Algo que no era extraño entre ellos, las borracheras (el otro era bajito pero tragaba como barril sin fondo), o que prácticamente viviera uno en el bolsillo de atrás del otro. La amistad, la intimidad afectiva que le unía al otro era algo que nunca había sabido explicarse. El por qué le agradaba tanto ese sujeto bajito, mal hablado y mal pensado, de mal genio, incapaz de cerrar la boca a la hora de exponer sus pensamientos, y sin embargo terriblemente decente, honrado, leal y afectuoso. Cariñoso de una manera ruda a veces, pero real.

   Este se veía casi adormilado de tanto whisky mientras hablaba, con mala cara, sobre su fracaso como jugador de béisbol, en la secundaria, por su tamaño, esgrimiendo aquello de que era una injusticia que se le negreara por eso, ¿acaso Omar Vizquel no era bajito y flaco, y no fue no recordaba cuántas veces Guante de Oro en las Grandes Ligas? Escuchándole, por primera vez esa noche vieja que moría, se sintió un poco mejor. Era fácil molestarle bromeando sobre su tamaño, mientras bebían y bebían.

   -Al menos podías de mascota, ¿no? Debiste intentarlo en lugar de irte por el periodismo. Mucha gente lo habría agradecido. -bromeó, mirándole al lateralizar el rostro.

   -¿Me llamas payaso? ¿O enano? -ya estaba cabreado, pero entendió que era sólo medio real, que había mucho de fingido, aún en ese momento, casi dormido de borracho, Ricardo quería alegrarle, distraerle.

   -Claro que no, para ser payaso tendrías que ser gracioso, ¿no?

   -Oh, eres tan ingenioso, Simanca. -fingió una risa elocuentemente falsa.- Tener tanto dinero y gente contratada para reirte las tonterías no debe llevarte a creer que en verdad tienes un gramo de...

   Este, mirándole, contraatacaba. Animándole. Fue cuando, sin saber de dónde salió eso, ladeó aún más el rostro, bajándolo y cubriendo con la boca los gorditos labios del amigo, que estaban húmedos, tibios, que sabían a whisky, y cerró un poco los suyos sobre el inferior de este. Con el corazón latiéndole fuerte, ¿qué coño había hecho?, ¿que tal si Ricardo...? Estaba listo para el rechazo, pero no se apartó. Cuando los labios de un tenso Ricardo fueron relajándose poco a poco, como si hubiera sido tomado por sorpresa pero no espantado, y los separa un tanto no necesita más. Funde su boca con la del amigo, su lengua proyectándose y entrando, con toda y su saliva caliente y el aguardiente, encontrando la de este, tocándola y lamiéndola, sintiendo las caricias de respuesta.

   Sus narices estaban tan cercas que sus alientos se mezclaron. Y sintió algo en sus pelotas, en su tolete. Cuando la mano de Ricardo se posó a un lado de su rostro, caliente como no recordaba en esos momentos otra mano, tembló todo, y se le fue encima en ese mueble, derribándole hacia atrás, besándole y besándole, lamiéndole la lengua, mordisqueándosela por ratos. Casi sin tomar aire. Todo girando alrededor... Y no recuerda más. Se dice ahora, cara roja, alzando el sánguche y mordiendo con fuerza.

   Al otro día, cuando amanecieron sentados allí, uno contra el otro, Ricardo no recordó nada, tan sólo se quejó de dolor de cabeza y de náuseas. De hecho corrió al cuarto de baño a vomitar de una manera escandalosa, parecía que quería deshacerse no sólo del estómago sino también de un pulmón, o de los dos, para luego gemir y lamentarse, llamando a la muerte para que le liberara de ese tormento. Demostrando poca consideración, ya que todo había comenzado por la muerte de Elena, a quien recordó con renovada verguenza. La verda fue que, en ese momento, él tampoco recordó mucho, tan sólo una sensación vaga, fugaz. A los días lo hizo y sintió miedo, aprensión.

   Pero Ricardo nunca lo recordó... Lo que, sí debía ser sincero, siempre le molestó un poco. ¿Acaso alguien podía olvidar sus besos? Sonríe con una mueca. Aparentemente el enano siniestro si podía. O... tal vez le gustaba otro tipo de hombre. Pensamiento que le irritaba aunque luchaba contra ello. Después de todo, ¿qué coño podía importarle no ser el tipo del enano ese?
......

   -Por Dios, es muy temprano para eso, ¡dejen dormir! -grita alguien golpeando la pared del cuarto de motel, haciendo sonreír a Eliseo Cabrera.

   O todo lo que puede mientras tiene el rostro enterrado entre las turgentes nalgas del muchacho (Eddie, le había recordado este poco antes, cuando se lo preguntara al sacarle el güevo de la boca), chupándole de manera impresionante el culo. Y una lengua entrándote por el agujero, unos labios cerrándose sobre los pliegues anales, era algo que pocos carajos podían resistir si se hacía bien, y menos cuando lo hacía alguien como él, se dice con una total falta de modestia. Así que era normal que el chico se estremeciera sobre la cama, tensando los músculos de la espalda, nalgas y piernas, estando de panza, mirándole sobre un hombro con ojos de torturado, mientras le tiene las caderas montadas sobre dos almohadas, alzándole el trasero, la pantaleta por debajo de las bolas, las nalgas separadas con los pulgares y enterrándole la lengua.

   -Ahhh... -el chico gime, estremeciéndose más, meciendo el cuerpo de adelante atrás, necesitado de frotar su propio miembro duro, pero también buscando algo de alivio a la tensa excitación que tiene. Ese hombre le quema con su aliento, esa barba le raspa, esa lengua...

   Era caliente, reptante y estaba cogiéndole prácticamente con ella como si fuera un dedo. Ese culito temblaba y se abría bajo su acción, demostrando que lo hacía bien y que el otro lo estaba disfrutando. Si, había aflojado muchos culos de aquella manera... Mira el reflejo en el espejo del viejo mueble en un rincón (imagina que puesto allí como agregado sexual, aunque se veía sucio y polvoriento), y se complace del cuadro que encuentra reflejado.

   Arrodillado e inclinado hacia adelante, entre la piernas del chico, comiéndole el culo abierto y expuesto, que tiembla, se abre y se cierra, del cual mana saliva espesa, él totalmente desnudo, su largo y grueso tolete colgando tieso como una lanza, goteando sus jugos también, contrastando con el guapo joven que se agita y gime sobre esa cama. Un hombre comiéndole el culo a un chico, un hombre hecho y derecho enloqueciendo sexualmente a uno más joven, uno que creía saber lo que era el sexo pero que no había experimentado la penetrada de una lengua osada, el agarre firme de un hombre que goza del sexo, sí, pero también de controlar sexualmente a cierto nivel.

   Eliseo sonríe al retirar su lengua, notando ese culito sufriendo espasmos como de necesidad, ese enrojecer tembloroso mientras lentamente mordisquea de una nalga a la otra, raspando la sensible piel con su barba, deteniéndose a dos centímetros de ese horno que era el agujero titilante y soplar suavemente, para verlo abrirse y cerrarse, y al chico tensarse todavía más en la cama, sobrepasado por la lujuria. Todo eso le encanta.

   No era un tipo malo, cruel o dominante, aunque sabía que le gustaba ser algo controlador; no era un demente abusador. Le gustaba participar, hacer disfrutar a la otra persona del momento que compartían; o personas, porque es lo suficientemente corrido para haber experimentado el haber estado con dos jóvenes a quienes pusiera a chillar una vez sobre una cama con un consolador de dos puntas. Si, todo eso lo ha hecho, preocuparse por el goce de otros, pero el suyo era más importante, ¿qué se le iba a hacer? Y enloquecerlos, obligarlos a responder de manera perdida, tenerles frenético era algo que le encantaba. Como ahora, cuando vuelve a enterrar la cara ensalivada entre esas nalgas y azota el ojete anal que se abre y le da la bienvenida. Metiéndosela otra vez, con chasquidos de chupadas.

   -Tienes el coñito mojado, nena. -le dice ronco, riente, tratándole como sabe que el otro quiere, medio mordiéndole otra vez una nalga. Oyéndole gemir, viéndole estremecerse, sabiéndole bien caliente. Listo para...- Tu coño de hembra caliente está enloqueciéndome... -agrega listo para pasar a otro plano.

   La gruesa punta de un dedo se apoya sobre el rojo e hinchado ojete, presionando suave, sin penetrar, pero lo suficiente para que el chico sepa lo que viene y se tense, expectante, ganado por la lujuria, algo que un “profesional” pocas veces, por no decir nunca, se permitía (¿una puta chillando de ganas por un cliente?, ¿dónde se ha visto?), y lo va clavando. La punta empuja los pliegues anales, lampiños, penetrando atormentadoramente lento, desapareciendo la uña, el esfínter cerrándose salvaje sobre él, no para pararlo, sino necesitado de sentirlo. Y lo medio saca, luego empuja, con una falange metida comienza el saca y mete, rotándolo, únicamente frotándole la entrada y el chico chilla, alzando el culo, como buscando metérselo. Algo que el hombre sabe es instintivo, automático. Y se lo entierra, centímetro a centímetro, doblando la punta hacia abajo, apuntándole a la...

   -¡Ahhh... ahhh...! -Eddie chilla, babeando, dominado por las ganas.

   -¿Te gusta que juegue con tu coño apretado, dulce y mojado, preciosa? -pregunta, para atacarle por todos lados en todos sus sentidos, al tiempo que comienza un saca y mete del dedo. Dios, había algo tan increíblemente erótico en aquello, en meterle, saber que se le mete, ver que se le mete el dedo a otro carajo por el culo y que este se tensa, jadea y lo desea. Tener su culo penetrado así...

   Lo saca y lo mete con más rapidez, en un momento dado lo retira empujando hacia abajo, dejándoselo como una boquita temporalmente abierta, para luego clavarle dos dedos gruesos, largos y peludos, que se hunden como cuchillos calientes penetrando mantequilla suave. Sonríe torvamente mirando de aquel culito de tersas nalgas que se agitan y contraen, a esa carita que cae sobre la cama, todavía mirándole, jadeando largamente mientras las entrañas se le ponen más y más calientes.

   -Voy a preñarte ahora mismo, preciosa... Quiero preñarte.

CONTINÚA ... 6

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