Tenerlo
todo... ¿se puede? ¿Hace feliz?
......
Escucharlo
gemir le excita, porque le gusta saber que hace delirar a sus
“perras”, aunque no lo pensara de manera despectiva. Para él una
perra era un chico tan caliente que era capaz de todo por
experimentar ese momento de sensualidad y sexualidad. Y él sabía
cómo guiarles hasta allí. Era un faculto para tales menesteres,
para hacer gozar con un güevo bien metido por el culo, se dice
sonriendo. Disfrutando de oirle lloriquear perdida toda cordura y
control. Se pregunta cuántos carajos habrían disfrutado de su
“concha” en la escuela, por ejemplo. ¿La exhibiría consciente o
inconscientemente en los vestuarios a la hora de la gimnasia?
Culoncito, de mirada huidiza y tímida, de quien oculta tantas cosas,
tal vez su cosita se le ponía dura en esos vestuarios a la vista de
todos esos jóvenes garañones llenos de hormonas que se exhibían
confiadamente. Todos notádole, mirando su trasero. Un culito que
seguramente pedía ser tomado y follado duramente sobre una
colchoneta mientras el agresivo mancebo, confuso por disfrutar y
desear tanto aquello, un culo masculino, le insultaba llamándole
maricón y otras linduras propias de la edad y la confusión sexual
de la adolescencia en la escuela.
Tan
caliente está que le mete los dos dedos hasta el puño y comienza a
tijerear con ellos, apuntando hacia abajo, rozándole la próstata
una y otra vez. Si, seguramente mientras era un adolescente confuso
andaba pidiéndolo sin saberlo, ser tomado dura y rápidamente por
uno de ellos, esos chicos que miraba en las canchas y cuyos recuerdos
seguramente le acompañaban en su cama de noche, donde se permitía
soñar con ellos, con sus cuerpos, con que no le rechazaban sino que
le tocaban, que le dejaban tocarles, que lo ponían de panza en su
propia cama y...
-Oh,
si, tu coño se siente tan bien, preciosa, seguramente has hecho la
delicia de los hombres que se han enamorado de ti. -comenta suave,
sonriéndole, mirándole al retirar los dedos y metérselos otra vez.
Intuyendo que no era el caso. El chico actuaba como si deseara algo
más en su vida, desde antes, ¿acaso una relación?, encontrando
sólo rechazo. O ser “usado” tan sólo por un rato.- Cualquier
hombre podría amarte en verdad.
Y
sabe que va bien porque a los cachetes rojo del chico le siguen unas
violentas haladas de ese culo sobre sus dedos. El chico buscaba un
marido... Bien, ¿por qué no? La mejor estrategia era tratarle como
a una dama, una dulce chica merecedora de atenciones, de un hombre.
De un amor. Entiende que el chico (Eddie), busca eso. Lo necesita en
su interior, allí donde más que una joven gay existía una confusa
mezcla de chico-chica. Si, tratarla como un galán de sueños
mientras le follaba como a una perra, exacerbando sus sentidos,
llevandole al límite, era el camino. Por eso, sonríe cuando
prácticamente repta sobre él, golpeándole las nalgas una y otra
vez con la verga gruesa, misma que enfila hacia su agujero, todo en
un sólo movimiento.
Eddie
se tensa y le mira, cara muy roja, ojos casi desenfocados, y chilla
cuando le mete la cabeza del tolete por el culo, el cual responde
como espera, agitándose ansiosamente contra su barra. Se la
entierra, arrodillado en esa cama, cubriendo con piernas y muslos el
cuerpo del chico, disfrutando de ver como su tolete, centímetro a
centímetro desaparece dentro de las ardientes entrañas.
Se
la clava y se la saca, adentro y afuera, con rapidez, con fuerza,
cogiéndole a fondo, haciendo chillar los muelles de la cama al
tiempo que le clava los dedos en la cintura. Aprovechando el rebote
del colchón lo coge con bríos, con rapidez. Y escucharle gritar de
lujuria, realmente estimulado por la rugosa pieza recorriéndole las
sensibles paredes del recto, así como golpeadas a la pepa del culo,
la próstata, era la dicha. Que el joven marica arqueara la espalda,
elevara y bajara las nalgas lo poco que podía, buscando más güevo
por ese culo, uno goloso en esos momentos, era lo que buscaba. Le
gustaba el sexo, usar la barra, pero también controlar
sensorialmente a su pareja.
-¿Te
gusta, ¿te gusta sentir mi güevo llenándote la vagina, amor? ¿Te
gusta sentirla así, estirada mientras se te moja toda, bebé? -le
pregunta sonriendo, sintiéndose sucio y caliente al notar que las
palabras parecían estimularle a límites casi de descontrol.- Oh,
sí, seguro que esta pequeña, apretada y suave concha hacía la
delicia de los chicos en tu escuela, ¿verdad? Seguro que no podías
pasearte por esos vestuarios despues de Educación Física sin que te
notaran, sin que se sintieran calientes, pensando que lo exhibías,
tu sexo necesitado de machos. -agrega prácticamente rebotando
contras sus firmes nalgas.
-Oh,
Dios... -Eddie chilla largamente, bajando el rostro contra el
colchón, alzando los hombros, su espalda caída, su trasero subiendo
y bajando, efectivamente necesitado de ese macho. Aunque sabía que
su vida escolar no había sido todo la glamorosa que ese sujeto lo
hacía sonar.
-Eres
hermosa, una nena bella, pero también sé que eres una putita, desde
niña, porque se nota que te gusta demasiado lo que te hacemos los
hombres para que sea algo de ahora. -le dice casi obligándole a
mirarle sobre un hombro, ese contacto visual casi tan estimulante
como la tranca en su ir y venir, saliendo dos tercios de aquel
agujero para luego volver; golpeándole con todo su peso, así como
con las bolas. El redondo anillo abriéndose a todo lo que puede.-
Seguramente pasaba eso, te paseabas como al descuido, no buscando
nada, pero exhibiéndote. -se tiende sobre él, el velludo vientre y
torso cayendo sobre la ardiente y lisa espalda, casi aplastándole
contra el colchón de una manera totalmente erótica. Ese vientre
ardía, ese corazón retumbaba en ese torso fornido.- Dime, ¿ibas
con tanguitas licras rojas y blancas esperando que te notaran? ¿Te
agachabas con ellas para que vieran tu raja y adivinaran la silueta
de tu coño caliente bajo la tela? Cuéntame, en una de esas tardes
en el colegio, cerca de tu casa, en una cancha, o con un compañerito
de estudios en tu cuarto ¿no te dieron así, así, así...? -y
atrapándole los hombros para apoyarse, incrementa sus cogidas
dándolas con furia.- ¿Te dieron bastante de lo que tanto buscabas y
necesitabas?
-Ahhh...
Ahhh... -el chico no puede pensar, tan sólo siente, y lo que siente
le gusta demasiado.
Es
lo que buscaba, darle con fuerza, duro y sin piedad, enterrándole el
güevo a fondo para que se lo apretara y masajeara mejor, pero
también para ponerle así, todo gritón y llorón. Con las velludas
piernas separa las del chico, sin dejar de penetrarle una y otra vez,
su culo peludo subiendo y bajando mientras le empuja el tolete dentro
del agujero, luego atando las suyas a las de este, y afincando el
agarra sobre sus hombros, Eliseo Cabrera se gira sobre sí, cae de
lado y luego de espaldas, con el chico sobre él. Quién queda todo
ensartado sobre su barra.
-Ohhh...
-el chico chilla.
-Hazlo,
fóllate. -le ordena al oído rudo, ronco, confiado, separando las
piernas, liberando las del chico, dejando las suyas extendidas.
Eddie
afinca los talones sobre la cama y comienza un sube y baja lento al
principio, mientras chilla al sentirla rozarle, adentro y afuera,
estando sobre esa macho peludo que quema, cuyas manotas lo acarician
y soban por todos lados, unos dedos atrapando sus pezones, otra mano
recorriéndole el abdomen, erizándole, bajando y bajando, metiéndose
dentro de la medio baja pantaletica y atrapándole el tolete, dándole
unos apretones.- ¡Hummm! -al sentirlo se arquea sobre él. Y sigue
empalandose, ahora con más rapidez y fuerza.
Eliseo
ríe por lo bajo, sobándole mientras el otro le masajea con fuerza
el güevo al tiempo que usa y llena su culo. Le sabe trastornado,
actuando por instinto, olvidado hasta su negocio de puto o la cita
que tiene y que momentos antes le parecía tan importante. Y lo
entiende, al chico realmente le gustaba el sexo, las vergas. Los
hombres. Y ahora que estaba tomando su hombría dura, caliente,
pulsante y babeante, una que llenaba totalmente su sexo, estaba en la
gloria. Como lo estaba todo hombre joven que amara ser enculado. Las
y los putos siempre deberían sentirse así, obtener lo que deseaban.
Había algo maravilloso en ver a un chico completamente trastornado
cuando una verga, o varias, le trabajaban. Sonríe y tensa los
muslos, agitando el tolete, lo que provoca chillidos en Eddie, quien
tiene las piernas flexionadas, apoyando las plantas en el colchón,
impulsándose arriba y abajo.
Escucharle
todo jadeante le hace sonreír, si un mariconcito no estaba llorando
de dicha mientras le llenaban el culo de verga era porque ese hombre
no estaba haciéndolo bien; y en aquellos momentos era evidente que
él sí estaba haciendo un buen trabajo. Un gran trabajo a decir
verdad. La pequeña zorra estaba literalmente sollozando con los ojos
cerrados, echando la nuca hacia atrás en su hombro mientras subía y
bajaba con ansiedad la ardiente concha que por error la naturaleza le
dio por culo.
El
placer que experimentaba era intenso, el suyo, pero también el saber
que el chico igualmente lo disfrutaba (alza un poco la nuca y ve sus
reflejos en el espejo, sus piernas velludas abiertas, sus bolas, el
tolete que se destacaba cuando aquellas caderas subían y bajaban,
con rapidez y fuerza, cayendo con todo su peso, apretando a cada paso
y todavía refregándose de la pelvis peluda), todo era incluso
mejor. Mierda, ese culito, el chocho de ese muchacho era tan
apretado, tan caliente y sedoso, tan adaptable a las dimensiones de
su verga que estaba disfrutandolo todavía más. Culos así no eran
tan abundantes, se dice, mordiéndole eróticamente un hombro al
tiempo que lleva las dos manos a los pezones y los hala (siendo
recompensado por nuevas apretadas de aquel culo, y chillidos del
joven); podría pasarse horas y horas enculándole. Y era lo que
tenía en mente. Deseaba conocerle, “contratarle” como amante.
Por un tiempo.
Y
así como tiene claro que hará dinero con el secreto de su clienta,
la hermosa Sofía Nazario, y su detestable familia, se jura que
logrará que el muchacho sea su “novia”.
-¿Quieres
mi leche llenando tus entrañas, putita? -le croa al oído,
mordisqueándoselo.- Estás a punto de tenerla, sigue así, sigue
apretando, pequeña zorra caliente...
......
-Esta
leche está fría. -la seca voz de la mujer, la mirada cargada de
frío disgusto reprobador, pero con un deje de no sé por qué tengo
que soportar esto, altera a la joven que enrojeciendo se acerca a la
mesa para ocho personas donde tres hermanos esperan desayunar,
rodeados de cafeteras, teteras, jugos y arepas bajo un bol.
-Lo
siento, señora. -la joven jadea, toma la jarrita y va a salir.
-No
me interesa que lo sientas, no quiero que esto se repita. Y no la
recalienten, no me importa qué diga Ramona. Que sea recién hecha.
-ordena sin alzar la voz, sin mirarla, perdida en sus pensamientos (y
no todos versaban sobre el tormento que era una servidumbre
incompetente que todavía no sabía a qué temperatura debían servir
la leche para el desayuno). Pero termina notando sobre sí las
miradas. Alza el rostro y encuentra la de los dos hombres.- ¿Qué?
Gabriela
Requena de Simanca era una real belleza venezolana, alta para ser
mujer en un país donde sólo las misses parecían caballas; era
delgada y esbelta, de buenos senos, nalgas y muslos. Su rostro
ovalado era terso, muy blanco, otro detalle algo inusual para no ser
una descendiente en línea directa de extranjero, aún así mostrando
un cabello castaño claro que tiraba a catira. Sus ojos verdosos la
hacían tan llamativa como sus labios gorditos. Tal vez cierto deje
de fastidio, de impaciencia y un tanto de intolerante para con los
demás, le restaban gracia. A su derecha se encuentra Arturo, su
hermano mayor, un sujeto bien parecido, de sonrisa un tanto cínica,
a quien todo parece divertir y fastidiar al mismo tiempo. Una
inteligencia viva, despierta, atrapada en un cuerpo perezoso al que
tenía que arrerase como el ganado para que se moviera. Primero sus
padres, luego fue trabajo de su esposa. Padre de tres niñas, ocupaba
un cargo importante que llenaba sus expectativas económicas
sobradamente, aunque creyera que merecía más. A la izquierda estaba
el benjamín de la familia, Anthony, un chico... bonito. Pero bonito
de una manera masculina y hasta viril. Pero si, bonito. Muy parecido
a su hermana (casi de su tamaño), fornido, cuerpo tonificado allí
donde Arturo ya dejaba ver cierta blandura, usaba un traje que
parecía siempre quedarle como prestado porque era muy joven,
veintitrés años de edad, para todo lo que deseaba que representara.
-¿Quién
eres, Maléfica molestando a las doncellas del castillo embrujado? Te
comportas como una reina bruja. -acota Arturo, preguntándose dónde
estaba Oswaldo que no aparecía; tenía hambre, carajo. Toma una
rodaja de pan tostado y lo unta de mantequilla.
-Tan
sólo quiero que hagan las cosas bien dos días seguidos. ¿Es mucho
pedir? Pareciera que sí. -gruñe ella, tomando su taza de café con
aquella leche, rechazándola en el último momento.- Debería salir
de todos ellos.
-¿No
lo hiciste ya? -pregunta Antony.- Creo que esa chica y la cocinera
son nuevas, de tu administración, de cuando tomaste la casa por
asalto, ¿no?
-No
salí de todos los que quise; y al quedar empleados viejos con
vicios, todo se pierde. -es fría.- Y esa muchachita tiene algo que
me altera los nervios. No me gusta.
-Es
muy bonita. -comenta Arturo y Gabriela le mira.
-Si,
y creo que es eso lo que me molesta. -toma aire.- Imagino que saben
para qué los llamé: -agrega después de una pausa.
-¿No
fue para disfrutar de la compañía de tus hermanos? Vaya. -bromea
Arturo, comiendo con apetito de aquella tostada.
-Supongo
que es lo mismo que te tiene con ese genio de perros, la fulana
fiesta a la que quieres obligar a asistir a todos. Comenzando con el
más reacio a la idea, tu marido. ¿Por qué es tan importante esto
para ti que provocas todo este malestar entre Oswaldo y tú? Si él
no quiere celebrar su cumpleaños, ¿a quién le importa? Celébralo
tú con los gemelos.
-Porque
me obligan a dar la fiesta. Y si no lo hago... quién sabe de qué
maneras van a cobrármelas. Ellos me acercaron a Oswaldo, ¿y si me
alejan y lo pierdo todo? No se pueden hacer pactos con el Diablo y
luego desconocerlos.
CONTINÚA ... 7
Hola Julio, una pregunta, ¿Estas volviendo a subir los capítulos de los relatos que estabán en la otra web?
ResponderBorrarÉpale amigo, no, sólo recomienzo trabajos que son míos y recuerdo. Todo lo que tenía de Jacinto, Brandon, Daniel y los otros lo perdí. En muchos casos tendría que comenzar de nuevo, con los relatos que encontrara. Lo siento.
ResponderBorrarPero esos que perdiste, no los continuaras aquí?
BorrarNo puedo, hay relatos como el Dilema que podría comenzarlo de nuevo porque está publicado en otra parte, el original, no el cambiado que subí, pero de la continuación que le daba ya ni me acuerdo. De la nena de papá y el pepazo ni siquiera recuerdo lo que pasaba en las primeras entradas. Cuando la computadora falló finalmente en enero lo perdí todo. Hasta la versión “mejorada” que usé de luchas internas que si era un trabajo mío. Es que perdí hasta mis claves.
ResponderBorrarEntonces, si los tuvieras.., los continuarías?
ResponderBorrarDame tu cuenta de correo
Ay, no, me atrapaste, jajajaja. La verdad es que de lo único que me alegré del cierre del blog fue que podía dejar eso así. Porque esas historias no eran mías, me las dejaron a medio camino para que las terminara y terminaron pareciéndose a algo mío. Pero está bien, envíame por ahora una, la que prefieras, y la incluyo. Luego veremos otra. Y gracias, pana, por guardarlas. Significa que te gustaron. Si te es fácil envíamelo a juliocr32@hotmail.com
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