domingo, 30 de junio de 2019

EL INFIERNO A LA VENEZOLANA

UNA PUERTA SE CIERRA...
   Mandinga llegando para asesorar...
   Comienzo diciendo que nunca he creído en un lugar donde se sufra para siempre, porque me parece que después de un tiempo uno se siente como en su casa y se pierde el sentido del arreglo (hay hombres que se acostumbran a que la mujer los engañe y mujeres que le soportan lo insoportable a los maridos). Como dijera el señor Bart Simpson cuando le enseñaban sobre catecismo y preguntó: “¿Y después de un rato uno no se acostumbra como en una bañera?”. Pero admito que pueda existir algo destinado al castigo que si sea efectivo, algo que sea pero que mucho peor que todo eso del fuego y las tenazas. Como en aquella historia de Asterix cuando debía entrar a la casa que vuelve loco. Aquella batalla del galo contra la burocracia. Era horrible.
   La expresión, infierno a la venezolana, la escuché mucho años atrás, cuando me tocara salir en inspecciones sanitarias, llegándome al oncológico Luis Razetti, para ver cómo estaba el acelerador que tenían en ese momento. Fui y estaba parado por falta de un gas refrigerante que usaba, el freón. Queja en mano volví a la oficina, dos semanas después, sabiendo que el freón había llegado, volví y seguía parado porque lo encendieron y un cambio de voltaje o un apagón, había quemado unos fusibles. Ante mis quejas rumiadas al hacer un nuevo informe para llevar, el técnico que lo manejaba (eran técnicos radiólogos en ese entonces, cuando esta especialidad cubría la radiología, la medicina nuclear y la radioterapia, como debe ser), me contestó algo como:
   Esto está como el cuento del infierno venezolanos. Mueren dos amigos y llegan al infierno y les permiten elegir sus castigos para toda la eternidad. Está el infierno a lo gringo y el infierno a la venezolana (ya ven para dónde voy, ¿verdad?). Cada uno elige una modalidad. Cien años después, el que se fue por el gringo, todo acabado y torturado se encuentra con otro venezolano que llega, que quiere saber cómo es ese infierno. Que era horrible, fue la respuesta. Un enorme mar de meirda y estaban ellos enterrados hasta el cuello. El recién llegado comenta que no suena tan mal y el otro aclara que una enorme cuchilla recorre la superficie y hay que meter la cabeza bajo la mierda mientras cruza. Y cruza cada quince segundos. En eso llega el que se fue por el infierno a la venezolana, todo sonreído y contento. Sorprendiendo a los otros dos. Aclarándoles que ese infierno era una maravilla, que a veces la cuchilla no funcionaba, que otras veces no llegaba el que manejaba la cuchilla y otras no se sabía para dónde agarraba la mierda que tampoco llegaba.
   Como me reí.
   Pues, la vida se nos ha vuelto eso, un infierno a la venezolana. O siempre lo fue sólo que ahora el castigo es como peor porque ya nos íbamos acostumbrando al otro. No es sólo que hay problemas diarios como que no hay unidades de transporte suficiente funcionando (ir para el Razetti ahorita, en Cotiza, es una odisea, y eso que está muy cerca del Centro), porque o la sunidades han ido dañándose y no hay cómo renovarlas, o la gasolina echa vaina. Por no hablar de una falta de agua increible, que no es sólo de Caracas. Son molestias que se le han ido sumando en los últimos meses, como los apagones de siete a nueve de la noche, en estos días de tanto calor, que son sospechosamente parecidos a cortes programados, por las horas y su duración. Y sin luz no hay internet, al menos para mí. Y cuando la energía vuelve, la señal en la red no. En estos momentos, desde el miércoles de la semana pasada, el servicio es sencillamente errático, siendo más el tiempo sin él.
   Cuando no falla una cosa falla la otra, y se sufre. Pero como antes también pasaba, ahora se sufre más, que es la idea de un castigo, ¿eh? Aunque, viéndolo bien, ¿no es una contradicción? Es decir, si ahora padecemos más por seguir al falso dios del socialismo, ¿no es porque el castigo se perfeccionó? Pero, al perfeccionarse, se aparta del concepto de “a la venezolana”, ¿no? En este no debería notarse, al contrario.
   Pensar en estas cosas, por las noches, a veces no me deja dormir. 

UN DOMINGO CUALQUIERA

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