Definitivamente
todo es relativo...
Es
curioso todo lo que significa el día domingo. De muchachos era el
día cuando debíamos ir a misa, y VENEVISIÓN decía aquello de hoy
domingo acude a tu iglesia que sólo Dios satisface. Más grandecitos
era el de ir a la playa, de correr, gritar y nadar, no deseando que
la jornada acabara jamás; aún con mamá algo ceñuda por el empleo
de ese día en algo tan mundano. El domingo en la tarde, después de
ver Viaje a las Estrellas, con William Shatner de capitán Kirk, la
cosa más maravillosa y futurista jamás filmada, era salir a la
cuadra y jugar, saltar y hablar con los panas hasta que nos llamaban.
A bañarnos y cenar, a prepararnos para la llegada de otro día de
escuela.
Con
los años el domingo pasó a ser el día de despertar tarde, después
de una fiesta, medio enratonado, algo adolorido pero extrañamente
feliz, recreándonos en lo cómodo del colchón, la paz y el
silencio, en el no tener perro que te ladre si no quieres ni
levantarte. La soledad no es el castigo que muchos imaginan o temen,
no cuando es una vida que se vive como se quiere. O de pasarla en la
cama hablando paja y viendo televisión, acompañado de la pareja,
haciendo planes, para el resto del día o la vida. Que también es
grato. Imagino que para los padres hay cierta dicha en los muchachos,
niños, subiéndose también a la cama un domingo para que todos vean
una película juntos.
Con
el pasar de aún más años, antes de que Venezuela fuera este
desastre, ya al medio día, los días domingo, dejaba de sentirme
bien, la aprehensión llegaba: al otro día había que regresar a la
oficina. Qué tortura. Lo sé, hay personas a quienes el trabajo da
una feliz sensación de valía, de realización. A mí no. Soy
tradicionalista. Dios nos hizo para disfrutar del paraíso, sin
preocuparnos de nada, sin enfermar o envejecer, con todo a la mano.
Vinos el malentendido aquel del fruto prohibido y la serpiente
habladora (todavía hay idiotas que le creen el cuento de que más
vale reinar en el infierno que servir en el cielo; no sé cómo
todavía le escuchan después del embarque aquel) y nos expulsaron
con aquella sentencia: de ahora en adelante te ganarás el pan con el
sudor de tu frente. Lo que faltó fue que dijeran que con él nos lo
tragaríamos, remojado, también. No, en eso no veo ninguna
bendición. Me suena a castigo. Es mi punto de vista y a eso me
atengo.
Pero,
en un mundo idílico, el domingo debería ser eso, un día para
descansar y flojear si se quiere, para desayunar tarde y salir a
montar bicicleta o pasear si se desea, de llegarse a un estadio de
béisbol o una cancha de fútbol, de bajar al litoral. De estar en
familia, acompañado. Al menos por un rato. Un día distinto para
olvidar toda pena, preocupación, angustia y frustración de la
semana; todos esos problemas que han enmarcado nuestras vidas
adultas. Y, echado en la tardecita, cuando el cielo oscurece y la
tarde se hace noche, con las manos bajo la cabeza, decirse que la
semana que viene será mejor. Acostándose temprano pero durmiéndose
tarde, disfrutando de momentos de paz, sin pensar ni por un segundo
que dentro de poco llegará el lunes y todo comienza de nuevo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario