domingo, 14 de julio de 2019

UN DOMINGO CUALQUIERA

UNA PUERTA SE CIERRA...
   Definitivamente todo es relativo...
   Es curioso todo lo que significa el día domingo. De muchachos era el día cuando debíamos ir a misa, y VENEVISIÓN decía aquello de hoy domingo acude a tu iglesia que sólo Dios satisface. Más grandecitos era el de ir a la playa, de correr, gritar y nadar, no deseando que la jornada acabara jamás; aún con mamá algo ceñuda por el empleo de ese día en algo tan mundano. El domingo en la tarde, después de ver Viaje a las Estrellas, con William Shatner de capitán Kirk, la cosa más maravillosa y futurista jamás filmada, era salir a la cuadra y jugar, saltar y hablar con los panas hasta que nos llamaban. A bañarnos y cenar, a prepararnos para la llegada de otro día de escuela.
   Con los años el domingo pasó a ser el día de despertar tarde, después de una fiesta, medio enratonado, algo adolorido pero extrañamente feliz, recreándonos en lo cómodo del colchón, la paz y el silencio, en el no tener perro que te ladre si no quieres ni levantarte. La soledad no es el castigo que muchos imaginan o temen, no cuando es una vida que se vive como se quiere. O de pasarla en la cama hablando paja y viendo televisión, acompañado de la pareja, haciendo planes, para el resto del día o la vida. Que también es grato. Imagino que para los padres hay cierta dicha en los muchachos, niños, subiéndose también a la cama un domingo para que todos vean una película juntos.
   Con el pasar de aún más años, antes de que Venezuela fuera este desastre, ya al medio día, los días domingo, dejaba de sentirme bien, la aprehensión llegaba: al otro día había que regresar a la oficina. Qué tortura. Lo sé, hay personas a quienes el trabajo da una feliz sensación de valía, de realización. A mí no. Soy tradicionalista. Dios nos hizo para disfrutar del paraíso, sin preocuparnos de nada, sin enfermar o envejecer, con todo a la mano. Vinos el malentendido aquel del fruto prohibido y la serpiente habladora (todavía hay idiotas que le creen el cuento de que más vale reinar en el infierno que servir en el cielo; no sé cómo todavía le escuchan después del embarque aquel) y nos expulsaron con aquella sentencia: de ahora en adelante te ganarás el pan con el sudor de tu frente. Lo que faltó fue que dijeran que con él nos lo tragaríamos, remojado, también. No, en eso no veo ninguna bendición. Me suena a castigo. Es mi punto de vista y a eso me atengo.
   Pero, en un mundo idílico, el domingo debería ser eso, un día para descansar y flojear si se quiere, para desayunar tarde y salir a montar bicicleta o pasear si se desea, de llegarse a un estadio de béisbol o una cancha de fútbol, de bajar al litoral. De estar en familia, acompañado. Al menos por un rato. Un día distinto para olvidar toda pena, preocupación, angustia y frustración de la semana; todos esos problemas que han enmarcado nuestras vidas adultas. Y, echado en la tardecita, cuando el cielo oscurece y la tarde se hace noche, con las manos bajo la cabeza, decirse que la semana que viene será mejor. Acostándose temprano pero durmiéndose tarde, disfrutando de momentos de paz, sin pensar ni por un segundo que dentro de poco llegará el lunes y todo comienza de nuevo.  

OTRO APAGON EN VENEZUELA

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