Si,
la playa era tan hermosa como todo el paisaje mismo, pero, para él,
no tanto como el muchacho. El cual, confiado y algo arrogante, le
mira y sonríe. “Profe, siempre le veo por aquí cuando vengo a
surfear...”, comenta; “¿le gusta lo que ve?”. Cosa que hace
que su corazón lata con fuerza, ¿acaso había en esas palabras una
propuesta? ¿Una promesa?
El
guapo hijo de perra sabe que le gusta su comida salada, así que
sonriendo alza un brazo recordándole las muchas horas que ha pasado
con el rostro contra sus axilas, lamiendo... Joder, si no fuera el
marido de su mejor amigo tal vez habría aceptado ser su perra
complaciente cada día.
El
hombre se inquieta; si ese sujeto seguía mirándole con esa
entregada adoración, ojos brillantes y labios húmedos al pasar su
lengua inconscientemente, el tigre que llevaba dentro se le iba a
agitar, querría saltar y salir fuera de sus amarres. Y cuando salía
nada lo detenía, tan sólo deseaba cálidas cuevas donde meterse.
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