ПЕРША
Qué
angustia con la hora...
Mierda,
era como una pesadilla. Mira y mira la hora porque ya viene su mujer,
y le aterra que vaya a encontrarle en esas. En su cama matrimonial.
Pero ¿cómo resistirse al chico, a esa perra que siempre andaba
“vamos, vamos, dame güevo”? Qué chillaba que le encantaba el
güevo. Su güevo. Quien se abandonaba con deleite mientras lo
enculaba, quien resistía sus duros machetazos, el chico que no
pensaba ni en tocarse porque lo único que deseaba experimentar era
su barra llenándole la “vagina”. Era imposible verle ya sin que
se le parara, duro como tabla. ¿Qué era su culpa por hacerle gozar
tanto después de aquella fiesta donde quedó medio borracho y ahora
debía calarsela?, bien, era una regla no escrita que si un joven
cuñado se rascaba y a uno le ardía la verga podía metérsela.
Pero, claro, ¿cómo se lo explica a Elena? Era mejor que esta no
supiera. Joder, si se atreviera a pedirle que usara un buen par de
sus pantaletas...
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