Eso
vivía lleno, pero...
Cuando
aquella disco sin reglas se anunció como lugar para ositos y chicos,
de ambos sexo, lampiños, el jefe de seguridad comenzó con su
particular campaña de vestimenta para demostrar que todo valía. Era
rudo, directo y mal hablado; si notaba que alguien le miraba,
sacándose el puro de la boca, le preguntaba: “¿Qué, te gusté?,
¿quieres tocar o meter la cara para que me pueda sentar?”. Y lo
hacía mientras se separaba las mejillas con las manos. Cosa que
funcionaba, el club vivía lleno, el hombre era la estrella. El
problema era que, a cada rato, un chico o varios de ellos intentaban
violentar la seguridad, metérsele a la brava, pero él terminaba
controlándolos, aplastándolos con su cuerpo, montado a hojarascas
sobre sus caderas y estos quedaban como paralizados.
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