Eran
siete minutos duros e intensos...
Con
la garganta seca mientras traga Ruffles y Doritos, el gordo mira el
video como cada vez que tiene oportunidad, encerrado en el sótano de
la casa de su madre, empañados los cristales de los lentes.
Bebiéndose cada movimiento, cada coreografía de los tres hermosos
sementales, cada toma, extrañando otras más cercanas. Le encantaba
esa rutina. Y funcionaba, sentía que sus carnes perdían flacidez y
se ponían duras cada vez. ¡Quién diría que el primo tendría
tanto éxito con sus tontos videos! Aunque, cuando apareciera
meneando el culo contra el poste ese, sacándole brillo al tubo con
las nalgotas, sabía que este sería mucho mayor... Y mejor.
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