domingo, 13 de octubre de 2019

LOS HEREDEROS... 10

 LOS HEREDEROS                         ... 9
        
   Los atrae... problemas.
......
 
   Por un segundo temió que el corazón se le hubiera paralizado en el pecho (en la familia no eran infrecuentes los casos de insuficiencias cardíacas, azúcar en la sangre y tensión alta; lo que no le dejaban era dinero), y le costó no sólo respirar sino reaccionar. Incluso algo que decir, a él, de quien todos aseguraban que después de muertos abriría los ojos por un segundo para quejarse de algo. Tal vez del lugar al que le enviaban.
 
   -Elena, yo nunca...
 
   -Nunca intentaste nada más allá de tu afecto natural, de tu naturaleza ruda a veces, pero afectuosa. -le sonrió ella, notándose más apagada en esa cama de clínica, un bonito cuarto, una buena cama, el aposento de una mujer que agonizaba.- Le amas tanto que siempre has estado pendiente de él, siendo incluso desagradable para salvarlo de sus errores, aunque a veces no se ha podido. Le has amado tanto que terminaste queriéndome a mí, por él. Le quieres tanto que todos estos años deben haber sido un poco un infierno, temiendo verle demasiado, sonreirle mucho, parecer que sueñas con otra vida, otra realidad en su presencia, temiendo que lo notara y la amistad se acabara. Eres un hombre tan fuerte, Ricardo... -le reconoció, la mano delgada y caliente medio acariciándole la suya, más regordeta, más llena de vida.
 
   -No, Elena, te equivocas; no le quiero de esa manera.
 
   -No mientas, amor, ya no hace falta. Lo sé hace tiempo, y nunca me importó.
 
   -¿Qué? -estaba totalmente perdido, ¿la esposa del sujeto al que quería no se molestaba de que otra persona, un hombre...?
 
   -Oswaldo es un hombre que se hace querer, a veces a pesar de sí mismo. Y tu afecto es tan arrolladoramente intenso, pero a la vez tan selectivo, que el que lo ames indica lo maravilloso que es, y que es merecedor de ese afecto.
 
   -Basta, no sabes... -intentó apartar la mano, no queriendo hablar de eso, no con ella. No cuando nunca le había dicho nada a nadie, ni siquiera a las dos o tres personas con las cuales se sinceraba a muerte. Una cuarta sería Oswaldo, pero, claro, con él nunca hablaría de aquello. ¿Decirle que sentía cosas por él?, sabe que el otro no le apartaría, pero que ya no podría sentirse igual, desinhibido, sincero, brutal a veces en sus sentimientos por el “enano”. Y nunca arriesgaría la amistad que tenían por eso. No era algo perfecto, pero era lo que había y tenía que bastarle.
 
   -¡Por Dios, Amaya! -fingió ella disgusto, sonriendo leve.- Estoy agonizando, me falta el aliento y estás obligándome a afanarme.
 
   -¡Elena! -jadeó aterrado, quedándose quieto. Ella rió ronca, bajito, casi de manera dolorosa, barriendo la tensión. Le miró con mayor afecto.
 
   -Debes prometerme que estarás a su lado. No cuando muera y se ponga mal, que sabes que pasará. Ni él mismo imagina lo mal que estará, pero ya sé que estarás ahí. Quiero que estés siempre junto a él, después. Cuidándolo. Se cree tan fuerte, y lo es, en ciertos aspectos. Es terco, indetenible y hasta implacable cuando desea alcanzar sus metas; y ya sabes cuales son algunas de ellas: amasar fortuna, tener poder para nunca más... pasar hambre. Y vengarse. Ese estúpido desquite contra tu familia. -le miró, respiración más superficial.- Tanto te quiere que cuando te mira no ve a sus enemigos, como si los ve en el resto de los Garibaldi, aún en tu sobrina Sofía. Tan sólo encuentra en ti al amigo incondicional. Va a necesitar mucho de eso. Le esperan pruebas duras. La gente que le ha ayudado a llegar va a querer su libra de carne, su litro de sangre.
 
   -¿A qué te refieres? -se tensó, ella desvió la mirada, al techo, meditando si agregaría o no algo más.
 
   -Cuida de Víctor, Ricardo. -no le miró. ¿Estaba cambiando el tema?, quiso preguntarle, pero una lágrima solitaria abandonó su ojo derecho, corriendo libremente, ablandándole.
 
   -Elena...
 
   -Cuídalo. Intenté protegerle, amarle, hubiera querido que Oswaldo le quisiera también, como hijo de ambos, pero... no pudo. -le miró con una sonrisa triste.- Nuestro amado Oswaldo es una gran persona, pero también es un ser humano, con todas sus debilidades. Nunca pudo querer a ese niño que llevé un día a la casa, aunque sé que lo intentó. Simplemente no pudo. Quería hijos propios, sangre de su sangre, no a un chiquillo con pasado. Pero Víctor merecía ese amor, se lo había ganado con dolor. -su voz sonó afectada, dolida.- Temo que cuando el pasado regrese por mi niño, le encuentre solo. -la cara se le contrajo de dolor, los ojos parecían llenos de pesar y remordimiento, algo que nunca esperó encontrar en ella.- Intenté hacer lo correcto por él, por todo lo que le ocurrió... -en esos momentos se dejó escuchar una débil alarma de los aparatos a los cuales estaba conectada y que monitoreaban sus signos cuando la tensión arterial se le elevó un poco; una dosis de calmante, automáticamente administrado, se dejó escuchar como un estallido en la bomba, casi durmiéndola de una vez. Dejándole de lo más intrigado. Por Víctor.
 
   -¿Qué temes, qué pasado vendrá por él? ¿Qué pruebas esperan a Oswaldo? -quiso que hablara. ¿Deliraba por el dolor?
 
   -Víctor... debió morir hace años. Su cuerpo debió aparecer al lado del de su madre asesinada... Y quise protegerle de... -balbuceó la mujer, ojos cerrados, respirando afanada.
 
   La llamó. Quiso que hablara, pero ella no abrió los ojos. Se dijo que lo intentaría más tarde. Todo eso había picado su curiosidad. No hubo caso. La mujer falleció poco después. Dejándole confuso. ¿Estuvo delirando en esos momentos? Era fácil a veces pensar que si, que ya no estaba en sus cabales... Pero entonces recordaba que ella sabía de sus sentimientos por Oswaldo. No, no estaba tan perdida. Entonces...
 
   Olvidándose de todo, de lo incómodo y dolorosos que fue todo aquello, regresó mentalmente al gimnasio; quemándose internamente por el ejercicio realizado. 
 
   Dejando un rastro de sudor mientras se dirigía a los vestuarios, Ricardo admitió que apenas tenía capacidad para respirar y caminar al mismo tiempo; reflejos automáticos del sistema nerviosos que no requerían pensar, lo que le habría dejado sin capacidad para nada de tener que hacerlo. Joder, no volvería a trotar tanto, se juró con la garganta ardiéndole, pidiéndole a gritos una cerveza bien fría (la primera de varias); comprendió también que nada ganaría con esos excesos. No iba a adelgazar en una sesión. Lamentablemente. Tanta vaina con la ciencia y no inventaban la bendita pastilla que acabara con la gordura mientras se estaba sentado viendo televisión y comiendo a dos carrillos grasosas pizzas y abultadas hamburguesas de triple queso con carne. A sus ojos eso parecía más meritorio y digno de desfiles que enviar a un hombre a la Luna.

   Frustrado tomó todos sus artículos de baño y fue a las duchas. Estaban solitarias. Se desnudó y entró bajo una de las regaderas, recordando vagamente a su madre advirtiéndoles sobre no meterse en la ducha transpirado, que había que refrescarse antes. Sonrió leve. Debía llamarla. O visitarla. No sabía por qué le costaba tanto. El agua la sintió maravillosa contra su nuca y la transpirada piel; esta, a pesar de estar templada, bajaba ardiente por su propio calor. Cerrando los ojos, bajando un tanto el rostro dejó que la llovizna fina, pero abundante, le cayera encima. No queriendo pensar en nada. Fue cuando sintió una presencia a sus espaldas, muy carca.

   Alarmado se volvió y allí estaba ese sujeto guapo, viéndose aún mejor medio sudado, torso subiendo y bajando por el esfuerzo de alguna rutina y con los ojos brillantes. Completamente desnudo, mostrando un cuerpo envidiable. La verga tiesa. Sonriéndole leve.

   -Es descortés hacer esperar tanto a alguien, lo sé y lo siento; ¿llevas mucho rato aquí? -le preguntó, bajito, íntimo, quieto, las manos en las delgadas caderas, como esperando algo.

   Dejándole atolondrado, confuso, hasta que tragó y sonrió, alargando una mano, tocándole con las punta de los dedos en el torso cincelado, duro. Siendo su turno de sorprenderle..

   -Deploro tu falta. -gruñó, dejándose llevar por el juego. No sabe qué esperar, qué pretendía ese guapo tipo pero... Llevaba rato sin nadie en su vida. Todo se había vuelto complicaciones familiares, laborales, económicas, esa insatisfacción por la vida del país y la suya, dejándole sin tiempo o ánimo para conocer a alguien. Lo que el guapo tipo quisiera  bien podía permitírselo si no debía entregar tanto.

   Qué deseaba quedó claro cuando ese sujeto acortó la distancia metiéndose bajo la llovizna de agua, rodeándole el cuerpo con los brazos, bajando el rostro y cubriéndole la boca con la suya... Allí, en las duchas de un gimnasio...
 
   El hombre, quien más tarde le diría que se llamaba Sergio, se definía como un “no gay”, pero que a veces le gustaba... “jugar” en esos lugares con sujetos que le agradaban.
 
   -¿Y eso no es gay? -fue la pregunta irónica del más bajito, más tarde.
 
   -No, es follar y ya. Pasar el rato, con tocadas, lamidas. Sexo. Sin mayor significado. Algo caliente y casual. Un encuentro bajo las duchas como en una mala película barata del porno. Y, luego, cada quien a lo suyo.
 
   -Ya veo. Todo bien hasta que te vuelva la piquiña de... ¿Qué? ¿Bolas? ¿Nunca culo? -bromeó para mortificarle. Era su naturaleza ser exasperante a veces, le decía su mejor amigo Oswaldo
 
   -Hablas demasiado; usa mejor es boca mamando, ¿no?
 
   Y en cuanto vio al fornido hombre de fuertes brazos y piernas, torso bien formado, todo velludito como un osito, más bajito de estatura, le había gustado. Le agradó encontrar... admiración en esa mirada cuando le recorrió. Le gustaba gustar, joder; que para eso bastante que se ejercitaba. Para verse siempre como un ganador. El “hombrecito sexy”, así lo pensó, poseía un trasero llamativo, uno que llenaba muy bien aquel mono deportivo, y sintió un calorcito agradable en las pelotas imaginándose meter una mano dentro de ese mono, allí, apartándole tela y calzoncillo, tocándole esa piel seguramente sudada, caliente y velluda, acariciándole la húmeda carne, la raja entre esas mejillotas, raspando con sus dedos un culo peludito, al tiempo que el fornido hombrecito se ponía todo rojo y gemía, trotando a paso inseguro mientras le acariciaba el culo, sin entrar, arriba y abajo, dejándole sentir todo eso que se sentía en esos momentos; deteniendo su mano y enterrándole un dedo, uno que lucharía contra esos pliegues anales en movimiento, empujándolos, metiéndolos mientras iba clavando su dedo.
 
   Le vio y tuvo que concentrarse para no tener una erección mientras su novia todavía se alejaba, imaginándose la punta de su verga, dura y amoratada, sustituyendo su dedo en aquella entrada, enterrándose centímetro a centímetro, muy lentamente, disfrutando de ver cómo desaparecía dentro del osito. La idea le pegó fuerte, y sonreía medio burlón y emocionado mientras levantaba pesas, luchando contra el tolete que deseaba alzarse, notando que otros carajos, cercanos, lo advertían. Su tolete travieso. Unos divertidos, otros interesados. Pero el sujeto bajito ese...
 
   Le siguió con la mirada, cómo tardó en su rutina algo floja. Le vio respirar como si le costara, y sonriendo se dijo que sería una ironía que se desmayara y tuvieran que llamar a los paramédicos después de tanto esperarle. Fue tras él a los vestuarios, este parecía algo distraído; le vio tomar sus cosas y entrar al área de las duchas. Le vio desnudarse... Dios, ¡qué culo! Tan redondo, altivo y velludito como lo imaginaba. La tranca se le puso dura en segundos, mientras se desnudaba también y le miraba entrar bajo la llovizna de la regadera. Acercársele fue un riesgo, pero llevaba tiempo jugando a aquello...
 
   Cubrirle la boca con la suya, las respiraciones anhelantes por el ejercicio, fue eléctrico. Cuando este entreabrió los labios, esperándole, dejándole que le lamiera el gordito labio inferior y luego entrara en su boca, todo le dio vueltas. Cuando las lenguas se encontraron en esa boca, toqueteándose, luchando, casi se corrió contra esa barriga, más cuando el otro chupó de ella, ahuecando las mejillas, tomándose su aliento y saliva. Los toletes estaban superduros, y fue otra sorpresa. El enano la tenía gorda y larga, un trozo de carne blanco rojizo por las venas; una buena tranca, aunque no fuera algo en lo que generalmente se fijaba. Le gustaban los cuerpos masculinos (por ratos), tocarlos, frotarse de ellos, luego cogerlo, llenarlos de güevo y cabalgarlos. Pensar que… tomaba sus masculinidades; que con cada empellón de su güevo tieso les quitaba algo de hombría. Con ese tío...
 
   No supo cómo o por qué le alzó por la cintura, y este casi saltó y le rodeó la suya con las piernas musculosas y velludas, quedando prácticamente sentado sobre su tranca dura, una que latió y se estremeció al sentir el peso, el recio poder de ese cuerpo compacto... El calor de la raja interglútea abierta. Besándose en todo momento.
 
   Besar a ese carajo le parecía tan erótico como el contacto de los cuerpos, y que este se tendiera hacia adelante, pegando sus torsos, cada uno notando el loco latir del corazón del otro, fue intenso. Como sus besos mismos, como la manera en la cual le rodeaba el cuello con los brazos, sosteniéndose.
 
   ¿Cómo pasó sin manos incluidas?, nunca lo supo. Era parte del encanto. Pero mientras seguía besándole, le había metido el güevo por el culo, de pie, sosteniéndole aún por la cintura, meciendo sus caderas de adelante atrás; sacándole y metiéndole el tolete de las entrañas, agitándole con las embestidas en ese lugar público. Habían perdido toda expectativa, todo sentido...
 
   Sentir ese agujero caliente y sedoso abrirse y cerrarse sobre su güevo era todo para él, notándose ricamente atrapado y halado, aunque sus rodillas estaban algo dobladas por el peso de este, el cual le besaba unas veces, y otras echaba la cabeza hacia atrás, cuando le metía el tolete hasta los pelos y seguía empujando, restregándole contra la pared de baldosas, haciéndole gritar a darle rozadas sobre la próstata una y otra vez, algo que le provocaba espasmos en ese agujero de verdadera gloria. Los gemidos de Ricardo en su oído le trastornaban. Y las cosas que se decían...
 
   -¿Te gusta, te gusta así, carajo? ¿Te gusta sentir mi güevo llenando tu culo? -se sentía intoxicado, excitado, preguntándole demandante mientras seguía enculándolo, erizándose al contacto de las bolas del otro cuando su tolete iba y venía, así como las pulsadas de la pieza de este atrapada entre ambos.
 
   -Oh, si, si, cógeme... -le rugió el enano, sonriendo, el cabello todo húmedo pegado a su cráneo y rostro, viéndose... hermoso; si, eso pensó en esos momentos. También el brillo de juego en esas pupilas intensas.- Soy una zorra barata, no me follaba un hombre así desde esta mañana.
 
   -¿Te follan mucho? ¿Muchos maridos? Haré que los olvides a todos. -erizado le siguió el juego, mientras su tolete iba y venía contra ese agujero vicioso.
 
   No pasó mucho tiempo antes de que le cogiera de espaldas, con Ricardo, así le dijo que se llamaba, entre jadeos y echadas de cabeza hacia atrás, de pie, cintura doblada, piernas abiertas, sosteniéndose con las manos de la llave de la ducha, casi al borde de los dedos de sus pies al ser tan bajito, riendo y jadeando mientras su culo era dura y rápidamente cepillado. Las manos del hombre aferraban sus caderas mientras le sacaba y metía el güevo de manera casi escandalosa, arrojándole contra la pared de baldosas. La gruesa mole de carne de joder masculina metiéndosele y llenándole, abriéndole todo, dilatándole las entrañas al máximo, dándole una y otra vez sobre la pepa del culo.
 
   Suspirando en la cocina de su apartamento, Ricardo lo recuerda todo con pesar. Y no sólo porque Sergio había resultado ser realmente un buen amante, sino porque... Caray, le había tomado estima. Esa ruptura, especialmente de la forma en la que se dio, le afecta. Se sirve otra taza de café cuando el sonido de un nuevo mensaje telefónico le llega. De su jefa...
 
   Lee y enrojece feamente.
 
   Pero ¿qué carajo estaba tramando Oswaldo Simanca?, se dice con disgusto. Volcando en él, sabiendo que lo hace, todo el enojo por la situación vivida con ese amante que iba a ser ocasional, de un rato, pero que terminó exigiéndole mucho más de lo que se podía permitirse darle porque era un idiota que no sabía lo que le convenía, soñando siempre con algo que no tendría…
 
   El imbécil de Oswaldo.
......
 
   El lujoso automóvil se desplazaba a buen ritmo por el este capitalino. Su bella ocupante, con el chofer y el guardaespaldas en el asiento de enfrente, ocupa el amplio espacio posterior de aquel carro blindado; una camioneta gris elegante, cara y bonita. Había cumplido con el ritual de llevar a los niños a la guardería, dejarse ver y mirar quienes estaban. Le gustaba ese papel, el de madre preocupada que tomaba en sus propias manos una tarea que muchos relegaban en un empleado. Ahora, libre de obligaciones por un buen rato (aunque ama a sus niños, los ama mucho, se repite culpable), se dispone a ocuparse de ella. El sonido del teléfono le distrae, ve el número y sonríe con una mueca.
 
   -¿Una visita y una llamada en el mismo día? Va a parecer que me quieres, hermano mayor. -es irónica.
 
   -¿Ya llevaste a los niños al colegio y ahora te vas de compras? -la voz de Arturo le altera un poco, parecía estar burlándose de ella.
 
   -Puede ser. ¿Qué quieres? Si es que te invite a almorzar... -Gabriela inicia una chanza.
 
   -Me hieres, mujer. Y yo que te llamaba para darte un reporte. De un asunto que te interesa. -eso la tensa, mira al frente y oprime un botón en la portezuela; el cristal que la separa de los otros, sube.
 
   -¿Ya sabes algo?
 
   -Pareces sorprendida. Soy un hombre hábil; no tanto como guapo, pero...
 
   -Arturo...
 
   -Nuestro hermanito no quiso contarme nada, y eso que lo sondeé con cuidado pero exhaustivamente, incluso utilicé avanzadas técnicas jedi. Por ello hablé con una de sus asistente... ¿Sabías que tiene tres? ¡Tres! ¿De qué coño se ocupa dentro de la empresa? Yo apenas cuento con una vieja secretaria que me mira como si le oliera mal y que se duerme en su escritorio a media tarde. Un espectáculo nada agradable.
 
   -Arturo... -suspira, rascándose con una uña la delineada ceja izquierda.
 
   -Esta muchacha, toda inocentona y medio boba, me contó que nuestro hermanito ha estado haciendo muchas averiguaciones en ciudad de Panamá, sobre cierta cadena noticiosa que busca talentos en el continente. Teme que quiera irse, ¿puedes creer semejante tontería? Una chica realmente... -Gabriela no oye ya, la noticia la hace aspirar con fuerza, casi sonreír.
 
   -¿Ricardo piensa irse del país?
 
   -Aparentemente. Su nombre no se mencionó, pero sí que se desea a alguien que se encargue de investigaciones. Y el enano es bueno en eso. Es la única explicación, ¿sobre qué otro periodista podría estar investigando nuestro hermano, y a nombre de quién? Sin embargo no deja de ser extraño. Nunca le creí capaz de irse dejando a sus hijas. Ni a Oswaldo. Parecen no gemelos sino los siameses de la muerte, siempre juntos y aterradores.
 
   -¿Por qué Anthony anda averiguando sobre eso? -es la pregunta clave. Una que silencia al otro unos segundos.
 
   -Imagino que por órdenes de tu marido, seguramente para ayudarle. -la mujer escucha y suelta una risita afilada, dura.
 
   -Eres tan inocente, hermano mayor.
 
   -Perdón.
 
   -Si Oswaldo anda metiendo sus narices es para todo lo contrario: Seguramente desea joder esa oportunidad.
 
   -¿Por qué? Ricardo es su mejor amigo.
 
   -Y no querrá que se vaya. ¿Aún no conoces a mi marido, tu amigo? Es un hombre con muchas luces, pero también con muchas sombras. No le sientan bien los abandonos. Por toda esa historia triste y largamente aburrida con su padre. -suena dura mientras toma aire.- Dios, ojalá lo logre. Qué Ricardo se vaya, no que Oswaldo le detenga. Quiero que ese hombrecito termine de desaparecer de mi vida.
 
   -Mujer, eres medio maniática. Ese afán de querer acaparar a tu marido no puede ser... sano.
 
   -Cariño, Ricardo Amaya es siempre un peligro, no sólo por el ascendente que tiene sobre Oswaldo, por la de veces que le ha gritado cuatro cosas en la cara logrando que este de marcha atrás en una acción, o aceptando algo que no deseaba previamente. -toma aire.- Ricardo está enamorado de Oswaldo.
 
   -¿Qué? -hay dudas y risas del otro lado. Pero eso no le molesta, Gabriela parece ir pensando en otras cosas.
 
   -Le quiere, de esa manera te digo. Y... alguien, hace tiempo, me aseguró que eso era peligroso. Para mí. -toma aire nuevamente.- ¿Habrá algo que podamos hacer para asegurar ese trato y que Ricardo se vaya para el quinto coño en Panamá?
 
CONTINÚA...

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