......
Por
un segundo Sergio se ve casi cómico, reconoce la parte cínica de
Ricardo, viéndole allí, con la boca muy abierta, parpadeando; pero
el que cerrara las manos en puños ya no le parecía tan gracioso.
-¿Cómo...?
-Eso, que me tengo que ir. A Panamá, por trabajo. Y no creo que esto que tenemos... que no sé qué es, vaya a funcionar así. -reitera, suspirando, cerrando los brazos con fuerza alrededor de su torso.- Y la verdad es que no sé si vale la pena siquiera intentarlo.
-¿Qué, no valgo la pena ni siquiera eso? ¡Carajo” ¡Gracias! -casi ríe, herido y furioso. Ricardo alza una mano.
-Joder, no te pongas así, ¡no somos novios! No estamos viviendo una convivencia gay romántica donde hemos estado pensando en cómo sería salir y presentarnos frente a nuestros amigos y familiares. Ni siquiera de vivir juntos. ¡No estamos terminando una relación!
-Qué fácil te es...
-¡Tú lo dijiste! Era sexo. Sexo de un rato cuando se estaba caliente y se tenía tiempo libre; un encuentro sin consecuencias en el vestuario de un gimnasio, por cliché que suene. -alza la voz intentando sonar razonable.- Joder, Sergio, no estaba dentro de los planes de esa tarde iniciar algo que... no sabemos ni siquiera cómo llamarla.
-Lo sé, ¡lo sé! -ruge frustrado y dolido, intentando recomponerse. Todo era cierto, él le había dicho eso, que sería sexo de un rato. Que a veces le picaba la punta de la verga y le gustaba rascársela y le gustaba que del otro lado hubiera un hombre. Aún así no pensando que hubiera “algo gay” en él, por eso (aunque Ricardo alzara elocuentemente una ceja y le dijera tanto sin palabras una vez que le comentara; una de sus aterradoras y molestas cualidades); pero el que le botara así... Traga.- ¿Y tus hijas? ¿Te las llevas? -le ve desinflar la postura.
-Ojalá. Pero no puedo.
-¿Las vas a dejar? -acusa.- ¿No pudimos tener tres días de paz y sexo sin que tuvieras que atenderlas telefónicamente y ahora...?
-Lo sé, es terrible. Me siento horrible por dejarlas. -ladra Ricardo, abriendo los brazos con elocuencia, muy rojo de cara.- Esto no es fácil para mí, puedes apostar tu alma a eso; pensar en irme, en poner kilómetros y kilómetros de distancia es algo que me enferma, ¿pero qué puedo hacer? Ya no puedo trabajar como quiero en lo que me gusta. Y este país se está yendo a la mierda, de seguir así vamos a terminar peor que Haití o una de esas naciones menesterosas donde la gente cae de hambre en la arena, cubierta de moscas, en el África subsahariana, mientras tememos que venga el vecino con un machete a robarnos. -Sergio bufa.- Ah, ¿te parece que exagero? Esto pasó en Cuba, aunque allá supieron gerenciar la miseria. Y va a pasar aquí, y estos inútiles no sirven ni para eso. Todavía hay tiempo para irse, como hicieron los médicos y los anestesiólogos cuando toda esta pesadilla se iniciaba y el loco ese comenzó a perseguirlos para traer la basura sanitaria de la isla para pagarle una coima a Fidel, con el cuento de que cuando se muriera lo iba a nombrar comandante de las revoluciones siderales. Aún es fácil irse, más adelante, cuando se escape a carretadas...
-¡No me vengas con discursos!
-¡No me salgas con reclamos! -es la réplica del hombre más bajo, alzando desafiante la barbilla.- No hagas esto, Sergio, no lo hagas dificil. Fue... bueno conocerte. Fue increíble, de hecho. En tus brazos viví momentos intensos y memorables. Contigo me sentí vivo. -intenta una sonrisa que el otro no corresponde.- Eres un amante maravilloso, todo ese interés que pones...
-Por favor, deja de dorarme la píldora. -le interrumpe, dolido, molesto.- Me dejas porque no te importo un carajo. Tan sólo me querías por un rato. -acusa feo, sintiéndose tonto al hacerlo, pero deseando gritar, de ir y zarandearlo. Con fuerza. Hasta tumbarle la cabeza como a muñeco barato. Odia verle tensarse, endurecer la expresión.
-Sabíamos que sería así. En el fondo lo sabes, no me odies. -le pide, porque de alguna manera, en un fondo ilógico de su ser, siente que tal vez pueda estar, efectivamente, fallándole a alguien que puso sus ojos pero también sus sueños en él. Aunque aquella no fuera la intención inicial. El otro medio ríe, entre dientes, desviando el rostro.
-Eres increíble. Me botas y quieres que me vaya feliz. -Ricardo toma aire, sintiéndose derrotado. Cansado de todo aquello.
-Dime, Sergio Ledezma, en tu mente y con tus palabras, ¿cómo pensaste que iba a terminar todo esto? ¿Qué futuro veías para nosotros?
El hombre respira con fuerza, sintiéndose ahogado de rabia y frustración, con deseos de golpearlo, de cruzarle la cara de un puñetazo, hacerle algo que le doliera de alguna manera tanto como se sentía él en ese momento. Pero ¿qué podía responder? ¿Acaso que...? Se estremece y se lleva los dedos a los ojos, frotándose entre ellos, riendo un poco más. ¿Decirle que le gustaba mucho? ¿Que de alguna manera se le había vuelto algo demasiado importante? ¿Que le amaba? ¿Era eso?
-Eres un hombre joven y guapo, tú...
-¡Vete a la mierda! -le ruge, viéndole con ferocidad, voz opaca, derrotada. Estremeciéndole. Eso le alegra, saber que su rechazo, que su rabia, le lastima.- Vete a la mierda, tú y toda tu puta vida. -el otro le mira, tenso, realmente afectado.
-Yo espero que te vaya bien y...
-¡Jódete! -le grita incapaz de contenerse más, lanzándose hacia la puerta, saliendo y dando un portazo tal que obliga al otro a dar un bote, ceñudo.
Seguro
de que la maldita puerta ya no abriría al quedar descuadrada y
atascada.
Suspira, toma aire y echa la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, sonriendo leve, de manera tristona, abriendo los brazos a sus costados, como si esperara un baño de lluvia. Al fin todo había acabado con Sergio. No fue tan bien como esperaba, pero... Nunca terminaba bien. Con nadie. Dos ex esposas y una ex concubina oficial así lo indicaban. ¿Acaso exhalaba un aroma que le hacía odioso al final? Por las dudas levanta un brazo y olfatea en su axila. Nada.
Toma aire nuevamente, se endereza, toma un control remoto, de una mesita mínima, y enciende el equipo de sonido, estacionado en una emisora de jazz instrumental, lo único que puede soportar por ahora. Toma la cava, ceñudo, notando agua en el piso. La mierda de cava esa...
Debería llevarla a la cocina, vaciarla y lavarla; debería quitarse esas ropas (le parece que huele a camarón), arrojándolo todo en el cesto de la basura, cerrándolo, darse una ducha y revisar sus mensajes antes de echarse un ratico en la cama para descansar la vista (media hora de sueño profundo del cual despertaría preguntándose qué día era), y prepararse algo de comer. Siendo hombre, claro, lleva la cava y la arroja en el lavadero, regresando a la cocina y montando la cafetera metálica... la cual no calza bien. Maldita sea, debería comprar otra. Y estaban carísimas. Aunque no tanto como podrían estar mañana, se recuerda, para no dejar de comprarla y que le pasara como con otros artículos cuando se puso a esperar “que bajaran un poco” y ahora se necesitaba de un transbordador para bajarlos de la estratósfera.
Oyendo la música, que le parece algo tristona, esperando que la cafetera hierba, recuerda su primer encuentro con Sergio. Todo había sido excitante, sorpresivo... sensual. Todo había comenzado tan bien...
-Tienes lo cachetes redonditos, papi... -le había dicho con amor Andreina, su bella flaca (aunque con unos senos y unas caderas que le asustaban ya). Su hija mayor. Acariciándole las mejillas.
-Así tienes más para besar. -le respondió, sonriendo... algo picado.
-Veo que sigues con el buen comer. -le había dicho su ex, la segunda, en una reunión escolar sobre la hija que compartían.
-Sólo tú logras quitarme el apetito. Y no de buena manera. -le gruñó.
-Joder, cuidado y me sacas un ojos con un botón; esa camisa está gritando pidiendo ayuda en tu pecho. -rió su mejor amigo.
-Vete a la mierda, Simanca. -fue la enojada respuesta.
Tantos comentarios terminaron afectándole. No era vanidoso, no más que la mayoría de las personas, pero tantos señalamientos le preocuparon y se inscribió en aquel gimnasio algo lejos de su apartamento... donde no fuera a encontrar a nadie por casualidad. No quería que le supieran en esas, no porque le creyeran vano o superficial, sino porque sabía que pronto abandonaría y no quería preguntas, críticas o burlas. Coño, ¿cómo hacía la gente con el trabajo, los amigos y la familia para también dedicarse diariamente a eso?
Fue lo que se preguntó montado en aquella trotadora fija, “subiendo” una pequeña cuesta, sudando a mares dentro del mono deportivo gris “dado” por el establecimiento, aunque en realidad pagó por él, que se aplastaba como mucho contra su espalda, torso, bíceps, muslo y trasero (necesitaba perder peso, o agua sudando, al menos), respirando agitado. Fue cuando le vio.
Sergio Ledezma vestía un mono parecido al suyo, mismo color y corte, pero ahí acababa todo parecido. Era un tío alto y esbelto, musculoso sin llegar a lo ostentoso, de cabello negro algo grueso, liso, piel aceitunada clara, ojos negros e intensos, labios delgados pero bonitos en un rostro indudablemente masculino y guapo. Su sonrisa, su aire seguro, la manera en la cual se desplazaba indicaba que era consciente de ello, y que le agradaba ser atractivo y admirado. Que tenía una opinión muy buena de sí mismo. En esos momentos iba acompañado de una catira menuda, de senos generosos, bonita y algo coqueta para con él.
-¡Dijiste que irías conmigo! -gimoteaba ella, llegando a su altura frente a la trotadora.
-¿A ver a tus hermanas? Si prometí eso estaba bien borracho, y sabes que no debes sacarme promesas cuando estoy así. -bromeó él, sonriéndole encantador, provocando una sonrisa en respuesta y a un tiempo un mohín en ella.
-Sergio...
-No, mami, sabes que tus hermanas me crispan los nervios. Te pones a discutir con ellas sobre los potenciales de sus parejas y es horrible. -fue tajante, pero no de forma desagradable. Ella rió bajito, como aceptando el reproche, besándole y alejándose.
-¿Pasas
por mí después? -se volvió ella, mirándole coqueta.
-En
una hora estaré frente a esa puerta tocando corneta para que salgas,
como el más patán de los tipos. -le aseguró sonriendo.
Cada quien y sus problemas, pensó él mientras trotaba, jadeando, mirando a la mujer alejándose. Preguntándose si bajo el mono llevaría alguna tanga sexy. Era ese tipo de chicas. Seguramente a la mitad de sus veinte, como el hombre seguro se acercaba ya a los treinta. Buena edad para conocerse, enamorarse y casarse... Así les daría tiempo de seguir buscando luego del inevitable divorcio.
-Como sudas. -le oyó, sorprendiéndole, le había olvidado. Allí estaba el chico guapo, brazos cruzados sobre el pecho, mirándole con un brillo extraño en los ojos. Como de apreciación.- Demasiado para una resistencia tan leve. -tuvo la osadía de asomarse para ver el grado de dificultad que empleaba.
No era hombre paciente, aunque sí amable. Pero no cuando se ejercitaba. Algo que odiaba.
-Deberías verme en la cama. -fue su entrecortada respuesta. Esperando que el otro riera leve y se marchara. O se molestara. En verdad no había ido para conocer gente. Ni siquiera a un tío guapo que pudiera interesar a su lado bisexual.
-Seguramente valdría la pena. -le respondió, con una sonrisa torcida, casi provocando que cayera de la trotadora al perder el ritmo. Cosa que le hizo sonreír más.- El efecto del sudor en ese cabello tan negro es... -cerró los dientes en una mueca predadora y se alejó a paso lento.
Y
él no pudo apartar la mirada del cabello corto en su nuca, de los
anchos hombros redondos donde se adhería la tela. La cintura que se
adivinaba estrecha (joder, sin panza, pensó) y ese trasero alzado
contra la gris tela.
¿Le coqueteó? ¿En serio? Desconcertado no pudo evitar sonreír, halagado agradablemente como le pasaba a cualquiera en esos casos. Como no pudo evitar seguir mirándole... hasta que este se volvió y le pilló, como si esperara que lo hiciera. Guiñándole un ojo. Rojo de cachetes volvió la mirada al frente, trotando y sudando efectivamente a mares, salpicando de gruesas gotas el aparato. Esperando que cualquier momento alguien se acercara, con un plástico, a cubrirlo para salvaguardarlo de su derretimiento material.
Trotaba
y pensaba en el chico guapo, en su trabajo insatisfactorio, en sus
extrañas relaciones de trabajo y amistades. En todo lo que ha
querido y soñado y que sabía que no podía ser (y que dolía).
Trotó y, como millones antes que él, deseó ser otro. Sin tantas
maletas a cuestas (no sus niñas, a esas las amaba por encima de
todo; pero el resto...). No notó que incrementaba el ritmo, como si
deseara realmente alejarse de algo, dejarlo atrás.
Sobre
esa máquina, a pesar del sudor cálido, del ardor de sus músculos,
se estremeció, recordando el frío cuarto en la lujosa clínica a
donde habían trasladado a Elena Sotillo de Simanca por pedido de
ella. No había querido agonizar y morir en la casona, empañándola
para Oswaldo y Víctor. Recordó la aprensión que sintió al saber
que ella quería verle. Siempre temiendo que...
La
vio delgada, casi esquelética sobre la cama inclinada en el alegre
cuarto privado, pero bien arreglada, algo maquillada, la calva nuca
cubierta por una bonita pañoleta. Esta atrapó su mirada, haciéndola
sonreír.
-Bella,
¿verdad? Me la trajo Ramona. -dijo la mujer con voz baja,
sonriéndole, recibiendo su beso (la piel quemaba, se notaba que algo
muy malo ocurría bajo ella), indicándole que se sentara.
-Todo
te queda bien siempre, bonita. -fue galante, como lo era
invariablemente con las mujeres, a decir verdad. Sentándose a su
lado, tomando la mano que ella alzó. Esta temblaba un poco y ardía.
Su mirada le tenía hipnotizado. Y atemorizado.- Te ves mejor.
-intento sonreír, sonar animoso. Ella sonrió ampliamente.
-Eres
un mentiroso terrible, Ricardo Amaya, porque no sabes hacerlo. Pero
te lo agradezco. -así impidió su protesta, apretándole la mano,
mirándole con más seriedad, con una tenue sonrisa en los labios.-
Mi viejo amigo... ¿Se puede decir eso de nosotros?
-No
somos tan viejos... -jadeó, sintiéndose terriblemente triste en
esos momentos.
-Ni
nos conocemos de tanto tampoco, ¿verdad? Y sin embargo te aprecio,
Ricardo. Eres una persona leal, cabal. Honesta. -lo dijo como si esa
fuera la mayor virtud del mundo.- Has sido mi amigo fiel durante
años, me has querido, has deseado mi bien, en la salud y en mi
matrimonio... aunque sé que llevas años enamorado de Oswaldo.
CONTINÚA ... 10
No hay comentarios.:
Publicar un comentario