DE FINES Y MEDIOS
Y
el fin de año, claro...
¿Se
imaginan que fuera cierto lo que sostienen esos dementes en la red,
que el planeta gira más rápido y el día dura menos, y, por lo
tanto el año también? A veces uno casi se siente tentado a creerlo,
lo que explica el por qué el éxito de tendencias tan extrañas. Y
disparatadas, lo siento. Puede parecerme que el tiempo va más rápido
pero eso de que el día dura menos de veinticuatro horas como marca
un reloj viejo, me parece imposible. Como sea, el año 2019 avanza
rápidamente hacia su conclusión. ¡Yihaaa!, gritarán algunos.
Nosotros no tanto. Obviamente lo considero desde un punto de vista
totalmente materialista, con el cochino dinero apareciendo como
personaje principal en la trama de la diversión y de las cosas
buenas, maravillosas y sabrosas que podemos procurarnos con él. Lo
sé, me faltan valores sociales y espirituales.
Acercándose
diciembre, lo primero que se debería considerar es el significado
simbólico de la fecha, que la tiene así a muchos les dé dentera.
Hablo de una mirada de fe, aunque los acomodos de fechas en tiempos
pasados oscurecen el panorama, como el lapso transcurrido entre la
Inmaculada Concepción y el día de la Natividad. Dura demasiado. Es
más fácil, humano y simple pensar en el tinte parrandero de la
época. Eso sí lo entendemos mejor la mayoría (no niego que hay
quienes un 24 de diciembre, a medianoche, detienen todo y rezan un
rosario; pero, personalmente y a esas horas, en los buenos tiempos,
apenas me sostenía en pie), las fiestas, pues.
Y
no siempre las familiares, esas donde llegamos a abrazar a la vieja
con todos esos aspavientos y besos que deberíamos brindarle cada día
del año, todos con suéteres porque aún en Venezuela hace frío,
con gorros y guantes que uno no sabe bien dónde los guardan el resto
del año, con regalos para los hermanos y parejas, para los
muchachos. Riendo todos, posando en fotos con la parentela, padres,
tíos, hermanos, cuñados y sobrinos, escuchando la vieja y la nueva
música, haciendo estallar cohetones (eso me fascina, digan lo que
digan, el truco es tener cuidado), con todos esos dulces como las
tortas negras, los panetones, los turrones, botellones y botellones
de refrescos; las mesas llenas de hallacas, el pernil picado, una
olla grande hasta el borde de ensalada de gallina... y las
cervecitas. Muchas, muchas cervezas. Riendo y bailando, repartiendo
afectuosos abrazos.
No,
hablo de otro tipo de fiestas...
Esas
con amigos y conocidos, a veces con vecinos, donde vas con la sana
intención de divertirte portándote como un loco, como si el mundo
fuera a acabarse y no desearas por nada del mundo perderte esa
oportunidad. Riéndote de quienes cantan, uniéndote a ellos luego,
aunque lo haces horribles. Intercambiando chistes crueles de
presentes y ausentes, también chismes, todo haciéndote gracia. Y si
hay suerte, coronar, como me pasara a mí un 31, o ya primero de
enero en la madrugada, que borracho sentado a una mesa entre varios
me metieron mano bajo la mesa, sorprendiéndome, luego planeando con
miradas un encuentro más discreto. Esas reuniones en las cuales
terminamos, o esperamos terminar, con historias felices para recordar
(y conmigo es peligroso, tengo memoria de rencoroso, casi nada se me
olvida), sonriendo aunque tal vez un poco avergonzado (¿cómo pude
con...?). Cosas que pasan. Vivencias. O con la boca seca como que se
tragó arena y un hueco del tamaño de la Luna en la memoria, si se
bebió bastante. Pero valiendo la pena, una u otra cosa.
¿Imaginan
llegar a una reunión en el apartamento de un amigo, y que te diga
que la mujer está fuera y te presenta a otros amigos y estos se
ponen traviesillos, y extraños, después de las doce con unos
cuantos tragos encima? Lo dicho, fiesta. Y la cercana temporada se
presta para ello.
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