LA BONITA LIBERTAD
La
verdad es que la tentación se había hecho muy grande, difícil de
aguantar. Desde que el muchacho llegara a vivir a la casa familiar,
ha sentido que el cuñadito le lanza señales... medio gay. Así que
esa mañana, sintiéndose emocionado, calentado pero no atendido por
su mujer, va y se asoma encontrándole durmiendo y ¿exhibiéndose?
¿Esperándole? No lo sabe, pero le basta verlo. Se acerca, toca,
soba, hunde los dedos y... Si, coño, se menea, ronronea sin
despertar. ¡Se le activa lo marica! ¿Ya se lo habrá comido
alguien?, se pregunta tocando y tocando. No, por lo que prueba con la
lengua sabe a virgen. Seguro que en espera de un semental de buena
verga que se lo abriera, se lo dilatara al máximo con carne dura,
haciéndole lloriquear mientras nace como princesa. No lo sabe, pero
lo espera... Y cuando llena y le oye, si, sabe que el chico quería
eso, tener el culo lleno. Uno que menea desesperado, ansioso,
entusiasmado, y muy pronto, práctica mediante, lo haría de manera
experta.
Le
da y le da con todo su vigor de macho, y en el tono de sus gemidos,
sus rasgos, la manera en la cual responde casi puede ver su
transformación en mariquita. Pero tiene que callarle, por eso le
llena la boca con su lengua, siseándole que con calma que la familia
sigue afuera. “Vamos, nena, no tan fuerte”, le dice medio
sonriendo pensando en lo divertido de toda la situación; y ríe
cuando le dice: “¿No es gracioso?, mi hermana te prepara el
desayuno mientras aquí estoy yo comiéndome tu cereza”. Dios, se
sentía tan malo, prohibido y sucio hacerle eso al marido de su
hermanita que siente que quiere estallar en siete leches. Ya se las
ingeniaría para que no fuera la única vez. Después de todo, fuera
de su propia esposa, no había nada de malo en contar con una zorrita
caliente en casa.
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