domingo, 24 de febrero de 2019

A LOS PIES DE LOS CACHAS

   Sabía a qué salía...
......

   Shawn Dawson estaba encantado de haber aterrizado en la soleada California, dejando muy atrás el amado aunque frío y nublado aire de Nueva York. Mirando el cielo azul, la gente sonriente y bronceada del hotel, ligeras de ropas, totalmente informales, le parece estar en otro mundo; uno donde la norma era relajarse y divertirse sin pensar seriamente en el trabajo, aunque se supone que a eso iba. A un simposio sobre publicidad, con algunos colegas de la firma y otros, personal de compañías amigas, aliadas unas, rivales o desconocidas otras. Hombres y mujeres que, como él mismo, mostraban juventud, ganas de triunfar y sonrisas de ganadores. Cada cual mostrando su mejor talante, ocultando un tanto la careta competitiva y las hachas. Eso iría aflorando, lo sabe, mientras transcurriera el fin de semana. Al cual pensaba sacarle el jugo lejos de las miradas de los jefes y de su novia, Martha. Especialmente de esta.

   Pudo haberla invitado a acompañarlo, como hicieron uno o dos de los colegas, aunque no la mayoría, pero la verdad es que quería disfrutar de un tiempo para él, sin tener que explicarse o dar razones. Lo cierto es que esa relación de tres años, que todos decían había durado demasiado para no concretarla, ya se sentía como un matrimonio. Con cierta carga de tensiones a veces. Aunque la amaba, claro. Por eso el compromiso, aunque muchos le dijeran que se apresuraba cuando le pidió que vivieran juntos, cosa que no le parecía a ese hombre joven de veintiocho años, rostro alargado y afilado, cabellos castaños claros, voz desenfadada, educada y convincente (era bueno vendiendo su imagen e ideas), ojos verdes y chispeantes, todo sobre un cuerpo esbelto y algo cultivado de sus días de natación en la universidad, nada muy logrado, pero que le hacía verse bonito a su manera. Su sonrisa de dientes blancos y parejos, sus pecas en el puente de la nariz, así como la intensidad de su mirada abrían tantas puertas como su labia. Y, antes, atraía chicas, como pasará con Martha. Por ello lleva un plan en mente: ligar con cuanta nena pueda, antes de casarse. Y para eso no le servía tener a la joven allí. Ni era necesario que ella lo supiera, ¿verdad?

   Fuera de ese detalle, Shawn era un sujeto confiable, laborioso, trabajador y responsable. Familia, colegas, jefes y pareja esperaban mucho de él, especialmente éxito a fuerza de constancia. Cargando sus maletas de viaje al hombro, cuello y brazo, como tres de los colegas, sonríe y saluda chicas que cruzan por la recepción del buen hotel donde se reúnen; estas, bonitas, les medio sonreían pero en verdad no parecían impresionadas por los neoyorquinos.

   -Joder, ¿estaremos oliendo a naftalina? -pregunta cuando la tercera le ignora.

   -Es posible. El viaje duró toda una vida. -sentencia Aaron wells, un riente rubio de mirada lasciva, a quien no le iba mucho mejor.

   -Esperemos que se nos pase con un baño. -gruñe y hay risitas.

   -No creo que sea tan simple. -tercia Andrew Tapping, un negro delgado y alto, mirando hacia un rincón, que atrae enseguida los ojos de todos.
En una cartelera, elegante, se anunciaba el simposio de publicidad, y algunas personas miraban, pero no ese cartel. Otro hablaba de un encuentro de culturistas, y un hombre joven, de rasgos asiáticos, con el cuello tan grueso como su muslo, piensa Shawn, casi escandalizado, le sonríe a los presentes y les contesta algunas cosas. Lleva el pantalón de un mono deportivo, azul, que le queda como un guante sobre muslos, piernas y trasero, y una camiseta muy abierta que deja notar unos brazos impresionantes. Se veía bien y lo sabía, por eso sonreía así. Todos lo entendían.

   -Mierda, ¿tenía que tocarnos junto a estos? -gruñe, compartiendo el disgusto, Lester Morán, un joven de ascendencia hispana, de fino bigotillo con el cual bromeaba diciendo que le hacía cosquillas a las nenas en los coños y por eso le buscaban.

   -Esperemos que estos gorilones sin cerebros no vaya a pasar mucho tiempo en las piscinas. -medio riendo, Shawn comenta, tomando una llave que le tienden y volviéndose. Chocando con un sujeto.

   -¡Cuidado! Para hablar del cerebro de otros pareces no tener uno. O que no te funciona muy bien, idiota. -una voz profunda, rica en tonalidades, le alcanzan cuando casi sale despedido hacia atrás al chocar con una muralla de ladrillos, que resulta ser un tipo pelirrojo de cara cuadrada, barbilla picada, ojos azules y duros, boca delgada, pómulos algo pecoso, más alto, más cargado de hombros y brazos que el asiático (porque tiene que ser un culturista, carajo, se dice el joven). Es grande, sí, pero también atractivo, debe admitir. También más joven que él, y sin embargo le arropaba con su altura, pinta y olor, porque se le veía transpirado.

   -Yo... lo siento, no... -a pesar del insulto no se atreve, en verdad, a responder. Muy consciente de que un manotazo del otro podía arrancarle la cabeza de cuajo. Y la idea no le atraía para nada. Bien, para eso estaba el instinto de supervivencia, ¿no?, para salvarnos a través del miedo. Aunque las orejas le enrojecen al notar las sonrisas de sus escandalizados amigos... sabiendo que ninguno intervendría si ese joven y arrogante gigante reclamaba, finalmente, su cabeza.

   -¿Qué? ¿Por ir como idiota por ahí tropezando gente o por decir lo que dices sin pensarlo? -el otro cruza los increíbles brazos sobre su recio pecho, los pectorales casi fuera de la camiseta, los pezones largos y erectos, abrumándole. Shawn nota que los otros parecen dar un paso atrás, mirándole divertidos e inquietos.

   -Yo... yo... -enrojece completamente avergonzado, también abrumado, el aire agresivo del otro le amarra. Y aterra.

   -Yo, yo... -se burla mirándole con desdén.- ¿Es todo lo que puedes pensar, tú, un tío más listo que un culturista? -demanda como si buscara pelea.

   -No, yo... -Dios, aquello parecía una pesadilla, y traga, mirándole intenso. El otro sonríe desdeñoso, seguro de sí, medio inclinándose hacia adelante, casi obligándole a encogerse.

   -Calma, no vayas a mojar tus pantaletas. Pero ten cuidado la próxima vez que hables de otros. Y deja de mirarme así, me siento halagado, pero no ligo con perras en pasillos de hotel. -su voz atrona.

   Shawn siente que enrojece de pies a cabeza, abrumado, con la mente en blanco, incapaz de responder a tanta agresividad y público insulto. Viéndole alejarse (soltando un suspiro de alivio tan intenso que casi le marea), escuchando ahora sí a sus colegas riéndose, mientras se acercan y le palmean la espalda, preguntándole si era cierto que lo miraba queriendo ligar, o que si no había mojado en verdad sus pantaletas. Y cosas por el estilo.

   -Son tan graciosos, idiotas. -gruñe al fin, mortificado. En un mundo donde la gente se trataba con respeto, como adultos serios, nunca se vio en una situación así. Bien, tal vez no debió hacer el comentario desdeñoso, ¿no? Por suerte todo había acabado.
......

   Todavía sintiéndose mortificado por el encuentro, y algo molesto porque los socios y amigos fueron testigos (de su intimidación y silencio), se reune con estos en el área de la piscina, locos por comenzar la diversión, y aunque toma dos cócteles y traga bastante cangrejo, no le va tan bien a la hora de ligar, aunque recorre las albercas, descalzo y mojado, vistiendo un bañador a media pierna que baja coquetamente en sus caderas. Es guapo, se ve indudablemente bien, pero aquellas mujeres de senos y traseros perfectos tan sólo parecían tener ojos para ellas mismas, para convencerse de lo guapas que eran, y de mirar a uno que otro sujetos, jóvenes y bien parecidos, que eran, indudablemente, participante de la mierda esa del culturismo. Con ellos ahí, Shawn, Andrew y Aaron corren con poca suerte. A Lester le va mejor y el joven se pregunta si en verdad esa sombra de bigote de lagartijo le resultaba atractivo a las mujeres.

   -Joder, no puedo probar otro bocado de nada. -cuando oye a Aaron, sentado en la silla plegable a su lado, cae en cuenta de lo mucho que ha comido.

   -Igual. Ese cangrejo es pecaminosamente rico. -sonríe mirándose la inexistente panza, aunque le parece verla. Como todos, acostumbrado a cuidar la figura, sin ejercitarse, vigilaba un tanto lo que comía. Aún. Después de los treinta y cinco, o antes, cuando se casara con Martha, podría relajarse al respecto.

   -¿Qué tal si nos llegamos al gym del hotel, para ver qué tienen? Me gustaría ver californianas rubias sudando, también tomar un baño sauna y recibir un masajito dado por alguna rubia tetona. Escuché que se puede ir así, en bañador. -agrega Andrew, sonriendo. Le encantaban las mujeres blancas, todos lo notaban aunque nadie lo comentara.

   -No vamos a hacer este viaje tan largo para meternos en... -se queja.

   -Oh, vamos, Shawn, con estos tipos aquí... -gruñe, con un puchero, Aaron.

   -Okay. -cosede después de dudar otro poco.

   Tal y como resultaron las cosas, más tarde pensaría que el instinto le gritaba que no aceptara, que se echara en esa silla y dormitara un rato bajo los rayos solares. Y habría sido mejor. Pero les escuchó y todo se jodió.

   Al final los tres se encaminan al gym de anchas puertas acristaladas, donde todo parece nuevo, funcional y hecho para sudar, para eliminar la horrible grasa corporal que ofendía la cultura local, y a desarrollar la musculatura perfecta. El trío repara en las bellas mujeres, también, con cierta burla, en los tíos sin camisas, exhibiéndose, con ajustados short a media pierna en materiales lycra. Aunque se cuidan de hacer dichos comentarios en voces muy bajas. No lo hablan pero nadie quiere se repita lo de Shawn y el culturista.

   Nada más que por hacer algo, y ver más, el hombre se monta en una de las caminadoras, hacia el final del salón, junto a una pared y un frente consistentes de espejos, con los dos colegas en las máquinas siguientes, hablando entre ellos de sus novias. Con relatos que se le antojaban algo fantásticos, especialmente para una gente que nunca dejaba la oficina, ¿cuándo tenían tiempo de lamer todos esos coños y enloquecer chicas en cafeterías que les suplicaban las follaran? Se distrae escuchando la música, sonriendo sintiendo calor en su cuerpo, los muslos algo exigidos, la fina capa de sudor cubriéndole mientras su respiración se espesa por el esfuerzo. Todo eso haciéndole sentir bien. Como un hombre que...

   -La tienes al mínimo. Eso es de niños. O de nenas. ¿Eres una nena?

   La profunda voz a su lado le sobresalta y casi pierde el paso, mirando primero por el espejo, y luego volviéndose (realmente alarmado) hacia el culturista joven y alto que le enfrentara poco antes, el cual lleva una camiseta más abierta todavía, dejando casi al descubierto todo ese torso increíble, pero ahora lleva un corto shorts lycra, vinotinto, que más bien parece un boxer, que se amolda de manera escandalosa a sus muslos, muy arriba, y a su pelvis. Destacándose la silueta de un tolete colocado al descuido... como si no llevara ropa interior. De visible tamaño. Las gruesas piernas terminando en unos zapatos sin calcetines. Y también transpira, quién sabe qué habría estado levantando, se dice de pasada. Tenerle allí, alto y joven, fuerte y masculino, oliendo a transpiración limpia pero fuerte, le atosiga. Como le abruma la posibilidad que venga a gritarle o hacerle otra escena. Nervioso mira hacia sus compañeros, que hablan entre ellos y miran chicas pasar. Como si no les notaran.

   -Oye, no quise... -comienza a disculparse otra vez, tensándose y conteniendo la respiración cuando este sube a la caminadora, tras él, increíblemente cerca, casi rozándole con torso, pelvis y muslos, arropándole con su tamaño, el calor que exhalaba y su olor, más cuando cruza un brazo a su costado.

   -Debes aumentar la resistencia. -anuncia diciéndole a un oído mientras ajusta algo.

   Y la resistencia de la máquina vaya que aumenta, se dice el confuso hombre, ojos muy abiertos, mirándole sobre un hombro, no entendiendo qué hace allí, perdiendo el paso otra vez y chocando de ese cuerpo que camina con tranquilidad. Y todo él se eriza cuando se frota del joven y duro cuerpo bañado de sudor, caliente como el infierno. Se miran, uno divertido, el otro como un cervatillo asustado.

   -Amigo, no creo... -croa con esfuerzo, como si toda aquella insólita escena para la que nunca ha estado preparado, le desbordara. Un tipo grandote, musculoso y sudado estaba tras él, casi frotándole una y otra vez, burlándose en pleno gym. Y lo que más le afecta es eso, que ese idiota le trataba así en un lugar público, humillándole, y que otros, comenzando por sus socios, iban a darse cuenta. De que le hacía aquello y no respondía como debía.

   -Concéntrate. -le ordena sin alzar la voz, firme. Y dando un respingo que a sí mismo sorprende, e irrita un poco, obedece. Vuelve el rostro al frente, tomando el agarre de la plataforma, intentando seguir el paso y alejarse del enorme y viril cuerpo que apestaba a macho, pero sin lograrlo del todo. El joven toma también los agarres, las manotas junto a las suyas, quemándole, y sigue caminando, frotándole.- ¿Lo sientes, la diferencia? Esto si es para un hombre.

   -¿Qué haces? -casi jadea, sintiéndose indefenso, impotente, mirando hacia los socios que aún no parecen reparar en la escena (una chica especialmente curvilínea se ejercitaba más allá, flexionando la cintura, mostrando la concha bajo las ropas).

   -Te ayudo con tu rutina, débil hombrecito. -es la respuesta, una que le llega justo al oído, expresada con burla, quemándole con el aliento... al tiempo que ese sujeto medio flexiona las rodillas, tocándole más, bajando la pelvis lo suficiente y pegándose de su culo. Algo que casi le hace gritar, de rabia, sorpresa y temor. Le sentia la verga...

   -Amigo, no sigas; si estás molesto por mi comentario... -quiere ceder, disculparse, rendirse, lo que fuera para librarse de él.

   -No, soy yo quien debe disculparse. -le corta el otro, esa voz profunda bañándole, los labios casi rozándole la piel a estas alturas, el cuerpo pegado al suyo.- No quise parecerte un ogro, mucho de lo que dije fue juego, ¿okay? -y al decirlo despega una de la manotas y la apoya en su hundido estómago, tensándole y haciéndole jadear.

   -Si, si, yo... acepto tu explicación y... -le cuesta respirar y pensar con esa manota fuerte, caliente y masculina adherida a su vientre desnudo. No quiere agitarse, ni respirar asustado, no quiere que sepa que le altera, pero le cuesta. Y vuelve el rostro hacia los socios, que ahora si les miran, con bocas abiertas y caras de sorpresa.

   -Me alegra. No quiero que pienses que me molestaba el que mojaras tu ropa interior imaginándome, no sé, desnudo. Aunque heterosexual, cuando estoy en estos eventos me lleno de mucha adrenalina y testosteronas, tanto que necesito drenarlas con frecuencia. -le pega los labios de una oreja, tensándole totalmente.- Y para servirme en momentos así, ya lo he comprobado, nada mejor que un mariquita bonito como tú, caliente y deseando mi verga llenandole en todo instante. Agradecido de que le deje chupármela o metérsela duro por el culo. Mariconcitos que gritan y jadean pidiéndome que los parta en dos con mi barra larga, gruesa y dura.

CONTINUARÁ ... 2

4 comentarios:

  1. Un gusto volver a leerte, amigo... espero te vaya bien en este sitio... excelente inicio de esta historia... a ver cómo nos va...

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    1. Hola, y gracias por los buenos deseos. Si, vamos a ver qué tal.

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  2. Hola soy de Lima Perú saludos amigo yo era un asduo lector de tu anterior blog un servicio si está al alcance tuyo extraño el relato de macho a esclavo no se si te ubicas por favor quiero releerlo no se si me puedes pasar el link porque no lo encuentro

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  3. Hola a todos, no acostumbro a escribir en blog pero la curiosidad... Ya saben, q paso con este blog

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