PADRES Y MAESTROS INVOLUCRADOS
Aunque...
De
chico le decían que no cruzara por el parque en las tardes porque
eso estaba cundido de maricas desagradables que hacían cosas feas
con otros hombres. Todos se lo advertían, sembrando el temor en el
corazón de ese chico que fue creciendo temiendo al parque. Pero un
día, no aguantando más, se atrevió a entrar, nervioso, ansioso...
y su tío le encontró. Le regañó, y mucho, al tiempo que lo
enculaba a fondo; pero él, mientras grita y ríe, sintiéndose en la
gloria con aquella polla bien metida, no le para bolas. Joder, qué
vigor el de su tío, cómo la empujaba y se la clavaba. El doblez en
la punta le tenía delirando. “Muchacho condenado…”, le oye
gruñir, apretándole el cuello entre sus manos, “se nota que andas
descarrilado, creo que voy a tener que darte lo que mereces, mucho y
duro, cada tarde en mi casa”. “Gracias, tío”, le sonríe
emocionado y descarado, alegrandose de estar vivo. El sol cálido y
grato, la fresca brisa, los arbustos meciéndose, las aves
trinando... joder, todo era perfecto. Con razón a tantos de sus
amiguitos le gustaba ese parque...
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