El
paquete era atractivo...
……
Roberto
Mancini, en el bien iluminado pasillo de los pasapalos, tostoncitos,
cheetos, papas fritas y chicharrón picante, estudia las bolas de
brillantes colores de las ruffles; ¿llevará las de siempre o se
animará a probar esas con sabor a tocineta? Sonríe, lo que sienta
bien a su cara algo ancha de cuarentón bien conservado, de cabello
negro corto a los lados y alto en el centro (le enorgullecía el
conservarlo todavía, a diferencia de sus hermanos que cegaban cuando
el sol les daba en las calvas); una frente ancha con dos perennes
arrugas, nariz recta un poco ancha, como la boca de labios gorditos,
especialmente el inferior, rodeados de barba y bigotes salpicados de
canas le hacían verse interesante. Es un tipo alto, cargado de
hombros, brazos y piernas, como se notaba bajo el pantalón y el saco
azul que usa, que se amoldaba a su cuerpo robusto y macizo, con algo
de barriga bajo la buena camisa y la corbata roja que lleva.
Regresaba de la oficina, y antes de sentarse a ver el juego de
béisbol, pasó por el supermercado para apertrecharse bien de las
ricas basuritas esas, aunque le pesaran alrededor de la barriga. Era
un carajo de buen ver, pero su encanto provenía de algo más. De un
aire viril y masculino, casi agresivo que exhalaba y le hacían
destacar. Las mujeres, especialmente las muy jóvenes y divorciadas
de mediana edad, no podían dejar de sentir calor al verle moverse,
escucharle hablar, recibir una de sus miradas directas, pícaras. O
una de sus sonrisas de medio lado. Sabía que gustaba... cosa que le
encantaba. Aunque no le interesaban las mujeres. Era un exitoso
soltero de mediana edad que gustaba de los chicos, aunque nadie
pudiera imaginarlo a primera vista. O creerlo si lo escuchaba.
Como
le pasaba a Martín Garcés, el chico de cabellos ensortijados,
castaños, ojos iguales, de una tonalidad casi verdosa (un bachaco
que casi parecía catire), delgado y bonitico que le sonreía a todas
las jóvenes que también le miraban (y que le encantaba, saber que
gustaba, que excitaba), escuchándolo comentar a uno de los otros
carga bolsas del supermercado, algo alejados de una de las cajas
donde se ganaban una que otra moneda llenando bolsas y cargandolas a
los carros.
-¡Mentiroso!
-el chico estalla, riéndose pero contenido, mirando al que hablara,
su amigo Teo, otro cargador, volviendo los ojos al trajeado sujeto
que se dirigía a la cava de los embutidos y juegos.
-Te
lo digo, ¡es un maricón! -este, más bajito, con cara afilada que
le daba cierta apariencia ratonil, insiste, poniéndole mucha pasión
como siempre que quería ser tomado en cuenta por los otros jóvenes
que cargaban bolsas y que eran más mirados que él.
-¿Y
cómo lo sabes tú? ¿Te lo chupó? Tienes cara de que te gustan esas
mariconerías. -riente, mortificándole, Matías, un joven negro, le
puya. Eso provoca risas.
-No,
no, claro que no. -Teo parece mortificado y molesto. Y se corta
cuando Martín le mira, burlón.
-No
te ha ofrecido darte una mamada, ¿eh? -y el enrojecer de Teo, de
furor o vergüenza, provoca que todos rían, bajando la voz cuando
una de las cajeras, ¿le estaría escuchando?, les sisea para que
bajen el tono.
-No.
No me ha ofrecido mamadas ni esas vainas me gustan. Me lo dijo un
pana. Que le ofreció darle una y le dio unos billetes después.
-¿Quién
te contó esa vaina? -intercala dudando, Matías, los otros, dos
chicos más, repiten variaciones de la pregunta.
-No
lo conocen, ya no trabaja aquí. -se defiende Teo; el chico casi
parecía arrepentido de hablar.
-¿Qué
te contó exactamente? -Martín enfila la conversación a un punto
que le interesa. Billetes. Andaba pelando bola, y si se podía
conseguir algo... Un primo suyo lo hacía. No era algo que fuera a
contar, como el bocón de Teo, pero el muy sucio se iba a veces con
tipos que pasaban buscándole por el barrio, siempre uno distinto, y
terminaban donde estos pudieran chuparle el güevo y tragarse su
leche; después salía con unos reales que se gastaba con la novia. Y
si, él andaba limpio.
-Eso,
que propone dar mamadas y paga. -el chico, notandose mucho sus trece
años de edad, se encoge de hombros, como cansado ya del tema.
-¡Marica!
-riente, bajito, Matías le gruñe y hay carcajadas mientras Teo se
defiende.
Martín
no les oye, mira al enorme y robusto sujeto, con esa cara seria de
gerente de empresa, con esas buenas ropas, el reloj costoso, el
carrote que vio afuera... Sí, debía tener plata. Y ser generosos,
si los cuentos del culo cagado de Teo eran ciertos.
Con
la pequeña cesta azul en una mano (pensaba comprar pocas cosas en
realidad), casi llena de bolsas de pasapalos, Roberto toma dos botes
de jugos, uno de naranja el otro de peras, y un refresco de dos
litros, sabor colita. Así mismo unos paqueticos ya cortados y
rebanados con salchichón, queso amarillo y queso guayanés. ¿Olvida
algo? Joder, sí, no lleva maní. No los vio, debían...
-Compra
puras chucherías, señor. -la obsequiosa voz le llega a sus
espaldas. Se vuelve y se congela por un segundo a la vista del alto y
delgado chico de franela negra, de jeans desteñido algo ancho que
parece bajo en su cintura, guapillo de cara, ojos pícaros, notándole
cierta malicia en el tono.
-Me
gusta tragar cosas buenas. -le responde de frente, abiertamente,
sonriéndole leve, recorriéndole con la vista de manera elocuente.
Sorprendiéndole y desconcertándole, cosa que le divierte.
Obviamente no esperaba una respuesta tan sugestiva a su “casual”
acercamiento.
-Así
se debe hacer, ¿no? -el chico parece fuera de lote, como si no
supiera cómo enfrentar la situación.
-Cuando
se ve lo que te gusta, hay que tomarlo. ¿Trabajas aquí? -el hombre
le sonríe de manera amistosa, viéndose apuesto, cosa que el chico,
en verdad, no nota.
-Si,
en la caja tres. -responde sonriendo, intentando recobrar el control.
-Bien.
-el hombre le guiña un ojo y se aleja, buscando el maní salado.
Dejándole
allí de pie, a solas, perplejo. ¿Qué fue eso? ¿Conectó o no? Era
difícil competir, teniendo diecisiete años, con un sujeto así,
piensa. Mejor volvía a las cajas, no fuera a perder los pocos
clientes que había. Era una mugre trabajar por propinas.
Cada
vez que uno de los escasos clientes del local se acerca a las cajas,
los cinco jóvenes se movilizan. La tarde era, definitivamente,
floja. El chico se tensa cuando el hombre se asoma en el horizonte,
sin mirar a nadie de manera especial. Pero dirigiéndose a la caja
tres. Eso le hace sonreír tontamente agradado, como halagado. Guarda
las delicateces con cuidado, algo saliviso, ¡todo le gustaba en esas
compras! Al levantar la vista enrojece, el tipo estaba mirándole,
sonriéndole, tendiendole dos billetes, una propina grande.
Emocionado la toma y agradece.
-¿Estás
ocupado? -le pregunta, y los otros, recordando los cuentos,
escuchan.- Tengo que ir a hacer algo y me gustaría que me llevaran
esto más tarde. Vivo cerca. -le da la dirección y saca nuevos
billetes.- No quiero cargar con eso en el carro y que todo termine
apestando a tocineta. Llevalo en una hora, ¿okay? -ordena tal cual y
se aleja sin esperar respuesta.
-Vaya
carajo, ni siquiera pregunta. -gruñe la cajera, pero algo
impresionada por la pinta del sujeto.
Si,
vaya carajo, el joven piensa y sonríe, la boca echa agua con esas
propinas. Imaginando más... Se sobresalta cuando se medio vuelve y
se encuentra con la sardónica mirada de Matías.
-Ah,
ya veo. -ríe este, malicioso.- Bueno, negocios son negocios.
-Y
plata es plata. -sentencia este, riendo también.
La
cajera les mira confusa. Pero como desconfiada. ¿En qué andarán
esos dos? Nada bueno, eso era seguro.
......
Con
cierto nerviosismo de anticipación, Martín recorre el trayecto
entre el supermercado y la casa del sujeto ese. Ni por un segundo se
cuestiona la parte éticas o moral de aquello que hace; como tampoco
hace planes exactamente. No va con la idea de hacer que le chupe el
güevo y le pague por eso, aunque era exactamente lo que pretendía.
Una palabra como prostitución no pasa ni de lejos por su cabeza. Lo
que sí sabe es que todo saldrá bien, que nada malo puede ocurrirle,
dado que apenas tiene diecisiete años recién cumplidos; a esa edad
se sabe todo y se es invulnerable. Lo único que se ignora es que las
acciones tienen consecuencias, por lo demás todo estaba bien.
Lanza
un silbido frente a la bonita casa de dos plantas, cerca pintada de
marrón y estacionamiento techado. Por primera vez se pregunta si el
sujeto ese tendría familia. ¿Y si era casado y le recibía la
mujer? ¿Y si todo lo de mamar güevos y dar plata era un cuento del
ratón de Teo? Inquieto cruza la cerca y recorre el jardincillo con
la grama verde, las acacias haciendo sombra, y toca el timbre.
¿Habría llegado ya? Claro, el carro estaba estacionado. Va a llamar
otra vez cuando la puerta se abre y ahí está el tipo, con un vaso
corto y grueso con licor en la mano, que olía fuerte y bueno, le
parecía a él que tomaba caña blanca, guarapitas y cervezas. El ron
le rascaba. Sin el saco el tipo se veía más... fuerte, le parece de
manera confusa.
-Su
pedido. -dice tontamente.
-Pasa
y déjalo en la cocina. -ordena de manera sobria pero amable,
ladeándose y dejándole entrar.
La
antesala, el recibidor, el comedor, los pasillos alfombrados hasta
llegar a la amplia y luminosa cocina, cuya puerta da a un patio igual
de hermoso como el frente, ¡con una piscina!, le dejan con la boca
abierta. Deposita la bolsa sobre un mesón recubierto de cerámica y
se vuelve hacia el tipo, ¿y ahora qué? Este lo mira mientras bebe,
como esperando también. Sacandose otros dos billetes del bolsillo de
la camisa.
-Ya
me pagó. -se siente obligado a decir.
-Escuché
que viven de propinas. Esa debe ser una manera bien mierdosa de ganar
algo. -agrega este, dejando el vaso sobre el mesón.
-Algo
hay que hacer, ¿no? -dice, casi sintiéndose otra vez obligado, a
defenderse mientras guarda los billetes. Feliz por dentro. Aunque no
sacara nada más ya había reunido esa tarde lo que generalmente le
llevaba un mes.
-¿Estudias
o trabajas en algo más? -el sujeto abre la nevera bien equipada y
guarda todo lo que necesita refrigeración.
-Eh,
no, estoy por terminar el bachillerato y... ya veré. -lo cierto es
que era medio vago.
-Ya
veo. -el otro le lanza una mirada escrutadora, ¿adivinándole?,
luego sigue metiendo cosas en la nevera, la ancha espalda
contrayéndose bajo la fina y costosa camisa.- ¿Tienes novia?
-Algo
así.
-¿Y
cómo la llevas al cine o le invitas un perro caliente antes de que
te deje meterle mano? -interroga sin mirarle. Eso le hace reír.
-Es
difícil, por eso hago estos trabajitos que...
-Que
no dan mucho. -se endereza y va a su encuentro, deteniéndose a dos
pasos y cruzando los recios brazos sobre el torso.- La verdad es que
no te entiendo, a tu edad trabajaba en un taller mecánico que era
una mugre, no me gustaba pero aprendí algo de motores y la paga era
decente. Era un trabajo de hombres no un juego para… niños; como
lo es embolsar cosas en un mercado. ¿No te gustaría ganarte algo
más, haciendo algo de... adulto? -pregunta y el chico se agita, ¿era
el momento?
-¿Haciendo...?
-el sujeto le mira a los ojos, atrapándole con su intensidad.
-Dejando
que te mame el güevo, por ejemplo. Me gustan los chicos llenos de
leche y ganas de que se las mamen a cada hora. Soy muy bueno
haciéndolo y puedo ser muy generoso, ¿te interesa?
CONTINÚA ... 2
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