miércoles, 27 de marzo de 2019

SERVICIO A DOMICILIO

   El paquete era atractivo...
……

   Roberto Mancini, en el bien iluminado pasillo de los pasapalos, tostoncitos, cheetos, papas fritas y chicharrón picante, estudia las bolas de brillantes colores de las ruffles; ¿llevará las de siempre o se animará a probar esas con sabor a tocineta? Sonríe, lo que sienta bien a su cara algo ancha de cuarentón bien conservado, de cabello negro corto a los lados y alto en el centro (le enorgullecía el conservarlo todavía, a diferencia de sus hermanos que cegaban cuando el sol les daba en las calvas); una frente ancha con dos perennes arrugas, nariz recta un poco ancha, como la boca de labios gorditos, especialmente el inferior, rodeados de barba y bigotes salpicados de canas le hacían verse interesante. Es un tipo alto, cargado de hombros, brazos y piernas, como se notaba bajo el pantalón y el saco azul que usa, que se amoldaba a su cuerpo robusto y macizo, con algo de barriga bajo la buena camisa y la corbata roja que lleva. Regresaba de la oficina, y antes de sentarse a ver el juego de béisbol, pasó por el supermercado para apertrecharse bien de las ricas basuritas esas, aunque le pesaran alrededor de la barriga. Era un carajo de buen ver, pero su encanto provenía de algo más. De un aire viril y masculino, casi agresivo que exhalaba y le hacían destacar. Las mujeres, especialmente las muy jóvenes y divorciadas de mediana edad, no podían dejar de sentir calor al verle moverse, escucharle hablar, recibir una de sus miradas directas, pícaras. O una de sus sonrisas de medio lado. Sabía que gustaba... cosa que le encantaba. Aunque no le interesaban las mujeres. Era un exitoso soltero de mediana edad que gustaba de los chicos, aunque nadie pudiera imaginarlo a primera vista. O creerlo si lo escuchaba.

   Como le pasaba a Martín Garcés, el chico de cabellos ensortijados, castaños, ojos iguales, de una tonalidad casi verdosa (un bachaco que casi parecía catire), delgado y bonitico que le sonreía a todas las jóvenes que también le miraban (y que le encantaba, saber que gustaba, que excitaba), escuchándolo comentar a uno de los otros carga bolsas del supermercado, algo alejados de una de las cajas donde se ganaban una que otra moneda llenando bolsas y cargandolas a los carros.

   -¡Mentiroso! -el chico estalla, riéndose pero contenido, mirando al que hablara, su amigo Teo, otro cargador, volviendo los ojos al trajeado sujeto que se dirigía a la cava de los embutidos y juegos.

   -Te lo digo, ¡es un maricón! -este, más bajito, con cara afilada que le daba cierta apariencia ratonil, insiste, poniéndole mucha pasión como siempre que quería ser tomado en cuenta por los otros jóvenes que cargaban bolsas y que eran más mirados que él.

   -¿Y cómo lo sabes tú? ¿Te lo chupó? Tienes cara de que te gustan esas mariconerías. -riente, mortificándole, Matías, un joven negro, le puya. Eso provoca risas.

   -No, no, claro que no. -Teo parece mortificado y molesto. Y se corta cuando Martín le mira, burlón.

   -No te ha ofrecido darte una mamada, ¿eh? -y el enrojecer de Teo, de furor o vergüenza, provoca que todos rían, bajando la voz cuando una de las cajeras, ¿le estaría escuchando?, les sisea para que bajen el tono.

   -No. No me ha ofrecido mamadas ni esas vainas me gustan. Me lo dijo un pana. Que le ofreció darle una y le dio unos billetes después.

   -¿Quién te contó esa vaina? -intercala dudando, Matías, los otros, dos chicos más, repiten variaciones de la pregunta.

   -No lo conocen, ya no trabaja aquí. -se defiende Teo; el chico casi parecía arrepentido de hablar.

   -¿Qué te contó exactamente? -Martín enfila la conversación a un punto que le interesa. Billetes. Andaba pelando bola, y si se podía conseguir algo... Un primo suyo lo hacía. No era algo que fuera a contar, como el bocón de Teo, pero el muy sucio se iba a veces con tipos que pasaban buscándole por el barrio, siempre uno distinto, y terminaban donde estos pudieran chuparle el güevo y tragarse su leche; después salía con unos reales que se gastaba con la novia. Y si, él andaba limpio.

   -Eso, que propone dar mamadas y paga. -el chico, notandose mucho sus trece años de edad, se encoge de hombros, como cansado ya del tema.

   -¡Marica! -riente, bajito, Matías le gruñe y hay carcajadas mientras Teo se defiende.

   Martín no les oye, mira al enorme y robusto sujeto, con esa cara seria de gerente de empresa, con esas buenas ropas, el reloj costoso, el carrote que vio afuera... Sí, debía tener plata. Y ser generosos, si los cuentos del culo cagado de Teo eran ciertos.

   Con la pequeña cesta azul en una mano (pensaba comprar pocas cosas en realidad), casi llena de bolsas de pasapalos, Roberto toma dos botes de jugos, uno de naranja el otro de peras, y un refresco de dos litros, sabor colita. Así mismo unos paqueticos ya cortados y rebanados con salchichón, queso amarillo y queso guayanés. ¿Olvida algo? Joder, sí, no lleva maní. No los vio, debían...

   -Compra puras chucherías, señor. -la obsequiosa voz le llega a sus espaldas. Se vuelve y se congela por un segundo a la vista del alto y delgado chico de franela negra, de jeans desteñido algo ancho que parece bajo en su cintura, guapillo de cara, ojos pícaros, notándole cierta malicia en el tono.

   -Me gusta tragar cosas buenas. -le responde de frente, abiertamente, sonriéndole leve, recorriéndole con la vista de manera elocuente. Sorprendiéndole y desconcertándole, cosa que le divierte. Obviamente no esperaba una respuesta tan sugestiva a su “casual” acercamiento.

   -Así se debe hacer, ¿no? -el chico parece fuera de lote, como si no supiera cómo enfrentar la situación.

   -Cuando se ve lo que te gusta, hay que tomarlo. ¿Trabajas aquí? -el hombre le sonríe de manera amistosa, viéndose apuesto, cosa que el chico, en verdad, no nota.

   -Si, en la caja tres. -responde sonriendo, intentando recobrar el control.

   -Bien. -el hombre le guiña un ojo y se aleja, buscando el maní salado.

   Dejándole allí de pie, a solas, perplejo. ¿Qué fue eso? ¿Conectó o no? Era difícil competir, teniendo diecisiete años, con un sujeto así, piensa. Mejor volvía a las cajas, no fuera a perder los pocos clientes que había. Era una mugre trabajar por propinas.

   Cada vez que uno de los escasos clientes del local se acerca a las cajas, los cinco jóvenes se movilizan. La tarde era, definitivamente, floja. El chico se tensa cuando el hombre se asoma en el horizonte, sin mirar a nadie de manera especial. Pero dirigiéndose a la caja tres. Eso le hace sonreír tontamente agradado, como halagado. Guarda las delicateces con cuidado, algo saliviso, ¡todo le gustaba en esas compras! Al levantar la vista enrojece, el tipo estaba mirándole, sonriéndole, tendiendole dos billetes, una propina grande. Emocionado la toma y agradece.

   -¿Estás ocupado? -le pregunta, y los otros, recordando los cuentos, escuchan.- Tengo que ir a hacer algo y me gustaría que me llevaran esto más tarde. Vivo cerca. -le da la dirección y saca nuevos billetes.- No quiero cargar con eso en el carro y que todo termine apestando a tocineta. Llevalo en una hora, ¿okay? -ordena tal cual y se aleja sin esperar respuesta.

   -Vaya carajo, ni siquiera pregunta. -gruñe la cajera, pero algo impresionada por la pinta del sujeto.

   Si, vaya carajo, el joven piensa y sonríe, la boca echa agua con esas propinas. Imaginando más... Se sobresalta cuando se medio vuelve y se encuentra con la sardónica mirada de Matías.

   -Ah, ya veo. -ríe este, malicioso.- Bueno, negocios son negocios.

   -Y plata es plata. -sentencia este, riendo también.

   La cajera les mira confusa. Pero como desconfiada. ¿En qué andarán esos dos? Nada bueno, eso era seguro.
......

   Con cierto nerviosismo de anticipación, Martín recorre el trayecto entre el supermercado y la casa del sujeto ese. Ni por un segundo se cuestiona la parte éticas o moral de aquello que hace; como tampoco hace planes exactamente. No va con la idea de hacer que le chupe el güevo y le pague por eso, aunque era exactamente lo que pretendía. Una palabra como prostitución no pasa ni de lejos por su cabeza. Lo que sí sabe es que todo saldrá bien, que nada malo puede ocurrirle, dado que apenas tiene diecisiete años recién cumplidos; a esa edad se sabe todo y se es invulnerable. Lo único que se ignora es que las acciones tienen consecuencias, por lo demás todo estaba bien.

   Lanza un silbido frente a la bonita casa de dos plantas, cerca pintada de marrón y estacionamiento techado. Por primera vez se pregunta si el sujeto ese tendría familia. ¿Y si era casado y le recibía la mujer? ¿Y si todo lo de mamar güevos y dar plata era un cuento del ratón de Teo? Inquieto cruza la cerca y recorre el jardincillo con la grama verde, las acacias haciendo sombra, y toca el timbre. ¿Habría llegado ya? Claro, el carro estaba estacionado. Va a llamar otra vez cuando la puerta se abre y ahí está el tipo, con un vaso corto y grueso con licor en la mano, que olía fuerte y bueno, le parecía a él que tomaba caña blanca, guarapitas y cervezas. El ron le rascaba. Sin el saco el tipo se veía más... fuerte, le parece de manera confusa.

   -Su pedido. -dice tontamente.

   -Pasa y déjalo en la cocina. -ordena de manera sobria pero amable, ladeándose y dejándole entrar.

   La antesala, el recibidor, el comedor, los pasillos alfombrados hasta llegar a la amplia y luminosa cocina, cuya puerta da a un patio igual de hermoso como el frente, ¡con una piscina!, le dejan con la boca abierta. Deposita la bolsa sobre un mesón recubierto de cerámica y se vuelve hacia el tipo, ¿y ahora qué? Este lo mira mientras bebe, como esperando también. Sacandose otros dos billetes del bolsillo de la camisa.

   -Ya me pagó. -se siente obligado a decir.

   -Escuché que viven de propinas. Esa debe ser una manera bien mierdosa de ganar algo. -agrega este, dejando el vaso sobre el mesón.

   -Algo hay que hacer, ¿no? -dice, casi sintiéndose otra vez obligado, a defenderse mientras guarda los billetes. Feliz por dentro. Aunque no sacara nada más ya había reunido esa tarde lo que generalmente le llevaba un mes.

   -¿Estudias o trabajas en algo más? -el sujeto abre la nevera bien equipada y guarda todo lo que necesita refrigeración.

   -Eh, no, estoy por terminar el bachillerato y... ya veré. -lo cierto es que era medio vago.

   -Ya veo. -el otro le lanza una mirada escrutadora, ¿adivinándole?, luego sigue metiendo cosas en la nevera, la ancha espalda contrayéndose bajo la fina y costosa camisa.- ¿Tienes novia?

   -Algo así.

   -¿Y cómo la llevas al cine o le invitas un perro caliente antes de que te deje meterle mano? -interroga sin mirarle. Eso le hace reír.

   -Es difícil, por eso hago estos trabajitos que...

   -Que no dan mucho. -se endereza y va a su encuentro, deteniéndose a dos pasos y cruzando los recios brazos sobre el torso.- La verdad es que no te entiendo, a tu edad trabajaba en un taller mecánico que era una mugre, no me gustaba pero aprendí algo de motores y la paga era decente. Era un trabajo de hombres no un juego para… niños; como lo es embolsar cosas en un mercado. ¿No te gustaría ganarte algo más, haciendo algo de... adulto? -pregunta y el chico se agita, ¿era el momento?

   -¿Haciendo...? -el sujeto le mira a los ojos, atrapándole con su intensidad.

   -Dejando que te mame el güevo, por ejemplo. Me gustan los chicos llenos de leche y ganas de que se las mamen a cada hora. Soy muy bueno haciéndolo y puedo ser muy generoso, ¿te interesa? 

CONTINÚA ... 2

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