El
paquete era atractivo...
……
El
hombre hace su declaración tan pancho, seguro de sí, la camisa
tensa sobre el poderoso y recio cuerpo, casi sonriendo al tiempo que
le observa, mientras él enrojece todo y lanza risitas nerviosas,
tomado por sorpresa aún dentro de su juvenil atrevimiento y
desfachatez.
-¿Le
gusta mucho mamar güevos, don? Vaya vaina.
-Ni
te imaginas cuánto. Tener una tranca dura en mi boca, sobre mi
lengua, hummm, qué vaina tan rica. Te diría que todo hombre debería
probarlo, al menos una vez, pero imagino que no es lo tuyo.
-contrarresta la evasiva del otro.- ¿No te gustaría que te diera
una? Modestia aparte, dicen que soy bueno ordeñándolas con la boca.
Martín,
con la cara muy roja, ríe otra vez. Nervioso, sí, pero también...
curioso. Y halagado. Le gustaba, a cierto nivel, saber que excitaba a
ese carajo.
-No
lo sé, yo...
-¿Nunca
te lo han mamado? ¿No te han sacado la leche así?
-¿Qué?
¡No! Es decir, claro que si. Me han dado muchas mamadas. -se
defiende infantilmente.- Pero...
-No
un carajo. -el otro asiente, acercándosele.- ¿Sabes lo que creo?,
que sí las has recibido, han sido son pocas, y no muy buenas. Dejame
mostrarte...
El
joven casi se agita bajo esa mirada que llega un poco más alta, de
ese carajo recio y viril... ¡que quería mamarle el guevo!
-Bueno.
-casi croa. Roberto Mancini sonríe.
-Bien.
Sígueme. -le ordena saliendo de la cocina y dirigiéndose a la
amplia sala.- Siéntate allí. -le indica tomando un control remoto y
encendiendo un costosos aparato de video.
El
joven, con las piernas temblorosas, no sabiendo si, en últimas,
realmente soportará que un carajo lo toque, allí, toma asiento,
casi hundiéndose en el cómodo mueble de tela gris claras. Y casi
pega un respingo, abriendo mucho los ojos. La pantalla, grande, se
ilumina de repente con la toma de una catira tetona y de peinado
complicado, vistiendo un hilo dental, doblada ella entre las piernas
de un tipo, abriendo mucho las nalgas, la tirita del rojo hilo
cruzando sobre su culo y vagina, semi cubriéndola apenas, la tela
mojada, al tiempo que lleva el pintarrajeado rostro, y la boca muy
roja, a una verga blanco rojiza tiesa y grande, atrapándola con un
jadeo de ganas que le eriza cada pelo del cuerpo. Mierda, qué bien
se veía ese video, y esa catira. Si tuviera una así, una cinta, se
le caería el güevo de tanto pajearse. O una catira con ese hilo
dental mojada de ganas… Esta subía y bajaba la boca sobre el
grueso falo de aquel gringo, mientras... Coño, si, la vagina parecía
temblarle bajo el hilo dental húmedo de ¡donde gotea algo! ¿Saliva,
esperma previa?, no lo sabe, pero le afecta. Tan perdida tiene la
mirada en la pantalla que...
-Ahhh...
-se le escapa un gemido de sorpresa cuando el hombre cae de rodillas
sobre la alfombra, entre la mesita de caro cristal y el sofá, sin
impedirle la visión a la pantalla.
Por
un segundo le había olvidado, al carajo, ensimismado por la catira
putona de tetas grandes e hilo dental mojado que mama güevo como
loca, con chilliditos que le provocan escalofríos, mientras lleva
una uña larga y pintada de roja a la telita del hilo dental que
cubre su vagina y lo hunde allí, chillando más. Algo que le vuela
lo tapones al muchacho, como bien esperaba el “viejo pervertido”.
Roberto trabajaba usando métodos de la vieja escuela que
funcionaban, no le daba caramelos a niños, pero si porno del bueno a
jóvenes calentorros siempre con ganas y con los güevos tiesos a
toda hora.
Le
mira a la cara, este evitando sus ojos, sabiendo que le incomoda
mientras le soba y palpa el entrepiernas... no encontrando mucho; el
chico debía estar bastante nervioso después de todo. Perfecto,
pensó con sorna, abriendola la correa y el ancho pantalón,
separándolo, disgustado ante el feo boxer de cuadritos, tipo
bermudas, palpándole otra vez.
-¿Por
qué coño usas esta vaina? -le reclama, viéndole ceñudo, casi
cohibiéndole. Por extraño que le parezca, Martín siente que está
frente a su padre, el cual siempre le cuestiona cosas también.
-Es
un bóxer...
-Es
una mierda. -le aclara, tajante pero sin ser agresivo.
No
le hacía falta para darse a entender, piensa algo resentido el
chico; claro, si él tuviera su edad y esos hombros, también el
traje, los reales y la casa, tendría la actitud, así fuera un viejo
mamagüevo, termina con disgusto. La vaina no iba bien, sexualmente
hablando.
-¿Nervioso?
-le pregunta este, mirándole fijamente, como burlándose.
¿Adivinándole?
-Don,
nunca me había tocado un hombre... -la voz sale ingenuamente
inocente al fin.
-Tranquilo,
deja que me ocupe. -el tipo promete, bajando la parte delantera de la
prenda, encontrando una maraña de pelo púbico todo erizado rodeando
la recortada figura del falo juvenil. No lo toma en su manota, no
quiere incomodar más al chico dándole la impresión de
encontrarlo... corto. Arrojándose la corbata sobre un recio hombro
baja la nuca, mostrándole el cabello negro con hebras grises
perfectamente peinado. El aliento cae sobre el joven tolete,
bañándolo, agitando y tensando a este, que no sabe bien qué
esperar.
Martín
quiere escapar ahora, salir corriendo. Esta mierda era más de lo que
podía soportar. Pensó que sería fácil dejarse mamar y ya, pero
eso implicaba que lo tocara un hombre y...
Se
tensa aún más cuando algo, una boca de labios secos y rodeados de
pelos, atrapa su verga, de cabo a rabo, sobrando mucho espacio,
piensa con vergüenza; algo de lo que se desentiende rápido. No era
pequeño, ese carajo tenía demasiada boca. Esos labios presionan,
pero no como aquellas mejillas cerradas sobre su falo, o esa lengua
que se agita levemente en vaivén bajo la cara inferior de la tranca.
Mierda, ¿cómo podía mamar güevos un tipo?, todavía se cuestiona,
pero ese sujeto estaba haciendo algo raro...
-¡Ahhh!
-se le escapa cuando le siente tomar aire, la nariz metida en sus
pelos púbicos enmarañados, resollándole ahí, que caliente se
sentía, y esa boca, toda pegada a su barra, comienza una succión
lenta pero creciente, al tiempo que la lengua seguía rozando y
lamiendo. Esa presión, esa succión...-Hummm. -se le medio escapa,
pero no de placer sino sorpresa.
Dos
veces en su vida una chica (una diferente en cada ocasión) había
rodeado su tranca para darle una mamada, disgustadas, molestas por
hacerlo, pero con todo y lo sintió del carajo, pero nada como esto.
Esa boca, ese sujeto sin moverse, estaba succionándola de manera
intensa, subiendo ahora por ella, mojándosela, chupándola
ruidosamente, ¡y cómo presionaba los labios de ese carajo!, y cómo
se movía y agitaba la punta de la lengua contra su glande,
golpeando, sobando, lamiendo.
Y
sentir eso, como escuchar los gemidos de la mujer en la porno, le
afectaron; la verga le endureció en segundos, llena de sangre y
ganas como es siempre a esa edad cuando se quiere. Y con la verga se
quería siempre, se dice recordando aquella tarde de ocho pajas al
encontrar la colección de revistas porno de su primo. Esos labios
iban y venían chupando, apretándole, casi masturbandole con las
mejillas, pero siendo mejor por la sensación de la lengua que
sencillamente quemaba y le provocaba espasmos de lujuria. ¿Tendría
algo que ver en esa calentura que supiera qué era otro hombre quien
se la mamaba?, no lo sabe, pero la idea era tan sucia... Dios, eso si
era una mamada, se dice tenso sobre el sofá, ojos cerrados,
disfrutando de los labios subiendo y bajando lentamente, dejando al
descubierto su barra a veces, deteniéndose en el glande y soltándole
besitos chupados y salivosos, deseando todo lo que sale de ella. Idea
que también le eriza y llena de gusto. Él producía lo que le
encantaba tragar a ese mamagüevo.
-Mírame.
-oye la orden, y como para hablar el sujeto había dejado de mamarle,
obedece. Porque quiere que mame. Y se estremece al verle tan grande,
rudo y masculino de rodillas, con el rostro casi bajo sus bolas, el
tolete cubriéndole parte de la cara, con la sonrisa torcida de
labios manchados de saliva y jugos (sus jugos, lo sabe y la idea le
parece sucia y caliente), viéndole directamente a los ojos.- ¿Te
gusta lo que te hago, pequeño cabrón? -es rudo, y mientras espera
respuesta le azota las bolas, por debajo del saco, con la lengua,
enviándole corrientazos de gusto.
-Si,
mucho...
-Estamos
en el sexo, muchacho. -le dice, la travesura brillándole en los ojos
cuando le atrapa el mojado güevo tieso con una manota, cerrando
palma y dedos a su alrededor, apretando y sobando de arriba y abajo.-
Por ahora dime... papi.
El
chico siente que se estremece todo ante esa palabra, ante la
manipulación de su miembro. Le parece tan sucio y prohibido llamarle
así, como dejar que lo toque de esa manera, pero su tranca se agita
y deja escapar gotas espesas que ruedan tronco abajo, siendo
recogidas por la punta de la lengua viciosa del sujeto que le mira. Y
espera.
-Si...
papi. -cede, enrojeciendo de cara, de vergüenza y culpable
cachondeo.- ¡Ahhh! -pero todo muere cuando el sujeto, sin dejar de
mirándole a los ojos, acerca el rostro y pega los labios del ojete
de su verga, moviéndolos un poco, dejándoselos más brillantes con
su jugo de machito, para luego cerrarlos allí y depositar besitos
mientras chupa.
El
hombre sonríe para sí, sabía que así terminaría pasando, siempre
era igual, los chicos viven cachondos; se alza un poco más y
comienza otro sube y baja de boca sobre el joven tolete tieso, cómo
quema y pulsa contra su lengua, joder, cuánto jugo soltaba. Y
mientras chupa de manera obscena, con muchas sorbidas y ruidos, le
quita el pantalón y el boxer, algo que el chico registra
secundariamente, no del todo contento pero dejándose hacer, la
mamada lo debilitaba; sin embargo, cuando esas manotas grandes,
firmes y calientes caen en las caras internas de sus muslos,
afincando los dedos, sobandole un poco, siente que se tensa y agita
más, tanto que alza un poco el culo del mueble, metiéndosela hasta
la garganta. Y ese sujeto mama todavía más. Uno, dos, cinco minutos, ¿diez?, no lo sabe pero lo goza.
El
sujeto (papi, recuerda con un estremecimiento de culpable lujuria),
mama y chupa ladeando el rostro en un sentido y el otro,
presionándole con la lengua, alojando la cabeza del tolete en una
mejilla o la otra, al tiempo que le recorre lentamente los muslos con
sus manos rudas pero bien cuidadas y grandes, acariciándole de una
manera desesperante, que le tiene erizado, con ganas de bailar las
piernas. Esas manos suben y bajan, hasta que le atrapa por las
rodillas, alzándoselas más, luchando con su resistencia y
montándole los pies en el mueble.
-Pero,
¿qué...? -gimotea sacado de su nube de cachondez, pero pronto se
pierde cuando ese sujeto, mirándole siempre, sonriéndole, le besa
la punta del güevo que deja salir de su boca.
-Tranquilo,
mijo, deja que tu papi haga el trabajo. -y baja, mirándole
fijamente, resollándole en las bolas algo peludas, lengueteando otra
vez de una a otra, tomando una entre sus labios, chupándito, para
luego atrapar la otra, ¡tenía sus dos bolas en la boca!, y las
amasa, aprieta y hala, al tiempo que le masturba con una mano y le
recorre un muslo con una mano cálida que le eriza la piel, que sube
por su pelvis, el pulgar frotándole cerca de los huevos y la base
del pene, subiendo y enredando los dedos en sus pelos púbicos que
medio teje y hala un poco.
Martín
siente que se pierde entre tantos estímulos sexuales. Esa boca le
halaba duro las pelotas, pero se sentía tan bien que no podía decir
nada. No con su güevo bien masajeado. Pero esa otra mano... Esta
había dejado su pubis y sobaba y recorría su abdomen plano, firme
pero no ejercitado, un dedo demarcó los contornos del ombligo,
erizándole la piel y haciéndole cosquillas de una manera erótica,
para luego penetrarlo, y subir y subir simulando el acto sexual. Lo
metía y lo rotaba allí...
Esa
mano sobándole, acariciándole así, la mano de un hombre, le
inquieta. Pensaba que el que le mamara era una cosa, pero dejarse
manosear de esa forma… Liberándole las bolas de la boca, sobándole
la barriguita de una manera extrañamente erótica, masturbándole,
le habló.
-Estás
caliente, mijo. Me recuerdas a un ahijado que tengo. Un chico siempre
cachondo. -le sonríe y las palabras llenas de sucia sexualidad
erizan todavía más al muchacho, al tiempo que es sobado y
masturbado.- Me equivoque con él. Pensé en darle una mamada, una y
ya, para su cumpleaños número quince, pero... -gruñe mirándole
con morbo y suciedad, alcanzando una de las tetillas pequeñas que se
erecta bajo la acción de sus hábiles dedos al tiempo que también
le reparte besitos lentos en el mojado y rojo glande lleno de saliva
y jugos, teniéndole de a toque.- Sé que a ti eso no te interesaría,
pero ese muchacho se volvió loco. No me la mamó a mí, ni me dijo
nada, pero sé que se lo hizo a un vecino, y a otro y a otros. A
todos los de la zona donde viven, y a los amigos de la escuela, y a
los papás de estos, que descubrieron que sus muchachitos estaban
recibiendo mamadas de güevo de un compañerito bonito. Se volvió
loco. -ríe burlón, observándole fijamente.- Y lo entiendo, joder;
mamar güevo es tan rico. -sin apartar la mirada fue atrapando
centimetro a centimetro aquel falo, mientras medio rasguña con el
índice la joven tetilla, haciéndole gemir (el chico estaba atrapado
en todo ese morbo). Deja salir la barra despues de darle tremenda
chupada, masturbándole otra vez, apretando con el pulgar el ojete,
sabiendo muy bien lo que eso provocaba.- Su papá me echó el cuento,
escandalizado, que vivía únicamente mamando guevos... y dando culo.
Fui a verle, a regañarle, pero lloroso dijo que no podía
soportarlo, que necesitaba orgasmos. No podía controlarse. ¿Sabes
qué hice? -le pregunta sonriendo cruel y el chico se siente
completamente expectante, excitado, esa mano abriéndose sobre su
joven torso, acariciando duro, pasando a su otro pectoral.- Le puse
una jaulita de castidad, y su güevito chiquito quedó aprisionado en
un espacio aún más pequeño. -confiesa abriendo mucho los ojos y
sonriéndole más, y él lanza un gemido no queriendo pensar en todas
esas cochinadas de maricas, pero...- ¿Te lo imaginas? ¿Un
adolescente en plena efervescencia sexual, caliente a todas horas,
que descubrió el encanto secreto de los güevos, con una jaulita de
castidad frenando su tronco, sin poder tocarse, masturbarse ni
desahogarse? -ríe al tiempo que cierra índice y pulgar sobre una de
las tetillas, apretando y halando rítmicamente mientras vuelve a
darle besitos a la punta del tolete que masturba.- Andaba histérico,
como loco, buscándome llorando, rogándome que le liberara. Y lo
hice. Sabrás que me gusta más mamar, te lo juro, tragar esperma
caliente y rica es la dicha, pero por ser él, lo hice montarse en mi
tranca sin la jaula, pasada una semana. Mierda, cómo se volvió tan
bueno subiendo, bajando, apretando, halándolo con las entrañas,
refregándose circularmente del regazo es algo que nunca entenderé
del todo, como no sea que nació con un don natural. Y así, sobre
mí, con mi güevo llenándole las entrañas, se corrió con un
chorro que llegó de aquí a la piscina. -rie, cruel.- Ya imaginarás
que ahora es una puta irremediable, un mamagüevo insaciable, un culo
hambriento de pollas, dicen que hasta su hermano menor se lo ha...
-Ahhh,
ahhh, ahhh... -quisiera o no, Martín se pone increíblemente rojo de
cara al tiempo que el sujeto le suelta el güevo, con la mano,
tragandolo hasta la base, hundiendo la nariz en su pubis,
resollándole otra vez, ordeñándole con mejillas, lengua y garganta
al tiempo que se pone más duro, que siente que todo él sube y sube
en una nube de gozo y que sus bola producen lava hirviente, una que
le recorre el canal, que va a estallar.- Ohhh, Dios... -gimotea
cerrando los ojos, las piernas temblándole, aún con los talones
sobre el mueble, al tiempo que sus dos tetillas son pellizcadas, así
se corre.- ¡Hummm! -grita rojo como tomate, dejándose caer contra
el mueble, corriendose y corriéndose, esa boca succionando; saber
que el trallazo de su esperma cae por esa garganta hambrienta le hace
querer lanzar más; es cuando siente esa boca retirarse para recoger
los otros disparos sobre la lengua, para saborearla entre gruñidos y
gemidos como hacía (Dios, sí, ¡cómo le gustaba a ese carajo la
leche!), y tragarla. Todo eso le hace como correrse más y más, casi
alzando el culo del mueble, para finalmente caer otra vez, casi
desfallecido.
Un
carajo le había mamado el guevo y se había corrido como nunca. De
una manera intensa y total, se dijo... Alcanzado, finalmente, por la
vergüenza.
CONTINÚA ... 3
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