Muchos
lo sabían...
Durante
años, y luego siglos desde que todo ocurriera, todo el mundo se
preguntaba de dónde le venía a la banda de forajidos en Sherwood,
la gente de Robin, aquello de la banda alegre: fácil, de un jefe que
generosamente repartía lo que tenía mientras les hacía trabajar.
Y, por todas las referencias, el dadivoso hombre lo tenía como
gustaba, o eso parecía por la manera hambrienta y ávida con la que
lo cubrían y tragaban en cualquier rincón del bosque. Pero no eran
los únicos, vencidos guardias del sheriff, que no luchaban mucho a
decir verdad, pronto terminaban de rodillas pidiendo clemencia... y
tranca. Cada semana. Por no hablar de los viajeros que habiendo
escuchado el cuento, y cuando los bandidos se ponían insolentes con
ancianos y mujeres, algúno de ellos se ofrecía a recibir él el
“castigo”, y se daban su tiempo en conseguirlo. “Eso es, mi
buen señor, atrápelo todo, sosténgalo así, contra su garganta y
pronto tendrá lo que vino a buscar”, les sonreía el atrevido
bandido, mientras inocentes y confundidas damas se preguntaban,
escuchando, qué hacía su marido con ese pillo tras esos mogotes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario