Gratitud...
Todo...
todo era insólito, medio racionaliza el hombre, tanto como puede
mientra les oye reír y se agita bajo sus demandas rudas, sus
palmadas, salivazos e insultos eróticos. Recuerda cuando llegara
nuevo al edificio y esos dos carajotes con aires agresivos, guapos y
viriles, pintas que él habría amado para sí, ser como ellos para
tener todas las mujeres que deseara, se presentaron a darle la
bienvenida, con fuertes apretones de mano, entrando y revisándolo
todo, uno echándose en el sofá, el otro tomando sus cervezas,
cohibiéndole un tanto. No sabiendo qué hacer hasta que el catire
grandote, sonriendo y mirándole le preguntó si era marica. Que no
les importaba si lo era. Lo negó, claro, pues no lo era. Ellos se
miraron, dijeron no creerle, y que de hecho andaban buscando a un
marica en quien descargarse por ratos cuando sus mujeres no tuvieran;
que les gustaba ver juegos de futbol, tomar cervezas, comer botanas y
coger, y que allí creían poder tener todo el paquete. Les gritó
que no era marica cuando se le fueron encima, estrujándole,
tocándole, riéndose. Y de alguna manera, en algún punto, le
hicieron rogar por sus vergas, para que les dejara tocarlas,
masturbarlas, chuparlas. Casi tuvo que llorarles para que le
cogieran, aunque aún no lo entendía. Les rogó humildemente por
servirles. Ahora venían a ver algún deporte, les ofrecía bebidas y
alimentos, temblando de angustia y anticipación, atormentado porque
le dejaran tocarlos, sacar sus trancas, uno al lado del otro y
montarse, pasando del catire al moreno, casi sollozando, olvidado ya
de las chicas. Ellos mirándose y sonriendo con diversión, a veces
le negaban lo que deseaba, tan sólo para que se humillara como
correspondía... Entendiéndose que era la eterna educación que
debía recibir un obediente y sumiso marica. Y casi llorando les
suplicaba por más, feliz de tenerles en su vida.
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