Le
avergonzaba porque sabía que no le engañaba, aunque este fingiera
no entenderle. Ardía y se mojaba de angustiosa anticipación
mientras debía exponer su “problema”, agonía que duraba hasta
que el galeno se decidía a meterle mano al asunto, luego un poco de
consuelo sacado de alguna gaveta, para finalmente “curarle” por
un rato con su propia jeringa. Maldita sea, ¿cómo le pasó? Antes
de esa prueba de mierda no habría considerado siquiera que otro
sujeto acercara una mano, la vista, nada a su agujero. Ahora no
parecía tener nunca suficiente. El “¡ahhh!!, que se dejaba
escuchar, ese chillido largo, profundo, de cachondez total cuando al
fin se lo “trataban” era clara indicación de lo jodido que
estaba. Aunque no tanto como quedaría en los próximos minutos...
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