Toda
preparación de sus frutos...
......
Todavía
ceñudo pensando en lo extraño de la misión encomendada, que les
obligara a abandonar el Medio Oriente casi a la carrera (donde tenía
en la mira un rumor interesante), y regresar a Seatler, el hombre no
repara en la llegada de su segundo al mando, un joven profesional de
los más prometedor. Y llamativo.
-Dios,
cómo me gusta usar mi traje delta. -sentado al sofá donde revisa el
informe de la curiosa operación (¡un rescate de un sólo rehén!,
era absurdo), Denton Wilson oye al hombre y sonríe antes de elevar
la mirada.
-A
todos nos gusta, Anderson.
-No,
a mí más, capitán. Hace que mi trasero se vea increíble, ¿verdad?
-le oye preguntar con picardía y cierto tono de voz que le obliga a
separar los ojos del informe. El atlético hombre joven está allí,
de pie, las musculosas piernas muy separadas, dándole la espalda,
mirándole sobre un hombro, sonriendo de manera traviesa mientras
exhibe el trasero bajo el oscuro material del pantalón.
Aunque
el uniforme negro, de velcro, con muchos bolsillos para armas y
repuestos, estaba diseñado para ser cómodo y funcional, era
ciertamente atractivo, y en una espalda ancha, unos muslos llenos a
los que se aferra la tela, o un trasero como ese, redondo y firme, no
era tan descabellado creer que sí, que parecía especialmente hecho
para Mitchell Anderson, un chico ambicioso y hábil que compensaba su
juventud con su aire letal y capaz, amén de guapo, que había
escalado posiciones dentro del grupo armado por su destreza en el
combate cuerpo a cuerpo.
Era
cierto, bonito trasero. Denton tiene que admitir, sonriendo. A él
también le quedaba bien ese uniforme complementado por las botas
negras de puntas metálicas, resistentes aunque livianas, pero debía
admitir que no se veía tan caliente como el chico de cabello castaño
claro, ojos azules y sonrisa de querubín travieso. A sus cuarenta y
algo, con líneas marcadas, cabello negro lustrosos con algunas canas
en las sienes y la eterna sombra de barba en sus barbilla, no creía
mejorar más, reconociendo para sí mismo que también se veía bien.
Pero Mitch...
-¿Bonito
trasero? ¿Es todo, capitán? -el mohín juguetón le hace sonreír.
-Eres
un idiota. -ríe levemente ronco, con la sangre hirviéndole en
segundos. Alza las manotas dejando a un lado la carpeta y en cada una
de ellas atrapa una nalga dura y firme, apretándolas. El tolete
endureciéndole en seguida.
-No
me dices así cuando te comes mi culo, capi. -reta el chico,
disfrutando de los duros dedos en su trasero, mirando hacia la puerta
de la salita de juntas donde estaban a solas. ¿Estaría asegurada?,
joder, no verificó antes.
-No
hablo cuando como. -fue la respuesta, así como las manos en su
cintura halándole hacia atrás.
Mitch
ríe mientras trastabilla dos pasos, cerrando los ojos, rostro vuelto
hacia la puerta, cuando siente el aliento del capitán bañarle el
pantalón y el rostro refregársele lentamente, por todos lados, como
deseando metérsele entre las nalgas a pesar de las ropas.
-Y
comes tanto, eres un hombre goloso. -sigue el juego, excitando cuando
las manos del otro manipulan su cinturón y botones, bajandole un
poco el pantalón, tan sólo por debajo de las bolas, mismo límite
donde llega el corto boxer blanco, que contrasta eróticamente con la
tela oscura arriba y abajo
-¿Uno
bóxer blanco?
-¿No
te gusta el color? -le reta mirándole sobre el hombro. Mierda, ese
culote se veía genial dentro de la suave tela que apenas le
contenía.
-No
es un color práctico. Sólo lo usan los actores porno y eso por un
rato. -le aclara y ríen.
Esto
era nuevo, piensa Denton; no el sexo con guapos chicos, eso lo había
practicado desde antes de la universidad o pertenecer a los marines.
Esto que tenía con un subordinado, una barrera que nunca antes
consideró traspasar. Le parecía poco profesional. Pero mucho había
cambiado todo en los tres años de conocerse. Mitch le había
agradado por atrevido y resuelto en las misiones, siendo tal vez un
poco temerario y sordo a la hora de escuchar y aplicar las
indicaciones que se le hacían. Eso le irritaba, le parecía que el
guapo chico se burlaba o retaba su autoridad. Así que una noche,
después del regreso de una incursión en el desierto, se quedaron a
solas en el gimnasio, supuestamente para practicar defensa personal,
pero la verdad es que estaba dispuesto a golpearle hasta hacerle
entender que el líder era él. El chico, sonreído, aceptó, casi
retador, y en bermudas y camisetas se enlazaron en la lucha. Hubo
golpes, puñetazos, codazos, patadas, llaves al cuello; se dieron de
verdad, la nariz del chico sangró un poco. Sudaron, hacía calor y
los cuerpos ardían... y la verga se le puso dura, pulsante,
terriblemente visible. Estaba en un apuro, tocarle era suficiente
para que le temblara y mojara, y no había posibilidad de que el
carajito ese no lo notara. Claro que lo notó... y sonrió. En un
momento dado le derribó de espaldas, cayéndole encima, cubriéndole
con su cuerpo, la verga doliendole de lo excitado que estaba. Y
encontró dos cosas, la mirada oscura de Mitch... y el tolete de este
igual de duro.
-Al
fin, capi. -fue el ronco y bajo comentario de este, las respiraciones
jadeantes, las caras brillantes de transpiración.
Ese
primer beso, esa primera vez de sus lenguas encontrándose, los
alientos y salivas mezclándose, fue de una intensidad tal que
recordarlo luego siempre le erectaba. Y lo hicieron, allí mismo.
Cuando terminaron sobre una de las colchonetas, más jadeantes, medio
ladeado, acostado a su lado, le preguntó.
-¿Buscaste
que me molestara para que... lucháramos?
-Te
veías tan infeliz mirándome sin hacer nada que era patético. -le
confesó este, sonriendole como un chiquillo.- Y llevaba rato
obsesionado con tu boca.
Así
comenzaron. Ahora había ese... algo entre ellos, que no le molestaba
aunque pudiera convertirse en un problema. Pero no quería pensar en
eso. Fuera de su trabajo, de la emoción de las misiones, estar con
Mitch era lo que más le gustaba. Punto.
Con
el pantalón bajo, la franela negra aún puesta, el trasero destacaba
increíblemente. Con suavidad y lentitud clavó los dedos en la suave
prenda, al tiempo que acerca la boca y le clava los dientes sobre
tela y piel, presionando y acariciando con los pulgares. Lame, besa,
acaricia y le oye gemir. Con los dientes atrapa el borde del bóxer y
con esfuerzo lo baja, descubriendo la tersa piel blanca de las
nalgas, la raja entre ellas. Sabe que Mitch se lo depila, el culo,
algo que siempre le enciende la sangre. Sin poder contenerse más
hunde el rostro en esa raja, frotándose de la firme y cálida piel
joven, al tiempo que su lengua emerge y aletea sobre el orificio que
queda a su altura. Le oye gemir aún más, le siente estremecerse y
semi inclinarse, echando mas el trasero hacia atrás, abriéndose, y
tiene que lamerle más el culo, metiéndole la lengua reptante,
ardiente y mojada. Era bueno haciéndolo, casi le estaba cogiendo con
ella, porque ese agujero se abría para recibirle. Le clava los dedos
en la joven piel mientras cierra los ojos, también cerrando los
labios alrededor del tembloroso agujero lampiño, chupando y
soplando, metiéndole la lengua más y más.
Mitch,
cara muy roja, gime y se estremece todo, doblado. Mierda, una lengua
en el culo era increíble; joven y guapo ha disfrutado de una que
otra, pero la de Denton era sencillamente magistral. Se sentía débil
y poderoso, caliente y frío, vencedor y atrapado bajo esas manos,
ese aliento y esa saliva espesa que chorreaba de su culo a sus bolas.
La lengua entrando y saliendo en todo momento.
Caliente,
Denton se abre el pantalón sacándose la verga o se la hubiera
lastimado contra las ropas, una barra blanco rojiza, dura, y se
masturba mientras sigue comiéndose ese joven culo que estaba
disfrutándolo tanto (Mitch prácticamente se le había sentado en la
cara). Pero sabía que no duraría. No a la vista de su tranca
afuera...
-Cógeme,
capi. Métemela toda antes de que llegue el resto de los chicos y
tengamos que partir. -el joven, mejillas rojas, mirando con lujuria
el tolete afuera, se aparta de su boca, con la bolas llenas de saliva
y la verga propia, más blanca y rojiza todavía, dura y botando
espesos hilachos de líquidos pre eyaculares. Sonriéndole mórbido.-
Quiero salir con el culo rezumando esperma.
-¡Anderson!
-le reta un poco, pero el tolete le pulsa de puras ganas.
-Oh,
vamos, te gusta la idea. Saber que ando por ahí, saltando,
corriendo, luchando... con tu semen en mi agujero, chorreando. -le
guiña un ojo.- ¿Sabes que Aimara cree que me suda mucho el trasero?
Dios,
era tan travieso y sucio que no podía contenerse. Si, por eso le
gustaba tanto. Llevaban año y medio en esa mierda y, sorprendido,
repara en que es la relación más larga que ha sostenido con otro
ser humano en mucho tiempo.
-Súbete,
puto. -le gruñe, voz ronca y cargada de ganas. Bien, ya estaba
excitado, ¿no?, y la tenía afuera.
Riendo,
Mitch le da nuevamente la espalda, saliendo con mucho esfuerzo del
pantalón y el bóxer, las musculosas piernas donde brillan los
rubios pelos destacándose entre las botas y la franela y el cinturón
de trabajo alrededor de la delgada cintura. Y se echa hacia atrás,
lentamente, montando un pie sobre el mueble, el otro dejándolo en el
piso, haciendo descender su trasero... Y allí se pierde la mirada
del tenso y expectante Denton Wilson, en ese blanco trasero de
pelitos dorados que se abre y titila; el culo rojizo y depilado,
mojado y brillante de saliva va hacia la cabezota de su amoratada
verga. Cuando chocan casi siente la electricidad.
No
tiene que tocársela ni guiarla, ese carajote le ponía tan duro que
no era necesario, el agujero se apoya sobre el húmedo glande y va
cubriéndolo, los labios de ese agujero separándose, dándole la
bienvenida, apretándole ya. Y lo cubre, y baja, mientras ríe y
chilla, su cara muy sonrojada, como si meterse aquel tolete por el
agujero fuera lo mejor de su día o su vida. Y Denton se siente igual
(y feliz de pensar en lo más profundo que tal vez la razón de
tantas ganas, de tanto goce del más joven se debía a él). El culo
baja, atrapando centimetro a centimetro ese tolete, apretándolo,
quemándolo y halándolo a un tiempo, cubriéndolo todo.
-Joder,
capi, es tan largo y grueso... -gimotea Mitch con una sonrisa, muy
rojo de cara, ojos cerrados, atrapando lo últimos centímetros de
verga.
Denton
gruñe cuando el firme trasero cae sobre sus piernas y regazo,
cubriéndole casi totalmente la barra, tan sólo las bolas y un
centímetro de güevo eran visible dado lo cerca y enchufados que
estaban. Sonríe y contrayendo las piernas parece agitar ese tolete
en las ardientes entrañas del chico, que lo siente y tensa la
espalda, lanzando un gritico ronco que es pura lujuria, sintiéndose
estimulado al máximo con la venosa, gruesa y pulsante pieza que arde
con todo el fuego de la pasión.
Le
gusta eso, pero... con el pie sobre el sofá se alza un poco y chilla
otra vez, sintiéndose refregado internamente por el rugoso cuerpo
que le penetra y llena. Ahora sube y baja, lentamente, arriba y abajo
sobre el tolete de su capitán, de manera rítmica, pero chillando
más y más cada segundo. Cada ida y venida, con su refregada
correspondiente, era sencillamente enloquecedora. Y si, el hombre más
joven pensaba que ese tío la tenía maravillosa. Por eso sube y baja
todavía más, con más velocidad, cayendo y refregándose
circularmente de ese regazo, volviendo el rostro y sonriéndole.
-¿No
te alegra que haya aceptado formar parte de tu grupo? ¿Quién te
haría sentir así?, ¿Bull?, ¿Aimara? -se burla.
-¿No
será que nos elegiste porque sabías que la tenia como te gusta? -le
reta, sonriéndole, ojos brillantes de un afecto que cada vez le
costaba más y más disimular.
-Más
o menos. -admite, sin dejar de ir y venir. Su culo, al subir y dejar
ver cada palmo de esa tranca, dejaba los pliegues adheridos a este,
dando una fuerte apretada, pliegues que desaparecen, tragados, cuando
bajaba.- Verte en la entrevista fue imaginármela. Joder, pensar que
nos llevó todo un año y medio...
Como
si ese tiempo perdido realmente le molestara, le cruza los hombros
con un brazo y comienza un sube y baja aún impresionante, usándole
de apoyo, casi aplastándole contra el anodino mueble que parece
quejarse. Va y viene con fuerza, dándole apretadas, haladas y
chupadas con las entrañas, el anillo del culo exprimiéndole al ir y
venir. Y se miran mientras lo hacen, sus rostros ligeramente
transpirados, los labios abiertos, cercanos, el joven bonito y viril,
el tipo de rostro más marcado, más viril todavía. Hay cierto
brillo de algo no dicho en sus ojos, algo que necesita ser expresado.
Pero no ahora, no antes de partir a una misión. Tal vez eso provoca
que Denton afinque los pies sobre el piso y comienza un sube y baja
para buscarle, estremeciéndole y haciéndole echar la cabeza hacia
atrás, con cachondeo, mientras sale a su encuentro con el güevo y
lo penetra cuando este viene con su ansioso y hambriento agujero. Y
siguen y siguen, hasta que el catire siente que las piernas ya no le
aguantan, que todo él tiembla y cae sentado sobre ese regazo,
enculándose profundo, y su verga dispara una buena cantidad de
esperma una, dos, tres veces, al tiempo que su culo sufre violentos
espasmos sobre el tolete metido, estimulándolo. No es extraño que
Denton oculte el rostro contra uno de los anchos hombros del joven,
casi mordiéndole, mientras su tolete se tensa más y vomita esa
carga le leche bien trabajada.
Jadean
rojos de caras, efectivamente transpirados, todo apestado a semen
cuando un golpe a la puerta se deja escuchar. Sobresaltándoles,
claro.
-Wilson,
Anderson, es hora. -avisa enérgicamente una voz femenina, misma que
se aleja. Sin intentar entrar. Los dos hombres se miran.
-Seguro
que Aimara algo se huele entre nosotros. -ríe el joven, todavía
temblando por el orgasmo alcanzado, poniéndose de pie, su agujero,
efectivamente chorreando esperma, tomando su bóxer y metiéndose en
él, mojándolo con todo lo que sale de su culo.
-Si
sigues haciendo eso, no lo dudo. Ni que sea la única que se lo
huela.
-Oye...
¿te dije que mamá está en la ciudad? -pregunta este de pronto,
mirándole como restándole importancia al asunto.- Pensé que...
bueno, tal vez podríamos... ¿cenar con ella mañana?
Oh.
Por. Dios...
......
Dentro
de la oscura Van, estacionada a las afuera de la textilera abandonada
(otro negocio que quebraba y no hubo manera de salvar ni se encontró
a quien invirtiera), Denton Wilson, totalmente equipado, aún con su
audífono, recorre con la vista a sus hombres en la parte posterior,
tan armados como él. Todos se veían serenos, confiados pero
cautelosos. Eran buenos, lo sabían, mortales y certeros, pero
siempre debían estar alerta. Está el hombre de piel negra y cabeza
rapada, Terence Bull, especialista en explosivos; Aimara Teixeira,
hija de latinos, bella pero desdeñosa, como si creyera que nadie
valía mucho la pena, aunque leal y confiable en cada misión, era un
as con un rifle a distancia; y Brandon Johnson, el bajito del grupo y
al que molestaban por ello, pelirrojo nervioso que muchas veces
quería demostrar que era mejor de lo que otros pudieran imaginar,
encargado de las comunicaciones y municiones. Así mismo Mitchell
Anderson, rostro serio, profesional en esos momentos.
-Inteligencia
dice que el objetivo está en el segundo piso, lo que antes era
Contabilidad. El infrarrojo informa que hay otras tres personas en el
inmueble, aparentemente el grupo captor no espera una incursión. Dos
de ellas están con el objetivo, el otro recorre el perímetro. -les
informa.
-Es
raro. Si el objetivo es tan importante... -comienza Mitch.
-Es
el punto, ¿lo es? -Aimara parece extrañada y molesta, como si algo
en la situación la ofendiera.- ¿Un experto en lenguas muertas al
que Defensa quiere que liberemos a tal grado que nos trajo del Medio
Oriente? ¿No había nadie más, ni más cerca?
-Tal
vez si encontraron la Puerta a las Estrellas bajo las arenas del
desierto y les hace falta que el tipo lea las instrucciones. -tercia
Brandon.
-O
la lámpara de Aladino, ¿no? -se medio burla Mitch; siendo los más
jóvenes, varones, a veces caían en discusiones tontas.
-Como
sea, eso debería facilitar la extracción. Pero no se confien.
-Denton les corta antes de que comiencen.
Bajan
de la Van y cierran la portezuela sin hacer el menor ruido, esta era
casi imposible de abrir a menos que lo intentara uno de ellos. Como
sombras sin cuerpos físicos que emitan un sólo sonido corren hacia
el edificio y cruzan una tela metálica descuidada, mirando en todas
direcciones. Brandon lleva la vista clavada en el visor que le
regresaba la información térmica que el satélite enviaba a
Operaciones. Los puntos de calor, tres de ellos, parecían estáticos,
el cuarto estaba bajando al primer piso. Con señas de manos, Denton
les indica lo que espera y entran al vestíbulo del edificio una vez
que Bull forza la cerradura sin hacer el menor ruido.
Se
separan en cuanto entran, Aimara y Mitch van por el que baja del otro
lado del edificio, el resto sube por este. Con rápidas miradas
alrededor descartan trampas, explosivos y posibles hostiles.
Realmente el grupo captor del experto en lenguas no parecía esperar
que alguien les atacara. Con pasos silentes van hacia la puerta tras
la cual les aguarda la acción. Dos de los puntos rojos están
quietos, el tercero se desplaza de un lado a otro. Se miran y Denton
cuenta tres con sus dedos. Bull, después de mirar con atención la
puerta, la goplpea con toda sus fuerzas y peso, haciéndola casi
salirse de sus goznes. En cuanto esta se aparta el capitán y el
pelirrojo entran y apuntan. Un sujeto de pie junto a una ventana,
vestido también de oscuro, se vuelve y levanta un arma. Es un tipo
cercano a los cuarenta, de rostro muy blanco, como su cabello y
cejas. No llega a disparar, Denton y Brandon lo hacen antes, mientras
Bull apunta a los otros dos. Dos hombres de mediana edad que chillan
y alzan sus manos todo temblorosos.
-No
disparen, señores. -jadea uno al que no reconocen, de cabello negro
que mengua en lo alto, peinado de un lado a otro como para disimular
la calva, de rostro alargado y expresión realmente miserable, como
si le doliera una muela y se hubiera acostumbrado a la idea de que
tendría que aprender a vivir así. Justo la que tendría alguien que
ha sido secuestrado por un grupo armado, por ejemplo.
-¿Quién
es usted? -Denton reclama saber, autoritario. Se oyen disparos a lo
lejos.- ¿Anderson? -pregunta llevándose un dedo al audífono,
ligeramente inquieto tanto por uno de sus hombres en misión como por
el amante.
-Todo
bien, capitán. Hostil fuera. -es la respuesta ligera, y suelta el
aire que no sabía contenía mientras se vuelve hacia el hombre que
no reconoce como el objetivo.- Identifíquese.
-Soy
el profesor Carter, Theodore Carter, lingüista y experto en
tradiciones antiguas del Medio Oriente. -aclara este, temblando, los
ojos muy abiertos tras unos lentes de gruesos cristales.
-Es
un colega ampliamente reconocido, caballeros. -informa el otro
hombre, un gordito alto, mayor, ancho de cuerpo, de cabello cano y
abundante, también de anteojos.- Soy el profesor Jeremiah Hayes... e
imagino que es a mí a quien buscan. Le aseguro que mi colega es tan
capaz e importante en su trabajo como yo en el mío.
-Nadie
nos dijo que estaba aquí.
-Obviamente
el profesor Hayes le parece más importante a su departamento de
Defensa que yo, tanto como para notar que había desaparecido.
-suspira con cansancio el otro, como si estuviera acostumbrado a ser
ignorado.- Creo que estos sujetos me tomaron por pura casualidad,
seguramente buscaban a alguien que supiera de libros raros sobre la
antigua Sumeria, alguien les dio mi nombre y… -calla bruscamente,
volviendo la mirada al otro erudito.
-¿Libros
raros? -le corta Brandon, activado su radar de conspiratólogo. Los
dos académicos se miran, y uno parece aceptar el mudo reproche del
otro.
-Es
un asunto delicado. -agrega como para finalizar el asunto, sin tener
que explicar más, el más voluminoso de los dos.
-¿Por
qué era tan importante que le recuperáramos, profesor? Fuera de su
valor como persona o académico, claro. -se intriga Mitch, que en ese
momento llega, con Aimara. Habían recorrido el resto del lugar.
-Señores,
ese es un asunto... -el hombre enrojece.
-No
es nuestro asunto, ya veo; bien, la tarea era sacarle de aquí. Es
mejor que nos larguemos, no me gusta el que hubiera tan pocos
captores. -les corta Denton, haciéndole señas al hombre mayor.-
Venga, profesor Hayes, quiero que hable con alguien, usted espere
ahí, profesor Carter, mientras preguntamos por su situación. Si
desean que le llevemos también, ahora sabemos que se le debe
proteger también. -se vuelve hacia Bull.- Que Anderson se quede,
registren y recojan todo lo que pueda interesar a Operaciones. Tienen
dos minutos y contando.
Y
sale con el hombre, el resto parte a revisar. Anderson mira al otro
académico, quien sigue a su colega con la mirada, como esperando
ayuda, de pie, algo encorvado, viéndose confuso. Y más infeliz
todavía.
-Entonces,
¿libros raros, profesor? -se le acerca, curioso. ¿Tendría Brandon
razón en alguna de sus teorías conspirativas?
-Si,
y es una verdadera pena que llegaran justo ahora, caballero, estaba
por obtener todo lo que quiero de Hayes; habla bastante el viejo
vanidoso cuando se le lisonja. -expresa con socarronería el otro,
mirando hacia la puerta, sus facciones endureciéndose, casi
cambiando de fisonomía frente al uniformado.
-¿Cómo?
-este parece desconcertado por el cambio de tono y físico, el
profesor ahora parece más alto y atlético, más joven.
Tal
vez por ello no pueda culpársele que no viera la corta y afilada
hoja de navaja que parece materializarse al final de la manga larga
de aquella chaqueta de maestro de escuela, brillando sobre la palma
abierta, la cual se cierra y el fiero metal le cruza el cuello de
derecha a izquierda, cercenando vasos y laringe, matándolo
prácticamente en segundos.
CONTINÚA … 2
CONTINÚA … 2
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