Toda
preparación de sus frutos...
......
Apenas
le alcanza el tiempo para alzar las manos, una va automaticamente a
su cuello, como para contener el baño de sangre que siente, la otra
hacia el sujeto, quien ni le mira ya, tan sólo vigila la puerta
mientras se agacha y saca un pequeño aparato de debajo del sillón,
un compacto grabador con el tamaño y grosor de una delgada
calculadora. Y cae, de lado, derribando una mesita, sin detener el
sangrado ni sujetar al agresor.
-¿Qué
coño...? -escucha la voz de Aimara que parece llegarle de lejos,
pero no puede articular sonido.
Tres
ideas cruzan su mente en esos momentos, mientras boquea y expulsa la
sangre que llena su boca: ¿Cómo coño se descuidó así?; segundo,
Denton iba a cabrearse bastante; finalmente una ola de angustia le
recorre al pensar en su madre, en la cita para cenar. Oh, Dios,
cuando Denton le viera...
Aimara,
que se alejaba de la habitación por el pasillo para tomar parte en
la búsqueda de material sobre los secuestradores, percibe el sonido
del cuerpo al caer. A otra persona seguramente le habría pasado
desapercibido, o no entendería su significado. Para una mujer como
ella no era así. Y el regresar de prisa al cuarto fue interpretado
correctamente por el resto, que se apresura a volver tras ella. Todos
excepto el obeso académico, se entiende, que parece confuso.
Más
tarde se sentiría algo tonta, piensa la agresiva fémina, pero en
cuanto entra y ve derribado al joven hombre, lanza un chillido al
tiempo que alza su arma y revisa la solitaria habitación. Por un
segundo la sorpresa paraliza igualmente a Bull y a Brandon, a Denton
no.
-¡Mitchell!
-grita y corre a su lado, arrodillándose sintiéndose frío de
temor, tocándole el cuello, queriendo cubrir aquella fea herida. Tan
sólo llega para recibir una lejana mirada del joven, que parece
apagarse.- No, no, ¡No! -grita profundamente agitado, mirando a
todos.- No, no... -repite. Quiere hacer algo, llamar a alguien, pedir
ayuda, pero sabe que es tarde. La piel se le eriza, la garganta se le
cierra y no puede respirar mirando nuevamente el guapo y pálido
rostro.- ¡Mitch!, ¡Mitchell! ¡Responde, soldado! ¡Mitchell!
Por
su parte, recuperados en fracciones de segundos, Aimara y Bull sale
al balcón de la oficina y revisan todo; miran hacia arriba y hacia
abajo, igual a los lados, la corta cornisa, y se embarcan en
direcciones contrarias recorriendo la posible vía de escape del
homicida.
-¿Qué
ocur...? -Jeremiah
Hayes,
quien finalmente entra, se paraliza al ver la escena.
-¿Quién
coño es usted? -Brandon, quien miraba la escena como alucinado
(contrario a lo que todos creían, realmente le agradaba el joven
bocón), se vuelve contra el académico, mirando en él a un hostil.
-¿De
qué habla?, soy el profesor Hayes. -este se alarma.
-¿Tan
“profesor” como lo era el otro? ¿Quién era ese sujeto?
-Es
el profesor Carter, ya se lo dije.
-¿Y
su colega acostumbra asesinar a sangre fría? -le ruge.
-No
entiendo...
-¡Su socio mató a mi amigo! Pensamos, porque así nos lo hizo ver, que
le conocía y que respondía por él. -el chico ruge, la cara tan
roja como su cabello.
-Es
un colega, acreditado y de cierta fama por publicar artículos
interesantes, para otros académicos, se entiende; hemos conversado
por chat durante casi un año, sobre... ciertos estudios. Fue raptado
como yo, compartimos horas de cautiverio y hablamos de... -el hombre
se congela y sus pupilas se dilatan.- Por Dios, le conté todo sobre
mi trabajo, incluso mis... teorías. -visiblemente se encoge y se
atraganta.- Pronto, debemos hablar con alguien en la Defensa, yo...
-¡Cállese!
-le ruge Denton, arrodillado aún junto al chico, sintiendo que se
desmorona. Dudando horriblemente, deseando gritar y golpear algo, tal
vez al sujeto ese. Le habían tendido una trampa, los captores habían
traido a un hábil interrogador para sonsacar a Hayes. Pero ¿cómo,
si el fulano profesor Carter era real? Medio se agita de adelante
atrás y casi lanzando un ladrido de dolor alza una mano, de
guantelete de cuero que deja sus dedos afuera, posándolos sobre las
cejas claras del chico, cerrándole los ojos. Y lo siente horrible,
como si ahora si le hubiera perdido. Tiene que tragar con fuerza para
controlar la avalancha de emociones, comprendiendo allí, al lado de
la muerte, cuánto pudo haber significado Mitchell Anderson en su
vida. Y ahora se había ido. No puede evitar recorrer una de las
mejillas con el dorso de sus dedos, encontrando la piel suave y
tibia, como tantas veces cuando...- Hay... Tenemos que comunicarnos
con Operaciones... -jadea y traga con esfuerzo.
......
Larry
Valar, caminando lentamente (no lleva ninguna prisa), se cuestiona
todavía el por qué aceptó esa encomienda. Bien, la señora Ziggy
le había pedido “el favor”. Y lo de pedir también habría que
encomillarlo, se dice sonriendo con acidez, preguntándose cómo
podía la mujer encomillar sus palabras, pero era cierto que lo
hacía. Era un hombre alto, casi dos metros, ancho de hombros,
fornido, acercándose a los treinta, así que había dejado atrás
toda la blandura y bonitiquería de la primera juventud, ahora era un
macho arrogante, que camina seguro de sí, de su estampa y poder.
Sabía que se veía bien metido dentro del mono blanco, y la camiseta
del mismo color, ajustada a su pecho que se abría en ve desde su
cintura, los pectorales bien pronunciados. Se veía mejor que bien, a
decir verdad. Sabía que gustaba, las mujeres que acudían por sus
servicios parecían notar su sensualidad sana, vital, y respondían a
ella aunque no fuera la idea original. También los tipos, algunos de
ellos, especialmente los más jóvenes, por alguna razón. Pero no
era su gusto...
Como
masajista en el establecimiento de Madame Ziggy, como le gustaba a la
menuda y corta mujer hacerse llamar, no atendía sino damas que
venían por un tratamiento terapéutico, y si estaba de ánimo, y se
cuadraban ciertas cifras, podía haber algo más. No se creía un
prostituto, pero... Sonríe, mierda, el sexo era rico, y tocar y
sobar a una mujer hasta el extremo de verle los pezones duros y la
vagina prácticamente goteante, era algo que le excitaba. Y si todo
el mundo era adulto y estaba de acuerdo... El asunto, el favor, era
que Madame Ziggy quería que atendiera a un amigo suyo. Y eso era tan
extraño...
Primero,
¿la mujer tenía amigos? ¿Ella, una vampira sin corazón donde
clavarle la estaca? ¿Y quién era este que la obligaba a actuar
contra sus convicciones? La Madame nunca le ordenaba ni esperaba que
un heterosxual atendiera a hombres en ese sentido, y a él jamás le
tocaba masajear a hombres, era un acuerdo tácito pero real. Pero
ahora... No, no se siente contento. Se detiene frente a su puesto, un
cubículo lo suficientemente largo y ancho para que quepa una cómoda
camilla terapeutica, impecable, con una buena colchoneta, un gabinete
para sus aceites y aparatos (¡de masajes!), y un biombo para que las
clientes se cambiaran. Duda, ahora le esperaba un hombre. ¡Joder!
Abre
y lo primero que nota es un cierto olor a... ¿caramelos? Sus ojos
castaños claros, casi avellana, se entrecierran al encontrar a un
chico, ¿acaso un menor de edad? El joven era corto de estatura, pero
medianamente fornido, de cabello claro de un color que parecía
artificial, aunque cierta pelusa en su ombligo y piernas (muy poca,
parecía de esas personas naturalmente rala de vellos), visibles al
estar cubierto con una corta toalla blanca, eran amarillentos. El
chico tiene los ojos de un color claro que brillan de emoción cuando
le miran. Cosa que no le es extraña. Muchos chicos se emocionaban
con su porte, su cabello negro, su sombra de barba, sus brazos
fornidos y manos grandes. ¡Mierda!
-Pareces
muy joven. -se ve obligado a decir, porque lo era, tal vez porque le
llegaba por debajo del mentón, o por lo lampiño.
-Gracias.
-es toda la réplica, algo... amanerada, mientras le recorre con los
ojos.
Joder,
había ido en busca de eso. Sexo. Al menos de la oportunidad, se dice
con disgusto aunque lo disimula. ¿Por qué Madame Ziggy le hacía
aquello?, lo ignora, pero está pensando seriamente en salir y...
-Tengo
un dolor en la cintura. -dice el chico, sonriendo leve.- No sé si
será por el ácido úrico, una amiga cree que es eso, pero...
¿Un
dolor en la cintura?, ¡claro! Al hombre le cuesta no responder con
sorna.
-Bien,
veamos qué se puede hacer. Sube a la camilla.
El
chico sonríe como si supiera que ha vencido un obstáculo que no se
veía pero estaba allí; y cuando se vuelve, agarrándose la toalla,
el hombre abre los ojos con sorpresa. No por la espalda, que no era
nada del otro mundo, aunque sí firme y musculosa a pesar del tamaño
compacto. Es la cintura estrecha que se abre, y alza, en un buen par
de globos. ¡Qué nalgas se gastaba ese muchacho! Con un culo así
seguro que había conocido bastante acción, reconoce con una sonrisa
casi clínica. Y, claro, cuando sube a la camilla, la tela se retrae
un poco, apenas cubriendo esos dos glúteos alzados como lomas entre
la cintura y los muslos también llenitos.
Enciende
el sonido, un jazz suave se deja escuchar mientras se frota con
fuerza las grandes y firmes manos, que también son suaves al tacto y
están bien manicuradas (no le metes los dedos a una mujer en la boca
y esta accede con gusto si las uñas están descuidadas, sucias), y
aplica, de un bote, una generosa capa de aceites aromáticos en la
espalda del chico, comenzando, trazando eses, entre los omóplatos y
bajando, lentamente, más y más; cuando el chorrito baña casi el
borde de la toalla, el joven deja escapar un suspiro. Sonríe con
burla, que claro era ese muchacho en sus intenciones. Pero se iba a
encontrar con la sorpresa de no tener lo que deseaba. Ni aún Madame
Ziggy podía obligarle a eso, y la mujer lo sabía, cosa que hacía
tan extraña que le enviara a él, como un favor especial. Se unta
las manos en aceites y las lleva a esos hombros, tonificados a pesar
de no ser nada del otro mundo. La piel es cálida y suave, reconoce,
y cuando clava los dedos cerca del cuello nota nudos de tensión
real.
Se
pone a trabajarlos, a conciencia. Sus manos recorriendo la piel,
oprimiendo, empujando los pulgares, untando el aceite que brilla y es
chorreado por los dedos, escuchándole suspirar. Baja y baja,
dibujando círculos en la joven y cálida piel.
-¿Mejor?
-pregunta.
-Mucho.
-es la respuesta ahogada por la posición de la cabeza, e imagina que
el chico tiene los ojos cerrados disfrutando de sus manos.
-¿Dónde...?
-Más
abajo. -le corta casi anhelante.
Y
Larry rueda los ojos con sorna, de pie a un lado de su cuerpo,
mirando hacia el final de la espalda, bajando las manos con todo su
peso. Oprimiendo, los pulgares brillantes de aceites localizando la
articulación lumbosacra, oprimiendo más, notando que el chico se
tensa y estremece.
-¿Duele?
-Algo.
-¿Quieres
que...?
-No
te detengas; sigue.
Claro,
se dice de nuevo. Con las palmas sobre la firme y cálida piel, los
dedos abiertos y los pulgares hacia adelante, sigue recorriendo la
articulación. Frota y frota sobre ella, la toalla abriéndose,
cayendo un poco, mostrando el nacimiento de la raja del culo y de
esos glúteos redondos y alzados. Retira las manos y aplica más
loción en la articulación, justo allí, y sonríe mirando como
parte del líquido baja hacia la espalda por un lado, y la otra entra
en el canal que lleva a la raja interglútea, por lo que el chico se
estremece y tensa muslos y glúteos, la toalla cayendo más. Lo que
ve se nota terso, suave. Casi lampiño. Aprieta nuevamente, sobando,
masajeando, oyéndole gemir lentamente. ¿De alivio?, si, podria ser,
pero también... No puede dejar de ver esas nalgas, sus manos van y
vienen, de la baja espalda a un tanto por debajo de la articulación,
retirando más y más de la toalla.
-Hummm...
-el chico gimotea de forma diferente, mientras tensa y afloja el
trasero de manera visible bajo la tela.
Eso
le hace sonreír y sigue sobando, arriba y abajo, metiendo los dedos
bajo la tela, tocando más de aquellas nalgas. Dios, qué duritas. Y
baja más, tocándolas de lleno, algo que raramente hace con mujeres,
excepto cuando el asunto es sexo. Con un hombre ni lo habría soñado,
pero había algo en ese chico que olía dulce que...
Eran
nalgas duras, firmes, que ardían bajo sus manos, que se erizaban de
emoción cuando un hombre las tocaba, que se notaban naturales. No,
no había ningún tipo de implantes allí, reconoce casi maravillado.
-Necesito...
-grazna algo ronco, ni él mismo reconociendo su voz.
-Adelante.
No es mi primer masaje... por el problema en la baja espalda.
Seguro,
se dice el hombre, haciendo algo que él mismo considera extremo. Ya
era cuestión de ver hasta dónde llegaría el chico cuando...
Se
le sube a hojarasca sobre los muslos, alto, pesado, fuerte, caliente,
y los ojos del joven se abren y brillan de voluptuosidad, como la
medio sonrisa que lanza. Traga en seco cuando las manos vuelven a su
baja espalda, el sujeto inclinándose sobre él, esas manotas
tocándole, masajeándole, acariciandole de la baja espalda a las
nalgas, aún con la toalla de por medio.
Tragando
también en seco, parpadeando, Larry parece despertar de un sueño,
sorprendiéndose allí, tocándole las nalgas una y otra vez... medio
duro bajo su mono. ¡Medio duro por tocarle el culo a un chico! Eso
le alarma de maneras que no quiere ni analizar en esos momentos. Pero
aleja sus manos de la zona peligrosa, las sube por esa espalda,
bajando el torso y abdomen, sumando su temperatura a la que exhala el
joven, y la cosa es como peor. Así, masajeándole los hombros, le
aprisiona más, y el joven sonríe, ronroneando ahora de una manera
bien extraña, con un tono que le eriza todo, especialmente el tolete
que comienza a deformarle el mono en la pelvis, para sorpresa suya.
Clava los dedos y pulgares a ambos lados del cuello y aprieta los
nudos, haciéndole gemir casi adolorido, un sonido que ha escuchado
cuando... excita mucho a una mujer y con la punta de su verga le abre
y frota los labios de la vagina, cocinándola en sus jugos. Tan es así
que se siente más erecto.
¡Santa
mierda!
El
chico comienza a agitar el trasero aún semi cubierto con la toalla,
lo baila y lo sube y baja... frotándolo sutilmente de su
entrepiernas, notando, evidentemente, su tolete medio duro, subiendo
otra vez pero ahora si tocándole, refregándose antes de volver a
bajar y subir otra vez, quedándose así, medio bailandito de
adelante atrás, cepillándole la tranca que endurece totalmente.
Con
la boca muy abierta, de sorpresa, un Larry de cara roja se queda
paralizado, las manos en los hombros del chico, sintiendo ese roce,
una y otra vez; ese trasero frotándose de arriba abajo, subiendo y
bajando con toda intención. Tragando en seco aún más, aparta una
mano de ese cuello y le aparta la toalla de una vez, arrojándola al
suelo. Mierda, qué nalgas, jadea hipnotizado, viéndolas subir y
bajar, abriéndose, mostrando una raja lampiña y un culito igual.
Nalgas, raja y culo que suben y bajan buscándole la tranca bajo el
mono. Temblando se medio endereza, no mucho, soltándole el cuello,
clavándole los dedos en la cintura y bajando su pelvis, frotando su
verga, lateralizada a la derecha, dura y caliente, del trasero. El
chico gime y sonríe, con los ojos cerrados. Sacándose la tranca del
mono y el boxer, su pienza blanco rojiza está llena de sangre y
pulsa, y cuando el chico alza nuevamente esas nalgas abiertas,
encontrándola, se estremecen. Muy rojos los dos de cara, cruzan una
mirada. El chico le ve sobre un hombro y sonríe, subiendo su culo
contra la barra, tocándola con la tersa y cálida piel, con la raja,
donde entra como acomodándose, como si ese fuera su lugar.
No,
ya no piensa; Larry recorre la espalda del chico con las manos y
luego se soba el tolete, que brilla por los aceites, y medio
alzándose e inclinándose hacia adelante, enfila la cabecita rojiza
hacia ese agujerito chico y lampiño, empujándola, las pieles
pegando, ¡la punta de su verga de un culo de hombre!, y se abre
camino. Lenta pero indetenible, sintiéndose apretado, halado,
quemado por esas entrañas que chupan. Se lo mete todo y el chillido
largo del joven es como un afrodisíaco; se queda enchufado en ese
culo, el de un cliente masculino en su lugar de trabajo donde todos
lo sabían hétero hasta la médula... y lo sentía sencillamente
increíble. Esas entrañas se adherían a su barra, masajeándola de
adelante atrás, sin que ninguno se moviera ni un centímetro; eso le
hizo temblar, el tolete le pulsaba y le babeaba siendo ordeñado por
ese culito, mientras el joven alza el rostro, completamente sonreído
con los ojos cerrados, gimiendo y riendo. Hablándole. Robándole la
poca cordura que le quedaba.
-Cogeme,
papi. Cógeme duro con tu verga rica...
......
-Trenton.
-responde molesto al teléfono, joder, pensaba que sería un día
tranquilo.
-Hey,
detective, espero que no hayas hecho planes para almorzar, hay una
novedad.
-Mira,
si es alguna tontería racial otra vez... -pierde la paciencia. No
era indiferente al tema, menos siendo su compañero un hombre de
color, pero estaba cansado de la política tras cada incidente con
los sensibles afroamericanos, los impacientes latinos y los necios
anglosajones blancos, protestantes y conservadores. ¡Qué se fueran
todos a la mierda!
-Ojalá.
-oye la réplica de su colega.- Reportaron un allanamiento en la
Biblioteca la de la universidad. Al acudir al llamado la patrulla se
encontró con la escena de un robo, un posible rapto y un asesinato.
-Joder,
¿la trifecta en una sola escena? -se cabrea más, Dios, y el día
que parecía una seda tan sólo un segundo antes, pero también se
interesa.- ¿Dónde estás? -pregunta poniéndose de pie. Conociendo
al cabrón seguramente perdiendo el tiempo del estado con una de sus
mil novias.
-Ya
voy en camino.
-Nos
vemos allá. -cuelga, toma su placa y arma. Aunque el asunto sonaba
complejo no esperaba, en realidad, nada del otro mundo.
Nadie
reconocía nunca, en su momento, el instante que cambiará su vida
para siempre.
......
La
mañana había sido un verdadero infierno y la tarde predecía un
apocalipsis, pensaban Arthur Colton y Melissa Miller, corriendito
hacia la oficina de la Jefa. La mujer encargada de un vasto sector de
la Seguridad Nacional, uno que el mundo ignoraba: Vigilar a todos y
llevarlo por escrito (por decirlo así), para usar la información
para el “bien del estado”. Así como el viejo J. Edgar Hoover
usaba la suya. La Perra estallaría; así pensaba Arthur de la mujer,
con su rostro inexpresivo de hombre joven, cara larga, el cabello
escaceándole un poco en la coronilla, (por culpa de ella), y unos
ojos algo azulados de mirar ansioso en esos momentos. La Dama Dragón
había despedido esa mañana a dos analistas, amenazándoles con
cárcel de por vida si se atrevían a contar algo de lo que habían
visto, así fuera en sus lechos de muerte (y no le extrañaría que
dispusiera de algún aparato que persiguiera a la gente más allá de
esta); ahora la tomaría con él...
Melissa,
bonita, morena, de buenas curvas que no disimulaban ni la fea falda y
el traje serio, estaba igual de agitada. Esa mañana la Mujer había
llegado molesta, su rostro era petereo, inexpresivo, casi distante,
pero ella sabía adivinarla ya, así que todos habían sufrido ese
día desde bien temprano. Llama a la puerta de su oficina casi con
timidez después de un gesto de la asistente de la mujer, una fémina
de rasgos asiáticos que reflejaba preocupación por mucho que le
costara culturalmente.
-Adelante.
-se oye la voz perfectamente plana de la Jefa y entran, encontrándola
detrás de su enorme escritorio en la pequeña pieza cargada de
archiveros antiguos, cuadros de ciudades bajo la lluvia, en tomas de
calles cercadas por altos edificios que daban una sensación de
encierro, de ahogo. En esos momentos decía al teléfono.- Esa
información debió llegar ayer, Graves, si no está a gusto en su
puesto, o si siente que no puede cumplir con él... -advierte de la
manera insensible que le es normal.- Basta de excusas y de promesas
de buenas intenciones. Haga su trabajo, envíe la información y
punto. No me importa el culo de quien esté besando en su tiempo
libre, si es el de un nacional o un nativo de la zona, ¡pero cumpla!
-es tajante y cuelga, mirando a los otros.- ¿Listo el encargo?
-Yo...
sí, señora. Los iraquíes estuvieron más que dispuestos. -Melissa
informa sintiéndose enferma. Tel Aviv había señado a un joven
estudiante de simpatías con el Estado Islámico, una relación de
amistad con un supuesto reclutador en Occidente, y le habían
secuestrado por la sola sospecha; el problema es que ella pensaba que
tal vez se trataba de alguien con nombre parecido. La solución dada
era la que le tenía algo enferma, la orden fue detener a todos con
el nombre y enviarlos a una zona donde se les interrogara sin miradas
indiscretas. Y unos judíos interrogados por iraquíes, sabiendo que
el Departamento de Estado les bendecía... Se estremece.
-Bien,
eso es algo. -gruñe ella mirando al otro.- ¿Si?
-Señora... acaban de informarme que la policía de Los Ángeles está en la
universidad, hubo un robo en la Biblioteca... -se encoge viendo el
tensar de la mujer.- Aparentemente robaron algo... y se llevaron al
profesor Jeremiah
Hayes.
CONTINÚA … 3
Aunque no tengo muy en claro qué curso tomará la historia, es bastante interesante y me está gustando bastante... Lo de las tres ideas de Mitchell me hicieron lagrimear...
ResponderBorrarGracias, a todo el que escribe le gusta saber que interesa lo que escribe en más de un sentido.
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