domingo, 12 de mayo de 2019

FILOSOFIAS, SOCIEDADES Y TENDENCIAS


   Todo debe servir para algo...

   Ningún pensamiento en este planeta es realmente original, o moderno a estas alturas; no en su conjunto. La sociedad humana, con sus de bemoles en lo situacional, educacional o cultural, piensa lo que piensa todo el mundo. Y lo que toca en esos momentos. Antes la mayoría pensaba que la tierra era plana, hoy quien sostenga que lo es es visto con sorna (y lo merece). Somos el tiempo que vivimos. El hombre (y la mujer, obvio, pero usaré el término para humanidad), es su momento y su ahora.

   Mirando hacia el pasado nos parecen tonterías las mayorías de las creencias, y menospreciamos algunas nociones aunque otras se sostienen. Pero en realidad inventamos o innovamos muy poco. Ya en Grecia se hablaba de democracia, ya en Roma se regularizaba lo que era matrimonio, divorcio, adopciones (desde un punto de vista legalista), pero ya, en el Código de Hamurabi existían algunas de estos planteamientos sobre familia y propiedad, igual que en la llamada Ley Mosaica. No es que vivimos innovando en lo social, no hay tal “modernismo”, divorcio sigue siendo divorcio, adopción sigue siendo adopción; ni que seamos más inteligentes que otros grupos humanos en el pasado, no estamos inventando el hilo negro, tan sólo vamos modificando el pensamiento dominante, variándolo, evolucionando a veces por senderos que no imaginábamos pero que ahora tocan. Es como una larga colcha de retazos que sigue y sigue, tal vez mejorando en técnicas y materiales pero no en su propósito.

   Las ideas a veces toman el camino que mejor les parece, a otros, que las usan inocentemente, o con toda mala leche, como bien podría decir Frederick Nietzsche, si pudiera defenderse. El problema es no entenderlo, no comprender esa evolución del pensamiento, o no ver sus raíces, sus significados, ya que al no tener claro que aquellos polvos trajeron estos lodos se pierde todo punto de referencia para comprender lo que llamamos realidad, y se termina hablando de cosas de las que no se tienen la menor idea. Y nada más peligroso, para sí mismo y para otros, que la ignorancia, especialmente si esta es elocuente. Una comunidad impresionable, sujetos débiles de voluntad, son fácilmente sugestionables. Y a veces pueden terminar haciendo cosas terribles, como imaginar por ejemplo que la respuesta al dolor, a la soledad de una vida adolescente confusa está en tomar un arma e ir a matar a otros; a cuenta propia o de terceros. Y pasa.

   Se parte de un principio peligroso y que se ha hecho dolorosamente evidente, casi tendencia, se piensa que todo pensamiento citado, si por casualidad se parece a algo que creemos, es una verdad incuestionable. Las que no nos gustan, una idiotez. Si, en este mundo hay personas brillantes, geniales de una manera que casi no podemos comprender, de una penetración mental que adelanta a toda la humanidad en su conjunto cuando se deciden a actuar, especialmente en lo referente al pensamiento puro, como en las matemáticas y la ciencia. Lo de Newton, los Curie y Einstein es clara evidencia; también ocurre en el pensamiento llamado social, en lo referente al hombre, su ser, su lugar; pero esto, y aquí hay que tener cuidado, es un punto más subjetivo. Más interpretativo. Más arriesgado.

   Y volvemos a Nietzsche, quien cansado de la moral de su época, esa abulia y apatía de una sociedad convulsa pero detenida porque “así siempre fue y debía ser”, expresa que la humanidad debe tomar el control de su destino y no relegar esa autoridad en una divinidad lejana. Su angustia por el estancamiento social de sus contemporáneos es interpretado por otros como un ataque a la religión por un lado; o como un llamado a actuar de manera osada y guerrerista para imponer el parecer del sujeto que sí sabe lo que tiene que hacerse, se arma y todos los que estén por ahí o corren o se encaraman. El “superhombre” ha nacido, término que el pensador ruso usó para el hombre que decide tomar sobre sí la responsabilidad que se espera (infructuosamente en su opinión), de un Dios lejano o ausente. Pensamiento este, que devino en la llamada Voluntad de Poder de los fascistas de los años treinta del siglo pasado, que terminó en los oscuros reinados de Mussolini, Hitler y Stalin.

   Esas cosas acontecieron, y ocurren. Aunque ha pasado tiempo y su obra ha sido discutida y explicada, aún ahora se cita a Nietzsche como una autoridad en contra de Dios (jugando a la doble ignorancia, de quien no conoce su obra pero la cita de mala fe pretendiendo confundir a otros que, aunque sin mala intención, lo conocen menos). Ni unos ni otros le entendieron, ni en lo religioso ni en lo político, oscureciendo un pensamiento que pudo dar frutos. Olvidaron, por otra parte, que el filósofo ruso era un hombre de su tiempo y su momento, proclive a la amargura del fracaso personal, el ver marchitarse sus sueños (y hasta su vida), lo que debió reflejarse en su pensamiento, en el de él, en ese entonces (sus frases son de amargura y desencanto, su vida no era ninguna maravilla). El suyo pudo ser el punto de partida para una nueva manera de mirar el mundo, y lo fue, pero mal utilizado, lo que devino en otro movimiento, otro paradigma. Otra manera de ver el mundo. La nuestra. De la cual no podemos escapar, es nuestro marco, allí vivimos, pensamos y creemos lo que nos toca; y muchos ni siquiera parecen tener posibilidades o facilidades para imaginar otras maneras de interpretar las cosas, carecen de empatía hacia otras formas de pensamiento, porque el fanatismo y el dogmatismo suele llenar cada era. Y parece algo normal, que es lo delicado.

   En Facebook se evidencia una tendencia, desprecio hacia la religión y todo que huela a ella, a veces dicho que de buena fe, otras veces manifestado con mala leche; movimiento que estas personas creen que es algo nuevo, que se inventó con la Teoría de la Evolución, que es la primera vez que ocurre, que ahora sí se ha llegado a la cúspide del pensamiento, pero es una tontería. Igual pensaban los griegos, mirando con desdén a quienes sólo consideraban a los dioses los creadores y ordenadores de todo, y como el cristianismo miró después a los que venían de la escuela griega, los llamados clásicos. Los mismos argumentos, la misma mirada de superioridad, la misma necedad. Pero, ahora, como no se estudia filosofía como antes, las personas creen que en verdad hacen algo único y original. Pero en realidad, repito, pensamos, actuamos y respondemos como está determinado según el marco que nos tocó. Tan simple como eso.
   Me tocó, personalmente, ensalzarme en una medio discución con una señora que se expresaba de manera ofensiva contra una fe que tengo aunque no la practique, señalando que fue culpa de los griegos, como Pitágoras, quienes con sus ideas oscurantistas y místicas sobre la esencia, el alma, los que ofrecieron la base para la mezcolanza ignorante que más tarde daría cuerpo a la religión cristiana y bla, bla, bla. Lo cierto del comentario, fuera del marcado tono tendencioso, es lo preocupante que resultó tal ligereza e ignorancia al hablar, esa incomprensión total que demostró a nuestra propia historia cultural, la de Occidente. De todo lo que fue. ¿Cómo puede encarar el ahora o el mañana una persona que ni siquiera sabe por qué le tocó vivir el tiempo que le toca ni lo comprende? Aquí viene el primer punto a señalar, cuando hablamos de filosofía, hoy, no tratamos términos abstractos como ética o moral, es hablar del marco dentro del cual existimos y que nos hace responder de una manera u otra. Nuestra Matrix, pues.
   Los griegos, esos a los que esa señora señalara con ligereza y algo de necedad acusándoles de iniciar el oscurantismo religioso del medioevo, eran una maravilla. Mientras todos en la antigüedad razonaban la creación del mundo como un hecho divino, mágico, explicado únicamente mediante los dioses (aún el Dios), ellos se pusieron a pensar que sí, que tal vez, pero que también podían existir otras explicaciones. Y, pensando y observando la naturaleza (no experimentaban, tal vez ese fue su mayor freno, el creer que el sólo pensamiento era suficiente), buscaron esa otra respuesta. Si hay montículos de tierra que se adentran en una playa, y el abuelo de un abuelo recuerda que antes era menos visible aunque la marea sigue llegando al mismo punto, tal vez todo surgió del mar. Esto no debe ser mirado como una tontería, porque los griegos sentaron las bases del pensamiento que nos llega todavía. El mundo se llama como ellos dijeron que se llamaba. El salto dado fue enorme. Pero al lado del mundo natural, la filosofía se ocupaba también del hombre, de su naturaleza y esencia, ¿qué le motivaba?, ¿era social por naturaleza o había que desconfiar?, ¿era gregario?, ¿podían coexistir juntos?, ¿por qué el de las guerras y las injusticias?, y ese punto era, y es aún hoy, más subjetivo. Más dado a la interpretación y a la pura especulación.
   Cada escuela griega del pensamiento lo encaró desde su punto de vista. Aristóteles, el gran Aristóteles, que vivió las guerras del Penepoleso, más tarde escribiría una tesis donde señala que cada cual debe vivir en su lugar, cumpliendo su función social (señores, siervos, libertos y esclavos), bajo una conducción sensata, obligados todos a servir bajo esa directriz para garantizar el orden, el que se pudiera vivir en paz de tantas zozobras; dando pie a que se dijera tiempo después que era un ordenancista que creía en los estados fuertes. Pero todo su pensamiento político, el del gran Aristóteles, nos viene condicionado de su experiencia personal, de lo que vivió, y si esas guerras no hubieran ocurrido en sus días y sólo se hubiera dedicado a pensar en sus jardines, ¿no sería el pensamiento aristotélico otro?


   A pesar del adelanto filosófico con respecto al tiempo anterior, los griegos no terminaron de romper con los dioses, porque no podían. Era obvio en aquel entonces (y ahora no lo parece tanto, aunque suene increíble), que los niños sólo nacían de la unión de un hombre y una mujer, aunque en la antigua Grecia se practicara en gracia todo tipo de “amor”. Y, revisando cada cual su familia, encontraron que cada niño o niña vino de una pareja anterior, así que llegado al punto ¿y cómo ocurrió antes de que existiera el primer hombre y la primera mujer?, dudaron (¿y entonces qué pasó?); por lo que no podían en conciencia romper totalmente con la idea de los dioses creadores que dieron vida a los primeros seres humanos. Habían notado que por mucha tierra negra y fértil, y agua para regarla, no nacían bebés. Otros, que se preocupaban por nociones como el bien y el mal (en todo tiempo y en todas partes hay gente buena y mala, y si, esos términos también se discutirán hasta el infinito, aún hoy, especialmente hoy cuando nos domina una profunda duda sobre todo, una gran inseguridad), o por lo que pudiera existir más allá de la muerte, así fueron creando un misticismos ordenancista también (el bueno va un lugar de gloria, el malo se quema, o al morir regresamos en otra forma; en el fondo lo que se oculta tras todo esto es el temor a dejar de existir; curiosamente ese temor a veces parece menor en esta época, pero es que nuestro marco nos despoja de toda esperanza, pero sobre eso volveré después), razonamientos que, efectivamente, darían pie siglos después al cuerpo del cristianismo, con todo y las ideas del castigo para los malos, premio para los buenos y la idea de un alma inmortal que sobrevive en otro plano a la muerte.

   Si, esas eran ideas griegas, las mismas que fueron incorporadas al cristianismo más tarde por grandes pensadores filosóficos religiosos como Santo Tomás de Aquino, quien lo enmarca bajo la premisa de que todo fue obra de Dios. Hizo bastantes malabares, pero logró incorporarlo y darle sentido, aunque en la realidad fueran ideas contrarias a lo expresado en la misma Biblia. Una vez que este pensamiento fue purificandose, puliéndose, dando explicaciones a esto y aquello, dando una esperanza sobre una recompensa en otro plano si se es bueno, la gente culta del momento, las clases dominantes miraron a los que aún practicaban las ideas griegas como salvajes sin fe ni Dios. Justo como hace esta buena señora que señalé antes, con la gente que no comparte ahora el pensamiento dentro del cual nació ella. Nada nuevo ni original bajo el sol.

   Nada surge de por sí mismo, el pensamiento aristotélico está influenciado por las cosas que Aristóteles vio; no rompen los griegos totalmente con el pasado porque (son honestos intelectualmente, al menos), no pueden explicárselo todo (en la actualidad hay personas que juran que leyeron en tal o cual sitio que el científico tal, del instituto cual, aseguró que ya se sabe cómo apareció la vida sobre la Tierra, de manera incontrovertible y que tal idea es aceptada por el resto de la comunidad científica, aunque es una falacia total), pero se dieron a la tarea de buscar alternativas que explicaran lo que pensaban. O lo que anhelaban. La idea de sobrevivir de alguna manera a la muerte, por ejemplo, ha marcado nuestra existencia. Desde las momificaciones a quemar los cuerpos para que las almas asciendan en forma de humo, a las doctrinas del alma inmortal. Cuando el cristianismo se hace universal, en Occidente, claro, en los límites de lo que fue el gran imperio romano que universalizó la cultura que ya venía de Grecia, como antes había hecho el mismo Alejandro el Grande, la mezcla que hace la nueva fe con conceptos que le son gratos, del pasado, se utilizan pero bajo una premisa algo más tajante: todo depende de este Dios. ¿Dijo o no dijo Dios esas cosas?, ¿es invento de gente que habla por él?, es la cuestión que se plantea desde el medioevo. El punto es que cada nueva generación humana, con sus cambios políticos, sociales y hasta económicos va adaptando y mejorando el pensamiento previo, pero nunca rompe del todo con eso, como no se destruye una losa de cemento para levantar una casa nueva que por querer que sea distinta a lo visto hasta ahora se le edifique sobre tablas. O arena. Puede cambiarse por otra losa que sea igual de resistente, pero nunca por algo ajeno.
   Y volvemos sobre un punto, Aristóteles vivió los desórdenes de la guerra, siglos después, un hombre como Thomas Hobbes, filósofo inglés vivió las revueltas de la república en el mil seiscientos y pico, en Inglaterra, viendo el caos, la violencia y la muerte, se pronunció por un pensamiento parecido al de Aristóteles, buscar un ordenancismo de la sociedad, donde el hombre es el problema, su ambición, su ira, el “todos somos animales peleando por la comida” (llegó a decir que el hombre era un lobo para otros hombres), y sostuvo que todos debíamos aceptar nuestra agresividad, reconociendo la de los otros y controlarla mediante un acuerdo para poder vivir juntos en busca de un destino que garantice la paz, mediante el miedo de unos a los otros (una especie de equilibrio de terror), bajo una dirección fuerte, la del rey o una asamblea, que dictamine sin que se le discuta la autoridad. Cada quien en su sitio haciendo lo que toca para que todo vaya bien. Claro, siendo esta cúpula mejor y más digna que el resto o también debía ser barrida.

   En los casos de Aristóteles y Hobbes encontramos un deseo de ordenar la sociedad, el mundo, bajo la premisa de que cada quien ocupe el lugar que le toca “bajo una dirección sabia”, decía el griego, “justa y merecedora de ello”, sostenía el inglés. Claro que esas nociones a nadie gusta y nadie les hace caso. Cada quien quiere ser un rey vencedor por conquistas o alianzas, todo rey quiere hacer lo que le sale del forro sin tener que explicarse y mucho menos con la amenaza de ser depuesto si no sirve sino únicamente para buscar su placer. Pero el planteamiento de dos hombres que vivieron su momento quedó sembrado y llegamos a otro ordenancista, ese sujeto que ha sido moral e intelectualmente vilipendiado, sus ideas prostituidas una y otra vez, aún hoy (se utiliza la frase “Dios ha muerto” como un ataque suyo, y de la razón, a la religión cuando ese no era el sentido). Si, hablamos del ya mentado Nietzsche.
   Frederick Nietzsche fue un hombre de su tiempo. En la Europa de finales del siglo XVIII, en pleno siglo XIX y comienzos del XX se vivían los esplendores de los viejos imperios, pero también surgían los nacionalismos, la gente quería ser italiana o alemana, mientras otros movimientos sostenían que por qué se debía vivir sometido al poder de gente que no velaba por ellos, como los zares, o sujetos a emperadores lejanos que nada tenían que ver con ellos, como pasaba en los balcanes con el imperio austrohúngaro. Al lado del esplendor, y de los grandes avances, ya Darwin había planteado su Teoría (remozada y cortada en partes más tarde para que no dijera lo que el hombre sostuvo), el psicoanálisis de Freud quitando la culpa ya que todo se debía a apetitos más o menos naturales no satisfechos, fuera de curiosidades como la fotografía, los ferrocarriles y los nuevos ejércitos con cañones y armas de fuego, convive un mundo en la más completa y espantosa miseria, por ello la idea del socialismo ganó tanto terreno (si, Marx también andaba por ahí, todos a un tiempo). Mucha gente sufría, se moría de frío o hambre mientras otros tenían derecho a todo. Nietzsche lo veía en su Rusia natal, pero el pensamiento todavía era conformista. Dios hizo a los reyes y a los zares, a ese o aquel le va bien porque Dios está con él (base del pensamiento reformista de la iglesia, SI EL NORTE FUERA EL SUR).


   Lo que dijo, sostuvo y defendió fue el sacudirse esa bulia, esa conformidad en la suerte que hizo nacer a este o aquel en una casa real o como hijo de campesinos; esa mirada medrosa hacia la acción. Que había que buscarse, esperarse o convertirse en personas (hombres) especiales que se sobrepusieran a todos, aún a los contratiempos, y promulgaran los cambios que eran necesarios. En síntesis dijo que había que dejar de esperar que Dios les resolviera la vida, o se las hiciera justa porque ya llevábamos como mucho tiempo esperando por eso y eso no pareciera que fuera a ocurrir, y llamaba a que el hombre tomara el lugar como centro de la acción, que se necesitaba de él, del “superhombre”. A su manera, como se ve, también quiso organizar el mundo, o por lo menos resolverlo de los problemas que él miraba en su tiempo. En ese contexto dijo lo que dijo sobre la muerte de Dios. Dejen de esperar a que actúe, muevanse ustedes. Lo expuesto en un valor espiritual o moral, que fuera el hombre quien buscara soluciones a sus problemas, fue visto y tal vez inocentemente malinterpretado en un principio en un sentido político militar. Si éste o aquel quiere un imperio, o quiere ser una nación, o quiere ser rey, vamos a intentarlo. Más tarde sólo fue una excusa pobre para hacer lo que se deseara y que Nietzsche cargara con la culpa.

   Con él nace el término Voluntad de Poder, que será usado por todos los pensamientos fascistas de ahí en adelante. Comenzando por Mussolini, con quien se acuña el término fascista (endilgado alegremente sin detenerse jamás el citador en averiguar qué significa y qué conjunto de acciones engloba; más necedad), pero será con Hitler con quien alcanzaría todo su macabro significado este prostituir de las ideas, aún aquella frase de el “superhombre”. Luego llegaría Stalin y hombres como los que fundaron las dinastías tiránicas en Corea del Norte y en Cuba, fenómeno que no será fácilmente entendible porque la gente quiere pensar lo que desea creer y no quiere que le arruinen el sueño con realidades. Pero volvamos a ese momento específico de la historia cuando se aplican las teorías en boga, muchas a decir verdad, para justificar lo que unos dementes, amantes del poder por el poder en sí, le harían al mundo. La voluntad de poder nos colocó a finales del siglo XIX y principios del XX, frente a dos grandes guerras terribles donde murieron millones y millones de seres humanos, siendo la segunda peor porque el pensamiento se degradó a tales niveles que llevó a sociedades que uno ve hoy tan culta una, la alemana, tan respetuosa y honorable la otra, la japonés, a realizar experimentos con seres humanos, y a levantar fábricas para un único fin: matar seres humanos y hacerlos desaparecer, como hizo el nazismo, la locura hecha gente.

   Muchas cosas terribles han pasado en este mundo, siempre por la mismas razones, “lo que yo digo es y lo que tu dices es una tontería peligrosa y mejor te ataco para hacerte entender o te destruyo no sea y hagas daño”, “y de paso junto tierras y oro”. Siempre hubo guerras, desde que egipcios e hititas se medio mataron en aquella primera guerra señalada en la historia, hasta la Segunda Guerra Mundial, pero este grado de demencia fue nuevo. Cuando la guerra acaba, hay cincuenta millones de muertos, las ciudades están en humeantes ruinas, el mundo no quiere escuchar, o no puede encarar lo ocurrido, lo de los experimentos humanos, almohadas rellenas con cabellos de prisioneros, lámparas con pantallas hechas de piel humana, el holocausto de gitanos, eslavos, socialistas y judíos, porque todo eso era demasiado horrible. Y es allí, justo en ese punto, donde y cuando nace nuestro marco filosófico, el que nos tocó. Uno que viene del pasado y condiciona el futuro, obviamente.
   Será en la Francia liberada donde verá luz el existencialismo. Hombres como Sartre verán llegar a los cadáveres humanos, franceses enviados por el gobierno colaboracionista de Vichy para que fueran a servir de esclavos en fábricas alemanas; y enfrentada a sí misma, a lo que fue la ocupación y lo que hicieron durante dicha ocupación les tocará enterarse y encarar no sólo las delaciones, entrega y venta de judíos, sino de cómo les prometían escape, los llevaban a lugares solitarios y los asesinaban para robarlos; cuando los campos de concentración dejen ver su realidad (algo tan dantesco que aún hoy en día la gente con menos estómago no quiere ni afrontar, cayendo en una negación curiosa por lo evasiva), la sociedad gala, sus intelectuales en este caso, entró en el asco, la rabia, la depresión. Diría Sartre aquello de antes de nacer no somos nada, después de morir no somos nada, la vida es un lento caminar entre la nada y la nada de dudosa importancia. Ese es el sentido del mundo que nos creamos.

   Sartre vio todo ese horror y entendió, o comprendió, que el hombre era un lobo para el hombre, que no habían reglas sino la ley de la jungla (con el perdón de los animales), y apostilló ese epitafio. Ese era su entonces, su realidad, su pensamiento desencantado, asqueado, lo señaló, lo explicó y el mundo lo acepto... Pero el mundo continuó y esa mirada sigue siendo la misma.

   Somos una sociedad descreída (no se puede esperar nada de nadie, y no puede haber un Dios si permitió que todo esto pasara; así la culpa no es tanto de la humanidad), desconfiada, cínica. La idea de que sólo tenemos estos pocos años de vida, que no hay más nada, ni significado ni trascendencia porque ahora sabemos que prácticamente surgimos por el azar, que somos poco más que animales, lleva a cada quien a afrontar su manera de vivir, no siendo extraños los excesos que antes las buenas costumbres de los domingos en misa prohibía porque la gente se iba a dar cuenta. Pero se ha llegado más lejos, la familia traiciona por dinero, los padres no se enfrían en la urna y los hijos pelean por los reales, el amor es química, los hijos son un estorbo porque tarde o temprano decepcionarán, no hay amigos, nacemos solos y solos moriremos. Todo, alrededor de la idea sartriana produce un pensamiento negativo, oscuro. ¿Real?Y no todo el mundo puede asimilarlo o ser feliz en él. Somos la era de las depresiones y los suicidios, de las psicosis, de los medicamentos, de los actos llamados insensatos, colocar bombas, tomar un arma y matar gente, matar a la mujer que ya no quiere nada con uno.

   Claro, eso en su aspecto más sombrío, la mayoría de la gente sigue siendo sensata, una persona normal no toma un tubo para golpear en la cabeza a un carrizo porque este se está comiendo un cachito y él no; y no lo hace no porque una ley vaya a sancionarle, que las hay (gracias a Dios), sino porque “no le parece correcto”. Pero quiero dar una aproximación a lo que somos hoy; señalar que es algo que no sale de una nube, que nos llega de pronto de la nada. Son cadenas de hechos que se han escalonado a lo largo de la historia de la humanidad para producir este marco en el cual ignoramos que pensamos lo que el tiempo dice que debemos creer.

   Curiosamente se da esta dicotomía con la religión, quienes la atacan y quienes la defienden, y es notable que aún persista tanta gente fiel a esta “fe”; el orden natural de las cosas indica que ya debería haberse extinguido la idea de un Dios. Bueno, si todavía hay quienes creen que la Tierra es plana, tal vez no. El por qué persiste la fe en un tratado interesante en sí mismo (la promesa de que somos algo más que oscura material, con un propósito mayor que despertar, comer, follar y morir); y aquí se cae en nuevas discusiones que son tontas porque se quiere utilizar el pasado para desprestigiar el presente. Y eso no funciona en ningún escenario, porque lo que termina haciendo la mayoría es trasladar su punto de vista, el de hoy, a motivaciones de personas y pueblos que miraron su tiempo con otra óptica, costumbres y moral que ya no están en voga pero lo estuvieron. Utilizando el pensamiento de hoy, el siglo XXI, la gente quiere explicarse únicamente desde su único punto de vista el que Roma se volviera cristiana, por ejemplo, alegando que era una jugada política del viejo Constantino. ¿Será cierto?, puede ser.

   Sin embargo parecen ignorar, o hacerse vista gorda sobre el hecho de que un solo palo no hace montaña, que el que él deseara que todo un imperio cambiara de fe no significaba realmente que la gente lo haría. Es como atribuirle la caída del Bloque Soviético casi a finales del siglo pasado, a las “maniobras” de Mijail Gorbachov; el deseo de un solo hombre. Roma estaba lista para ser cristiana cuando Constantino mandaba, con sus propias creencias llamadas paganas uniéndose al cristianismo como luego los africanos unirían sus creencias, en las haciendas en América, a los santos católicos en un sincretismo igual (nada es nuevo, repito). Lo que habría que preguntarse es por qué Roma se volvió cristiana, comenzando ya en la era de Claudio, a la muerte de Calígula. No era una fea de ellos, no era popular, no prometía parrandas de licor y sexo, era sobre rectitud y un millón de reglas, una fe clandestina que era perseguida con cárcel y muerte, y que sin embargo se extendió entre esclavos, libertos y nobles. Esas preguntas, en nuestro marco referencial, no pueden explicarse como no sea alegando que es que eran personas muy estúpidas que se dejaban engañar. Y así se resuelve el asunto. Obviamente no sirve de nada, como no sea ejemplarizar que no podemos pensar como otros, y cuando una pregunta no recibe una respuesta adecuada se vuelve un error y todo lo que se haga o edifique a partir de ella no sirve para nada.

   Personalmente creo que no nos sirve mucho la idea de que nada se puede hacer porque la vida es azar, y que “es terrible porque la gente es malvada y hace cosas terribles si se le deja actuar (y algo de cierto hay)”, pero imagínense a dónde llegaremos dentro de cincuenta o cien años si seguimos resbalando por esa pendiente. Curiosamente pasamos de un plano superior, donde el hombre era la punta de la pirámide, la humanidad tenía un propósito, era más que los animales con los cuales comparte el reino en la naturaleza, a esta mirada negativa que Aristóteles, Hobbes y Nietzsche ya habían notado pero contra lo cual lucharon oponiendo la voluntad ordenancista. Las soluciones que ellos dieron a la sociedad no son unas que nos sirvan o nos gusten, pero hay que buscar nuestro modo o podemos terminar como en el cuento El Final de la Eternidad, en un mundo vacío donde una especie que no veía futuro ni propósito dejó de parir, de luchar, de pensar y sencillamente desapareció. Por mejor que le vaya al planeta sin nosotros, manera de pensamiento que se populariza dado lo profundamente negativo de nuestra visión a mediano y largo alcance.

   Tenemos que ponernos a pensar en opciones antes de que lleguemos a eso que los nuevos profetas del desastre llaman el punto de no retorno. 

EL MUNDO FUTURO

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