Todo
debe servir para algo...
Ningún
pensamiento en este planeta es realmente original, o moderno a estas
alturas; no en su conjunto. La sociedad humana, con sus de bemoles en
lo situacional, educacional o cultural, piensa lo que piensa todo el
mundo. Y lo que toca en esos momentos. Antes la mayoría pensaba que
la tierra era plana, hoy quien sostenga que lo es es visto con sorna
(y lo merece). Somos el tiempo que vivimos. El hombre (y la mujer,
obvio, pero usaré el término para humanidad), es su momento y su
ahora.
Mirando
hacia el pasado nos parecen tonterías las mayorías de las
creencias, y menospreciamos algunas nociones aunque otras se
sostienen. Pero en realidad inventamos o innovamos muy poco. Ya en
Grecia se hablaba de democracia, ya en Roma se regularizaba lo que
era matrimonio, divorcio, adopciones (desde un punto de vista
legalista), pero ya, en el Código de Hamurabi existían algunas de
estos planteamientos sobre familia y propiedad, igual que en la
llamada Ley Mosaica. No es que vivimos innovando en lo social, no hay
tal “modernismo”, divorcio sigue siendo divorcio, adopción sigue
siendo adopción; ni que seamos más inteligentes que otros grupos
humanos en el pasado, no estamos inventando el hilo negro, tan sólo
vamos modificando el pensamiento dominante, variándolo,
evolucionando a veces por senderos que no imaginábamos pero que
ahora tocan. Es como una larga colcha de retazos que sigue y sigue,
tal vez mejorando en técnicas y materiales pero no en su propósito.
Las
ideas a veces toman el camino que mejor les parece, a otros, que las
usan inocentemente, o con toda mala leche, como bien podría decir
Frederick Nietzsche, si pudiera defenderse. El problema es no
entenderlo, no comprender esa evolución del pensamiento, o no ver
sus raíces, sus significados, ya que al no tener claro que aquellos
polvos trajeron estos lodos se pierde todo punto de referencia para
comprender lo que llamamos realidad, y se termina hablando de cosas
de las que no se tienen la menor idea. Y nada más peligroso, para sí
mismo y para otros, que la ignorancia, especialmente si esta es
elocuente. Una comunidad impresionable, sujetos débiles de voluntad,
son fácilmente sugestionables. Y a veces pueden terminar haciendo
cosas terribles, como imaginar por ejemplo que la respuesta al dolor,
a la soledad de una vida adolescente confusa está en tomar un arma e
ir a matar a otros; a cuenta propia o de terceros. Y pasa.
Se
parte de un principio peligroso y que se ha hecho dolorosamente
evidente, casi tendencia, se piensa que todo pensamiento citado, si
por casualidad se parece a algo que creemos, es una verdad
incuestionable. Las que no nos gustan, una idiotez. Si, en este mundo
hay personas brillantes, geniales de una manera que casi no podemos
comprender, de una penetración mental que adelanta a toda la
humanidad en su conjunto cuando se deciden a actuar, especialmente en
lo referente al pensamiento puro, como en las matemáticas y la
ciencia. Lo de Newton, los Curie y Einstein es clara evidencia;
también ocurre en el pensamiento llamado social, en lo referente al
hombre, su ser, su lugar; pero esto, y aquí hay que tener cuidado,
es un punto más subjetivo. Más interpretativo. Más arriesgado.
Y
volvemos a Nietzsche, quien cansado de la moral de su época, esa
abulia y apatía de una sociedad convulsa pero detenida porque “así
siempre fue y debía ser”, expresa que la humanidad debe tomar el
control de su destino y no relegar esa autoridad en una divinidad
lejana. Su angustia por el estancamiento social de sus contemporáneos
es interpretado por otros como un ataque a la religión por un lado;
o como un llamado a actuar de manera osada y guerrerista para imponer
el parecer del sujeto que sí sabe lo que tiene que hacerse, se arma
y todos los que estén por ahí o corren o se encaraman. El
“superhombre” ha nacido, término que el pensador ruso usó para
el hombre que decide tomar sobre sí la responsabilidad que se espera
(infructuosamente en su opinión), de un Dios lejano o ausente.
Pensamiento este, que devino en la llamada Voluntad de Poder de los
fascistas de los años treinta del siglo pasado, que terminó en los
oscuros reinados de Mussolini, Hitler y Stalin.
Esas
cosas acontecieron, y ocurren. Aunque ha pasado tiempo y su obra ha
sido discutida y explicada, aún ahora se cita a Nietzsche como una
autoridad en contra de Dios (jugando a la doble ignorancia, de quien
no conoce su obra pero la cita de mala fe pretendiendo confundir a
otros que, aunque sin mala intención, lo conocen menos). Ni unos ni
otros le entendieron, ni en lo religioso ni en lo político,
oscureciendo un pensamiento que pudo dar frutos. Olvidaron, por otra
parte, que el filósofo ruso era un hombre de su tiempo y su momento,
proclive a la amargura del fracaso personal, el ver marchitarse sus
sueños (y hasta su vida), lo que debió reflejarse en su
pensamiento, en el de él, en ese entonces (sus frases son de
amargura y desencanto, su vida no era ninguna maravilla). El suyo
pudo ser el punto de partida para una nueva manera de mirar el mundo,
y lo fue, pero mal utilizado, lo que devino en otro movimiento, otro
paradigma. Otra manera de ver el mundo. La nuestra. De la cual no
podemos escapar, es nuestro marco, allí vivimos, pensamos y creemos
lo que nos toca; y muchos ni siquiera parecen tener posibilidades o
facilidades para imaginar otras maneras de interpretar las cosas,
carecen de empatía hacia otras formas de pensamiento, porque el
fanatismo y el dogmatismo suele llenar cada era. Y parece algo
normal, que es lo delicado.
En
Facebook se evidencia una tendencia, desprecio hacia la religión y
todo que huela a ella, a veces dicho que de buena fe, otras veces
manifestado con mala leche; movimiento que estas personas creen que
es algo nuevo, que se inventó con la Teoría de la Evolución, que
es la primera vez que ocurre, que ahora sí se ha llegado a la
cúspide del pensamiento, pero es una tontería. Igual pensaban los
griegos, mirando con desdén a quienes sólo consideraban a los
dioses los creadores y ordenadores de todo, y como el cristianismo
miró después a los que venían de la escuela griega, los llamados
clásicos. Los mismos argumentos, la misma mirada de superioridad, la
misma necedad. Pero, ahora, como no se estudia filosofía como antes,
las personas creen que en verdad hacen algo único y original. Pero
en realidad, repito, pensamos, actuamos y respondemos como está
determinado según el marco que nos tocó. Tan simple como eso.
Me
tocó, personalmente, ensalzarme en una medio discución con una
señora que se expresaba de manera ofensiva contra una fe que tengo
aunque no la practique, señalando que fue culpa de los griegos, como
Pitágoras, quienes con sus ideas oscurantistas y místicas sobre la
esencia, el alma, los que ofrecieron la base para la mezcolanza
ignorante que más tarde daría cuerpo a la religión cristiana y
bla, bla, bla. Lo cierto del comentario, fuera del marcado tono
tendencioso, es lo preocupante que resultó tal ligereza e ignorancia
al hablar, esa incomprensión total que demostró a nuestra propia
historia cultural, la de Occidente. De todo lo que fue. ¿Cómo puede
encarar el ahora o el mañana una persona que ni siquiera sabe por
qué le tocó vivir el tiempo que le toca ni lo comprende? Aquí
viene el primer punto a señalar, cuando hablamos de filosofía, hoy,
no tratamos términos abstractos como ética o moral, es hablar del
marco dentro del cual existimos y que nos hace responder de una
manera u otra. Nuestra Matrix, pues.
Los
griegos, esos a los que esa señora señalara con ligereza y algo de
necedad acusándoles de iniciar el oscurantismo religioso del
medioevo, eran una maravilla. Mientras todos en la antigüedad
razonaban la creación del mundo como un hecho divino, mágico,
explicado únicamente mediante los dioses (aún el Dios), ellos se
pusieron a pensar que sí, que tal vez, pero que también podían
existir otras explicaciones. Y, pensando y observando la naturaleza
(no experimentaban, tal vez ese fue su mayor freno, el creer que el
sólo pensamiento era suficiente), buscaron esa otra respuesta. Si
hay montículos de tierra que se adentran en una playa, y el abuelo
de un abuelo recuerda que antes era menos visible aunque la marea
sigue llegando al mismo punto, tal vez todo surgió del mar. Esto no
debe ser mirado como una tontería, porque los griegos sentaron las
bases del pensamiento que nos llega todavía. El mundo se llama como
ellos dijeron que se llamaba. El salto dado fue enorme. Pero al lado
del mundo natural, la filosofía se ocupaba también del hombre, de
su naturaleza y esencia, ¿qué le motivaba?, ¿era social por
naturaleza o había que desconfiar?, ¿era gregario?, ¿podían
coexistir juntos?, ¿por qué el de las guerras y las injusticias?, y
ese punto era, y es aún hoy, más subjetivo. Más dado a la
interpretación y a la pura especulación.
Cada
escuela griega del pensamiento lo encaró desde su punto de vista.
Aristóteles, el gran Aristóteles, que vivió las guerras del
Penepoleso, más tarde escribiría una tesis donde señala que cada
cual debe vivir en su lugar, cumpliendo su función social (señores,
siervos, libertos y esclavos), bajo una conducción sensata,
obligados todos a servir bajo esa directriz para garantizar el orden,
el que se pudiera vivir en paz de tantas zozobras; dando pie a que se
dijera tiempo después que era un ordenancista que creía en los
estados fuertes. Pero todo su pensamiento político, el del gran
Aristóteles, nos viene condicionado de su experiencia personal, de
lo que vivió, y si esas guerras no hubieran ocurrido en sus días y
sólo se hubiera dedicado a pensar en sus jardines, ¿no sería el
pensamiento aristotélico otro?
A
pesar del adelanto filosófico con respecto al tiempo anterior, los
griegos no terminaron de romper con los dioses, porque no podían.
Era obvio en aquel entonces (y ahora no lo parece tanto, aunque suene
increíble), que los niños sólo nacían de la unión de un hombre y
una mujer, aunque en la antigua Grecia se practicara en gracia todo
tipo de “amor”. Y, revisando cada cual su familia, encontraron
que cada niño o niña vino de una pareja anterior, así que llegado
al punto ¿y cómo ocurrió antes de que existiera el primer hombre y
la primera mujer?, dudaron (¿y entonces qué pasó?); por lo que no
podían en conciencia romper totalmente con la idea de los dioses
creadores que dieron vida a los primeros seres humanos. Habían
notado que por mucha tierra negra y fértil, y agua para regarla, no
nacían bebés. Otros, que se preocupaban por nociones como el bien y
el mal (en todo tiempo y en todas partes hay gente buena y mala, y
si, esos términos también se discutirán hasta el infinito, aún
hoy, especialmente hoy cuando nos domina una profunda duda sobre
todo, una gran inseguridad), o por lo que pudiera existir más allá
de la muerte, así fueron creando un misticismos ordenancista también
(el bueno va un lugar de gloria, el malo se quema, o al morir
regresamos en otra forma; en el fondo lo que se oculta tras todo esto
es el temor a dejar de existir; curiosamente ese temor a veces parece
menor en esta época, pero es que nuestro marco nos despoja de toda
esperanza, pero sobre eso volveré después), razonamientos que,
efectivamente, darían pie siglos después al cuerpo del
cristianismo, con todo y las ideas del castigo para los malos, premio
para los buenos y la idea de un alma inmortal que sobrevive en otro
plano a la muerte.
Si,
esas eran ideas griegas, las mismas que fueron incorporadas al
cristianismo más tarde por grandes pensadores filosóficos
religiosos como Santo Tomás de Aquino, quien lo enmarca bajo la
premisa de que todo fue obra de Dios. Hizo bastantes malabares, pero
logró incorporarlo y darle sentido, aunque en la realidad fueran
ideas contrarias a lo expresado en la misma Biblia. Una vez que este
pensamiento fue purificandose, puliéndose, dando explicaciones a
esto y aquello, dando una esperanza sobre una recompensa en otro
plano si se es bueno, la gente culta del momento, las clases
dominantes miraron a los que aún practicaban las ideas griegas como
salvajes sin fe ni Dios. Justo como hace esta buena señora que
señalé antes, con la gente que no comparte ahora el pensamiento
dentro del cual nació ella. Nada nuevo ni original bajo el sol.
Nada
surge de por sí mismo, el pensamiento aristotélico está
influenciado por las cosas que Aristóteles vio; no rompen los
griegos totalmente con el pasado porque (son honestos
intelectualmente, al menos), no pueden explicárselo todo (en la
actualidad hay personas que juran que leyeron en tal o cual sitio que
el científico tal, del instituto cual, aseguró que ya se sabe cómo
apareció la vida sobre la Tierra, de manera incontrovertible y que
tal idea es aceptada por el resto de la comunidad científica, aunque
es una falacia total), pero se dieron a la tarea de buscar
alternativas que explicaran lo que pensaban. O lo que anhelaban. La
idea de sobrevivir de alguna manera a la muerte, por ejemplo, ha
marcado nuestra existencia. Desde las momificaciones a quemar los
cuerpos para que las almas asciendan en forma de humo, a las
doctrinas del alma inmortal. Cuando el cristianismo se hace
universal, en Occidente, claro, en los límites de lo que fue el gran
imperio romano que universalizó la cultura que ya venía de Grecia,
como antes había hecho el mismo Alejandro el Grande, la mezcla que
hace la nueva fe con conceptos que le son gratos, del pasado, se
utilizan pero bajo una premisa algo más tajante: todo depende de
este Dios. ¿Dijo o no dijo Dios esas cosas?, ¿es invento de gente
que habla por él?, es la cuestión que se plantea desde el medioevo.
El punto es que cada nueva generación humana, con sus cambios
políticos, sociales y hasta económicos va adaptando y mejorando el
pensamiento previo, pero nunca rompe del todo con eso, como no se
destruye una losa de cemento para levantar una casa nueva que por
querer que sea distinta a lo visto hasta ahora se le edifique sobre
tablas. O arena. Puede cambiarse por otra losa que sea igual de
resistente, pero nunca por algo ajeno.
Y
volvemos sobre un punto, Aristóteles vivió los desórdenes de la
guerra, siglos después, un hombre como Thomas Hobbes, filósofo
inglés vivió las revueltas de la república en el mil seiscientos y
pico, en Inglaterra, viendo el caos, la violencia y la muerte, se
pronunció por un pensamiento parecido al de Aristóteles, buscar un
ordenancismo de la sociedad, donde el hombre es el problema, su
ambición, su ira, el “todos somos animales peleando por la comida”
(llegó a decir que el hombre era un lobo para otros hombres), y
sostuvo que todos debíamos aceptar nuestra agresividad, reconociendo
la de los otros y controlarla mediante un acuerdo para poder vivir
juntos en busca de un destino que garantice la paz, mediante el miedo
de unos a los otros (una especie de equilibrio de terror), bajo una
dirección fuerte, la del rey o una asamblea, que dictamine sin que
se le discuta la autoridad. Cada quien en su sitio haciendo lo que
toca para que todo vaya bien. Claro, siendo esta cúpula mejor y más
digna que el resto o también debía ser barrida.
En
los casos de Aristóteles y Hobbes encontramos un deseo de ordenar la
sociedad, el mundo, bajo la premisa de que cada quien ocupe el lugar
que le toca “bajo una dirección sabia”, decía el griego, “justa
y merecedora de ello”, sostenía el inglés. Claro que esas
nociones a nadie gusta y nadie les hace caso. Cada quien quiere ser
un rey vencedor por conquistas o alianzas, todo rey quiere hacer lo
que le sale del forro sin tener que explicarse y mucho menos con la
amenaza de ser depuesto si no sirve sino únicamente para buscar su
placer. Pero el planteamiento de dos hombres que vivieron su momento
quedó sembrado y llegamos a otro ordenancista, ese sujeto que ha
sido moral e intelectualmente vilipendiado, sus ideas prostituidas
una y otra vez, aún hoy (se utiliza la frase “Dios ha muerto”
como un ataque suyo, y de la razón, a la religión cuando ese no era
el sentido). Si, hablamos del ya mentado Nietzsche.
Frederick
Nietzsche fue un hombre de su tiempo. En la Europa de finales del
siglo XVIII, en pleno siglo XIX y comienzos del XX se vivían los
esplendores de los viejos imperios, pero también surgían los
nacionalismos, la gente quería ser italiana o alemana, mientras
otros movimientos sostenían que por qué se debía vivir sometido al
poder de gente que no velaba por ellos, como los zares, o sujetos a
emperadores lejanos que nada tenían que ver con ellos, como pasaba
en los balcanes con el imperio austrohúngaro. Al lado del esplendor,
y de los grandes avances, ya Darwin había planteado su Teoría
(remozada y cortada en partes más tarde para que no dijera lo que el
hombre sostuvo), el psicoanálisis de Freud quitando la culpa ya que
todo se debía a apetitos más o menos naturales no satisfechos,
fuera de curiosidades como la fotografía, los ferrocarriles y los
nuevos ejércitos con cañones y armas de fuego, convive un mundo en
la más completa y espantosa miseria, por ello la idea del socialismo
ganó tanto terreno (si, Marx también andaba por ahí, todos a un
tiempo). Mucha gente sufría, se moría de frío o hambre mientras
otros tenían derecho a todo. Nietzsche lo veía en su Rusia natal,
pero el pensamiento todavía era conformista. Dios hizo a los reyes y
a los zares, a ese o aquel le va bien porque Dios está con él (base
del pensamiento reformista de la iglesia, SI
EL NORTE FUERA EL SUR).
Lo
que dijo, sostuvo y defendió fue el sacudirse esa bulia, esa
conformidad en la suerte que hizo nacer a este o aquel en una casa
real o como hijo de campesinos; esa mirada medrosa hacia la acción.
Que había que buscarse, esperarse o convertirse en personas
(hombres) especiales que se sobrepusieran a todos, aún a los
contratiempos, y promulgaran los cambios que eran necesarios. En
síntesis dijo que había que dejar de esperar que Dios les
resolviera la vida, o se las hiciera justa porque ya llevábamos como
mucho tiempo esperando por eso y eso no pareciera que fuera a
ocurrir, y llamaba a que el hombre tomara el lugar como centro de la
acción, que se necesitaba de él, del “superhombre”. A su
manera, como se ve, también quiso organizar el mundo, o por lo menos
resolverlo de los problemas que él miraba en su tiempo. En ese
contexto dijo lo que dijo sobre la muerte de Dios. Dejen de esperar a
que actúe, muevanse ustedes. Lo expuesto en un valor espiritual o
moral, que fuera el hombre quien buscara soluciones a sus problemas,
fue visto y tal vez inocentemente malinterpretado en un principio en
un sentido político militar. Si éste o aquel quiere un imperio, o
quiere ser una nación, o quiere ser rey, vamos a intentarlo. Más
tarde sólo fue una excusa pobre para hacer lo que se deseara y que
Nietzsche cargara con la culpa.
Con
él nace el término Voluntad de Poder, que será usado por todos los
pensamientos fascistas de ahí en adelante. Comenzando por Mussolini,
con quien se acuña el término fascista (endilgado alegremente sin
detenerse jamás el citador en averiguar qué significa y qué
conjunto de acciones engloba; más necedad), pero será con Hitler
con quien alcanzaría todo su macabro significado este prostituir de
las ideas, aún aquella frase de el “superhombre”. Luego llegaría
Stalin y hombres como los que fundaron las dinastías tiránicas en
Corea del Norte y en Cuba, fenómeno que no será fácilmente
entendible porque la gente quiere pensar lo que desea creer y no
quiere que le arruinen el sueño con realidades. Pero volvamos a ese
momento específico de la historia cuando se aplican las teorías en
boga, muchas a decir verdad, para justificar lo que unos dementes,
amantes del poder por el poder en sí, le harían al mundo. La
voluntad de poder nos colocó a finales del siglo XIX y principios
del XX, frente a dos grandes guerras terribles donde murieron
millones y millones de seres humanos, siendo la segunda peor porque
el pensamiento se degradó a tales niveles que llevó a sociedades
que uno ve hoy tan culta una, la alemana, tan respetuosa y honorable
la otra, la japonés, a realizar experimentos con seres humanos, y a
levantar fábricas para un único fin: matar seres humanos y hacerlos
desaparecer, como hizo el nazismo, la locura hecha gente.
Muchas
cosas terribles han pasado en este mundo, siempre por la mismas
razones, “lo que yo digo es y lo que tu dices es una tontería
peligrosa y mejor te ataco para hacerte entender o te destruyo no sea
y hagas daño”, “y de paso junto tierras y oro”. Siempre hubo
guerras, desde que egipcios e hititas se medio mataron en aquella
primera guerra señalada en la historia, hasta la Segunda Guerra
Mundial, pero este grado de demencia fue nuevo. Cuando la guerra
acaba, hay cincuenta millones de muertos, las ciudades están en
humeantes ruinas, el mundo no quiere escuchar, o no puede encarar lo
ocurrido, lo de los experimentos humanos, almohadas rellenas con
cabellos de prisioneros, lámparas con pantallas hechas de piel
humana, el holocausto de gitanos, eslavos, socialistas y judíos,
porque todo eso era demasiado horrible. Y es allí, justo en ese
punto, donde y cuando nace nuestro marco filosófico, el que nos
tocó. Uno que viene del pasado y condiciona el futuro, obviamente.
Será
en la Francia liberada donde verá luz el existencialismo. Hombres
como Sartre verán llegar a los cadáveres humanos, franceses
enviados por el gobierno colaboracionista de Vichy para que fueran a
servir de esclavos en fábricas alemanas; y enfrentada a sí misma, a
lo que fue la ocupación y lo que hicieron durante dicha ocupación
les tocará enterarse y encarar no sólo las delaciones, entrega y
venta de judíos, sino de cómo les prometían escape, los llevaban a
lugares solitarios y los asesinaban para robarlos; cuando los campos
de concentración dejen ver su realidad (algo tan dantesco que aún
hoy en día la gente con menos estómago no quiere ni afrontar,
cayendo en una negación curiosa por lo evasiva), la sociedad gala,
sus intelectuales en este caso, entró en el asco, la rabia, la
depresión. Diría Sartre aquello de antes de nacer no somos nada,
después de morir no somos nada, la vida es un lento caminar entre la
nada y la nada de dudosa importancia. Ese es el sentido del mundo que
nos creamos.
Sartre
vio todo ese horror y entendió, o comprendió, que el hombre era un
lobo para el hombre, que no habían reglas sino la ley de la jungla
(con el perdón de los animales), y apostilló ese epitafio. Ese era
su entonces, su realidad, su pensamiento desencantado, asqueado, lo
señaló, lo explicó y el mundo lo acepto... Pero el mundo continuó
y esa mirada sigue siendo la misma.
Somos
una sociedad descreída (no se puede esperar nada de nadie, y no
puede haber un Dios si permitió que todo esto pasara; así la culpa
no es tanto de la humanidad), desconfiada, cínica. La idea de que
sólo tenemos estos pocos años de vida, que no hay más nada, ni
significado ni trascendencia porque ahora sabemos que prácticamente
surgimos por el azar, que somos poco más que animales, lleva a cada
quien a afrontar su manera de vivir, no siendo extraños los excesos
que antes las buenas costumbres de los domingos en misa prohibía
porque la gente se iba a dar cuenta. Pero se ha llegado más lejos,
la familia traiciona por dinero, los padres no se enfrían en la urna
y los hijos pelean por los reales, el amor es química, los hijos son
un estorbo porque tarde o temprano decepcionarán, no hay amigos,
nacemos solos y solos moriremos. Todo, alrededor de la idea sartriana
produce un pensamiento negativo, oscuro. ¿Real?Y no todo el mundo
puede asimilarlo o ser feliz en él. Somos la era de las depresiones
y los suicidios, de las psicosis, de los medicamentos, de los actos
llamados insensatos, colocar bombas, tomar un arma y matar gente,
matar a la mujer que ya no quiere nada con uno.
Claro,
eso en su aspecto más sombrío, la mayoría de la gente sigue siendo
sensata, una persona normal no toma un tubo para golpear en la cabeza
a un carrizo porque este se está comiendo un cachito y él no; y no
lo hace no porque una ley vaya a sancionarle, que las hay (gracias a
Dios), sino porque “no le parece correcto”. Pero quiero dar una
aproximación a lo que somos hoy; señalar que es algo que no sale de
una nube, que nos llega de pronto de la nada. Son cadenas de hechos
que se han escalonado a lo largo de la historia de la humanidad para
producir este marco en el cual ignoramos que pensamos lo que el
tiempo dice que debemos creer.
Curiosamente
se da esta dicotomía con la religión, quienes la atacan y quienes
la defienden, y es notable que aún persista tanta gente fiel a esta
“fe”; el orden natural de las cosas indica que ya debería
haberse extinguido la idea de un Dios. Bueno, si todavía hay quienes
creen que la Tierra es plana, tal vez no. El por qué persiste la fe
en un tratado interesante en sí mismo (la promesa de que somos algo
más que oscura material, con un propósito mayor que despertar,
comer, follar y morir); y aquí se cae en nuevas discusiones que son
tontas porque se quiere utilizar el pasado para desprestigiar el
presente. Y eso no funciona en ningún escenario, porque lo que
termina haciendo la mayoría es trasladar su punto de vista, el de
hoy, a motivaciones de personas y pueblos que miraron su tiempo con
otra óptica, costumbres y moral que ya no están en voga pero lo
estuvieron. Utilizando el pensamiento de hoy, el siglo XXI, la gente
quiere explicarse únicamente desde su único punto de vista el que
Roma se volviera cristiana, por ejemplo, alegando que era una jugada
política del viejo Constantino. ¿Será cierto?, puede ser.
Sin
embargo parecen ignorar, o hacerse vista gorda sobre el hecho de que un
solo palo no hace montaña, que el que él deseara que todo un
imperio cambiara de fe no significaba realmente que la gente lo
haría. Es como atribuirle la caída del Bloque Soviético casi a
finales del siglo pasado, a las “maniobras” de Mijail Gorbachov;
el deseo de un solo hombre. Roma estaba lista para ser cristiana
cuando Constantino mandaba, con sus propias creencias llamadas
paganas uniéndose al cristianismo como luego los africanos unirían
sus creencias, en las haciendas en América, a los santos católicos
en un sincretismo igual (nada es nuevo, repito). Lo que habría que
preguntarse es por qué Roma se volvió cristiana, comenzando ya en
la era de Claudio, a la muerte de Calígula. No era una fea de ellos,
no era popular, no prometía parrandas de licor y sexo, era sobre
rectitud y un millón de reglas, una fe clandestina que era
perseguida con cárcel y muerte, y que sin embargo se extendió entre
esclavos, libertos y nobles. Esas preguntas, en nuestro marco
referencial, no pueden explicarse como no sea alegando que es que
eran personas muy estúpidas que se dejaban engañar. Y así se
resuelve el asunto. Obviamente no sirve de nada, como no sea
ejemplarizar que no podemos pensar como otros, y cuando una pregunta
no recibe una respuesta adecuada se vuelve un error y todo lo que se
haga o edifique a partir de ella no sirve para nada.
Personalmente
creo que no nos sirve mucho la idea de que nada se puede hacer porque
la vida es azar, y que “es terrible porque la gente es malvada y
hace cosas terribles si se le deja actuar (y algo de cierto hay)”,
pero imagínense a dónde llegaremos dentro de cincuenta o cien años
si seguimos resbalando por esa pendiente. Curiosamente pasamos de un
plano superior, donde el hombre era la punta de la pirámide, la
humanidad tenía un propósito, era más que los animales con los
cuales comparte el reino en la naturaleza, a esta mirada negativa que
Aristóteles, Hobbes y Nietzsche ya habían notado pero contra lo
cual lucharon oponiendo la voluntad ordenancista. Las soluciones que
ellos dieron a la sociedad no son unas que nos sirvan o nos gusten,
pero hay que buscar nuestro modo o podemos terminar como en el cuento
El Final de la Eternidad, en un mundo vacío donde una especie que no
veía futuro ni propósito dejó de parir, de luchar, de pensar y
sencillamente desapareció. Por mejor que le vaya al planeta sin
nosotros, manera de pensamiento que se populariza dado lo
profundamente negativo de nuestra visión a mediano y largo alcance.
Tenemos
que ponernos a pensar en opciones antes de que lleguemos a eso que
los nuevos profetas del desastre llaman el punto de no retorno.
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