sábado, 16 de marzo de 2019

SI EL NORTE FUERA EL SUR


   Gran tema de Ricardo Arjona, ¿verdad?

   Y, sin embargo, refleja claramente algo que no se nota a simple vista, ni a gritos, pero nunca se ha comprendido del todo, el por qué la diferencia entre los gringos y el resto del continente, metiendo a Canadá, que, aunque sus socios, son completamente distintos en su existir, aunque compartan valores. ¿Por qué se queda corto Arjona en su tema y no comprendemos la diferencia?, porque como dijo un ministro de Educación en Venezuela, hace mucho tiempo (el muy descarado), la educación es una estafa. No se enseña a los muchachos a ver la relación que hay entre hechos y consecuencia, que tales polvos traen estos lodos. Así todo parece surgir de la nada, del simple azar o capricho. Aunque reconforta notar que esta piratería magisterial no es un asunto meramente venezolano. Ni latinoamericano. Aún en España tampoco se entiende, y eso que ellos están ubicados en un mundo que ejemplariza esto, naciones que comparten ese lazo con los gringos, aunque en su devenir cada cual tomó por donde mejor le pareció. Es en Europa, España un caso más atípico en comparación con los otros, aunque no el único como si lo es Estados Unidos en América. 

   La diferencia es cultural, social, tradicional, es una manera de ver, comprender y aceptar la vida. Es, pues, una diferencia filosófica entre ellos y nosotros. Diferencia que en su génesis fue, se crea o no, religiosa, que marcó sus vidas hasta metérseles en el ADN, actuando igual hoy aunque ya el ciudadano común y corriente, el gringo promedio, no piense en Dios, o no como antaño. Como marcó también la nuestra, la religión, aunque el mundo ya no sea así y no sea visto bajo esos cánones. O no nos guste pensar en esos términos y aquí aclaro que por mucho que a uno le disguste algo eso no lo hace menos real. A veces hay quienes no pueden entender o aceptar esa regla de la vida. Lo que somos es difícil de cambiar, especialmente si no sabemos exactamente qué somos, o por qué. Pero es importante saber qué pasó con ellos, qué ocurrió con nosotros y cómo eso ha forjado esta realidad, la del Norte y la del Sur, ya que esa diferencia religiosa se manifestó, y aún lo hace, activamente en lo social, no en lo espiritual.

   Cuando ya la América hispana estaba casi tomada, en los Países Bajo europeos apenas salían barcos a fundar colonias en el norte de este continente, casi todas de habla inglesa. Eran mayoritariamente anglosajones en su origen, que escapaban de las guerras religiosas en Europa, y aunque ha transcurrido tanto tiempo y tendemos a ver erróneamente el pasado con ojos de ahora para explicarnos una realidad que ya no es, escapaban buscando donde establecerse y ejercer su fe sin el temor a que los agredieran. En un principio la iglesia católica y el papado regían la vida político-religiosa de todos, aunque muchos papas se ocuparan muy poco de Dios cuando cometían sus barbaridades caligulescas (no hablo de las concubinas, los hijos ilegítimos o los envenenamientos), guerrear para controlar más territorios y cobrar más atribuciones en oro por un lado, y la dilapidación en lujos por el otro. Cuando la iglesia topó con reyes duros, que querían mandar en sus reinos y necesitaban esa plata, se vio en la necesidad de exigir más dinero por sacramentos, llegandose a la vagabundería de la venta de las indulgencias. Todo pecado o crimen quedaba perdonado en el Cielo, y sin castigo en la Tierra, mediante un buen estipendio. 

   A un cura alemán, pobre (y seguramente amargado, como suele ser el caso cuando uno se tropieza con hechos así), llegado a Roma de su austero pueblo natal, Lutero, se escandalizó con esto y publicó su tesis de censura a Roma y sobre lo que debía ser la religión en verdad, no ese vulgar mercadeo a la puertas del Templo, otra vez. Hubo un cisma, un rompimiento, los protestantes se separaban del papado para alcanzar la gracia, y a Dios, por otros caminos. Y si uno va a crear algo nuevo, sea una ciencia económica, una metodología de enseñanza infantil o una religión, tiene que inventarse todo diferente o parecer más de lo mismo. Si el Papa cobra por escuchar confesiones y dar absoluciones, entonces ningún hombre debe tener ese poder y la gente debe confesarse directamente a Dios, quien es el único que puede perdonar. Si el papado cobra por el uso de las imágenes, bueno, no tendremos imágenes pues. 

   Así el protestantismo, que a eso daría lugar la revuelta de Lutero, descartó de la ecuación la necesidad de intermediarios humanos en la relación con Dios, por lo tanto si se deseaba adorarle, pedirle ayuda o rogar por misericordia, cada quien debía acudir a su oración propia, a su fe de que sería escuchado, por lo tanto el filtro de las indulgencias, y el clero mismo, se veía eliminado. Como la cosa tocaba los cofres, hubo guerra entre las dos ramas del cristianismo, aunque no fuera únicamente la fe lo que estuviera tras ello. Un mundo más cínico como el actual diría que era una lucha de cobradores o por ver quién ostentaba el título de jefe de la fe; pero como ya señalé es un error comparar épocas diferentes, otras realidades con la nuestra, atribuyéndole a gente de siglos atrás nuestras creencias, prejuicios o pareceres. Es muy posible imaginar, aún hoy en día, que si hubo gente, de parte y parte, que de verdad creía estar actuando en nombre de Dios, por defenderle en esos conflictos, porque le sentían como algo muy real a ellos. Pero, aunque tal vez uno que otro pensaba que hacía el trabajo de Dios, matando infieles, quienes mandaban iban a otra cosa. Es cierto, papado y coronas querían control, poder y riquezas. Algo que amenazara ese estatus era un peligro. Eso trajo las persecuciones a poblados enteros que se manifestaban como protestantes.

   De las persecuciones que terminaron en guerras de años y años, donde se jodía el que menos tenía al quedar en medio, aquel que debía pensar y sentir como los reyes querían (Enrique VIII, el muy truhán, por casarse con las mujeres que quería, no concediéndosele el divorcio de parte del papado, rompió con la iglesia católica volviéndose al protestantismo y siendo brazo fuerte en la batalla armada; no fue la fe real la que le guiara y, sin embargo, millones abrazaron y aún viven dentro de la fe anglicana, nombre que tomó allá el rompimiento con Roma). Y si hay algo que garantiza la guerra, antes como ahora, es la miseria, carestía y sufrimientos, fuera de los muertos, claro. Escapando de todo eso partieron aquellos barcos, buscando su lugar bajo el sol. Pero se fueron, básicamente, grupos protestantes, de una rama llamada puritanismo, gente que quería practicar su fe, y vivir, como deseaban. Ellos llegaron al Norte. Lo que hoy es la América Latina, pero también el Canadá, por ejemplo, se vieron formados por países donde el catolicismo era duro y fuerte, España y Francia; siendo el caso ibero el más notable. 

   Mientras Europa se hundía bajo sus guerras sin fin, en lo más oscuro del medioevo, agotándose el poder papal por siglos de abusos, España se reunificó como país alrededor de un ideal religioso, los reyes católicos formaron una sola nación expulsando a moros y judíos, acabando con el esplendor de la era de la tolerancia, que cae porque se había estancado en sus metas (era una era gloriosa, si, pero no supo medir a los que llegaban, como la Roma imperial no calibró a los bárbaros en sus fronteras mientras el corazón del imperio se estancaba). Cuando comienza la era de los descubrimientos, España era la potencia nueva del momento, de hecho era el brazo fuerte del papado (en alianzas, nunca sometidos), y artífices de buena parte de lo que fue la Contrarreforma. Cuando llegan aquí traen su religión, fuerte, vigorosa y militante porque acababan de unificarse alrededor de ella, venían calientes y listos para seguir boxeando. Y el mundo, la realidad, nunca es visto igual por católicos y puritanos, no lo era entonces, no lo es ahora, aunque nadie se diga a sí mismo puritano sino gringo, o católico sino latino. Aunque se han apartado las palabras de manera algo tonta, como si eso en verdad cambiara algo, su influencia sigue, crece... se deforma y crea el siglo XX y lo que va del XXI, a eso que cantó Arjona.

   Los católicos nos guiamos más por el Nuevo Testamento que por el Viejo (con el consabido axioma, que tanto molesta, de que Jesús fue el primer socialista); es más importante la figura de Cristo que todo lo anterior, con excepción de Los Mandamientos. Nociones como “da de comer al hambriento, de beber al sediento”, es visto como un trabajo sagrado, lo resumido de el El Sermón de la Montaña y Las Bienaventuranzas. La iglesia católica que llegó con los conquistadores (aunque no revueltos), durante siglos trabajó y esperó que se les diera para ayudar a los indígenas americanos, luego a los negros, a los bastardos, a niños y viudas, y con el adelantar del tiempo “a los pobres”, nacidos de las mil guerras que sostuvimos; logrando reunir alrededor de la fe y de los curas un caudal de seguidores y prestigios importante, fuera de que eran quienes hablaban con Dios, te podían perdonar para que no cayeras en el Infierno, o excomulgarte y enviarte allí de una. Cuestión que en ese momento pesada, porque ese mundo era distinto a éste de ahora, algo que hay que comprender o no se sabe ni se entiende lo que pasó y cómo influye todavía. 

   El poder de la iglesia es, o era, grande, tanto y tan evidente que más tarde el mismo modelo sería copiado por gobiernos y gobernantes, tener súbditos que dependían de la alacena y buena fe del gobernante, y en la degeneración total se llegaría al llamado voto clientelar, lo ofrecido a vastos sectores sociales para amarrarlos. Pero todo nace de aquí, y de su doctrina de “cuando atendiste al enfermo me atendiste, cuando visitaste al preso me visitaste”, reglas nobles de protección al más necesitado que tanto pegó en la América Latina. El ver la pobreza como una calamidad que se debía solucionar, o hacer algo por aliviarla. Era la doctrina social de la época, ayudar a las clases menos favorecidas, lo que en su degeneración llevaría, repito, al voto clientelar, gente que espera, sin trabajar, que los políticos cumplan, o cualquiera que les hubiera prometido algo a cambio de apoyo, terminando con poblaciones donde no se hace absolutamente nada para contribuir con el todo de la comunidad, pero exigen casa, alumbrado, agua, dinero y comida, el llamado peso muerto, el pasivo social que tanto grava nuestro día a día. Un puritano no ve esto de esta manera, y con el tiempo, sería el gringo, a secas, quien no lo vería, independientemente de su postura religiosa si es que tenga alguna.

   Si tienes una religión donde tú te entiendes directamente con Dios, no puedes engañarle, ni mentirte sobre tus propósitos o la respuesta; pides la ayuda de Dios sabiendo que el cómo te vaya responderá la cuestión, ¿Dios me escuchó, esta conmigo? Dentro de la dura verdad del Antiguo Testamento, al que el protestantismo dio tanta relevancia para distinguirse del catolicismo, y sus nociones como que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, la idea es que Dios te otorgó dos brazos, dos piernas y una cabeza para pensar y trabajar; habiéndote dado todo eso no puedes esperar que te de la comida, ni esperas que otro venga y te la de, y te pones a trabajar pensando en ti mismo y tu gente, porque dependiendo de cómo te vaya sabrás si encuentras aceptación a los ojos de tu Dios, ese con quien hablas regularmente, o no. Tu fracaso, en esta concepción de la vida, es grave porque significa que Dios no estuvo de su lado, y peor, los otros lo saben, y si Dios no está de tu parte, tú mismo, o los otros, pueden pensar que de alguna manera es tu culpa por alguna falla, o pecado inconfesable pero lo suficientemente grave. 

   Un hombre (y hablo de humanidad, hombres y mujeres, en estos días de necedad señalista hay que ser puntilloso pero exaspera), que labra la tierra y consigue montañas de cosecha, que talla muebles que le dan fama y fortuna, que cava por oro o petróleo y lo encuentra, que monta una fábrica para forjar armas y triunfa es porque era su destino hacerlo al contar con lo que Dios le dio, y teniendo a Dios mismo de su lado. La predestinación. Su mismo éxito es una comprobación de lo acertado de su fe. Es por ello que cada nueva generación norteamericana siente que debe superar a la anterior, buscar su propio camino aunque esté en la misma rama, porque cada quien debe probarse ser digno (el hipismo y la contracultura, el choque generacional, fue un rompimiento no total con esta noción, ocurrida después de la Segunda Guerra Mundial con sus horrores, cuando el mundo abraza completamente el existencialismo, no somos nada antes de nacer, no somos nada después de morir, la vida es un largo transitar entre la nada). Pero, volviendo al puritanismo originario del pueblo norteamericano hay que señalar que ésta es una fe práctica, eficiente, que genera prosperidad (tienes que triunfar, el fracaso tiene demasiados feos significados)... pero también es peligrosa.

   Si el, llamémoslo, populismo de ayudar a todos como un deber de los católicos degeneró en grupos de poder sosteniendo clientelarmente a su gente, “estén conmigo que yo les doy”, y “como me dan no tengo que preocuparme o trabajar, y ya ha pasado mucho tiempo, ya es mi derecho, que me mantengan porque no sé hacer ni actuar de otra forma”, los efectos del puritanismo son igualmente inquietantes. Primero que todo puede terminar creando una mentalidad egoísta; yo soy yo y por encima de mí únicamente Dios, y no le debo nada a nadie sino a mí mismo y a Dios, quien nada me pide sino seguir en el sendero del Buen Libro. Y si se piensa así, y se considera que el fracaso de los otros es prueba de una falta de Dios para con ellos, se les puede juzgar fácilmente, sin piedad; están así porque algo malo hicieron, y tal vez se lo merecen. Y aunque el Libro hable de limosnas para los menos favorecidos, se puede terminar viendo esta obligación como una penosa y hasta desagradable tarea, el ocuparse de los menos favorecidos si, puritanamente hablando, se consideran que deben pagar sus faltas, en este caso las espirituales que terminaron signando su fracaso y necesidad. 

   Y que esto es tan cierto así, que explica la vieja pelea, en estos días, entre republicanos y demócratas por la cuestión de los impuestos. Donald Trump y su gente llegan al poder prometiendo bajar los impuestos justamente en lo atinente a la ayuda social, médica y de todo tipo, para aquellos en peores condiciones (no pocas iglesias los criticaron, incluida la católica), dándose el caso de que esa prédica prendó en tantos estados de la unión, tanto que les dio el triunfo. Se puede decir que es crueldad, que al que le va bien no ayude a otros, pero si el mandato es trabajar, y se logra, a veces apenas, ¿debo sentir pena por quién no lo logra seguramente por sus faltas? Si lo llevamos más lejos todavía, una persona que fracasa porque se lo buscó, o se lo merece (medido según esta escala), es visto como una carga para todos, y es injusto que de mi trabajo quiera sacarse todavía más para ayudarles. Extremando la postura es lo que podríamos encontrar.

   Que cada quien deba pagar por lo que consume, por cada servicio que recibe (electricidad, agua, gas), no es percibido igual en Latinoamerica (bueno, no en todas partes tampoco), o en las ciudades gringas; el peso del llamado pasivo social tampoco. Unos lo miran con disgusto, algo que estorba al progreso mismo de sus ciudades y sociedad (si hay que hacerles casa, llevarles médicos, darle de comer aunque no aporten nada, no se construye otro viaducto a tal sitio u otra central eléctrica), pero tiene que hacerse, a la gente no se le puede dejar simplemente morir de hambre; para otros tales comunidades pueden ser vistas con disgusto porque no pusieron todo su empeño en triunfar, ni estos, en realidad, esperan que se les auxilie, porque más de doscientos años de historia, costumbres y modo de vida pesan en ello. Aunque, como ya señalé, este mundo ya no sea aquel donde un hombre se enorgullecía de saberse pasajes de La Biblia, el peso del pasado sigue ahí, mostrándose en otras facetas. Independientemente de eso, de lo que se quiera pensar, el mundo que tenemos salió de aquel, de su génesis, madurez y también deformación. No saberlo, ni entenderlo, sólo refuerza la incomprensión entre gringos y latinos, que no sirve para nada como no sea hablar de culturas superiores que siempre explotan a las inferiores. Resumirlo con un complejo de inferioridad no es la salida. Por cierto, esto también señala la diferencia entre ingleses, alemanes y los ciudadanos de los países bajos y los nórdicos con la Italia, España y Portugal catolica. Es una cuestión de filosofía de vida.

   Es por eso que encuentro difícil que el Norte un día termine como el Sur; no cambias, o nunca se ha hecho hasta ahora, lo que funciona por algo que demuestra una y otra vez que no lo hace, o no totalmente. Nadie que pasa trabajo o sufre persecución en su tierra se va para otra peor, por mucho que se quiera filosofar sobre eso desde la comodidad de una vida resuelta. La urgencia obliga a migrar a donde se puede encontrar algo. 

VALORACION ETICA

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