Gran
tema de Ricardo Arjona, ¿verdad?
Y,
sin embargo, refleja claramente algo que no se nota a simple vista,
ni a gritos, pero nunca se ha comprendido del todo, el por qué la
diferencia entre los gringos y el resto del continente, metiendo a
Canadá, que, aunque sus socios, son completamente distintos en su
existir, aunque compartan valores. ¿Por qué se queda corto Arjona
en su tema y no comprendemos la diferencia?, porque como dijo un
ministro de Educación en Venezuela, hace mucho tiempo (el muy
descarado), la educación es una estafa. No se enseña a los
muchachos a ver la relación que hay entre hechos y consecuencia, que
tales polvos traen estos lodos. Así todo parece surgir de la nada,
del simple azar o capricho. Aunque reconforta notar que esta
piratería magisterial no es un asunto meramente venezolano. Ni
latinoamericano. Aún en España tampoco se entiende, y eso que ellos
están ubicados en un mundo que ejemplariza esto, naciones que
comparten ese lazo con los gringos, aunque en su devenir cada cual
tomó por donde mejor le pareció. Es en Europa, España un caso más
atípico en comparación con los otros, aunque no el único como si
lo es Estados Unidos en América.
La diferencia es cultural, social,
tradicional, es una manera de ver, comprender y aceptar la vida. Es,
pues, una diferencia filosófica entre ellos y nosotros. Diferencia
que en su génesis fue, se crea o no, religiosa, que marcó sus vidas
hasta metérseles en el ADN, actuando igual hoy aunque ya el
ciudadano común y corriente, el gringo promedio, no piense en Dios,
o no como antaño. Como marcó también la nuestra, la religión,
aunque el mundo ya no sea así y no sea visto bajo esos cánones. O
no nos guste pensar en esos términos y aquí aclaro que por mucho
que a uno le disguste algo eso no lo hace menos real. A veces hay
quienes no pueden entender o aceptar esa regla de la vida. Lo que
somos es difícil de cambiar, especialmente si no sabemos exactamente
qué somos, o por qué. Pero es importante saber qué pasó con
ellos, qué ocurrió con nosotros y cómo eso ha forjado esta
realidad, la del Norte y la del Sur, ya que esa diferencia religiosa
se manifestó, y aún lo hace, activamente en lo social, no en lo
espiritual.
Cuando
ya la América hispana estaba casi tomada, en los Países Bajo
europeos apenas salían barcos a fundar colonias en el norte de este
continente, casi todas de habla inglesa. Eran mayoritariamente
anglosajones en su origen, que escapaban de las guerras religiosas en
Europa, y aunque ha transcurrido tanto tiempo y tendemos a ver
erróneamente el pasado con ojos de ahora para explicarnos una
realidad que ya no es, escapaban buscando donde establecerse y
ejercer su fe sin el temor a que los agredieran. En un principio la
iglesia católica y el papado regían la vida político-religiosa de
todos, aunque muchos papas se ocuparan muy poco de Dios cuando
cometían sus barbaridades caligulescas (no hablo de las concubinas,
los hijos ilegítimos o los envenenamientos), guerrear para controlar
más territorios y cobrar más atribuciones en oro por un lado, y la
dilapidación en lujos por el otro. Cuando la iglesia topó con reyes
duros, que querían mandar en sus reinos y necesitaban esa plata, se
vio en la necesidad de exigir más dinero por sacramentos, llegandose
a la vagabundería de la venta de las indulgencias. Todo pecado o
crimen quedaba perdonado en el Cielo, y sin castigo en la Tierra,
mediante un buen estipendio.
A un cura alemán, pobre (y seguramente
amargado, como suele ser el caso cuando uno se tropieza con hechos
así), llegado a Roma de su austero pueblo natal, Lutero, se
escandalizó con esto y publicó su tesis de censura a Roma y sobre
lo que debía ser la religión en verdad, no ese vulgar mercadeo a la
puertas del Templo, otra vez. Hubo un cisma, un rompimiento, los
protestantes se separaban del papado para alcanzar la gracia, y a
Dios, por otros caminos. Y si uno va a crear algo nuevo, sea una
ciencia económica, una metodología de enseñanza infantil o una
religión, tiene que inventarse todo diferente o parecer más de lo
mismo. Si el Papa cobra por escuchar confesiones y dar absoluciones,
entonces ningún hombre debe tener ese poder y la gente debe
confesarse directamente a Dios, quien es el único que puede
perdonar. Si el papado cobra por el uso de las imágenes, bueno, no
tendremos imágenes pues.
Así el protestantismo, que a eso daría
lugar la revuelta de Lutero, descartó de la ecuación la necesidad
de intermediarios humanos en la relación con Dios, por lo tanto si
se deseaba adorarle, pedirle ayuda o rogar por misericordia, cada
quien debía acudir a su oración propia, a su fe de que sería
escuchado, por lo tanto el filtro de las indulgencias, y el clero
mismo, se veía eliminado. Como la cosa tocaba los cofres, hubo
guerra entre las dos ramas del cristianismo, aunque no fuera
únicamente la fe lo que estuviera tras ello. Un mundo más cínico
como el actual diría que era una lucha de cobradores o por ver quién
ostentaba el título de jefe de la fe; pero como ya señalé es un
error comparar épocas diferentes, otras realidades con la nuestra,
atribuyéndole a gente de siglos atrás nuestras creencias,
prejuicios o pareceres. Es muy posible imaginar, aún hoy en día,
que si hubo gente, de parte y parte, que de verdad creía estar
actuando en nombre de Dios, por defenderle en esos conflictos, porque
le sentían como algo muy real a ellos. Pero, aunque tal vez uno que
otro pensaba que hacía el trabajo de Dios, matando infieles, quienes
mandaban iban a otra cosa. Es cierto, papado y coronas querían
control, poder y riquezas. Algo que amenazara ese estatus era un
peligro. Eso trajo las persecuciones a poblados enteros que se
manifestaban como protestantes.
De
las persecuciones que terminaron en guerras de años y años, donde
se jodía el que menos tenía al quedar en medio, aquel que debía
pensar y sentir como los reyes querían (Enrique VIII, el muy truhán,
por casarse con las mujeres que quería, no concediéndosele el
divorcio de parte del papado, rompió con la iglesia católica
volviéndose al protestantismo y siendo brazo fuerte en la batalla
armada; no fue la fe real la que le guiara y, sin embargo, millones
abrazaron y aún viven dentro de la fe anglicana, nombre que tomó
allá el rompimiento con Roma). Y si hay algo que garantiza la
guerra, antes como ahora, es la miseria, carestía y sufrimientos,
fuera de los muertos, claro. Escapando de todo eso partieron aquellos
barcos, buscando su lugar bajo el sol. Pero se fueron, básicamente,
grupos protestantes, de una rama llamada puritanismo, gente que
quería practicar su fe, y vivir, como deseaban. Ellos llegaron al
Norte. Lo que hoy es la América Latina, pero también el Canadá,
por ejemplo, se vieron formados por países donde el catolicismo era
duro y fuerte, España y Francia; siendo el caso ibero el más
notable.
Mientras Europa se hundía bajo sus guerras sin fin, en lo
más oscuro del medioevo, agotándose el poder papal por siglos de
abusos, España se reunificó como país alrededor de un ideal
religioso, los reyes católicos formaron una sola nación expulsando
a moros y judíos, acabando con el esplendor de la era de la
tolerancia, que cae porque se había estancado en sus metas (era una
era gloriosa, si, pero no supo medir a los que llegaban, como la Roma
imperial no calibró a los bárbaros en sus fronteras mientras el
corazón del imperio se estancaba). Cuando comienza la era de los
descubrimientos, España era la potencia nueva del momento, de hecho
era el brazo fuerte del papado (en alianzas, nunca sometidos), y
artífices de buena parte de lo que fue la Contrarreforma. Cuando
llegan aquí traen su religión, fuerte, vigorosa y militante porque
acababan de unificarse alrededor de ella, venían calientes y listos
para seguir boxeando. Y el mundo, la realidad, nunca es visto igual
por católicos y puritanos, no lo era entonces, no lo es ahora,
aunque nadie se diga a sí mismo puritano sino gringo, o católico
sino latino. Aunque se han apartado las palabras de manera algo
tonta, como si eso en verdad cambiara algo, su influencia sigue,
crece... se deforma y crea el siglo XX y lo que va del XXI, a eso que
cantó Arjona.
Los
católicos nos guiamos más por el Nuevo Testamento que por el Viejo
(con el consabido axioma, que tanto molesta, de que Jesús fue el
primer socialista); es más importante la figura de Cristo que todo
lo anterior, con excepción de Los Mandamientos. Nociones como “da
de comer al hambriento, de beber al sediento”, es visto como un
trabajo sagrado, lo resumido de el El Sermón de la Montaña y Las
Bienaventuranzas. La iglesia católica que llegó con los
conquistadores (aunque no revueltos), durante siglos trabajó y
esperó que se les diera para ayudar a los indígenas americanos,
luego a los negros, a los bastardos, a niños y viudas, y con el
adelantar del tiempo “a los pobres”, nacidos de las mil guerras
que sostuvimos; logrando reunir alrededor de la fe y de los curas un
caudal de seguidores y prestigios importante, fuera de que eran
quienes hablaban con Dios, te podían perdonar para que no cayeras en
el Infierno, o excomulgarte y enviarte allí de una. Cuestión que en
ese momento pesada, porque ese mundo era distinto a éste de ahora,
algo que hay que comprender o no se sabe ni se entiende lo que pasó
y cómo influye todavía.
El poder de la iglesia es, o era, grande,
tanto y tan evidente que más tarde el mismo modelo sería copiado
por gobiernos y gobernantes, tener súbditos que dependían de la
alacena y buena fe del gobernante, y en la degeneración total se
llegaría al llamado voto clientelar, lo ofrecido a vastos sectores
sociales para amarrarlos. Pero todo nace de aquí, y de su doctrina
de “cuando atendiste al enfermo me atendiste, cuando visitaste al
preso me visitaste”, reglas nobles de protección al más
necesitado que tanto pegó en la América Latina. El ver la pobreza
como una calamidad que se debía solucionar, o hacer algo por
aliviarla. Era la doctrina social de la época, ayudar a las clases
menos favorecidas, lo que en su degeneración llevaría, repito, al
voto clientelar, gente que espera, sin trabajar, que los políticos
cumplan, o cualquiera que les hubiera prometido algo a cambio de
apoyo, terminando con poblaciones donde no se hace absolutamente nada
para contribuir con el todo de la comunidad, pero exigen casa,
alumbrado, agua, dinero y comida, el llamado peso muerto, el pasivo
social que tanto grava nuestro día a día. Un puritano no ve esto de
esta manera, y con el tiempo, sería el gringo, a secas, quien no lo
vería, independientemente de su postura religiosa si es que tenga
alguna.
Si
tienes una religión donde tú te entiendes directamente con Dios, no
puedes engañarle, ni mentirte sobre tus propósitos o la respuesta;
pides la ayuda de Dios sabiendo que el cómo te vaya responderá la
cuestión, ¿Dios me escuchó, esta conmigo? Dentro de la dura verdad
del Antiguo Testamento, al que el protestantismo dio tanta relevancia
para distinguirse del catolicismo, y sus nociones como que “te
ganarás el pan con el sudor de tu frente”, la idea es que Dios te
otorgó dos brazos, dos piernas y una cabeza para pensar y trabajar;
habiéndote dado todo eso no puedes esperar que te de la comida, ni
esperas que otro venga y te la de, y te pones a trabajar pensando en
ti mismo y tu gente, porque dependiendo de cómo te vaya sabrás si
encuentras aceptación a los ojos de tu Dios, ese con quien hablas
regularmente, o no. Tu fracaso, en esta concepción de la vida, es
grave porque significa que Dios no estuvo de su lado, y peor, los
otros lo saben, y si Dios no está de tu parte, tú mismo, o los
otros, pueden pensar que de alguna manera es tu culpa por alguna
falla, o pecado inconfesable pero lo suficientemente grave.
Un hombre
(y hablo de humanidad, hombres y mujeres, en estos días de necedad
señalista hay que ser puntilloso pero exaspera), que labra la tierra
y consigue montañas de cosecha, que talla muebles que le dan fama y
fortuna, que cava por oro o petróleo y lo encuentra, que monta una
fábrica para forjar armas y triunfa es porque era su destino hacerlo
al contar con lo que Dios le dio, y teniendo a Dios mismo de su lado.
La predestinación. Su mismo éxito es una comprobación de lo
acertado de su fe. Es por ello que cada nueva generación
norteamericana siente que debe superar a la anterior, buscar su
propio camino aunque esté en la misma rama, porque cada quien debe
probarse ser digno (el hipismo y la contracultura, el choque
generacional, fue un rompimiento no total con esta noción, ocurrida
después de la Segunda Guerra Mundial con sus horrores, cuando el
mundo abraza completamente el existencialismo, no somos nada antes de
nacer, no somos nada después de morir, la vida es un largo transitar
entre la nada). Pero, volviendo al puritanismo originario del pueblo
norteamericano hay que señalar que ésta es una fe práctica,
eficiente, que genera prosperidad (tienes que triunfar, el fracaso
tiene demasiados feos significados)... pero también es peligrosa.
Si
el, llamémoslo, populismo de ayudar a todos como un deber de los
católicos degeneró en grupos de poder sosteniendo clientelarmente a
su gente, “estén conmigo que yo les doy”, y “como me dan no
tengo que preocuparme o trabajar, y ya ha pasado mucho tiempo, ya es
mi derecho, que me mantengan porque no sé hacer ni actuar de otra
forma”, los efectos del puritanismo son igualmente inquietantes.
Primero que todo puede terminar creando una mentalidad egoísta; yo
soy yo y por encima de mí únicamente Dios, y no le debo nada a
nadie sino a mí mismo y a Dios, quien nada me pide sino seguir en el
sendero del Buen Libro. Y si se piensa así, y se considera que el
fracaso de los otros es prueba de una falta de Dios para con ellos,
se les puede juzgar fácilmente, sin piedad; están así porque algo
malo hicieron, y tal vez se lo merecen. Y aunque el Libro hable de
limosnas para los menos favorecidos, se puede terminar viendo esta
obligación como una penosa y hasta desagradable tarea, el ocuparse
de los menos favorecidos si, puritanamente hablando, se consideran
que deben pagar sus faltas, en este caso las espirituales que
terminaron signando su fracaso y necesidad.
Y que esto es tan cierto
así, que explica la vieja pelea, en estos días, entre republicanos
y demócratas por la cuestión de los impuestos. Donald Trump y su
gente llegan al poder prometiendo bajar los impuestos justamente en
lo atinente a la ayuda social, médica y de todo tipo, para aquellos
en peores condiciones (no pocas iglesias los criticaron, incluida la
católica), dándose el caso de que esa prédica prendó en tantos
estados de la unión, tanto que les dio el triunfo. Se puede decir
que es crueldad, que al que le va bien no ayude a otros, pero si el
mandato es trabajar, y se logra, a veces apenas, ¿debo sentir pena
por quién no lo logra seguramente por sus faltas? Si lo llevamos más
lejos todavía, una persona que fracasa porque se lo buscó, o se lo
merece (medido según esta escala), es visto como una carga para
todos, y es injusto que de mi trabajo quiera sacarse todavía más
para ayudarles. Extremando la postura es lo que podríamos encontrar.
Que
cada quien deba pagar por lo que consume, por cada servicio que
recibe (electricidad, agua, gas), no es percibido igual en
Latinoamerica (bueno, no en todas partes tampoco), o en las ciudades
gringas; el peso del llamado pasivo social tampoco. Unos lo miran con
disgusto, algo que estorba al progreso mismo de sus ciudades y
sociedad (si hay que hacerles casa, llevarles médicos, darle de
comer aunque no aporten nada, no se construye otro viaducto a tal
sitio u otra central eléctrica), pero tiene que hacerse, a la gente
no se le puede dejar simplemente morir de hambre; para otros tales
comunidades pueden ser vistas con disgusto porque no pusieron todo su
empeño en triunfar, ni estos, en realidad, esperan que se les
auxilie, porque más de doscientos años de historia, costumbres y
modo de vida pesan en ello. Aunque, como ya señalé, este mundo ya
no sea aquel donde un hombre se enorgullecía de saberse pasajes de
La Biblia, el peso del pasado sigue ahí, mostrándose en otras
facetas. Independientemente de eso, de lo que se quiera pensar, el
mundo que tenemos salió de aquel, de su génesis, madurez y también
deformación. No saberlo, ni entenderlo, sólo refuerza la
incomprensión entre gringos y latinos, que no sirve para nada como
no sea hablar de culturas superiores que siempre explotan a las
inferiores. Resumirlo con un complejo de inferioridad no es la
salida. Por cierto, esto también señala la diferencia entre
ingleses, alemanes y los ciudadanos de los países bajos y los
nórdicos con la Italia, España y Portugal catolica. Es una cuestión
de filosofía de vida.
Es
por eso que encuentro difícil que el Norte un día termine como el
Sur; no cambias, o nunca se ha hecho hasta ahora, lo que funciona por
algo que demuestra una y otra vez que no lo hace, o no totalmente.
Nadie que pasa trabajo o sufre persecución en su tierra se va para
otra peor, por mucho que se quiera filosofar sobre eso desde la
comodidad de una vida resuelta. La urgencia obliga a migrar a donde
se puede encontrar algo.
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