ERSTE
“Joder,
¿acaso es mucho pedir que pueda hacer lo que me da la gana, dejar
salir la fiera interna y que el mundo me escuche, entienda y acepte?
¿Es muy malo querer salir y encontrar chicos que quieran tocarme,
lamerme, mirarme con adoración y que supliquen por mis atenciones?
Otros lo hacen, ¿por qué yo no?, ¿por qué debo contenerme porque
en todas partes parece haber un conocido del trabajo, de mi
urbanización o de la familia? Voy para los cuarenta, carajo, ¿cuánto
más voy a esperar para tener todo el sexo que quiero, ir donde
quiera y hacerlo otra vez, conocer a este o aquel y clavársela hasta
que lloriquee por más?”. Si, ya iba siendo hora de que se
decidiera, ¿verdad? ¿Algun chico que quiera hacerle el favor?
Ha
escuchado que en ese stadium donde practican muchos tíos se aparecía
un tipo dispuesto a... Bien, a meterse entre las recias piernas de un
hombre y clavar la cara en su entrepiernas, oliendo de manera
escandalosa, con ganas, frotándose de la barras, que las atrapaba
con las manos y las mordía sobre la tela, chupándolas. Que les
pedía que lo acompañaran a los baños para que se las pudiera
mamar, que lo hacía como un campeón hasta lograr ordeñar una buena
carga que tragaba. Quiere eso, una tarde loca; espera por... “Oye,
guapo, ¿no quieres que te la...?”. Sonriendo alza el rostro hacia
la voz y se impacta. “¿Primo? Joder, ¿eres tú el gran mamagüevo
de la cuadra?”, ríe y separa las piernas, “comienza”.
-Mierda,
¿hora de cobrarme los impuestos otra vez? ¿Seguro que no vienen muy
seguido buscando sacarme todo? -gruñe torvo el oso montañez.- Bien,
entremos, tengo tiempo para atenderte. -sonríe complacido al mirar
al joven hombre de traje enrojecer y sus ojos brillar tras los lentes
finos.- Me gusta tu traje, pero ya quiero quitarte esos pantalones,
desde atrás, y verte ese culo apenas cubierto con la más sensual
pantaleta de tu mujer, como te pedí la vez anterior. ¿Recuerdas?,
¿de cuando estabas sobre mi tranca y me prometías lo que yo
quisiera si no me detenía? Espero que hayas cumplido o no habrá más
de esto. Lo que sería una lástima, no creo que hagas este largo
viaje tan sólo por el paseo.
Mira
a los chicos, todo grandote, peludo, masculino, y vuelve el rostro al
juguete del unicornio, lamiendo la punta, dándole besitos a la
punta, sobando con sus manos, tragando... Esos jóvenes sabrían, sin
palabras, qué deseaba. Aunque era un gesto inútil, ya le conocían
en el complejo turístico, era como otra atracción del lugar: el
peludo maricón con alma de puta insaciable a la hora de tragar
jóvenes virilidades. De hecho a eso iban; a veces en grupos de tres
o cuatro amigos o conocidos. Unos que ya tenían experiencia en ese
tipo de mamadas y otros que por curiosidad se acercaban para ver cómo
era la vaina.
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