Paso
a paso, como quien prepara una tortilla (rompiendo huevos de paso),
de la sociedad son extraídos los problemáticos, aquellos que rugen
que el estado toma demasiado poder y control sobre la población. Los
librepensadores. Se busca encerrarles y aislarles para... romperles
los huevos. A través de la intimidación, del miedo, de la
degradación y la humillación; darles y darles hasta que respondan,
sintiéndose mal por hacerlo, por esperarlo. Por disfrutarlo. Nuestro
héroe sabe que todo estaba siendo grabado y archivado para luego ser
exhibido si no desistía, si continuaba resistiéndose a ser parte
del engranaje. Que eso sería visto por su esposa e hijos, por sus
familiares, colegas y amigos. Le mostrarían gritando que “era un
hombre arrecho, carajo”, para pasar a enseñarle agitándose,
gimiendo, sintiéndose vivo y estimulado con el uso y abuso,
experimentando, por ejemplo, el chocar de las bolas chinas en su
interior, la presión en los labios de su agujero a la entrada y la
salida, lo estimulante de la penetración, mientras le alimentaban
noche y día con esperma caliente. No, no era extraño que terminara
en una jaula, quién sabe por cuánto tiempo... ¿y aquello que ve
allí, no era acaso una diminuta jaula de castidad? Y qué decir de
su propia voz. Sabe que le filman cuando le preguntan: “¿te gusta
esto, maricón?, ¿era lo que te hacía falta para que dejaras de
hablar tantas pendejadas?”. A lo que respondía, como no: “si,
si, dame más, por favor...”.
Me
gustan los clásicos, como esta otra escena de la película El
Secuestro. Es tan visceral, llama tanto a lo incorrecto que es
sensual.
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